viernes, 27 de septiembre de 2013

CONGRESO ALACIP, UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, BOGOTÁ
PONENCIA  PARA LA  MESA  UNIVERSIDAD JAVERIANA DE CALI.

TÍTULO:   

PAZ, ORDEN GLOCAL Y PENSAMIENTO DE RUPTURA

AUTOR: MIGUEL ANGEL HERRERA  ZGAIB
PROFESOR ASOCIADO, CIENCIA POLÍTICA, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA.
Emails: maherreraz@unal.edu.co, presid.y.partic@gmail.com  
    

Precisiones necesarias

                                        La ponencia que presento, Paz, Orden Glocal y Pensamiento de Ruptura, está enmarcada en un tiempo histórico cuya caracterización misma es objeto de enconada disputa, tanto por las escuelas como los estudiosos de la geopolítica. En particular, quiero fijar mi atención en las temáticas que se tejen en torno a dos conceptos relevantes: la paz y la guerra en su significación y proyección actuales, entendidos desde una perspectiva de ruptura teórico-práctica.

El horizonte inmediato lo marca el concepto y la praxis de la guerra asimétrica, y cuáles pueden ser la(s) alternativa(s) de paz. Más en concreto, me propongo establecer  si es, igualmente, posible pensar y actuar una paz asimétrica que  sobrepase a la guerra global en sus alcances locales. Tengo delante, en el inmediato presente, gravitando, los casos de Colombia, y de Siria. Estos son bancos de prueba para esta construcción conceptual que para nada está exenta de riesgos de todos los calibres.

Este esfuerzo reflexivo responde al interés investigativo y a la pasión política comprometidas en elaborar explicaciones desde y para el pensamiento de ruptura. Es  tarea de un programa de investigación de largo aliento que acompaña la presencia  disruptiva, autónoma de la subalternidad en  Colombia, que sacude, cuestiona el orden tradicional de la dominación desde una perspectiva democrática, cuando los de abajo, los que obedecen regularmente demandan participar  en todos los escenarios conflictivos del mundo.

En lo práctico,  lo urgente es aprehender  la singularidad de la coyuntura político-social por la que atraviesa Colombia toda vez  que  transita de la guerra que libró en clave de seguridad, durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez,  a la paz que demanda la prosperidad, conforme con lo que dispuso el nuevo presidente Juan Manuel Santos durante los tres años cumplidos por su gobierno.

Ambos propósitos nacionales se han auto-calificado  de “democráticos,” sin que en efecto lo sean. Tal atributo es un enunciado retórico que emboza, en verdad, una modernización tardía, donde la globalización capitalista es el fantasma que la encanta, y le fija su rumbo actual a la seguridad antes, y a la prosperidad ahora.

Aristas de  paz y pensamiento de ruptura

“...antes de la formación del mundo no había ningún origen, sentido, causa, razón sin fin. Niega toda teleología: sea racional, moral, política o estética. Añadiré que este materialismo no es el de un sujeto (sea dios o el proletariado) sino el de un proceso -sin sujeto- que domina el orden de su desarrollo, sin un fin asignable." Louis Althusser, entrevista de 1984, en: Elogio de lo Común. Cesare Casarino (2011), p. 274.

“Con el descubrimiento de las armas atómicas el tema mismo de la guerra había cambiado de naturaleza: la guerra amenazaba ser no ya un instrumento de poder…sino que corría el riesgo de convertirse en un instrumento de muerte universal, y por lo tanto de impotencia absoluta.” Norberto Bobbio (1992). El problema de la guerra y las vías de la paz, p. 11.
                   
                                                       Ahora, cuando el país se compromete de manera desigual en la cuarta negociación de paz,  con la conducción del gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla Farc-ep; después de tratados dos puntos de una agenda que contiene seis, la negociación de paz encara un punto de quiebre anticipado: cómo  refrendar lo que se acuerde en La Habana para hacerlo efectivo y vinculante para todos.

Esta es la coyuntura nacional, y, a la vez, es pertinente pensar la paz en el contexto de político glocal. Esta es una expresión acuñada en la década de los 80, cuando la globalización se afianza, y el Japón se expande comercialmente. El término le fue atribuido al sociólogo Ulrich Beck, quien lo difundió a través de sus informes y crónicas periodísticas, pero, la paternidad le corresponde a Roland Robertson, cuando trata los problemas políticos de la globalización.

Robertson fue profesor de sociología de la religión en la Universidad de Pittsburgh, y dio estatus a lo glocal, asignándole un lugar en los estudios culturales, tomándolo de la experiencia japonesa que tiene la expresión dochaku, que traduce “el que vive en su propia tierra”; y  refiere la incorporación a  la modernidad y la posmodernidad sin ceder en sus patrones culturales tradicionales.

Ahora bien, lo glocal tiene dos acepciones corrientes: una estrategia que emula con lo aprehendido por Japón, en el sentido de adaptar los productos, las mercancías a los entornos locales-nacionales para que los acepten y consuman.  La otra acepción, que es la que empleo para esta reflexión, corresponde a las redes sociales que son tejidas desde los ámbitos nacionales para realizar ejercicios de resistencia y desplegar acciones desde la sociedad civil contra los abusos de la globalización capitalista, contra la caótica injerencia, sin restricciones del capital financiero.

Esta “redificación” con centro en la sociedad se apoya en el imaginario de los D.H. y fortalece los poderes locales-civiles dentro de la globalización en procura de la democracia y  de consolidar una paz verdadera a escala planetaria.  

Para pensar el horizonte de lo glocal, tenemos, primero, como antecedente el escrito de Norberto Bobbio, El problema de la guerra y las vías de la paz (1979), que corresponde al primero de sus ensayos, donde propone la relación entre “la botella, la red y el laberinto”, para pensar las vías de la paz, recordando a Wittgenstein, para quien la tarea de la filosofía es “enseñar a la mosca a salir de la botella”.[1]

Así, Bobbio encarando la guerra atómica, acuña la expresión legibus soluta, carencia de leyes, para no sólo cuestionar la legitimidad de la guerra sino su legalidad. La guerra vuelve a ser, según él, la antítesis del derecho. En la parte final de su ensayo aboca críticamente lo que denomina tres formas de pacifismo activo, porque atienden en su orden a los medios/técnicas, las instituciones, y los hombres.  Y propone una elección racional tomando en consideración dos criterios, la practicabilidad y la eficacia.

Bobbio llega después a una conclusión dramática y realista a la vez: “ninguno de los caminos imaginados hasta ahora es en máximo grado, al mismo tiempo, practicable y eficaz.”[2] Él remata con esta observación: “Si no se me pide una previsión, sino solo una opinión, respondo que no soy optimista. Veo a mi alrededor solo pequeños grupos de hombres que se han liberado al fin de los mitos ancestrales de la fecundidad de la violencia y de la regeneración a través de la sangre. La ética de los políticos es aún la ética del  poder.”[3]

Colombia en la Liza

Hablando de políticos, tenemos en Colombia, el diálogo entre el presidente  Juan Manuel Santos  y Timochenko, mediados por sus respectivas delegaciones., en el caso de Colombia.  En el escenario de Siria, en cambio, la interlocución es directa entre las potencias nucleares, mediada la actuación individual por el Consejo de Seguridad como instancia global, y los congresos y parlamentos, según el caso, como instancia local-nacional.

 En la realidad, Estados Unidos, su gobernante, Barack Obama está sujeto a “la ética del poder”, en los términos indicados por Bobbio, y quiere hoy castigar el uso de armas químicas por el gobierno  de Bashar Al Asad en la guerra civil siria; mientras que, en Colombia,  el mismo gobierno manifiesta, mediando otro cálculo, su resuelto apoyo a la causa de la paz con la guerrilla, después de  asistir militarmente al país en la guerra irregular contra las guerrillas y las bandas del narco-paramilitarismo, con los fondos del Plan Colombia desde el año 1999.

Ahora bien, después de los años 90, el curso de la guerra ha mutado, y quiénes aparecen ahora como protagonistas. Frente al equilibrio nuclear relativo que atemorizaba al socialista liberal Norberto Bobbio,  tomó forma  una guerra asimétrica entre el terrorismo y la globalización, que tampoco tiene límites. Es lo que indican y teorizan dos militares chinos, Qiao Liang y Wang Xiangsui, en un libro escrito entre 1996 y 1999, que toma en cuenta la primera guerra del Golfo (1991), que probó una nueva integración tecnológica en el campo militar.

Para el año 2000, Antonio Negri y Michael Hardt publicaron Imperio, el primer volumen de una trilogía. Dicen de entrada que Imperio no es una metáfora, sino el concepto que define el régimen, no un Estado, que manda sobre el mundo civilizado actual, sin límites territoriales en su ejercicio soberano; y que tampoco reconocer límites temporales.

El nuevo orden que responde a la crisis del espacio político  presenta la forma paradigmática del biopoder, el poder que regula la vida social desde su interior, garantiza la producción biopolítica, a través de la sociedad de control, que se extiende fuera de los lugares estructurados por las instituciones sociales a través de redes flexibles y fluctuantes.[4]

 En suma, “… aunque la práctica del imperio  está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz –una perpetua y universal paz fuera de la historia.”[5]Este paradigma imperial es “capaz de funcionar como centro del nuevo orden mundial, ejerciendo sobre este una regulación efectiva y, cuando es necesario, la coerción.”[6]

El modelo imperial de autoridad lo definen dos coordenadas, el poder jurídico para decidir la excepción  y la capacidad para desplegar su fuerza de policía, al tiempo que penetra y reconfigura la ley doméstica de los estados-nación.[7] Y lo más relevante para esta reflexión, “la cuestión de la definición de la justicia y la paz no encontrará una solución real; la fuerza de la nueva constitución imperial no estará encarnada en un consenso que es articulado en la multitud.”[8] Esta multitud ha llamado al imperio, y lo desafía desde dentro ética y ontológicamente.

Los autores advierten en el prefacio que el libro  fue escrito entre el final de la guerra del Golfo Pérsico y  antes de la guerra de Kosovo. Después, ellos publican el segundo volumen, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio (2004), donde responden objeciones y aclaraciones sobre su trabajo inicial. En el prefacio que titulan Vida en Común, introducen el tema de “La posibilidad de la democracia a escala global,” y la llaman “el proyecto de la multitud”.[9]

Este proyecto democrático de la multitud antagónico con la guerra imperial, hace posible que aquí pensemos en una vía diferente a los dilemas planteados por el escéptico Norberto Bobbio, la vía de la paz democrática, cuyo despliegue supone de suyo una revolución democrática en la época de las revoluciones proletarias, inaugurando un nuevo ciclo, hasta la fecha inédito, pero de cuyo curso hay síntomas, no solo en Colombia, y en Siria, sino alrededor del globo.

Negri y Hardt advierten, que “la guerra siempre fue incompatible con la democracia… La guerra reviste hoy un carácter generalizado, asfixia la vida social y plantea su propio orden político…sepultada bajo los arsenales y los regímenes de seguridad de nuestro estado de guerra global.”
En materia de paz, ellos recuerdan el modelo de la Pax Romana, y lo descalifican cuando dicen, “lo mismo que en tiempos de la antigua Roma, es una paz ficticia, que preside un estado de guerra constante.”[10]

Los nuevos bárbaros

Pero, ¿quiénes son los nuevos bárbaros? contra quienes se libra esta guerra. Para Hardt y Negri, un nuevo sujeto es el antagonista: la multitud en quien radica la posibilidad actual de la democracia. Al mismo tiempo, ellos no sólo reconocen la condición ambigua de la multitud, como lo señala también Paolo Virno, en su emergencia presente, sino también establecen un desafío: “que una multiplicidad social consiga comunicarse y actuar en común conservando sus diferencias internas.”[11]

Es importante destacar también, que la multitud no es un sujeto identitario, tampoco es uniforme como las masas, así que sus diferencias internas, la pluralidad que la constituye debe producir “lo común”, donde la facultad del lenguaje, la capacidad genérica del habla…es más que un componente importante del trabajo inmaterial… constituye una de las claves para entender todas las formas que lo común adopta. [12]Por último, este común no es un retorno al pasado, esto es, “el común” de los espacios comunales precapitalistas,[13]sino que resulta de una interacción permanente de los individuos sociales en sus respectivos procesos de individuación que nunca se agotan del todo.

En el ámbito glocal  hemos reconocido la nueva forma de soberanía imperial  y la  nueva clase global, la multitud, que requiere y practica la autonomía como actor de “una sociedad global alternativa,”.[14] Conviene destacar, igualmente, que el segundo libro de la trilogía, Multitud fue escrito entre el ataque a las torres gemelas, el 9/09/2001 y la guerra de Iraq de 2003.

 Con los anteriores referentes conceptuales voy a  valerme de lo que denomino pensamiento de ruptura,  del cual daré los referentes que lo hacen posible y de qué manera está construida esta aproximación teórica desde el saber transdisciplinar de la política contemporánea, y que trazas encontramos en América Latina.

Conversando sobre rupturas

“La claridad de un texto es el único signo incontrovertible de la madurez de una idea.” Nicolás Gómez Dávila (1913-1994).
“…<> es una palabra que nos lleva sin rodeos a la problemática de lo común (el sustantivo latino conversatio a fin de cuentas proviene del verbo latino conversari: asociarse con, convivir, tener trato, comercio o familiaridad con alguien), y de este modo señala un conjunto de nociones y una historia por completo diferentes de las propias del diálogo platónico y posplatónico. Conversar es estar en común, producir lo común. “ Cesare Casarino (2012), A modo de prefacio, en: Elogio de lo común,

                                                           En América Latina partimos como provocación de la obra filosófica de un pensador conservador nacionalista argentino, Alberto Buela,  titulada Pensamiento de Ruptura (2008).  Este trabajo viene precedido por un conjunto de escritos a propósito del disenso, que él nutre con varios diálogos, en particular, con tres filósofos. Uno es el pensador peruano Alberto Wagner de Reina, fallecido en 2006, aventajado expositor de la filosofía de Martín Heidegger, autor de los  Ensayos de Disenso (1999), y con otros filósofos relacionados cuando dirigió  la revista Disenso (1994-1999).

Buela animó una experiencia geopolítica, alimentada por la metapolítica, en contacto con la actividad del sindicalismo de la CGT argentina. Desplegó una  lucha en pos de la hegemonía primero, contra el peronismo de izquierda, y después contra el “desvío” neoliberal de la segunda presidencia de Carlos Saúl Menem. La presencia intelectual estimula en tanto pensamiento conservador declarado, precisiones lógicas y argumentales sobre qué entiendo yo por pensamiento de ruptura, y para qué  sirve.

Buela asume una perspectiva católica y nacionalista, con la que quiere ajustar cuentas con la doxa liberal, masona y marxista. En particular, disputa con la promesa de la Filosofía de la Liberación de su coterráneo católico Enrique Dussel, radicado en México.

Buela la emprende también contra Pablo Guadarrama y su recopilación sobre la filosofía de Nuestra América por ser parcial, y parcializada ya que no da cabida al pensamiento conservador, reaccionario, o simplemente libertario. Buela lo prueba en uno de los apartes de su libro con un extenso listado de “rechazados”.

Pero, el verdadero motivador del  pensamiento de “ruptura” que Buela defiende es el intelectual francés Alain De Benoist. Ambos participan desde una perspectiva de derecha  por la disputa de la hegemonía cultural en el horizonte de la posmodernidad, signada por la guerra y la democracia globales.
Benoist en su tarea instrumentaliza el legado de Antonio Gramsci, con una operación de recuperación reaccionaria de su pensamiento contra-hegemónico, parecida, aunque diferente de la de Benedetto Croce ensayó con los escritos de Antonio Labriola acerca del materialismo histórico, que él definía en términos de una filosofía de la praxis, nombre que Gramsci recuperó para su tarea de reforma intelectual y moral al interior de la experiencia comunista de la primera posguerra.

Buela mismo, yendo hasta Platón se declara arkegueta (eterno comenzante) en guardia, en ruptura con la opinión, con la doxa reinante. Es un caballero católico que viaja en su cruzada intelectual, igualmente, al encuentro intelectual con otro filósofo conservador, Nicolás Gómez Dávila, este colombiano hacedor de aforismos que lo emparentan con el dispar legado de Lichtenberg, Ambrose Bierce, y Federico Nietzsche. De Gómez Dávila hay una muestra útil en el epígrafe que seleccioné como parámetro común para distinguir con rigor posible de qué ruptura trataré.

Gramsci, Hegemonía y Pensamiento de Ruptura

“La democracia de nuestro tiempo es el comunismo…La democracia ha pasado a ser un principio proletario, un principio de masas. Federico Engels, citado por Fernando Claudín, op. cit., p. 39.
                                              El pensamiento de ruptura implica un ejercicio hermenéutico, un saber que enfrenta para descifrar la forma ideológica de la realidad capitalista, porque no basta dar cuenta de la apariencia, describirla.

Este pensamiento  pone en cuestión la forma hegemónica, exige un análisis de la forma mercancía, un discurso que  fija la inmaterialidad de la plusvalía en su doble identidad histórica como valor de uso y como valor de cambio.

Así, es a la vez, con Gramsci el saber de las formaciones ideológicas. Gramsci es el precursor con su estudio de la hegemonía. Un resultado que él extrae in nuce de la experiencia leninista de la revolución bolchevique. A partir de escritos como Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, los Cuadernos Filosóficos, El capitalismo en Rusia, así como El imperialismo fase superior del capitalismo.

Ahora bien, la hegemonía proletaria representa el más alto nivel alcanzado por la filosofía de la praxis. Es una práctica contra-hegemónica que corona el segundo ciclo  de las revoluciones proletarias que va de 1871 hasta 1917.

Con la teoría de la hegemonía, no sólo se refunda la ciencia política, asumiéndola como saber social transformador, sino que simultáneamente se resuelve con él, en tanto concreción de la filosofía de la praxis, el misterio de la ley histórica de tendencia del capitalismo de libre competencia cuando alcanza su cota imperialista.

El nuevo sujeto proletario, heredero de los Communards parisinos, se crea la articulación entre la coyuntura nacional y la internacional, asociando a campesinos, soldados e intelectualidad, que hicieron posible el triunfo de la revolución en Oriente. Lenin va más allá de la estrategia anterior,  la revolución permanente pensada y actuada por Carlos Marx, Federico Engels, La Liga de los Comunistas y los animadores de la Primera Internacional en el periodo que se extiende entre junio de 1848 y la Comuna (1871).

No sobra  mencionar que la estrategia de revolución permanente está documentada como referencia en la Circular del Comité central de la Liga de los Comunistas:
“…nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no solo en un país sino en todos los países predominantes del mundo...”[15]

A comienzos del siglo XX, la revolución permanente “resucita” en el debate ruso, y los mencheviques la rechazan. Trotsky la convierte el eje estratégico de su pensamiento, basándose en Parvus, pero introdujo una variante: el proletariado ha de conquistar el poder desde el primer momento.

Por su parte, Lenin, en cambio, propuso el poder conjunto del proletariado y el campesinado, una dictadura democrática. Durante la revolución rusa de 1905, Plejanov, Martov y Lenin debaten. Él corrige el rechazo que los dos primeros hacen de un gobierno provisional con fuerzas burguesas y pequeño burguesas.

Según Claudín,  les aclara que Marx  no  podía prever “la posibilidad de una dictadura democrática revolucionaria de los obreros y campesinos…debido a que el proletariado  alemán era en la Alemania de 1848 relativamente más débil en todos los aspectos que el proletariado  en la Rusia de 1905.”[16]

Adicionalmente, en su escrito “Dos tácticas”, Lenin destaca el  pronunciamiento de Marx y Engels por una organización proletaria independiente. De ese modo tenemos documentados dos componentes capitales de la hegemonía in nuce, tal y como la entendió y desarrolló Lenin y la praxis bolchevique en el curso de las dos revoluciones en Rusia.

Pero las demás revoluciones fracasaron en Occidente. Hallándose en la cárcel a cuenta del fascismo, Gramsci realiza un deslinde para distinguir la revolución en Oriente, Rusia, con una sociedad civil poco desarrollada, de los otros países, donde la sociedad civil era robusta, apta para funcionar como casamata, como trinchera para la defensa del capitalismo, asaltado inicialmente por una ola insurreccional, un golpe de Estado en diferentes países occidentales.

Gramsci repiensa desde la cárcel, entre 1929-1935,  el curso que tuvo el proceso revolucionario conectando lo internacional y lo nacional en Italia, y haciendo aproximaciones comparativas con otros países capitalistas. Así, él elabora y consolida la categoría de hegemonía, que le permite analizar a la vez que pensar otro principio estratégico, distinto de la revolución permanente,  y su correlato político militar de la guerra de movimientos.

Él ahora propone, desarrollando lo dispuestos en los primeros cuatro congresos de la Tercera Internacional, librar una guerra de posiciones en el terreno de la democracia, y construir una propuesta contra-hegemónica del proletariado con los demás clases y grupos subalternos. Tal y como lo venía pensando antes de su arresto, en su escrito Acerca de la Cuestión Meridional (1926).

Materialismo aleatorio y  refundación de la política

                                                      Después del legado gramsciano, Althusser buscó primero teorizar la ruptura epistemológica y política conseguida por Marx. Primero, definiéndola en términos de una ciencia de la historia, un nuevo continente, la teoría de la práctica teórica. Luego,  él corrige este rumbo errático que lo condujo a postular para la ciencia de la historia la existencia de un objeto sin sujeto.

El nuevo giro epistemológico opera una nueva ruptura al interior del marxismo occidental, puesto que coloca a la Filosofía de la Praxis sobre sus pies, la acción política antagónica. Althusser reconoce que el marxismo no obra como una ciencia natural, más aun, no tiene objeto ni tampoco sujeto. Pero, la función de este nuevo saber, en cambio, es establecer los linderos históricos de los saberes sociales.

Althusser lo expresó del siguiente modo: “La filosofía es la lucha de clases en la teoría (no en la ciencia)”.  Antonio Gramsci, en cambio, habló de Ciencia Política, en lugar de Sociología al modo como lo practicara M. Bujarin.

Para Gramsci, la ciencia política refundada en términos de la hegemonía, supone, el análisis de situaciones, estudio de las relaciones de fuerzas, que implica dar cuenta de modo no determinista de las superestructuras complejas, la sociedad civil y la sociedad política, que cumplen la doble función de hegemonía (dirección)  y dominio (coerción). Lo cual hace posible el estudio de la existencia de un estado integral, un estado ampliado como forma política hegemónica en la modernidad capitalista posterior a la crisis del capitalismo de libre competencia.

Con esa perspectiva, Gramsci mismo hizo el más lúcido análisis del fascismo caracterizándolo como una forma de revolución pasiva, con la cual el capitalismo local-nacional respondió a las condiciones fijadas por el desenlace de la primera guerra imperialista, y el nuevo reparto del mundo entre las potencias triunfadores.

En una segunda etapa, espaciado por sus crisis, Althusser  formula la teoría del materialismo aleatorio, que rompe con las versiones doctrinales del Diamat soviético, y canónicas del materialismo histórico. Esta  operación de ruptura es una “conversión” de Althusser,  provocada no sólo por el anterior redescubrimiento de Antonio Gramsci, sino sobre todo desafiado por la comprensión de los acontecimientos revolucionarios del 68, en Francia y en el mundo, donde fueron los movimientos sociales de nuevo tipo, y no los obreros clásicos, los animadores de una frustrada ruptura revolucionaria.

Althusser efectúa la operación de ruptura epistemológica mediante  articulando  las lecturas de Spinoza con el marxismo, y haciendo a un lado la influencia manifiesta de Hegel. A distancia de la dialéctica, Spinoza demostró la inmanencia de todo lo real, el “deus sive natura”, le permite negar al hombre en tanto sujeto independiente de la realidad objetiva. Pero, el de Spinoza es aún materialismo metafísico, ya que establece la relación solo con la naturaleza y  no con la historia.

Althusser, a través de la pareja Freud/Lacan, avanza en sostener que no existe un sujeto de la historia, y se encuentra con la muerte del hombre que teorizó Michel Foucault, su discípulo en las jornadas de la Escuela Normal Superior. Así continúa Althusser la pars destruens de la obra de Hegel, quien por lo demás había  negado la existencia de un sujeto de la historia, un origen de la conciencia, haciendo protagónica en su lugar a la libertad, bajo la premisa que todo lo real es racional, y todo lo racional es real.”

Freud vino en auxilio de la demolición althusseriana. El psicoanálisis  establecía que la conciencia, el sujeto racional está determinada por condiciones externas a ella.  Este descubrimiento produjo una herida narcisista en el existir humano, un descentramiento que ilustra bien Freud en la siguiente cita de El yo y el ello:

“Si alguien sostiene la paradoja que el hombre normal no es tan sólo mucho más inmoral que lo que cree, sino también mucho más moral que lo que supone, el psicoanálisis, en cuyos descubrimientos se basa la primera parte de tal afirmación, no tendría tampoco nada que objetar contra su segunda mitad.”

Así definido, el materialismo aleatorio, apuntalado por Spinoza, Freud/Lacan, y el materialismo del clínamen epicúreo, hace posible una lectura diferente de Antonio Gramsci para darle pie teórico y sentido práctico al pensamiento de ruptura en la exploración de una vía a la paz en el orden glocal controlado por el capitalismo bajo el gobierno mixto de un soberano imperial.

Paz democrática, ruptura y  glocalización alternativa

                                                  Mientras que el conservador Buela medita acerca de la “revelación originaria”, y recupera el legado de Platón, en la filosofía política, el pensamiento de ruptura que me interesa parte de los “presocráticos” Tales de Mileto, Anaxímenes y Anaximandro.

Ellos se centran en responder por la physis de las cosas, la sustancia básica que constituye a las cosas, explicándolas por ellas  mismas; son exponentes primigenios del pensamiento ontológico, que contrasta con cualquier principio trascendental, porque parte de la inmanencia.

Maquiavelo es también su heredero cuando  descubre a la política moderna separándola de toda religión y de toda moral,  a la búsqueda de la verdad efectiva de la cosa. Maquiavelo se revela como pensador materialista en el recorrido que involucra los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, El arte de la guerra, y, por supuesto, De Principatibus, más conocido como El Príncipe

Marx se inscribe en la misma “tradición”, pero reclamando un materialismo activo, que no encuentra en el discurrir de Feuerbach, y los filósofos dedicados a comprender lo existente, y no a la tarea de transformarlo.

Althusser toma a Marx para dar cuenta de una ruptura epistemológica en el saber de la historia humana, y se apoya en Gastón Bachelard, estudioso de la física contemporánea. Nos refiere primero,  la seguidilla de rupturas  que caracterizan la biografía intelectual de Marx, tres fuentes principales  que se traducen en un descubrimiento que hace época: la explotación del hombre por el hombre; así  completará el periplo crítico que arrancó con La cuestión judía de Bruno Bauer (1843),
“… sólo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus <> como fuerzas sociales y cuando, por lo tanto, no desglosa ya de sí la fuerza social bajo la forma de fuerza política, solo entonces se lleva a cabo la emancipación humana.”[17]

Carlos Marx  ya descubrió la excepcionalidad de una mercancía singular, la fuerza de trabajo; y saca todas las consecuencias lógica, y propone la disolución de la relación social que liga a burguesía y proletariado en una suerte de “religión civil”  que instauró  la trinidad hegemónica de la libertad, la igualdad y Bentham. Porque esta es la relación que determina el valor de las mercancías, es la sustancia común de la forma mercancía, mediante la cual se expropia de modo impersonal el trabajo humano alienado.

Establece el valor, Marx realiza la genealogía de la plusvalía, cuya huella investigativa quedará registrada en los trabajos de investigación consignados como los Grundrisse (borradores).  Estos  son el punto de partida de la indagación singular que cumple Antonio Negri, y plasma en Marx más allá de Marx. Responde al fracaso de la experiencia revolucionaria en Francia y en Italia, donde la lucha abarcó una década, y rompe con la explicación estructuralista del marxismo, para darle cabida a los procesos de subjetivación proletaria.

Se produce un giro epistemológico y político, que descubre la emergencia de un nuevo sujeto revolucionario: la multitud, una nueva figura del individuo social que marca también una nueva época del capitalismo, caracterizada por el neoliberalismo, el posfordismo y la guerra como forma de reproducción de la relación de explotación.

Aproximando la reflexión de Negri a Gramsci, la multitud es el modo de existir concreto de los grupos y clases subalternas en la posmodernidad, en la época del Imperio. Este giro posibilita pensar retrospectivamente el triunfo y permanencia de una nueva revolución proletaria en China continental. Aquí el campesinado y los pobres desempeñan papeles protagónicos para el triunfo en “la guerra popular prolongada”.

Negri se refiere a Gramsci, reconociéndole que “introdujo el concepto de revolución desde arriba…que le permitió entender el fascismo como un fenómeno de hegemonía negativa.”[18] Esto es, la categoría de revolución pasiva que permite un entendimiento cabal del lugar que la hegemonía juega como concepto y como práctica en la refundación de la ciencia política, esto es, en tanto ella es definida como Filosofía de la Praxis, y en ningún caso como ciencia natural.  Y a partir de este conocimiento pensar la paz democrática impulsada por una glocalización alternativa, que se vale de las redes sociales, para rearticular las figuras del trabajo inmaterial y material.

De ese modo arribamos al escenario actual de la disputa acerca del rumbo posible, conocido de la paz en Colombia. Por lo pronto, dos líneas se han trazado polémicamente al  cómo refrendar los acuerdos de paz: el referéndum y la asamblea constituyente, por “defecto”. La  constituyente es la respuesta que esgrimió las Farc-ep después de la pausa pedida por dos días. Primero fue sorprendida por el anuncio gubernamental inconsulto de transitar desde ya la senda de un referendo aprobatorio. 

El gobierno se dispuso a jugar sus cartas en público, y fijar así la agenda a la guerrilla, llevándose de calle lo acordado bilateralmente en agosto de 2012. El argumento  fue la premura procedimental que los agobia frente a los tiempos efectivos de deliberación y decisión que requieren el trámite ante el poder legislativo.

Esta acción gubernamental coincidía en los hechos, con un primer paro de los campesinos del Catatumbo que duró 52 días; así como el trámite de revisión del marco jurídico para la paz por la Corte Constitucional.

La movilización de los subalternos del campo, en ejercicio de su autonomía, era y es prueba anticipada de la disposición para cumplir con lo consignado en el primer punto de la negociación de paz sobre la cuestión agraria. Más aún, este test adquirió momento y se extendió a toda la nación campesina movilizada. La otra Colombia, la más pobre y excluida protagonizó un segundo paro agrícola nacional animado y sostenido por los pequeños y medianos propietarios del campo, que se movilizaron por miles.

Este laboratorio de controversia democrática, de oposición efectiva se detuvo en forma abrupta con la disposición presidencial de militarizar las ciudades y puntos de bloqueo campesino, minero, transportista y estudiantil.  Se puso en acción la excepcionalidad de hecho, y el poder de policía. Confiando ahora la tarea de represión e intimidación al ejército que salió a patrullar las calles, y las plazas de Bogotá,  y las carreteras y territorios en conflicto.

El campesinado, en su presencia heterogénea fue desconocido antes, y menospreciado  por el presidente Santos, quien, teniendo como pretexto los choques del día 29 de agosto, respondió con el uso de la excepcionalidad de hecho, y desconociendo el poder de policía de las autoridades locales, empezando por el propio burgomaestre de la Ciudad Capital, Gustavo Petro, quien a posteriori validó el uso de la excepcionalidad que pudo devenir en tragedia, de proporciones similares a las producidas en la represión del paro cívico nacional de 1977.

El pronunciamiento presidencial descalificatorio reforzó el paro agrario nacional, sumando la solidaridad inusitada, espontánea entre el campo y la ciudad, que no tiene precedentes. Este encuentro reivindicativo, de resistencia de los grupos y clases subalternos, dio peso específico al hacer de la multitud. Pero el pasado 29 de agosto fue interrumpido a sangre y fuego, en Suba y Engativá, en Bogotá, y  sumó varios muertos en Antioquia.

Antes la policía  disparó sus fusiles contra campesinos en Tibú, durante el primer paro del Catatumbo. Hay cuatro muertos, y un proceso de responsabilidades en curso por estos asesinatos injustificados. Los campesinos del Catatumbo adelantan, luego de la represión sufrida,  negociaciones directas con el gobierno nacional para satisfacer algunas de sus reivindicaciones.

El nuevo paro agrario fue  desmontado  en Boyacá con la amenaza de las armas del ejército nacional movilizado discrecionalmente, sin autorización del congreso, en un acto de guerra contra la población urbana. El efecto inmediato fue disolver todos los bloqueos y protestas de campesinos, mineros, pobladores, estudiantes, sindicalistas  solidarios con la causa del campo. La negociación en curso debe prescindir de las vías de hecho, a las buenas o a las malas.

 Al indicar el orden glocal como una tercera noción relevante en este intencional e intencionado curso de las ideas; movidos por la construcción de un pensamiento de ruptura, en consonancia con la praxis de los subalternos, más allá de la novedad, o extrañeza que arrastró el mencionado vocablo, ahora  revela la importancia de su segunda significación en el obligado entronque con hacer posible la paz democrática en Colombia, a dos niveles, lo global  y lo local,  operados y articulados desde abajo.

Arriba está el sistema capitalista dominante, el gobierno imperial dispuesto a intervenir. Tal y como puede ocurrir en estos momentos con el curso de la guerra civil en Siria. El capitalismo glocal no prescinde de la coacción y la violencia, porque se reproduce con el instrumento de la guerra, con tal de preservar el “libre flujo” de los intercambios, bajo el imperativo del libre comercio global de las mercancías, excepto la fuerza de trabajo, que es la mercancía excepcional, que hace posible la producción de plusvalía.

No importa que la guerra sea asimétrica, y se libre en diversos escenarios, porque se haya desterritorializada. El presidente Obama está a la espera que su congreso autorice la operación punitiva contra el gobierno sirio, que tiene el respaldo de la población islámica chíita, que es la misma que gobierna en Irán, y que tiene el apoyo en el Líbano de la organización Hezbolah. Golpeando al orden monárquico autoritario de Siria se cambia el equilibrio geoestratégico en el Oriente Medio, y se impone una suerte de Pax Americana.

De la otra parte tenemos el contexto local-nacional de Colombia,  cuyo proceso de modernización tardía, donde el capital transnacional hace su agosto, teniendo como primera víctima a los pobres del campo. Los subalternos reclaman una paz acompañada de igualdad social, pero está claro que el bloque dominante no está dispuesto a tramitarla, y mucho menos concederla, a la luz de lo que acaba de ocurrir con el tratamiento dado a la protesta campesina reivindicatoria.

El bloque dominante y las fuerzas que se le oponen disputan en los hechos por cuál es el sentido de la paz. Este es un espacio político nuevo que lo anima el despertar, la emergencia de los grupos y clases subalternas, donde el campo movilizado marcó la ruta de una necesaria constituyente social.
Los campesinos, los estudiantes, las comunidades indígenas consiguen en su lucha por la autonomía y en procura de la igualdad social, darle forma a una pluralidad que exige un quehacer en red glocalizado. Una acción que emula con lo hecho y alcanzado por los Zapatistas en Chiapas.

 El nuevo sujeto colectivo subalterno, no sólo deconstruye al sujeto pueblo y lo hacen, haciéndose multitudes en el acto de la resistencia.  Tomándose la palabra, de hecho y de derecho, en la medida que proponen los contenidos reales, incuestionables para el trámite eficaz de una paz duradera, porque es  apta para extinguir progresivamente, la persistencia perversa de su gemelo, la guerra reaccionaria.

El nuevo sujeto nacido del periodo de luchas adelantadas en el marco de la guerra de posiciones democrática se robustece ahora con la presencia masiva del campesinado como interlocutor singular del proceso de paz, junto con otros actores que tramitan también sus reclamos de igualdad social y democracia por fuera de la mesa de La Habana.  

Al darle forma a este análisis, el pensamiento de ruptura, una forja que ha ocurrido en el taller interdisciplinar del que soy cofundador desde el año 1999, el grupo Presidencialismo y participación,  encara su mayor desafío, puesto que propone la urgencia de descentralizar la disputa contra-hegemónica por la paz. Para lo cual se reclama el uso de la “redetización social” regional y planetaria.

 La construcción de lo común glocal  alternativo  es la condición si la cual no es posible que prospere la paz democrática, para que se transite la vía de la constituyente social, que tendrá que salvar el obstáculo de un congreso de mayoría controlada por el gobierno  a través del bloque de la Unidad Nacional. 

Es fundamental que esta acción glocal tenga como agente fundamental un actor plural nacional localizado que conforme el bloque contra-hegemónico por la paz, para enfrentar las dos alas del bloque dominante, santistas y uribistas, el así llamado partido del orden, que quiere una paz gatopardista, donde todo cambie en apariencia, para que todo siga igual en la sustancia. A la vez se requiere un claro pronunciamiento en contra de la intervención discrecional en Siria, que anuncian los presidentes de Estados Unidos y  Francia, para proponer en cambio una diplomacia de mediación constituida desde abajo, por los subalternos a escala planetaria que contribuyan a esclarecer las responsabilidades de rebeldes y partidarios de gobierno.

Este ejercicio tripartito de buenos oficios, para superar la guerra civil interna, ha de reclamar y ofrecen los medios inmediatos de la sociedad civil global de los de abajo para la reconstrucción de Siria, libres las multitudes de los chantajes del orden imperial y  de su control policial, que ha fracasado en todos los escenarios de intervención conocidos.




[1] BOBBIO, Norberto (1992). El problema de la guerra y las vías de la paz. Editorial Gedisa. Barcelona, p. 21.
[2] Op. cit., p. 91.
[3] Ibíd., p. 93.
[4] HARDT, Michael, NEGRI, Antonio (2000). Empire. Harvard University Press. Cambridge, p. 23.
[5] HARDT, Michael, NEGRI, Antonio (2000). Empire. Harvard University Press. Cambridge, p. XV.
[6] Ibíd., p. 15.
[7] Ibíd., p. 17.
[8] Ibíd., p. 20
[9] HARDT, M, NEGRI, A (2004). Multitud. Random House Mondadori. Barcelona, p. 13.
[10] Op. cit., p. 15.
[11] Ibíd., p. 16.
[12] VIRNO, Paolo (2003). Quando el  verbo fa carne. Boringhieri. Turín, p. 73.
[13] Ibíd., p. 17.
[14] Ib., p. 20.
[15] CLAUDÍN, Fernando, op. cit., p. 306.
[16][16] Op. cit., p. 316.
[17]MARX, Carlos (1973). La cuestión judía. Ediciones Martínez Roca, S.A. Barcelona,  p. 249.
[18] NEGRI, Antonio. Elogio de lo común, p. 205.