jueves, 14 de julio de 2011

La metamorfosis de un artista

A la muerte súbita de Gustavo Zalamea Traba se unirán un conjunto de panegíricos y recordatorios, y claro, también quiero anticipar algunas reflexiones al respecto, en relación con su obra.

Entrando en materia, quiero contrastar la última serie de su obra, conebida a partir de los recorridos por los principales ríos de Colombia, empezando por el Amazonas, e involucrando con é a otros artistas, entre los conocidos, a Nelson Vergara, quien tuvo oportunidad de asistirlo al momento de su muerte, en el campo de batalla del color, el trazo, y el contrapunto entrer exhuberancia natural y miseria humana autóctona.

Pero, por supuesto, quiero aquí destacar al pintor comprometido, practicante de un sarcasmo avasallador, que ofreció su pincel y las más avanzadas técnicas de la experimentación en sus series de los años 70 y 80, que se me quedaron prendidas, expectantes en mi retina. En particular, las que tuvieron por centro a la plaza de Bolívar, que tantos nombres ha tenido, como las mitologías que han dado existencia a esta contrahecha nación andina, Colombia, forjada, inacabada aún, a sangre, fuego, torturas, desapariciones y exclusiones inenarrables.

Una nación a pesar de sus víctimas

"De los tiempos precolombinos a nuestros días"

Quiero parafrasear al historiador David Bushnell ,quien habló de la nación colombiana, para poner en el centro a la población que sufre, es humillada, ofendida, y sin embargo, persiste, y hace posible lo que hoy llamamos Colombia, para recordar que las elites, en un cierto sentido son aleatorias y pasajeras, las que refirió J.E. Gaitán como el país político.

Gustavo, en el cruce de dos vocaciones, de izquierda independiente, la de su madre, Marta Traba, y liberal revolucionaria, de su padre Alberto, quien dirigió la revista/periódico La Calle, se alimentó del periplo ideológico del MRL de Alfonso López, hijo, y de la renovación estética modernizante de Marta, cuya crítica desvastadora e ilustrada orientó y destacó la presencia renovadora de la pintura colombiana puesta en el contexto de América Latina y el mundo.

Lo propio hizo Gustavo con su pintura de denuncia y protesta, de contrastes tremendos, de manchas de sangre y naufragios más severos que el del Titanic. Baste que recordemos lo que hizo pictóricamente con los edificios que enmarcan la plaza mítica que aloja las autoridades de la república, para entender el mensaje y el compromiso con la urgente madurez ciudadana de Colombia, ayuna de ciudadanía y ahíta de violencia.

Un recuerdo de familia

A medida que Colombia entraba en el decenio final del siglo XX, la violencia relacionada con el narcotráfico parecñia disminuir y la guerrillera, aunque no desaparecía tan rápidamente, ya no causaba la misma preocupación política que en los años 80. David BUshnell. Epílogo, en Colombia una nación a pesar de sí misma, p. 383.

Por último, esta nueva propuesta que se quedó en los comienzos, nos muestra, así lo parece, la metamorfosis del artista, para no darle más la voz al desastre de las elites dirigentes, sino para mirar a la otra Colombia, en la que conviven naturaleza y multitudes, al borde de los ríos de la "patria", ensangrentada, olvidada o monstruosa, de Leticia a Barranquilla, Otros ilustrarán y comentarán sobre este desenlace. Pero, con lo hecho, Gustavo honra la memoria de sus mayores, y en particular la de Eduardo Zalamea, un "nuevo" como el "negro" Gaitán, a quien la tragedia del 9 de abril arrastró también a las tinieblas del gran Burundún Burundá.



Miguel Angel Herrera Zgaib
profesor asociado , Ciencia Política, Unal
Director Grupo Presidencialismo y Participación

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