lunes, 31 de enero de 2011

El mito de la investigación

neutral y el desafío

presente de la parapolítica

Miguel Angel Herrera Zgaib

Profesor Asociado

Ciencia Política, Unal/Bogotá

miguel.herrera@transpolitica.org



El Tiempo
publica las reflexiones de Gustavo Duncan, que siguieron a su trabajo "Los señores de la guerra", que lo puso en la órbita del estrellato nacional.

El objeto de su reflexión es la para-política que no aparecía así tratado en su reflexión seminal. Pero antes y ahora, Gustavo insiste en hablar en la forma de los estados locales al interior de un estado nacional como el colombiano.

La pretensión es forzar la definición clásica de estado nación para hablar de estado en el plano local, o regional. No hay tampoco una distinción en términos conceptuales entre estado, régimen y gobierno, que no son lo mismo.

Gustavo a la fecha tiene todo el tiempo del mundo, al ser profesor de Ciencia Política en los Andes, para revisar el rigor de su aparato conceptual.

Su apreciación en apoyo del uso de la noción de estado local según lo señaló en la exposición del mito 1, es la siguiente: que los jefes para-militares cobraban impuestos y administraban la ley en muchas regiones. De lo dicho se concluiría, qué? Que por cada región bajo estas condiciones había un estado local, o un estado local abarcando varias regiones, o cómo es la cosa?

El segundo asunto, aunque en apariencia no lo afirme sin arandelas la discusión sobre el paramilitarismo que vuelve a proponer Gustavo deriva en la siguiente plausible, pero "exculpatoria" conclusión de la clase política colombiana: que en últimas, en Colombia, no hubo para-política, alianza entre paramilitares, narcotraficantes y políticos locales, regionales y nacionales.

Más aun, que fueron los paramilitares y no los políticos los que buscaron tales alianzas cuando se dieron circunstancialmente.

En suma, estos políticos ahora condenados, procesados o en trance de serlo, no fueron ni siquiera compañeros de viaje del paramilitarismo, sino obligados a viajar, intimidados por el poder del dinero y las armas, para hacer este ilegal, delincuencial periplo de más de una década, desde los tiempos del presidente Pastrana hasta el día de hoy. Y hasta el resto de Colombia debería agradecerle este bondadoso sacrificio de los políticos corruptos.

Por último, ¿qué decir de los millones de colombianos asesinados, desplazados, expropiados por la estrategia de la parapolítica? Si los poderosos políticos y sus redes, y los caciques dieron su brazo a torcer.

Y de contera, la bancarrota de la intelectualidad tradicional se convierte en el síntoma, de la renuncia a la crítica de raíz de los fenómenos en que se concreta la degeneración democrática que carcome el tejido social y político de Colombia.

Saludos


Date: Thu, 27 Jan 2011 10:44:27 -0500
Subject: explicando la parapolitica: conjeturas? hipotesis de trabajo? tesis sustentadas en los hechos?
From: mejialuis22@gmail.com
To: DGManjairo@aol.com


http://www.eltiempo.com/justicia/los-mitos-urbanos-de-la-parapolitica_8802008-4

EL TIEMPO

Los 'mitos urbanos' de la parapolítica

Por: GUSTAVO DUNCAN

El Tiempo

27 de Enero de 2011

El académico Gustavo Duncan hace un análisis de 4 puntos polémicos de este fenómeno.

Ahora que la parapolítica comienza a ser parte del pasado, es tiempo de reflexionar sobre lo ocurrido sin tantas pasiones. Una forma peculiar de hacerlo es utilizar la analogía de los 'mitos urbanos' para descifrar qué tanto hay de cierto y qué tanto de mentira en las percepciones de la opinión pública. Aquí me aventuro con cuatro mitos:

Mito 1: Los paramilitares eran sólo una herramienta de élites más poderosas.

Falso. Este es un mito generalizado dentro de la izquierda colombiana. Ciertamente, políticos, empresarios, militares y demás miembros del establecimiento han mantenido algún tipo de alianza con narcotraficantes y ejércitos privados. Y puede ser que en sus inicios algunos de ellos hayan participado activamente en la organización de estos grupos. Sin embargo, ya para mediados de los noventa los paramilitares no eran una marioneta de nadie, sino que eran un poder per se. Don Berna, Macaco, Mancuso, Jorge 40, los hermanos Castaño y demás comandantes, habían organizado poderosos ejércitos de varios miles de hombres. Disponían de fortunas que fácilmente superaban los centenares de millones de dólares. Y más importante aún, se habían convertido por esfuerzo propio en el estado local. Eran ellos quienes cobraban impuestos y administraban la ley en muchas regiones. ¿Por qué entonces les iban a regalar semejante poder a las élites tradicionales?

Más bien habría que indagar las razones por las que los paramilitares tuvieron que realizar concesiones de poder a las élites tradicionales y en qué consistían estas concesiones de acuerdo al poder de las partes. En el plano regional, donde estas alianzas fueron más visibles y sólidas, los motivos giraban alrededor de la necesidad de protección y recursos por parte de los sectores tradicionales. Si se era un político de provincia, las posibilidades de tener éxito en el juego electoral eran muy estrechas si no se contaba con el respaldo del grupo armado que controlaba la zona.
Si el candidato y sus colaboradores no eran asesinados, los potenciales seguidores eran amenazados o simplemente se presionaba a quienes contabilizaban los votos para alterar los resultados. No hay que olvidar, además, que la guerrilla había creado una situación insostenible para las clases altas locales. Terratenientes, comerciantes y demás notables de provincia no tenían más opción que acoger a los paramilitares para salvarse de un secuestro o de un destierro seguro. La existencia de un enemigo común, la guerrilla, facilitó estos acuerdos.

De otra parte, las economías locales no tenían como convertirse en un contrapeso a las inyecciones de recursos que traía el narcotráfico. Ningún empresario legal estaba en condiciones de financiar un candidato competitivo. La clase política local debía pactar con los poderes emergentes para poder tener algún chance en las elecciones. No se trataba de un dilema de honestidad. Desde mucho antes los políticos robaban sistemáticamente del presupuesto público para financiar sus campañas y lucrarse. Pero ahora los costos de las campañas se habían disparado porque con los nuevos recursos el clientelismo se había expandido hasta la entrega de electrodomésticos. Quien no tenía acceso a esa fuente adicional de recursos, simplemente no era competitivo.

¿Qué recibían los paramilitares a cambio? Paradójicamente Colombia es un estado fuerte. La crisis de seguridad de los últimos 30 años no ha puesto en riesgo la existencia de las instituciones democráticas. Para poder convertirse en el poder local se necesitaba establecer alianzas con quienes ocupaban las instituciones locales. Un paramilitar con un ejército de miles de hombres sin algún tipo de acuerdos con los gobernadores, los senadores y los organismos de seguridad de una región inevitablemente se iba a encontrar en una situación de enfrentamiento con la institucionalidad. Era imposible que cuando una patrulla de cien soldados se topara con un comando de otro tanto de paramilitares el resultado no fuera catastrófico sin la existencia de cierta coordinación entre las partes.

En el caso de las élites nacionales, la situación era muy diferente.
La clase política, los empresarios, los medios de comunicación y la ciudadanía en su conjunto sí tenían como hacer contrapeso a los narcotraficantes y a los ejércitos privados. Sin embargo, nunca optaron por una estrategia decidida en contra de los paramilitares.
¿Por qué? A mi modo de ver porque implicaba unos costos políticos y económicos que no estaban dispuestos a asumir. ¿Si se reprimía el narcotráfico quién iba a pagar el deterioro de las economías locales? Ni los grandes 'cacaos' ni la clase alta y media de las grandes ciudades estaban dispuestos a transferir más recursos a unas élites de provincia que se habían probado corruptas e ineficientes.

Y aún suponiendo que se hubiera reprimido la economía ilícita y no se hubiera hecho mayor cosa por el bienestar de las regiones, existía otro costo imposible de asumir. La arremetida paramilitar de finales de los noventa y principios del dos mil significó un alivio frente a la expansión de la guerrilla. En últimas, quien pagó gran parte de la cuenta de cobro de la lucha contra la subversión en los momentos más álgidos de la crisis de Samper y la negociación de Pastrana con las Farc fue el narcotráfico. De otra manera las élites del centro hubieran tenido que recurrir a su bolsillo para evitar un deterioro aún más dramático de la seguridad. De allí que el auge paramilitar que condujo a la parapolítica tuvo su principal explicación no en la organización de ejércitos privados por las grandes élites de Colombia, sino en la delegación del poder regional a narcotraficantes y ejércitos privados. La clase política investigada por la parapolítica fue aquella que sirvió de mediadora en la delegación de dicho poder.

Mito 2: La parapolítica fue el resultado del enfrentamiento entre Uribe y las Cortes. Por lo tanto, la parapolítica nunca existió.

Cierta la primera afirmación, falsa la segunda. Nadie podría negar al día de hoy que Uribe y los magistrados de la Corte Suprema mantuvieron un pulso de fuerza durante la mayor parte de sus ocho años de Gobierno. Tampoco podría negarse que la estrategia de ambas partes consistió en deslegitimar a su oponente al denunciar la existencia de vínculos con actores ilegales. El problema estaba en que la mayoría de los casos estos vínculos no eran la invención de unos jueces con ansias de conspirar, sino de una realidad que se desbordaba.

No iba a ser muy difícil para cualquier investigador judicial que hiciera su trabajo de manera juiciosa tropezarse con los hechos.
Las cifras electorales, los testimonios y las pruebas materiales sobraban por una razón simple: el oficio de la política en las regiones colombianas estaba atravesado por las armas y recursos de origen dudoso. Bastaba que alguien se sintiera amenazado, traicionado o interesado en algún beneficio judicial para que las pruebas afloraran. Rafael García, 'Pitirri' y 'Tasmania' son el ruido de una realidad que no podía seguir permaneciendo oculta a la opinión.

El paso siguiente y obvio de la Corte fue utilizar las pruebas para responder las andanadas de Uribe. En ese sentido fueron bastante efectivos para resquebrajar la colectividad política que soportaba al Gobierno nacional. Pero no hay mayor evidencia que dé a pensar que el grueso de las investigaciones de la Fiscalía y la Corte sean parte de una conspiración. De hecho, las evidencias de una conspiración apuntan más hacia el Gobierno de entonces. Las chuzadas del DAS, el montaje de 'Tasmania' contra el Magistrado Velázquez y la filtración a Semana de la falsa asistencia de Ascencio Reyes a la posesión del fiscal Iguarán no dejan lugar a dudas. Pero aún suponiendo que las acusaciones del ejecutivo contra la rama judicial sean ciertas, éstas no niegan la existencia de la parapolítica. Al contrario, reforzarían la tesis de que en Colombia el narcotráfico y los ejércitos privados son actores fundamentales dentro de las instituciones del país.

Mito 3: Las confesiones de los paramilitares obedecieron a una venganza de delincuentes que se sintieron traicionados.

Cierto, pero no por eso lo que contaron es falso. La traición efectivamente existió porque los vínculos con los políticos fueron un hecho real. La clase política había establecido unos parámetros básicos de negociación con los paramilitares en el marco del proceso de paz. A cambio de no delatar sus vínculos en el proceso de Justicia y Paz, la clase política debía garantizar su inserción en la legalidad bajo unas condiciones convenientes a los jefes paramilitares. Pero las premisas del acuerdo eran muy volátiles. El riesgo de que otras fuerzas sabotearan cualquier intento de encubrir a los políticos y la necesidad de continuar delinquiendo para mantener su poder perfilaron un escenario en que las partes rápidamente iban a verse enfrentadas.

Apenas el Gobierno encarceló a los paramilitares en Itagüí, las chispas se convirtieron en incendios. Presionado por Mancuso, De la Espriella reveló el pacto de Ralito como una advertencia a la clase política. Pero ya no había punto de retorno. La Corte aprovechó la oportunidad y presionó a la Presidencia. Los nuevos testimonios sirvieron para profundizar la parapolítica. Las pruebas y las delaciones resquebrajaron la coalición política que respaldaba a Uribe. A medida que la justicia presionaba a los paramilitares en sus procesos para contar la verdad, las suspicacias entre las partes aumentaban. Los políticos pensaban que los paramilitares se iban a destapar en cualquier momento, mientras que los paramilitares vislumbraban que nada de lo prometido iba a ser cumplido.

Pese a todas las retaliaciones y desconfianzas, políticos y paramilitares pretendieron continuar los acuerdos. Si bien algunos jefes paramilitares como 'Macaco' habían decidido apostar sus cartas a la Corte, la mayoría continuaba del lado del Gobierno. Prueba de ello es la visita de Job a la Casa de Nariño. El objetivo de este encuentro era coherente con la premisa fundamental que llevó al acuerdo de paz de Ralito: a cambio de no desvertebrar el poder político de las regiones a partir de sus declaraciones a la justicia, los paramilitares recibirían beneficios en su tratamiento por el Estado. La diferencia estaba en que además había que deslegitimar a la Corte y en que las concesiones del Gobierno se reducían sustancialmente a lo pactado en sus inicios. Ahora la cuestión no era si cumplirían su pena por fuera de una prisión, sino en cómo iban a ser las condiciones carcelarias.

Pero nuevos acontecimientos hicieron que Uribe no demorara en doblar las apuestas y patear la mesa. Corrieron rumores de que los paramilitares estaban pensando tomar partido por la Corte. Una borrachera desafortunada de un abogado en La Picota prendió las alarmas en las huestes del Gobierno. El riesgo de que el resto de los paramilitares se fueran del lado de la Corte no dejaba mayores opciones al Presidente. La extradición podía ser riesgosa en el largo plazo pero quitaba de por medio un ruido que progresivamente minaba el capital político del gobierno. Las declaraciones de Uribe fueron contundentes cuando sostuvo que había extraditado a los 14 jefes paras porque se estaba cocinando una alianza siniestra entre legales e ilegales.

Desde sus prisiones en Estados Unidos, los jefes paramilitares han tratado de retomar su participación en el proceso. Sin embargo, hasta ahora es muy poco lo que han podido hacer para vengar la traición. Las declaraciones de Mancuso, el 'Tuso' Sierra y Don Berna tuvieron efectos mediáticos momentáneos pero sus repercusiones judiciales son mínimas en comparación con sus denuncias. Las amenazas a sus familiares, la debilidad de los mecanismos judiciales y, sobre todo, el poco interés de Estados Unidos por permitir que se afecte la reputación de los gobernantes de los países comprometidos con la extradición, no permiten consumar la venganza. Aunque no hay que olvidar aquel proverbio chino que dice que la venganza es un plato que sabe mejor frío.

Mito 4: El Presidente no sabía nada de las alianzas que se estaban tejiendo entre políticos y paramilitares.

Falso. Es fácil demostrar que Uribe estaba enterado de lo que sucedía en las regiones colombianas desde antes que la justicia emitiera decisiones al respecto. La defensa que realizó de Jorge Noguera ante los medios, la denuncia del alcalde de El Roble en un Consejo Comunitario, su posterior asesinato y el nombramiento de su presunto asesino en un cargo diplomático y, en general, el rechazo a los cuestionamientos de los miembros de su coalición de gobierno, demuestran que Uribe estaba enterado de lo que sucedía pero estaba más preocupado por mantener su gobernabilidad. ¿Qué otra conclusión puede sacarse cuando les pidió a los congresistas que antes de irse a la cárcel por la parapolítica le votaran sus proyectos?

En gracia de discusión, podría concederse que la realidad política de las regiones era un asunto que rebasaba a Uribe de la misma manera como lo había hecho con todos los Presidentes anteriores.
Es imposible en Colombia construir mayorías democráticas para gobernar si no se apela a una clase política que en las regiones ha desarrollado todo tipo de vínculos con narcotraficantes y organizaciones violentas. Y es seguro que los Presidentes, como animales políticos que son, saben muy bien cuáles son los intereses que en últimas mueven a los senadores, representantes y demás políticos profesionales que sostienen su gobernabilidad.

La diferencia está en el tipo de concesiones que se realizan con las colectividades políticas. Es normal que los Presidentes entreguen el manejo de cuotas burocráticas, espacios de poder institucional y hasta contratos públicos a cambio de mantener el respaldo de una colectividad política. Pero cuando la base de la colectividad que apoya al ejecutivo se encuentra cuestionada hasta el tuétano y el Presidente insiste en defender su legitimidad, la cuestión es más complicada. Quiere decir, ni más ni menos, que se está comprometido con esa forma de poder.
Gustavo Duncan, autor y profesor
Es politólogo con maestría en Seguridad Global de la U. de Cranfield. Profesor de Ciencia Política de la U. de Los Andes. Autor del libro 'Los señores de la Guerra', en el que analiza el fenómeno paramilitar. Es candidato a doctorado en C. Políticas de la U. de Northwestern.


sábado, 29 de enero de 2011

SÍ, BOGOTÁ NO ES EL CAIRO. PERO, ¡ QUÉ FALTA NOS HACE QUE LO SEA !

Miguel Angel Herrera Zgaib

miguel.herrera@transpolitica.org

La cosa está que arde, en Egipto. Y Mubarak responde diciendo que cambiará su gobierno, cuando la protesta identifica al presidente como el peor de los males, y señala que es él quien tiene que dimitir. Se enfrenta la verdadera excepcionalidad, la de los de abajo, en la calle, movilizados contra el toque de queda.

Y se incendian los cuarteles de policía en Suez y El Cairo por las multitudes en lucha consciente, y desde afuera, la administración Obama, cuyo gobierno ha apoyado 30 años de dictadura le canta la tabla al autócrata, anunciándole que le bajará la cuota de ayuda militar, que es superior a los mil millones de dólares anuales.

Soñando Colombia

De pronto me sentí en Colombia, pero, "curioso", lo que nos falta, nos faltaba eran las multitudes en la calle, antes y ahora. Y resulta que, más curioso aún, quien habla en público de democracia es el recién salido presidente, quien quiere adelantarse al temblor democrático que también recorre a Colombia.

Tenemos a la vista tres sensores, frente a tres censuras: los obreros del Cerrejón a punto de estallar la huelga frente a la voracidad de los explotadores de la minería en gran escala, mientras se cuentan 21 (32) obreros más sacrificados por el estallido del grisú en los socavones; los indígenas del Cauca insisten en que sigue el conteo letal de los "falsos positivos", mientras militares se fugan de las cárceles de alta seguridad, sin que el ministro de defensa se entere; y en la "pacificada" pero miserable Antioquia rural, el campesinado, con o sin el concurso de las guerrillas, se moviliza y concentra en Acandí para mostrarnos a todos su miseria real, después que la han gobernado, un liberal y un conservador, Alvaro Uribe y Alfredo Ramos.

Subalternidad e Imperio en la disputa

Como si fuera poco, los pequeños y medianos transportadores, quienes garantizan la movilidad de las mercancías, del trabajo cristalizado de la nación, se levantan contra los fletes, otra forma de "fleteo" vulgar. Claro, Bogotá, no es aun El Cairo, porque la gente, nosotros, no estamos en la calle, añadiéndole fuerza a la revolución democrática que ponga en su sitio a todos los corruptos en una operación de verdad pública, que sancione de forma ejemplar a una burocracia ladrona e ineficaz que se expresa con descaro en todas las ramas del poder público.

Lo ha advertido, desde afuera, el guardián imperial de Israel y Egipto, a través de una vocera que no es de poca monta, Hillary Clinton, la secretaria de Estado, restregando en la cara de los barones del capital, que todavía no habrá TLC, un placebo que obra en nuestras clases medias como una especie de "LSD", obnubilando conciencias. Mientras tanto, Barack Obama se pasea por el vecindario, y deja a los Ángeles y Santos de la tercera vía mirando un chispero.

Entre Mafuz y Santos

Ya no está Mafuz en Egipto, hurgando en la miseria de la tierra de los faraones. En cambio está Mohamed El Baradei, experto en explosiones atómicas, quien habla de democracia para la tierra de Moisés. Cuando la zarza está ardiendo, él aspira a suceder al penúltimo autócrata, después que colaborara a "la chita callando" con el desastre de Iraq. No tenemos en Colombia a un escritor que nos hable de nuestros subalternos, los pobres y miserables de Colombia hoy, que son millones, a la manera de Mafuz. Y se nos habla de prosperidad cuando la economía de los muchos, inundada de los pies a la cabeza, nos muestra que la verdad es otra. Y no se ve por ninguna parte el milagro de "la tercera vía".

En lugar del Nilo y su represa de Assuan, aqui tenemos un Magdalena desbordado, cuyos destrozos recurrentes alimentan a los patronos que se lucran de la miseria de sus "clientelas" que viven en sus riberas y ciénagas. Es el tiempo y la hora de desecar el pántano de la política, y apenas hay dos gobernadores que después de los llamados de urgencia de presidencia y procuraduría hayan dispuesto ejecutar los auxilios de rescate urgente a los más de dos millones de nuevos desplazados. Sí, Colombia, no es Egipto, pero qué falta nos hace seguir su ejemplo y el de Túnez, más temprano que tarde. Bogotá como Praga necesitan de la primavera !!!

lunes, 24 de enero de 2011

Conmemorando los 120 años del nacimiento de Antonio Gramsci

GUERRA DE POSICIONES, CONTRA-HEGEMONÍA Y AUTOGESTIÓN.

GRAMSCI Y LA NUEVA CIUDADANÍA DEL SUR

MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB[1]

miguel.herrera@transpolitica.org

Antecedentes históricos

Al comenzar la serie de los conversatorios de la Revista Ciencia Política de la Universidad Nacional, que también inició la indexación oficial que fija Colciencias para inscribir la producción intelectual y creación científica en el movedizo territorio de los saberes sociales; recreamos ahora el significado y sentido actual de la globalización enriquecida y abierta por el movimiento contra-hegemónico anticapitalista que se expresa en los gobiernos de izquierda de la segunda mitad del siglo XX.

Esta es una nueva época en la lucha de los grupos y clases subalternas, a doscientos años de la independencia suramericana y caribeña, 1809-2010, porque la primera la marcaron en las Antillas americanas los jacobinos haitianos, los afro-caribeños de Lovertoure y Petion. Así comenzó la gesta emancipadora en la región al sur del río Grande, cuando se afianzaba la primera mundialización del capital agotando el ciclo expansivo de las revoluciones burguesas.

En el 2010, hablamos de la tercera ola democrática de l@s de abajo, en respuesta creativa a la primera y segunda ondas largas de la mundialización del capital, que corresponden a lo que Marx teorizó como subsunción formal del proceso de trabajo por el capital[2]. Experimentamos en América Latina, en cambio, la globalización capitalista, es decir, el despliegue pleno y, por supuesto, antagónico y desigual de la subsunción real del proceso de trabajo por el capital. Con ella no desaparece sino que rearticula el espacio tiempo de la subsunción formal del proceso de trabajo que la antecede. Y este gigantesco movimiento tiene su contra-partida la movilización de los subalternos.


Guerra de posiciones global

Vivimos la época del dominio inmaterial sobre la sociedad de la cooperación, que con una cierta dosis de ironía histórica, Paolo Virno denomina el comunismo del capital,[3] donde pese a cumplirse el pronóstico tendencial hecho por Marx en los Grundrisse, no se realizó, sino que se aplazó el comunismo de los trabajadores, esto es, la autonomía y la auto-valorización del trabajo humano sin prescripción, predeterminación institucional alguna, como espacio tiempo de la disutopía.

El comunismo productivo, la nueva forja de cooperación humana, la producción biopolítica,[4] sigue aún, de manera perversa, bajo el control capitalista sujeto a una nueva forma de soberanía, que Hardt y Negri de modo polémico denominan Imperio en un primer volumen de la trilogía que comprende también a Multitud y el más reciente Common Wealth.[5]

Desde lo ya consignado, en su verdad, con la tercera ola democrática, se plantea la necesaria refundación del comunismo más allá de Marx, bajo las condiciones de una guerra global, que autores como Mary Kaldor, con otro horizonte analítico califican de nuevas guerras.

La refundación del comunismo también implica, por necesidad lógica e histórica, un descentramiento creativo de la figura de sujeto hegemónica, y del estado y el mercado capitalista que lo constituyeron en la fragua de varios siglos, a la que Marx alude en términos de la acumulación originaria del capital. En síntesis, me refiero al individuo social burgués, cuyo summun es el empresario, imprenditore del que habló Antonio Gramsci en Americanismo y Fordismo.

Este es un individuo que es sacralizado, cristalizado, abstraído simultáneamente en las figuras colectivas concomitantes de pueblo y nación, sin pasar por alto sus contradicciones y tensiones, su dialéctica propia. Para practicar así la religiosidad de voluntad general en lugar de la voluntad de todos, en donde el poder constituyente de la multitud, todos y cada uno, queda constreñido y disciplinado por la cárcel de las normas del poder constituido, un nuevo estilo de servidumbre humana.[6]

Es la vuelta de la multitud, que había irrumpido con vigor revolucionario durante los siglos XVI, en España e Italia, donde se proyecta vigoroso y aleccionador el pensamiento de Nicolás de Maquiavelo, quien reflexiona con agudeza en la derrota. Después en siglo XVII, sobre todo, en Holanda e Inglaterra, donde cuajó un laboratorio capitalista en medio de crudas guerras civiles, lo que Negri definió como la anomalía salvaje, donde toma cuerpo y sentido el pensamiento de Baruch Spinoza sobre el nuevo sujeto, la multitud y su institución ontológica, la democracia como gobierno absoluto.

La genealogía de la revolución pasiva

¿Qué tiene que ver todo lo dicho con Antonio Gramsci? Cuando su fallecimiento ocurrió en 1937, a un año de salir de las cárceles fascistas. Consumieron su libre movimiento por más de un decenio, pero nunca su potencia reflexiva en un abyecto constreñimiento, doblado por el aislamiento que practicó sobre él comunismo internacional liderado por Stalin, agenciado por su secretario Palmiro Togliatti.

La guerra de posiciones y la revolución pasiva se relacionan con el modo cómo Gramsci pensó las revoluciones proletarias en el siglo XX, en particular, del modo cómo entendió más allá de la existencia física de Marx sus hieroglifos sobre el específico tópico de la revolución burguesa y proletaria. Esto se fraguó en las intensas deliberaciones tenidas por el cerebro colectivo que pensó la revolución en Occidente, posibilitadas por el triunfo en Rusia, a instancias del Konmitern.

Gramsci etiquetó sus insights, sus intuiciones, en la ecuación Oriente y Occidente, para reconocer que la sociedad civil moderna en ambos escenarios hacía una gran diferencia; que el desarrollo capitalista tenía rasgos singulares en ambos lugares. La de Oriente era una sociedad civil gelatinosa, en relativa formación, donde la sociedad capitalista no estaba plenamente establecida, puesto que había una inmensa masa de campesinos recién liberados de las cadenas de la servidumbre. Otro cantar era en los países europeos, y en los Estados Unidos de América, que inspiraron sus reflexiones del Cuaderno Americanismo y Fordismo.

Marx plasmó in nuce, de modo breve, la intuición de la hegemonía, de la dirección proletaria, y su carácter en las páginas dedicadas a las luchas de clases en Francia. En particular, su célebre fascículo, El 18 Brumario de Luis Bonaparte es ilustrativo al punto. Pero, más definitivo aún, es el modo temprano cómo Marx y Engels definieron el peculiar carácter revolucionario del capitalismo como un todo. Tal y como aparece en el Manifiesto Comunista (1848), que es una suerte de contra-revolución permanente en marcha, al confrontarse con las luchas proletarias de liberación del capital y contra los yugos coloniales, según la especificidad de los entornos de la cadena imperialista.

Sobre el particular es ejemplar como resumen el escrito de Antonio Gramsci, Análisis de situaciones, relaciones de fuerzas, pensado para la escuela de cuadros que intentó motivar en los primeros años de su encarcelamiento, a partir de 1929. Allí, él sintetiza de manera creativa, su experiencia internacionalista de Viena y Moscú, donde tuvo una cura de salud, encontró y conquistó al amor de su vida, la pianista Julia Schucht.[7]

Gramsci nos define dos tipos de revoluciones, la revolución desde abajo, activa con la participación directa proletaria y nacional popular, y la revolución pasiva, desde arriba, el conformismo del capital, que todo cambie para que todo siga igual, que reedita creativamente la experiencia del Risorgimento italiano, el modo como Italia se hace a la mar del capitalismo en forma tardía. A la vez que hace un ejercicio de síntesis de una revolución burguesa clásica, la francesa, mostrando el corte de clase que la periodiza, marcada por la rivalidad epocal entre proletarios y burguesas, en el evento de la Comuna de París. Es, ni más ni menos, que el finiquito de la experiencia jacobina, la onda larga de su expansión.

Después cambiará de eje, en el espacio tiempo, serán los Estados Unidos de América, el republicanismo de la propiedad en expansión, ajustadas las cuentas de su guerra civil, que tome la batuta de la revolución burguesa como renovada forma de revolución pasiva. Al tiempo que pone fronteras al carácter expasivo de la revolución suramericana, cuyo primer boicot internacional es la confrontación en la Anfictionía de Panamá entre Bolivarismo y Monroismo, en 1826.

Es a la manera de la revolución pasiva, inmortalizada por la novela el Gatopardo del Príncipe de Lampedusa, y en Colombia por los escritos periódicos de Rafael Núñez, bajo el nombre de Regeneración, que es la contracara del Federalista estadounidense, el modo, digo, como la revolución de los de abajo, los afro, los criollos, mestizos y sectores indígenas es domada, primero, con la derrota de la liberación plena de los esclavos, que sólo ocurre hasta 1853, y luego con el aplastamiento de las sociedades democráticas que llevaron al gobierno por unos meses al general José María Melo.

Regeneración y Republicanismos

En Colombia, la gran revolución pasiva corresponde al periodo de la Regeneración, denominada por Fernando Guillén Martínez, el primer Frente Nacional. Dicho de otro modo, es la armonización de intereses entre las oligarquías, que representan a las clases terrateniente y burguesa comercial, que dan vida al capital financiero y los incipientes procesos de industrialización.

Así se marcan los 100 años del republicanismo oligárquico autoritario tout court colombiano, que culmina con la presidencia de Carlos E. Restrepo, el primer centenarista en el gobierno del incipiente capitalismo nacional, quien entroniza la institución de la acción de inconstitucionalidad en la Constitución de 1886.

Dicho lo cual, volvamos a la arena mundial, marcada por el triunfo de la primera revolución proletaria, la revolución rusa, en la que encuentra principio de solución la cuestión social, a lo cual también se ha referido Hannah Arendt, al estudiar el carácter moderno de la revolución, un nuevo vocablo que le da nombre a un acontecimiento, la revolución como origen, y a la guerra revolucionaria como medio adecuado a este fin, que doma la supuesta necesidad de la separación entre ricos y pobres, que en la situación de Francia no tiene un tratamiento constitucional, al modo del documento We the People, para los padres fundadores, sino a través de una sangrienta guerra civil que ajusta cuentas con el Ancient Regimen, y conduce al cadalso al despistado rey Luis XVI, quien pensaba que era una revuelta y su ministro, que en cambio la llamaba una revolución restauración, una suerte de revolución pasiva.

Pero se trataba de otra cosa, se afectaba la estructura misma de la propiedad fundiaria, se ponía en entredicho el régimen ancestral de la propiedad, que trató de fijar de una vez por todas el Código de Napoleón en Francia, y entre nosotros Andrés Bello, del cual aun esta la impronta en nuestro Código Civil, que sobrevive a la Constitución de 1991.

La nueva época nació y se extiende desde los fabulosos años 60, cuando el trabajo alienado, esto es, las figuras del obrero industrial y el trabajador social, la nueva sociedad de la posguerra protagonizaron una doble experiencia de liberación colectiva: la autonomía y la auto-valorización. Así, los trabajadores, los pobres y jóvenes le quebraron dos vértebras al orden del capital, en una década de insurrección callejera y contra-cultura en las cuatro esquinas del mundo, dándole sepultura al corto siglo XX.

Qué mejor que este bautismo laico ocurra con una reflexión plural que se centra en el legado filosófico práxico de Antonio Gramsci, en un país y época en que la profesión de ateísmo sonroja y torna intolerantes y confesos no sólo a figuras de la política y la academia, como Antanas Mockus, Gustavo Petro, quien se reclama eso sí, seguidor de la teología de la liberación, y de la opción preferencial por los pobres, desde sus años mozos.

Es una pandemia que en tiempo de elecciones ataca a tantos “colombianos de bien”, quienes provienen del variopinto reservorio de la robusta por número pero filistea y conservadora clase media colombiana, de la que el actual procurador de la nación es su heraldo negro, haciendo uso de la licencia poética que mi otorga el gran poeta peruano César Vallejo, un confeso socialista admirador de Marx.



[1] Profesor Asociado, Unal. Catedrático Maestría en Estudios Políticos, U.Javeriana. Director del Grupo Presidencialismo y Participación, Colciencias D/Unijus B. Director Proyecto Seminario Internacional Antonio Gramsci. Hegemonías y Contra-hegemonías en la Región Andina y el Caribe, 2007-2010.

[2] Ver el capítulo VI inédito, que hace parte de los Grundrisse (Borradores), objeto de discusión de marxistas italianos, alemanes, franceses e ingleses en la década de los sesenta. Ver al respecto, Negri, Antonio. Marx, más allá de Marx. Tronti, Mario. La autonomía de lo político. Roldosky, Roman. Génesis y estructura del capital, entre otros.

[3] VIRNO, Paolo. Diez tesis en: La gramática de la multitud. Consultar el sitio Rebelión en internet, en la sección de libros.

[4] Repasar la secuela de revisiones que comprenden la lectura crítica de lo hecho por Foucault y Deleuze en particular, Parte 1. Constitución Política del Presente, 1.2. La producción biopolítica, en: Imperio. Ediciones desde abajo. Bogotá, noviembre 2001, pp: 65-82.

[5] HARDT, Michael, NEGRI, Antonio. Common Wealth. Belknap/Harvard Universitiy Press. Cambridge, 2009.

[6] Una condición advertida lúcidamente por Etienne de La Boitie al comenzar el siglo XVI, y publicitada por su amigo y corresponsal Miguel de Montaigne.

[7] Inmortalizada por las cartas que le escribiera Gramsci. Recopiladas como volumen en Cartas a Yulca

domingo, 23 de enero de 2011

A CIENTO VEINTE AÑOS DEL NACIMIENTO DE ANTONIO GRAMSCI

Una sentida nota de Francisco Hidalgo, quien nos escribe desde Quito

Permítanme compartir con ustedes un pequeño homenaje en este 22 de enero del 2011, al conmemorarse el 120 aniversario del nacimiento de Antonio Gramsci.

El biografo Ruggero Giacomini nos dice: "Gramsci nacio el 22 de enero de 1891 en Ales, provincia de Cagliari; cuarto hijo de siete, de una familia relativamente acomodada que se viene a menos cuando su padre es arrestado...".

Sin duda uno de los personajes más notables del pensamiento marxista europeo del siglo XX, con una importante incidencia en las izquierdas latinoamericanas, y un legado que tiene mucho que decirnos en estas primeras decadas del siglo XXI.

Aspiro a que podamos organizar un evento público, en el mes de marzo en la Universidad Central, pero mientras tanto comparto una pequeña pieza de música y poesía, que está realizada con mucho cariño y respeto.

Se trata de la musicalización de la carta de Gramsci escrita en julio de 1929, conocida como "La rosa de Turi", escrita a Tania Schult.

Es una versión muy actual de fusión con ritmos mediterraneos, por el grupo libanes Radiodervish y la voz extraordinaria de Nabil Salameh.

Ustedes la pueden apreciar y disfrutar accediendo a Youtube, en la siguiente direccion:
Radiodervish Rosa di Turi

www.youtube.com/watch?v=WqeNa0GA9wg


Tambien una nota más explicativa del grupo y de esta interpretacion en la siguiente direccion de internet:

blackandwhite.blogosfere.it/2007/03/antonio-gramsci-la-rosa-di-turi.html


Ambas versiones se encuentran en italiano, pero aspiro que para la mayoría de ustedes no habrá mayor dificultad.

Es una carta escrita en una situación muy compleja de la vida de Antonio Gramsci y su lectura nos muestra su enorme fortaleza humana, ante una situacion extremadamente adversa.

Entre otras cosas dice:

"En el tercer año (de prisión) la masa de estímulos latentes que cada individuo trae consigo de la libertad y la vida activa, comienza a extinguirse y queda aquel indicio de voluntad que se agota en las fantasias sobre grandiosos planes jamás realizados... Por cierto, sabes, la rosa revivió completamente; de repente empezó a sacar botones, luego hojas hasta quedar totalmente verde... De todos modos la planta si se dio y el año que viene con toda seguridad tendra flores, ni siquiera esta excluido que este mismo año salga alguna rosita sumamente timida...; en fin, desde que el espacio ya no existe para mí, el tiempo me aparece como una cosa corpulenta".

Ese mismo año (1929) esta escribiendo el primero de los Cuadernos de la Carcel.

Un personaje maravilloso e increíble, al cual vale la pena rendir homenaje en nuestro país.

Fraternalmente,

Francisco.

martes, 18 de enero de 2011

DEBATE SOBRE EL CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO

Este es un texto que lidia con la teoría, la autora es Sasan Fayazmanesh, y es publicada por la prestigiosa Punch. Es una información facilitada por el colega Oscar Delgado, de la Universidad del Rosario, un gran escrutador de la producción intelectual internacional y nacional cotidiana. N de la R.


Waiting for a New

Economic Theory

By SASAN FAYAZMANESH

Sasan Fayazmanesh is Professor Emeritus of Economics at California State University, Fresno. He is the author of Money and Exchange: Folktales and Reality (Routledge, 2006). He can be reached at: sasan.fayazmanesh@gmail.com.

CounterPunch

December 21, 2010

Economic theories, for the most part, have emerged in response to particular social situations or governmental policies.

For example, Francoise Quesnay’s 18th century Tableau Economique came into being in reaction to the plight of the French peasantry, excessive taxation, and government regulation that followed mercantilist teachings.

Adam Smith’s “invisible hand” theory similarly appeared as a response to mercantilist restrictions. It also corresponded to the early stages of the Industrial Revolution, when inventions and innovations made England relatively prosperous.

Thomas Robert Malthus’s population and glut theories emerged in the midst of the Industrial Revolution, when migration of peasants to the cities, unemployment, and poverty became rampant.

Karl Marx’s version of the labor theory of value was a response to the revolutionary movements in 19th century Europe, as exemplified by the 1848 uprising and the 1871 Paris Commune.

John Maynard Keynes’s “general theory” was developed in the midst of the Great Depression and was a response to the laissez faire economics and policies that prevailed at the time.

It is too early to see if the recent economic crisis—which started in the financial sector of the economy and spread to the productive side—will produce any novel theories.

What we have seen so far is different economists reciting some old theories and advocating corresponding remedies. This is exemplified by three groups of economists, ranging from the most ardent supporters of laissez faire to those who see no future for capitalism.

The free market advocates still fall back on the marginalist or “neoclassical” theories that have dominated economic teaching since the end of the 19th century (the term “neoclassical” is a misnomer, but it is widely used).

This unreal, a-historical theory started not with analyzing any real economy or human behavior, but with certain concepts in mathematical physics. The marginalists’ bizarre point of departure then led to a peculiar concept of the market that the proponents of laissez faire found quite useful. A market in this theory consists of two curves, a supply curve and a demand curve. “Equilibrium price” is where these two curves meet. Left alone, all such markets will self-adjust and bring about the equilibrium price.

This holds for the “labor market” as well, where the equilibrium real wage will bring about full employment. It also holds for the so-called capital market, where the interest rate is determined. Given this self-adjusting mechanism, anything that interferes with the market, such as government or central bank intervention, is considered to be undesirable.

Government deficit spending merely results in higher interest rates, and monetary policy ends with price changes, particularly inflation, if the money supply increases. In either case, the “real variables,” such as the level of employment or real output of goods and services, remain intact. In this happy, serene world there is never any crisis, especially a monetary crisis.

Actually, in such a world there is no need for money, since all variables are real and money is just a “veil.” Also, in this tranquil and trouble-free land there are no classes, no workers no capitalists; there are only consumers and producers, getting along happily ever after.

When the current crisis began and the capitalist world economy appeared to be on the brink of another disaster, the proponents of the neoclassical theory trembled at first.

They retreated and abandoned their usual arguments concerning the glory of unfettered markets. However, now that falling into the abyss of another depression appears less likely, they are back to the theories of leaving the market alone, reducing taxes for the captains of industry and finance and cutting spending when it comes to the working class.

At odds with these free marketeers are various shades of economists whose roots can be traced to Keynes. Keynes clearly saw the incompatibility between the neoclassical theories and the real world, particularly during the Great Depression.

He criticized certain laissez faire aspects of these theories and ultimately advocated for fiscal and monetary policies. Yet, since he was educated in the same neoclassical school, his criticism of these theories was halfhearted and did not shake the foundation of the school.

A few critical notes at the beginning of The General Theory of Employment, Interest and Money (1936) were followed by some theories that were incomplete, underdeveloped and ambiguous.

The result was many possible interpretations of his theories and their ultimate subsumption under the “neoclassical synthesis,” a combination of the old-fashioned neoclassical theories, called microeconomics, and Keynesian theories, called macroeconomics. This hodgepodge of theories became, and continues to be, the regular staple of economics students.

The ambiguities and lacunae in The General Theory also allowed for very different policy prescriptions. Take, for example, Keynes’s theory of the “multiplier,” a theory that looks at the stimulating effect of spending, particularly government expenditures, on output and employment.

The theory was ambiguous enough when Keynes borrowed it from another economist, R. F. Kahn, but Keynes added to the ambiguity by stating:

If the Treasury were to fill old bottles with banknotes, bury them at suitable depths in disused coalmines which are then filled up to the surface with town rubbish, and leave it to private enterprise on well-tried principles of laissez-faire to dig the notes up again . . . there need be no more unemployment and, with the help of the repercussions, the real income of the community, and its capital wealth also, would probably become a good deal greater than it actually is.

This seemed to imply that it made no difference if government spending was on useful things or wasteful things. Actually, a number of other comments in The General Theory support this indifference. For example, just before the above passage Keynes simply stated: “Pyramid-building, earthquakes, even wars may serve to increase wealth, if the education of our statesmen on the principles of the classical economics stands in the way of anything better.”

Such statements made “military Keynesianism,” or warfare, an acceptable form of economic policy. To this day, the followers of Keynes are unclear as to whether going to war is good for the economy and a stimulant or bad for the economy and a drag.

Thus, we see some individuals advocating the start of yet another war in the Middle East as a way to rescue the US economy and some opposing the wars already in progress by pointing out their overall costs and how such costs are destroying the economy.

In addition, the silences in The General Theory allowed for the simultaneous existence of different types of Keynesian economists.

Even though all such economists agree on the need for fiscal and monetary policy, they do not agree on the limit of such policies and the exact method of pursuing them. For example, liberal Keynesians—such as the “Post-Keynesians” who try to distance themselves from the neoclassical teachings—and conservative Keynesians—such as the “New Keynesians” who are quite eclectic in their theories—are often at odds with one another as to how high the deficit can go or what steps the Federal Reserve System should take.

They also disagree over such matters as how much regulation the financial sector of the economy needs. Yet, the squabbles between different types of Keynesians are quarrels within the family. All Keynesians, similar to Keynes, believe in saving capitalism from itself; reform, and not revolution, is their aim.

This brings us to the Marxist economists who, when it comes to solving the ills of the capitalist society, believe in revolution and not just reform.

For these economists a little more or a little less deficit spending, or tinkering with the money supply, will not solve the long-term problems of capitalism, particularly when it comes to the current worldwide economic crisis. Neither would the financial woes of the capitalist economy be solved by more regulation.

In their arguments, most Marxist economists fall back on Marx’s mature writings, particularly his Capital, the first volume of which was published in 1867.

Setting aside the fact that Marx’s economic project was never finished and that his labor theory of value has always been the subject of controversy, Marx’s work is one of the few economic writings that actually tries to address the issue of economic crises. In Capital there are two major theories of crisis, one cyclical and another secular.

The first deals with disproportionality or imbalances between different sectors of the economy, that is, between the sectors that produce “capital goods” and “consumer goods.” Marx’s second theory deals with the tendency for the rate of profit to fall over the long haul.

However, neither of these theories explains the current economic crisis. It is, of course, true that in Marx’s theory of capitalist economy money plays a central role in production and could therefore cause crisis at various moments.

But, there is no detailed and comprehensive theory of money and credit in his theory that would enable us to deal with modern monetary problems.

Of course, one should not expect theories that were developed in the middle of the 19th century to explain unique economic crises in the 21st century. This is particularly true if one believes, as any good Marxist economist should, that capitalism continuously evolves and poses new problems.

Thus, any theory trying to explain an evolving economy must itself evolve and grow. That, however, does not appear to be the case when it comes to Marxian economics. Very little has changed in this field since Marx wrote his Capital, as is evident from various books that have been recently published by Marxist economists, as well as the discussions and debates that are going on between these economists.

There is another major problem with the application of Marx’s theory to the recent economic crisis. Given the period in which it was written, Marx’s Capital was not about reform, but was about revolution, a socialist revolution.

The work was meant to sound the death knell of “capitalist private property,” the expropriation of “expropriators.” And the sound was supposed to be heard in the most advanced capitalist country, where forces of production had grown so much that they were no longer compatible with the relations of production. Presumably, this would have been England, where the workers would have established the first socialist economy.

What a socialist economy might look like, however, was never delineated by Marx beyond a short and vague sketch in the Gotha Program written in 1875. Such a revolution never happened, and a socialist society was never established (setting aside, of course, the Russian Revolution of 1917, when in a relatively less developed country some revolutionary intellectuals, in the name of workers, came to power and presumably established “state capitalism”).

Nearly a century and a half later, there is no sign of workers’ uprisings in any part of the globe, particularly in advanced capitalist countries.

We also have no idea, beyond that discussed in the Gotha Program, what a socialist society might look like. Thus, waiting for the working class to rise, put an end to a chronically sick social system, and establish a new order does not appear to be feasible in the near future, unless one has a strong set of religious beliefs, as some “Marxists” do.

What is to be done? Should we leave the markets alone, as marginalist economists argue, even though we know that their two-curve markets have never existed and, historically, when markets were left alone they always fell into crisis?

Or should we rely on increasing budget deficit and easy money policy to get us out of the present economic conundrum, as Keynesians advocate?

In the latter case, which Keynesians should we listen to and why, knowing full well that none of the renowned Keynesians of our time predicted the 2008 crisis that brought the US economy to the brink of depression? Or should we wait and hope for workers’ uprisings to end the ills of the capitalist economy once and for all, as some Marxist economists are still hoping for, even though there are no signs of such uprisings anywhere in the world?

It seems that none of the prevailing economic theories provide a viable option for understanding and dealing with the current economic woes. Looking back at the history of economic thought and emergence of new theories at particular historical conjunctions, one can only hope that the current worldwide economic slump will generate new ways of thinking and new theories.

The above essay was prompted by a conversation at a dinner party. The author was asked by some non-economist friends what he thought of the recent economic crisis and policy prescriptions. A short and simple verbal answer was hard to come by, particularly when one is busy eating and drinking.