SERIE CRISIS ORGANICA. PARTE III.
Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D.
Régimen
parapresidencial, Pararepública y Crisis de hegemonía.
“Hoy, ésta es una república
sujeta al régimen parapresidencial cuya genealogía autoritaria rastreamos
previamente en un libro colectivo dedicado a la seguridad y la gobernabilidad
democrática, Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). En:
El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia (2007). Unijus.
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá,
p. 7
Las diversas campañas militares lanzadas con la cobertura tecnológica y
financiera del Plan Colombia, durante las dos presidencias de quien fuera antes
el gobernador “pacificador” de Antioquia, probaron que la ecuación guerra y paz
la inclinaba la elite dominante, - económica y política, hegemónica en el
bloque del poder -, al extremo de la guerra, y así, a una “renovada” forma de
dictadura civil que parecía desterrada por 1991.
Dicho de otro modo, el remedo de estado integral de Colombia,
la ecuación sociedad política (estado en su sentido estrecho) y sociedad civil
(entramado de “organismos privados” que gestionan la propiedad capitalista
privada y pública) obraba y obra en función de la guerra, de la dominación bajo
la fórmula del Régimen Parapresidencial.
De ese modo, el bloque dominante que experimenta una nueva
crisis de hegemonía, abierta con la recesión económica y los triunfos guerrilleros
de los años 90, echaba mano con descaro y desparpajo a la excepcionalidad de
hecho y de derecho.
Dándole existencia a una modalidad de “Estado aparente”, como
lo definía René Zavaleta, cuando estudió a Bolivia y la América Latina de los golpes
de estado y la doctrina de la seguridad nacional. Porque en lugar de una
revolución activa, expandía el curso de
una revolución pasiva, esto es, el afianzamiento de la contrarreforma
neoliberal, con la ausencia de los grupos y clases subalternas, a quienes se negaba
tout court la democracia
participativa firmada en la Constitución de 1991. De ello queda constancia
escrita en su preámbulo, y los artículos 1, 3, 13, convertidos ahora en piezas
de museo de paleontología política.
De la otra parte, los grupos sociales subalternos, la
sociedad abigarrada que teorizó René Zavaleta en el tiempo de la revolución
boliviana de 1951/52, desarrollaron de manera permanente formas de resistencia
contra el accionar sanguinario de la dictadura civil.
A los delegados elegidos a la Constituyente pareció, cuando
deliberaban, en específico la abigarrada representación de la AD/M19, y otras
fuerzas de izquierda y minorías, haberse quedado en el aciago recuerdo de la
generación del estado de sitio y el Nadaismo. Una sociedad fracturada, dividida
y enfrentada que amagaba con reconciliarse.
Mientras tanto, de la
mano de Cepedín y De la Calle, el presidente “neoliberal” César Gaviria metía
por debajo del saco con fuerza constitucional la apertura neoliberal; y le daba
condiciones al mayor narcotraficante, Pablo Escobar y asociados el cartel de
Medellín, licencia para operar sus
negocios ilícitos desde la cárcel, a la que entró con la venia del padre del
minuto de Dios.
La oposición armada, con la preeminencia de la insurgencia de
las Farc-Ep no fue sometida en el tiempo de guerra bajo la égida de Uribe
Vélez; pero si dispuso a la insurgencia
más activa, la persuadió para una nueva negociación de paz. En avance de ese
proyecto reformista su máximo dirigente político-militar, Alfonso Cano fue
ejecutado sumariamente por orden del presidente de la paz.
El episodio de la paz
neoliberal
Juan Manuel Santos era el presidente de la paz neoliberal,
con el beneplácito de la administración del demócrata Barack Obama. Él fue
contra-reformador por excelencia. Cambió la táctica del bloque dominante,
engatusando a la reacción, en parte.
Al no haber podido liquidar Uribe Vélez y su mindefensa, el
ahora presidente, la defensiva estratégica de la insurgencia replegada a su
retaguardia histórica y vuelta a las operaciones de comando. Ya para el 2008,
la insurgencia subalterna había probado su fortaleza y eficacia, pero no para
insistir en una guerra popular prolongada, luego de haber resistido y combatido
medio siglo.
Este es el tiempo de la disputa hegemónica de la sociedad
civil. Era la hora de las trincheras y casamatas, en las que el bloque
oligárquico dominante y sus intelectuales podían cantar victoria, aunque sí,
durante este periodo neoliberal que empieza a aclimatarse con el presidente
Barco, el sentido común capitalista empieza a imponer en los crecientes
estratos de clase media urbana, semi-rural y rural, en menor medida.
La sociedad política
seguía bajo control del bloque dominante, con la excepción de Bogotá, algunas
capitales y gobernaciones más. Al haberle quebrado el espinazo militar a su
principal adversario/enemigo las Farc-Ep, el monopolio legítimo de la fuerza,
bajo la campaña “admirable” de la Seguridad Democrática empezaba también a
encauzarse.
La nueva fracción
hegemónica al interior del bloque dominante escuchó la hora de
nona, para no sólo luchar para obtener la dominación sin hegemonía, sino
que también se lanzó a la conquista total de la hegemonía. La dirección
político-militar e intelectual fue encabezada por Juan Manuel Santos con el
beneplácito del partido Demócrata estadounidense, y los buenos oficios del
neo-laborismo de Tony Blair, predicador de la tercera vía. Él aceptó el reto de
realizar la negociación de paz, eso sí, sin tocar los basamentos de su poder
económico y social, porque sobre el que se levanta la arquitectura de la
explotación y la dominación.
El comienzo de esta disputa se cerró con los acuerdos de La
Habana y el Colón, en Bogotá, que firmaron Santos, por el establecimiento, y
Timochenko por la insurgencia subalterna al final del 2018. Entramos en el
tiempo del que denomino desenlace de la crisis de hegemonía que define
coordenadas de una coyuntura estratégica glocal.
Este proceso de desenlace económico y político se extiende
desde la posesión de su primera presidencia hasta hoy, cuando quien gobierna es
Iván Duque, delfín del ala reaccionaria del bloque dominante que volvió a
liderar con descaro el senador Álvaro Uribe Vélez. Luego de perpetrado el
fraude electoral con el que se le birló la presidencia al más votado candidato
a la presidencia en representación de los grupos y clases subalternas de la
historia contemporánea de Colombia.
Delante de la nueva
oligarquía bipartidista, sus abuelos rememoraron lo acontecido en el mismo
recinto, al firmarse de modo solemne la paz neoliberal, cuando en un teatro
Colón relleno hasta “el gallinero”, desde donde protestaba el universitario
Fidel Castro Rus, se reemplazó la Unión Panamericana por la OEA, con la tutela
imperialista de los Estados Unidos, y la arrogante presencia del general
Marshall, y la obsecuente presencia del canciller Laureano Gómez, su maestro de
ceremonias.
Esto ocurría 68 años atrás, y le fue prohibida la
participación a Jorge E. Gaitán, la principal figura de la oposición liberal
popular. Así se perfeccionó la doctrina Monroe, de hegemonía continental bajo
la protección imperialista estadounidense primero.
El único momento de respiro pasajero fue la presidencia de
los no alineados con Belisario Betancur, lo cual sepultó el asalto militar al
palacio de justicia, y el genocidio perpetrado de modo impune, con el pretexto
de reprimir la toma de las Cortes por un comando armado del M19, que enjuciaba
la condición “faltona” del adalid de la paz.
(Continua)
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