domingo, 21 de agosto de 2016

LA MARATON Y LA GUERRA EN LA DESPEDIDA DE  RÍO 2016.

MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB
Proyecto Deportes, Política e Ideologías

Hoy, domingo, en las calles de Río de Janeiro, que ven desfilar las escuelas del samba, y la maratón de fin de año, esta vez, como al inicio de los juegos olímpicos modernos, en Atenas, durante 1896, se celebra a los grandes atletas del globo, sin distinción de raza, credo político o religioso, continuando la genial propuesta del barón francés, Pierre de Coubertin, 1863-1937, para reemplazar las guerras por la competencia entre individuos y grupos en representación de sus países nativos, o adoptivos.

Pero, de los tiempos del barón a la fecha, el deporte amateur desapareció del mapa mundial, y los que compiten lo hacen bajo las reglas del capitalismo de libre competencia antes, y ahora, bajo la marca de su globalización. Lo que hace que las nacionalidades ya cuenten poco, en el fútbol como en todos los deportes, cuando las potencias y sus excolonias se juntan para ofrecerle alegría a las audiencias de ya casi 200 países, desde Fidji hasta Palestina.

Hace unos pocos minutos concluyó la maratón, donde figuras extradelgadas, rejudas, y a prueba del cansancio devoraron los 42 kms y 195 mts que recuerdan el mítico recorrido del mensajero militar que llevó la comunicación en la batalla de Marathón en la antigua Grecia.

Quien corrió la primera maratón de la historia fue Filípides, un hoplita, un soldado de la democrática Antenas, quien llevó el mensaje a Atenas, de su triunfo sobre los persas dirigidos por Darío en la batalla de Marathón, 490 a.e.
Era importante comunicarlo, y preparar la defensa de la ciudad, porque después de su derrota, Darío enfiló sus naves hacia la polis ateniense; y Miltiades tuvo que movilizar sus fuerzas a marchas forzadas para defenderla. 

Esta vez, no ha sido la guerra, sino la competencia deportiva, la que por enésima vez cierra una justa planetaria. Los ganadores son, una vez más los corredores africanos, un keniano, Kipchoge, que prueba y honra el trabajo de otro deportista excepcional, Kenio, quien ganó cuatro olímpiadas, y abrió una escuela deportiva para recuperar a la niñez desamparada, o descarriada de su nativa Kenia. 

Esta vez, las calles de Río contemplaron también la sorpresiva presencia de un maratonista estadounidense, G. Rupp, quien se ubicó en tercer lugar, después de dos africanos. El segundo fue Lilesa de Etiopía, recordando a la maravilla etíope Abebe Bikila, quien en Roma, puso de nuevo  a Africa como parte del mundo moderno, corriendo descalzo sobre el pavimento de la antigua república que construyó su gloria sobre la esclavitud de miles, y el poderío militar de sus legiones. Esta vez es otra legión, la de los deportistas estadounidenses la que gana con gran ventaja los Olímpicos, y es tiempo que ellos se subleven contra las guerras que su país apoya o impulsa en diferentes territorio de un mundo martirizado.

En suma, esta maratón, con que terminan los Olímpicos de Río de Janeiro, han visto a Brasil coronarse campeón de fútbol, con los goles de Neymar, quien cobró revancha este sábado, mientras Brasil espera por la suerte de Dilma sujeta de un proceso de posible destitución. Al mismo tiempo, coronaron al jamaiquino Usain Bolt, descendiente de las poblaciones africanas trasladadas al Caribe por los bucaneros ingleses, holandeses y españoles, quien ha ganado 9 medallas olímpicas. 

Esta vez, al final, tiene a dos africanos, como los protagonistas de la prueba insignia de los juegos Olímpicos, la maratón, que sin embargo, no pone fin a las guerras y el terror en el mundo, tan cerca de todos, y que tiene a los niños como sus víctimas principales, y a Aleppo como monumento y santuario de la brutalidad humana. 

Ojalá que las palabras de cierre, hoy en Río de Janeiro, al caer la noche, recuerden la imagen del niño sirio, cuyo hermanito falleció hoy, luego del feroz bombardeo del que fueron víctima busca sellar la guerra en Siria, donde las fuerzas del mundo chocan entre sí, produciendo muerte y desolación, en lugar de alegría y regocijo. Es tiempo de parar las guerras, y que los atletas del mundo que han competido, triunfado y perdido exijan el deber moral de parar las guerras.  

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