sábado, 13 de octubre de 2018

UNA NUEVA TRADUCCIÓN AL INGLÉS DE BERLIN ALEXANDERPLATZ.
ENTRE RECUERDOS Y DESCUBRIMIENTOS ACTUALES.

MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB


Una explosión de puros hechos, de nuda facticidad es el título que escoge el ensayista Adam Thirlwell para ponernos en situación de valorar traducciones de Berlin Alexanderplatz, la novela de culto escrita por Alfred Döblin en los años 20, y publicada por primera vez en alemán en 1929.

Thirlwell pondera la traducción hecha por Michael Hoffman y la compara con la primera hecha, dos años después de publicada la obra por Eugene Jolas, quien fuera un divulgador estadounidense de primera línea de todo el movimiento modernista a través de su publicación Transitions, un nombre que no oculta la comprensión de la transformación que ocurría en su tiempo, la emergencia de una nueva sensibilidad que capturaban los artistas europeos entreguerras.

De la primera traducción, el ensayista ahora destaca el asunto central del collage de lenguajes que se despliegan en la novela original, y de qué modo el traductor al inglés busca destacarlo, produciendo como resultado último un efecto cómico inocultable en el lector, a través del modo como habla Franz Biberkopf, el personaje de Berlin Alexanderplatz.

Era éste un lugar que personalmente conocí al final de los años 70, cuando fuí en el plan de estudiar filosofía política en la R.D.A, sacudida entonces por un doble sentimiento apenas perceptible, la modorra del común, y la rebeldía bullente de su juventud, que yo observé principalmente durante mi estadía principal en Leipzig, y algunas, pocas visitas que hice a Berlin.

Entonces la R.D.A. vivía otra transición, una transformación más radical, cuyos entretelones no era tan fácil descubrir. Yo lo veía a través de una mirada atenta de lo que ocurría regular, monótonamente en los edificios de las residencias para extranjeros, donde en el primer piso estaban la portería, y el cuarto de descanso, el foyer donde había un televisor en blanco y negro, con la programación oficial, y las amenidades que ofrecía y que yo casi nunca ví.

En mis visitas a Berlin, en cambio, pude descubrir en los lugares aledaños a la estación del tren que me transportaba a Leipzig, un mundo "congelado", suspendido que se parecía al de los años 20, y 30 que fascinó a Döblin, y que él capturó valiéndose de la técnica del montaje, e insistiendo en la velocidad de las imágenes, y el cruce de lenguajes con sabor a pantomima, que acerca mucho a la novela con el tiempo de la posmodernidad y el reino insulso del pastiche.

En cualquier caso, ese desasosiego, esa nostalgia de tiempos mejores no conocidos, corresponden en materia de aparición a la depresión económica de 1929, y nuestro personaje, presentado muchos años después en la miniserie de basada en la novela, en el tiempo que vive, al salir de la prisión de Tegel, luego de pagar 4 años, revela que espera más de esa miserable vida que no sea un mendrugo de pan, rodeado por los peligros de la apatía política, que ya reverberan en el fenómeno devastador del nacionalsocialismo transformado en el bestial, implacable nazismo.

Por último, el autor de esta atrayente reseña recuerda un testimonio del Döblin de 65 años, reunido en Los Angeles, con varios artistas alemanes de talla internacional, entre ellos B. Brecht, quien lo recuerda pronunciado un discurso contra el relativismo moral, y dispuesto aquel artista irreverente a emprender el camino definitivo de la religiosidad, del que digo yo, sería un anticipo la fórmula estilística del "cosmic explainer", que pareciera flotar en las pinturas del ruso Wassily Kandinsky.

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