Una vuelta intempestiva al futuro subalterno, 1948-2018.
“La ciudadanía se movilizó sola, sin plata, sin clientelismo, sin partidos, sin apoyo institucional.” Senadora Claudia López, promotora de la consulta anticorrupción.
La clasificación anterior nos pone en el escenario de una notable novedad política, que quiero destacar para Colombia: la irrupción de una multitud ciudadana, que se expresa en la defensa de la causa de la paz subalterna, en particular, a través de los frentes de la representación política en el periodo 2016-2018.
El presente es un movimiento orgánico, de corte estructural según las caracterizaciones hechas por Antonio Gramsci en sus notas, consignadas en los Cuadernos de la Cárcel, 1929-1935. Es un movimiento que se ha venido conformando, y transformando a partir de los años 40, y que fuera aprehendido mediante una distribución binaria que hizo célebre la cruzada social gaitanista, esta praxis reformista desplegada con inusitado vigor en las postrimerías de la primera mitad del siglo XX.
Este movimiento de revolución democrática interrumpida, que impulsa contra viento y marea una demanda reformista ha vuelto a ganar momento, sobre todo, en la coyuntura 2016-2018. Hasta obtener expresión electoral en dos alas políticas de un bloque político de frágil, porosa constitución todavía.
Una es la que reconoce el liderazgo de Gustavo Petro, de corte progresista, y la otra es la que se parapeta, con indecisión recurrente en el centro, que le dio existencia a Coalición Colombia; y apoyo casi hasta el suicidio político, a las aspiraciones del profesor Sergio Fajardo, quien acarició la ilusión de ganar la elección enfrentado a la fórmula reaccionaria de Iván Duque.
Duque, coaligado con la derecha de Germán Vargas Lleras y César Gaviria, después de la ejemplar derrota de la primera vuelta presidencial, ganó por la inconsecuencia del centro con la paz, sumando 10.373.080 votos para la segunda vuelta. Derrotó a Gustavo Petro, “bautizado” el candidato de la extrema izquierda por el hirsuto macartismo de Vargas Lleras.
En la historia política y social, durante la coyuntura estratégica de 1945-1948, la sociedad colombiana experimentó una quiebra, con visos catastróficos, del orden autoritario, moldeado y heredado de los privilegios coloniales y la constitución de 1886. Aquella anunciada crisis de representación, después de corrido un siglo, 1854-1945, afectó más al liberalismo que prometió reformas a la estructura de la propiedad rural, cuya tenencia y apropiación de modo “natural” democratizó parcialmente la extensión del cultivo del café en las laderas conquistadas por la colonización antioqueña.
Esta reforma económica democratizadora que reclamaba la desintegración del latifundio, para darle paso a la fuerza transformadora del campesinado pobre, parceleros, tenedores, “acasillados”, y la peonada trashumante, distribuidos en los departamentos andinos descubría en la lucha directa de manera acelerada desde la “revolución en marcha” hasta los años 1945-1948, en tiempo de elecciones presidenciales y para congreso de la república, las reales contradicciones subyacentes al capitalismo periférico.
Pero, el bloque oligárquico bipartidista no quería, que las masas populares bajo la tentación de los nuevos liderazgos, forjados en la vida civil dieran el viraje reformista, democratizador después de múltiples guerras internas, libradas sin ton ni son, como las inmortalizó Gabo en Cien años de soledad; a expensas y con el concurso de los muchos, alinderados bajo las banderas bipartidistas de draconianos y gólgotas, radicales y nacionales.
Tal y como ocurrió en la mayor parte del continente americano, para darle paso luego a la existencia del populismo y al estado de compromiso teorizado por el sociólogo Francisco Weffort, con el reconocimiento de los grupos sociales subalternos que animaban el mundo del trabajo y las primeras elecciones libres y con visos de universalidad en Argentina, Chile, Brasil, México, entre otros.
Esta resistencia reaccionaria a la reforma económica y social del medio siglo XX, produjo una crisis orgánica, propia de aquel capitalismo dependiente, que ya había sido tocado por el halo democratizador de miles de colonos que sembraron café, a su cuenta y riesgo en las vertientes andinas, desprendidos de las explotaciones mineras donde sobrevivían probando suerte escarbando montañas, y cirniendo las arenas aluvionales de los ríos que las recorrían.
Tal crisis orgánica fundamental produjo la primera separación traumática, con visos de revolución popular de la incipiente comunidad política. Así, el asesinato de Gaitán, separó brutalmente a los gobernados de los gobernantes, dándole seguida expresión manifiesta a una crisis de hegemonía, que Gramsci llamara también “crisis de autoridad”.
Es decir, el país nacional experimentó una crisis del estado en su conjunto que en las condiciones de Colombia, que no sólo impactó a la sociedad política, sino que tocó también a la incipiente moderna sociedad civil que venía emergiendo como fruto amargo de la descampesinización, el desplazamiento masivo y el desigual proceso de urbanización vertiginosa de Colombia.
(Continua)
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