sábado, 5 de diciembre de 2009

San Cristóbal en tiempo de revolución

Dentro de la jornada final del II Seminario Internacional Gramsci del 24-27 de noviembre, una delegación de colombianos compartimos por algunos días un provechoso intercambio con los compatriotas venezolanos, y en particular con los estudiantes de la Universidad Bolivariana de Venezuela en su modesta sede de San Cristóbal, y conversamos con algunos medios de comunicación escritos, hablados y televisivos sobre el acontecer inmediato y las proyecciones político sociales de ambas naciones vecinas y compañeras en la ruta de la primera independencia.

Hegemonía y guerra glocal

El motivo central de nuestra visita era el Seminario Internacional, donde tratamos el tópico de las hegemonías y contra-hegemonías sobre asunto de la guerra y cómo liberarnos de ella, tanto local como regional. Por eso, el grupo estuvo no sólo visitando y dialogando con Venezuela sino también con Ecuador.

El propósito es claro. Deshacernos también de la guerra global. A nadie le queda duda que Obama continúa la aciaga senda de su antecesor, incrementa la guerra contra el Talibán, sin importarle el fraude electoral que favoreció a Kharzai. Obama también apoya la guerra como receta para los casos de Colombia y de Palestina; y prolonga el retiro de las tropas aliadas de Iraq. Barack suma más muertes a las cuentas del capital global. Triste tarea de alguien que se autodefine demócrata y renovador.

En el encuentro regional revisamos en convite académico esta problemática a la luz de las contribuciones de Gramsci. Visitamos algunos espacios en los que se vive y plasma la denominada revolución bolivariana y el experimento del socialismo del siglo XXI en construcción. No estuvimos en el estado ni tampoco la ciudad chavista por antonomasia. Táchira y San CRistóbal tienen gobiernos rivales del presidente y el PSUV. También hacen parte de la liga opositora Nueva Esparta, Zulia, y también la alcaldía de Caracas.

En el terreno de lo cotidiano

En el terreno, y a un lado y otro de la frontera, conversé en un kiosco improvisado con un jubilado, quien tiene un tratamiento de salud apoyado por el seguro de su hija, que le da tranquilidad a sus horas de actual desempleo y disfrute condicional. No escuché de su boca el más mínimo elogio al gobierno de la República Bolivariana, y sí muchas menciones a los presidentes de Colombia desde los tiempos de Alberto Lleras. Tampoco oí observaciones favorables a la actual experiencia venezolana de un taxista colombiano que vive en Villa del Rosario, y que transporta clientes de regreso a Cúcuta saliendo de San Antonio. En el mismo coro descontento se alineó un pastuso quien hace 18 años vive en San Antonio. Él no ve esperanza alguna en un horizonte gris, afectado ahora por cortes de agua y luz, mientras descansa el domingo en una silla en el portón de su casa negocio.

El corazón de la ciudad

Durante la visita estuve en dos supermercados, uno nombrado Baratta, clase-mediero, lleno de luz y grata distribución; y otro de disposición más modesta, diferente en su oferta pero surtido en sus anaqueles. También estuvimos en un gran centro comercial, que con forma de barco atracado en puerto, Sambill, ironiza con el ambiente andino, lejano del mar Caribe. Allí fluye mucha gente de diversa condición, y más carros se agolpan a su alrededor buscando un parqueadero. Todos hacen parte del ritual de fin de semana, cuando las clases medias del mundo capitalistas, compran, comen y ven vitrinas en estos templos de cemento, plástico y colorido.

Unos y otros, "escuálidos" o no, confluimos con nervioso entusiasmo para preparar la navidad, o simplemente salir de la rutina semanal como cualquier parroquiano. Cualquier desprevenido que visite este paraje no notaría ningún signo que revele una Venezuela que vive el curso de una revolución. La clase media bulliciosa, de buen apetito y desparpajo parece aquí totalmente ajena a ella. Su costumbre es descansar desde la tarde del jueves, si se trata de los jóvenes estudiantes, y desde el viernes, si son los adultos.

Los jóvenes con vehículos de todas las marcas y edades, en San Cristóbal se organizan en las inmediaciones del soberbio complejo polideportivo, que construyó el gobierno revolucionario. Grupos de amigos y amigas, armados de una Polar o una Solera, y con un poderoso equipo de sonido que los estimula, conversan y degluten sin afán el tiempo libre hasta que termine la semana. Arrancan al caer la tarde y siguen hasta el amanecer.

Convierten estas calles en una inmensa playa veraniefa de forma irregular, acampando al pie de las moles de cemento, detrás de las cuales se juegan con regularidad béisbol y fútbol. En sus paredes se exhibe la figura tutelar del presidente Chávez dispuesto a batear otro jonrón en medio de tanta indiferencia.

La otra cara de la moneda

Mientras unos descansan a más no poder, y dejan resbalar sus miedos y miserias cotidianas, otros, los más que tienen menos construyen o son parte del proyecto bolivariano que ya cumple diez años. Las caras y los cuerpos están bruñidos por la vida que han llevado después de los Acuerdos de Punto Fijo, y ahora que el horizonte de la igualdad social despunta en sus corazones y vida con obras concretas.

Ell@s son los visitantes y animadores de las misiones en diferentes puntos de la ciudad de San Cristóbal. Acuden a la universidad pública para terminar o comenzar su formación en ciencias sociales y naturales. Creen en la solidaridad internacional y la practican. Sin embargo, en sus rostros hay siempre la huella de la espera, y la atención a un proyecto que transita por terreno escabroso, y tachonado de preguntas sin respuestas fáciles.

En su compañía, compartiendo espacios, bebidas y comidas dialogamos con interés sobre la teoría política y la vida cotidiana. Con generosa atención nos mostraron lugares de la ciudad, donde la realidad y la fantasía se juntan sin afectación. En un centro de atención integral escuchamos y vimos el quehacer de los médicos y enfermeras cubanas hermanados con los venezolanos y colombianos en la atención de pacientes con quebrantos de salud.

Escuchamos a los médicos en formación comentando de las clases y procesos de aprendizaje in situ, en locales que tienen que compartir con personal del gobierno local que es opuesto al chavismo. Y visitamos unidades dedicadas a la formación odontológica de posgrado, un viernes, cuando todo parece responder a la lógica general de descanso y reposo relativos. Las construcciones son lustrosas, los equipos buenos y el personal entusiasmado con sus tareas. Y siempre la presencia de las fuerzas armadas como partícipes y protagonistas de esta revolución en curso.

En una aula de la Universidad Bolivariana, que inauguró el propio presidente, conversamos con los asistentes, cantamos himnos patrios, y absolvimos preguntas. Unos y otros respirábamos en libertad un tiempo esquivo, erizado de inquietudes pero firme en el propósito de avanzar en la transformación de la vida de los muchos. Profesores, estudiantes, trabajadores, cada uno a su modo, está en la jugada, y su cordialidad y avidez por el conocimiento y la amistad son más que notorios.

Un desafío solidario

En compañía de los docentes de estudios políticos pasamos revista en franca camaradería a las cosas que nos afectan, y quedamos convencidos que la tarea de construir una ciudadanía andina, desde abajo, es el mejor antídoto contra la guerra, y las voraces asechanzas del capital, descubriendo la verdad de los procesos humanos que impulsan el socialismo y la democracia.

Pero, a no dudarlo, lo que permanece luego de la febril, intensa marcha de esos días es el gozo de estar juntos con quienes a pocos kilómetros de la dolorida y maltrecha Colombia se atreven a soñar despiertos, y avanzan por la senda de lo nuevo a doscientos años de la primera gesta libertadora. Aquí Bolívar no es más una quimera, sino un desafío concreto, y la república democrática una tarea a flor de piel que nace de los corazones y las mentes de quienes necesitan el cambio que siempre son la infinita mayoría, y la solidaridad lúcida, crítica el nombre del juego al que estamos invitad@s.

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