lunes, 22 de noviembre de 2010

ESTO PASÓ EN LA FERIA DEL LIBRO EN MIAMI

CORRESPONSALÍA DEL ESCRITOR COLOMBIANO ALFREDO ARANGO

Queridos:


Un cordial saludo. Ya sé lo ocupados que viven, pero como ustedes son mis amigos y de una u otra forma han sido claves en el esfuerzo de "La perniciosa" con Juan y conmigo, les cuento que la polémica sobre el Bicentenario de la Independencia en la Feria Internacional del Libro de Miami resultó muy animada, con un lleno total, unas cien personas de diversas nacionalidades.

El columnista argentino de The Miami Herald, Andrés Oppenheimer insistió en que los actos gubernamentales en América Latina, sobre todo en Venezuela por parte de Hugo Chávez para celebrar el Bicentenario son risibles y los gastos, en México por ejemplo, son escandalosos, que hay que mirar hacia el futuro y no hacia el pasado. Criticó la proliferación de novelas históricas y promovió varias veces sus más recientes libros.

El escritor chileno Pablo Simonetti hizo una defensa del manejo que han hecho los gobiernos chilenos en los 22 años de democracia que llevan, y como ejemplos recientes puso el manejo del terremoto/maremoto y de los mineros atrapados, particularmente por parte del ministro de minas que, según dijo, es amigo suyo. Su idea fue mostrar una sociedad que mira hacia delante y no hacia atrás logrando así paz y progreso.

El escritor mexicano Pedro Angel Palou estuvo de acuerdo con Oppenheimer en que las celebraciones y gastos del Bicentenario son inaceptables, sobre todo en un país como México, que describió como absolutamente corrupto y tomado por el narcotráfico, prácticamente al borde de la guerra civil.

El diplomático venezolano Diego Arria aprovechó para expresar fuertes críticas a Hugo Chávez y a la presencia de fuerzas cubanas en Venezuela, enfatizando que para nada representa ese gobierno el ideal bolivariano. La mitad de la audiencia lo aplaudió varias veces.

Estos cuatro expositores hablaron sin leer, utilizando notas que llevaban en libretas.

Yo leí estas palabras que había preparado y que les copio a continuación, por si tienen tiempo de leerlas:

El Bicentenario de la Independencia Latinoamericana: Olvidar o no olvidar

La pregunta sugerida cuando la Feria del Libro de Miami nos invitó a este evento sobre el Bicentenario, en el sentido de si los latinoamericanos debemos seguir mirando hacia atrás y celebrar el bicentenario de nuestra independencias con bombos y platillos, o si debemos enfocarnos en mirar hacia el futuro, es en sí misma una manzana envenenada, una pregunta cargada de una determinada posición política, pues en otras palabras, lo que plantea es que debemos escoger entre olvidar o no olvidar nuestro pasado fundacional.

Cualquier ingenuo frente a esta disyuntiva, se vería forzado a responder que debemos mirar hacia el futuro y olvidarnos del pasado, pues proponer que nos quedemos mirando hacia el pasado y nos tapemos los ojos frente al futuro sería una tontería. Sin embargo, vamos a dar una tercera alternativa, que es la de mirar hacia atrás y hacia delante al mismo tiempo, pues para eso tenemos dos ojos; esa es una pirueta que los escritores, como hábiles contorsionistas, tenemos que hacer en el circo de nuestras vidas, ese es nuestro gran desafío, nuestro mejor acto.


Me explico, la realidad histórico política latinoamericana es un laberinto, la realidad histórico política de cualquier pueblo de cualquier época es un laberinto, y en los laberintos hay que mirar para atrás y para delante, hay que observar en todas las direcciones, hay que recordar de dónde se vino para poder adivinar hacia dónde se va. De lo contrario, si uno olvida de dónde vino, puede quedarse dando vueltas por el mismo camino equivocado sin darse cuenta que ya lo recorrió. Ese es un doble problema: perderse y no darse cuenta. Ya dijo alguien con mucha razón que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. No reconocer la farsa es repetir la tragedia.


¿Quién podría pararse en esta sala y pedirle a los judíos que no conmemoren el holocausto, que olviden los campos de concentración y aniquilamiento nazis, que no sigan haciendo películas sobre ese aterrador genocidio del siglo 20?


Nadie puede pedirnos a los latinoamericanos que olvidemos nuestro pasado, porque el olvido es precisamente una de las más grandes enfermedades que nos aquejan, como cuando en el mágico Macondo hizo estragos una epidemia de olvido, a la gente se le olvidó hasta cómo se llamaban las cosas y tuvieron que ponerle a todo papelitos con los nombres de cada objeto para poder nombrarlo. Proponer el Alzheimer como estrategia política no creo que sea beneficioso para nosotros.


Nadie puede pedirle a los presidentes de los países latinoamericanos que este año conmemoran su independencia desde México hasta Argentina que no lo hagan y se dediquen exclusivamente a pensar en el futuro, porque resulta que en las luchas por la independencia en 1810 es donde nacieron los ejércitos que ahora ellos comandan, es donde está el origen de su poder republicano y de la identidad nacional que ellos representan.

El ejército que ahora dirige el presidente Juan Manuel Santos en Colombia es, 200 años después, el ejército que organizaron con inmenso sacrificio de vidas un venezolano llamado Simón Bolívar y un colombiano llamado Francisco de Paula Santander, el mismo con que habían soñado los precursores de nuestra independencia: otro venezolano llamado Francisco de Miranda y otro colombiano llamado Antonio Nariño, quien tradujo del francés los Derechos del Hombre. En esos mismos hechos, en esas mismas luchas, se sembraron las semillas de la violencia como alternativa, algo que sigue en algunos casos, como el de Colombia, poniendo en jaque a esos mismos ejércitos y gobiernos, por medio de guerrillas que se autodefinen como bolivarianas.

No por nada dijo hace algunos años un destacadísimo militar colombiano, el General José Joaquín Matallana, cuando fue a los Llanos colombianos a combatir contra la guerrilla: “… las mujeres, los ancianos, los niños no tenían inconveniente en salir a recibirnos agresivamente y mostrase complacidos con la guerrilla y gritarnos que su esposo, que su hermano, que sus hijos habían marchado con el jefe guerrillero, llevando la bandera nacional en la lucha contra el gobierno de Bogotá. Me pareció ver en esas gentes el espíritu que debieron tener un siglo atrás, los habitantes de esas mismas llanuras cuando llegaba el Libertador con sus huestes procedentes de Venezuela o el General Santander, con las tropas que logró salvar en el Casanare y eran recibidos con el mismo entusiasmo que yo viví, cuando perseguía a las guerrillas de los Llanos Orientales y el Casanare”.

La cita es de Arturo Alape en su libro ‘La paz la violencia, testigos de excepción’. Todos en nuestras patrias, soldados y guerrilleros, aún hoy en día, se sienten los legítimos herederos de la tradición independentista y libertaria. Desenredar la madeja de la historia es una responsabilidad no sólo de los historiadores, sino también de los escritores.


Lo que sucede es que sí ciertamente resulta inútil volver a recordar y a celebrar la historia oficial con sus omisiones o exageraciones; inútil recordar verdades a medias y mentiras establecidas, repetir como papagayos anécdotas huecas, convertir nuestra independencia en otra telenovela más que pasan a las nueve de la noche. Obviamente que todo esfuerzo de conmemoración debe hacerse sin trivializar nuestra historia. Es lo que algunos hemos tratado de hacer.


A mí se me invitó aquí a participar en este evento, precisamente porque escribí a cuatro manos y a larga distancia con otro escritor llamado Juan Lara una novela novedosa, valga la redundancia, titulada ‘La perniciosa incertidumbre. Memorias de Fermín Donaire’, publicada este año por las editoriales Planeta y Puente Levadizo con motivo de los actos del Bicentenario, en la cual se presentan las guerras de independencia nuestras no a través de los ojos de los generales y caudillos, sino a través de los ojos de los soldados más humildes que se sacrificaron en esas batallas sangrientas, en esa vida empobrecida y aterradora.

En esta obra, Fermín Donaire, un poeta conspirador, narra su vida atormentada y las desventuras de Cayetano Palma, un enfermero prodigioso que marcha en el ejército libertador durante más de una década y en cinco países, curando heridos y enfermos, y enterrando muertos junto a una cuadrilla de sepultureros. Se trata de una novela que conmemora la guerra pero apunta a la paz, que celebra la lucha por la libertad pero lamenta las crueldades en que cayeron ambas partes en el conflicto de nuestra independencia, una novela que revisa los hechos y esclarece quién realmente gana y quien pierde en las guerras, ya fueran aquellas sostenidas entre 1810 y 1830 aproximadamente, o en cualquier otra guerra.


Para nosotros mismos los autores de esta obra, siendo abogados y habiendo estudiado a fondo ciencia política en diferentes universidades cada uno, al hacer la investigación para ‘La perniciosa incertidumbre’ resultó una gran sorpresa darnos cuenta que desconocíamos por completo algunos de los hechos más importantes de nuestra historia de la independencia, pues en muchos casos, los maestros escolares los habían pasado por alto, o de plano nos los habían contado mal. En nuestro libro, tratamos de reflejar y resolver eso.


Una gran sorpresa fue escuchar a Germán Mejía Pavony, quien es historiador, profesor de la Universidad Javeriana en Bogotá y Asesor del Programa para la Conmemoración del Bicentenario del Ministerio de Cultura de Colombia, decir sobre nuestro libro durante la presentación del mismo:

Creo que lo que está sucediendo este año del Bicentenario es que mas allá de conmemorar 200 años, que de todas maneras es importante, el gran evento es un evento de memoria, y aquí quiero hacer el puente automáticamente al libro, porque yo creo que este es un libro de memoria, por diversas razones. Fermín, que es la primera persona en el libro, está escribiendo memoria, y está contando en una parte del libro la memoria que le cuenta Cayetano. Ese libro es memoria pura, la memoria de dos vidas que presenciaron cantidades de otras vidas, que se van a convertir en la base para 200 años después pensar desde la memoria lo que fueron esos 200 años”.


O sea que los escritores hacemos algo que los historiadores no hacen. El mismo Mejía Pavony expresó: “Es una lectura que me gustó, que me encantó, porque tiene mucho de historia, y porque teniendo profundamente cosas de historia, es una reflexión profunda sobre ese período de la Independencia y es, con todas las libertades que da la ficción, la posibilidad de recrear unos mundos a los que nosotros los historiadores no sólo no estamos acostumbrados, sino que nos negamos siempre la licencia de poderlos crear”.


La verdad es que sobre nuestra independencia hay todavía mucho mundo nuevo para crear, mucho qué contar. El crítico Héctor Peña Díaz escribió en la revista Américas, de la Organización de Estados Americanos, en su reseña sobre ‘La perniciosa incertidumbre’: “En la cuna histórica de nuestras repúblicas hay una veta infinita de historias por contar; las memorias de Fermín Donaire son apenas una de ellas”.


Como cuando los abuelos cuentas a sus nietos las anécdotas de la familia, que tanto moldean la personalidad de los niños, así los historiadores y escritores mirando hacia el pasado hacemos futuro.


Además, conmemorar es una tradición que nos ayuda a vivir. De los funerales con lloronas y bandas papayeras, hasta el conjuro masivo de los carnavales delirantes, los latinoamericanos somos conmemorativos y celebrantes por naturaleza. Y eso no tiene nada de raro, ni malo. Otros han celebrado sus independencias tirando la casa por la ventana, como debe ser.

A mí me maravilló ver la magnificencia con que conmemoraron los estadounidenses el bicentenario de su independencia, en 1976; la bahía de Nueva York se llenó de veleros venidos de todas partes del mundo para celebrar el nacimiento en 1776 de una nueva forma de libertad y convivencia, un esfuerzo que fue anterior a la misma Revolución Francesa y que se convertiría para la humanidad durante mucho tiempo en un modelo de democracia y progreso.

Me sorprende gratamente ver la fascinación con que mis hijos miran el History Channel, la manera en que los entusiasman series como la de John Adams, o películas como The Patriot, en la que claramente se explica a las nuevas generaciones por qué los criollos de las trece colonias inglesas en América del Norte se vieron prácticamente obligados a pelear contra la corona del Reino Unido, y con qué actitud, con qué espíritu fundaron esta gran nación que son los Estados Unidos.


Pero más me sorprende que a alguien se le ocurra hoy en día pensar que sólo hay que mirar para delante, como los bueyes en el yugo, o las bestias en estampida.


Muchas gracias.

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