jueves, 10 de noviembre de 2011

En pasada publicación, se presentó una versión de este escrito, que ahora ha tenido correcciones menores, y, ante todo, actualizaciones. Y aparece en la jornada de protesta nacional más grande que haya tenido Colombia, cuando menos en los veinte años de existencia de la Constitución de 1991. Es posible que marque un punto de torsión, un giro a diez años de degeneración democrática.

Se intenta parar el desmonte de la promesa del Estado Social de Derecho, que en su artículo 13 aventuró el compromiso que el Estado colombiano promoverá que "la igualdad sea real y efectiva", condición sin la cual el postulado liberal de "igualdad de oportunidades" no es más que una letanía; y la proclamada prosperidad ayuna de democracia una mentira oficial. Y no es posible aclimatar, por fin, la democracia, sin liberarnos de la guerra. No lo haremos insistiendo en la fórmula, del Antiguo Testamento, que reza "Quien a hierro mata, a hierro muere".N de la R.

LOS DOS EXTREMOS: ¿CÓMO MURIÓ ALFONSO CANO?

Miguel Angel Herrera Zgaib

Profesor asociado. Departamento de Ciencia Política

Universidad Nacional de Colombia.

Miguel.herrera@transpolitica.org

Una verdad inocultable

Algunas libras de arroz y pasta, unos bocadillos y fresco royal eran las últimas raciones de alimento que ‘Alfonso Cano’ tenía en el rancho donde pasó las últimas horas…La esquina donde dormía era un cuarto de tablas de madera que 20 días atrás ocupaba una niña campesina. Crónica de El Tiempo, 7 de noviembre de 2011, p. 2.

A medida que avanzan los días después que ocurrió la muerte de Guillermo León Sáenz Vargas, ‘Alfonso Cano’ por su nombre de combate, en la operación Odiseo, de las FF. AA, vamos conociendo los colombianos a cuenta gotas, como es costumbre, qué ocurrió en el paraje Chirriaderos, del municipio de Suárez (Cauca); y en qué condiciones vivía este antagonista del “establecimiento”, de sus oligarquías y del imperialismo como era corriente escucharlo decir, o leerlo en proclamas dirigidas a la opinión pública nacional o internacional.

Por supuesto, si la última morada del intelectual guerrillero es como la describe el relato del periódico El Tiempo, que fuera propiedad de la familia Santos, nada que ver, entonces, al comparar su vivienda final con las comodidades de la residencia que ocupa Juan Manuel y familia en el palacio Antonio Nariño. Este nombre, claro, recuerda a quien vivió en las mazmorras de Cartagena, preso, confinado y vejado por un poder colonial, condición que no le quitó verdad a su querella con el poder dominante.

Esto es relevante porque en nuestra “republiqueta”, después de 200 años, la cuestión social sigue en ayunas, y las elecciones, con contadas excepciones, son una farsa y un negocio descarado del bien común. El actual presidente contribuyó al desastre de la pasada década, perdida en lo social y lo político. Eso sí, Colombia ocupó el deshonroso tercer lugar como nación más desigual del planeta, según el último informe del PNUD.

El neoliberalismo que a ultranza practicó Colombia sucumbió frente a los experimentos socializantes de Suramérica sin excepción. La pobreza avanza, y la mejor muestra es la renuncia de la zarina del ICBF, que llevaba más de 14 años apagando incendios con fuego. Hoy, el único consuelo que le queda al bloque dominante es Chile sembrado con sangre y dólares por la dictadura militar. Este experimento sucumbe ante la protesta social de trabajadores y estudiantes. La que despidió a Bachelet, y recibe con cajas destempladas a Piñera, heredero de Pinochet, un horror que sigue sin sepultura y en espera del ajuste de cuentas que se merece.

Un paralelo y un diálogo

Antonio Nariño resistió al imperio español, publicó y distribuyó clandestino la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano; hizo otras tantas peripecias para construir una república decente, en términos liberales. Lo refiere el historiador Santos Molano en la biografía del prócer al que llamó filósofo revolucionario. No sobra recordar que Enrique, el historiador, es tío del presidente de Colombia, quien celebró la caída de Cano, y hasta lágrimas de emoción derramó cuando descansaba en Cartagena cuando supo la noticia de la muerte de su opositor, el antagonista representante de los grupos subalternos. Después de una carnicería que hoy la cúpula militar compara con la heroica gesta del soldado de la independencia José Pascacio Martínez captor, no asesino del general José Barreiro.

Alfonso Cano no fue un filósofo, pero sabemos que estudió antropología, 8 semestres, sin graduarse. Él cambió la comodidad de un hogar conservador, de ahí su nombre de pila, en el barrio Santa Bárbara, cerca de la escuela de caballería de Usaquén, tristemente famosa por las torturas y torturadores. Allí aterrorizaron y vejaron a militantes y simpatizantes de la izquierda, como lo recordó el nuevo alcalde de Bogotá.

Guillermo León trocó los libros y ejercicios de dialéctica estudiantil; pero leyó con atención y rigor El Manifiesto Comunista, y sobre todo, El Capital, con la guía del académico Hernando Llanos[1]. Pasó de estas lecturas claves a las lecciones de estrategia militar al lado de Jacobo Arenas, el obrero comunista que orientó políticamente el quehacer de las Farc, antes y después del bombardeo del gobierno “pacificador” del Frente Nacional, para sacarlas en éxodo de las regiones del Pato, Guayabero, y Marquetalia, con el concurso y asesoría militar estadounidense dictadas por el Plan Laso.

Juan Manuel, el triunfador en esta batalla con la ayuda estadounidense, en una guerra prolongada por 47 años también se interesó en la disciplina de las armas. Él hizo parte de la marina colombiana, y en Cartagena completó su formación hasta llegar a ser oficial. Después, Juan Manuel estudió economía en la Universidad de los Andes, y vivió un buen número de años en los Estados Unidos, donde él culminó estudios superiores en la Universidad de Kansas, y aprendió con diligencia las lecciones del dominio imperial y sus aliados más conspicuos.

De la seguridad a la prosperidad con armas

El presidente lo sabe y por eso no canta victoria. Reformó el Estado a través de 80 decretos con un claro acento social y el deseo de reversar la situación desastrosa, pero bien sabemos en este país de santanderistas que la abundancia de decretos no cambia realidades. Algunos nombramientos claves son claramente desafortunados. La paz no está cerca. El enemigo está ahí y se acuesta con hambre. Natalia Springer. El enemigo, El tiempo, 17/11/01, p. 16.

Los saberes y amistades con las FF AA., llevaron a Santos al ministerio de defensa durante la segunda presidencia de Álvaro Uribe, en el año 2006. Al servicio del artífice de la fase final del Plan Colombia. En la parte militar de la seguridad “democrática”, Santos potenció sus relaciones con la Marina, y en particular, encargó a ella la inteligencia. Para garantizar la mayor discreción y secreto, y la mejor coordinación con los comandos conjuntos del gobierno de los EUA, interesados por partida doble en acabar con guerrilla y narcotráfico, así como vigilar a los díscolos vecinos del sur, después de su salida a regañadientes de la base de Manta.

En reconocimiento a estas tareas conjuntas con el gobierno estadounidense, Santos colocó al almirante Cely a la cabeza del desenlace de la estrategia de guerra llamada eufemísticamente Plan Colombia, y que continúa la inaugurada por el Plan Laso. Con la dirección intelectual y operativa del almirante, él diseñó el plan de combate aéreo y terrestre cuya tenaza sobre las cordilleras central y occidental han rendido ahora sus frutos amargos.

Pero, para ultimar la cacería de Guillermo León Sáenz hubo que descabezar a Rodrigo Rivera y a Cely, para hacer prosperar, quien lo creyera, la lógica de la guerra cuando se estaba a punto de obtener una ruta de paz con Alfonso Cano, a través de la mediación de representantes de la sociedad civil, convencidos que la solución que rescate a Colombia de la degeneración democrática que padecemos en la última década es la solución política al conflicto social y política; y que el cadalso y arrodillamiento de los antagonistas y opositores, de ser posibles son una falsa solución.

¿CÓMO MURIÓ ALFONSO CANO?

Murió alias ‘Alfonso Cano’, narcoterrorista de las Farc. Gracias les debemos dar a los soldados héroes de la Patria, quienes, con coraje, valor e inteligencia, lograron penetrar el reducto de ese bandido y darlo de baja…

También hay que dar gracias porque se destapó la olla podrida del Colectivo de abogados José Alvear, promotores de la guerra jurídica contra el Estado y las Fuerzas Militares. Si se sigue esculcando, esa olla cada día va a oler peor. Guillermo Santos Calderón. Por fin, Colombia se va a conectar, El Tiempo, 7 /11/11, p. 16.

Nadie lo sabe a ciencia cierta hasta hoy. Una nota pequeñísima en la esquina de la p.2, de El Tiempo, advierte que la autopsia/necropsia a Cano duró 9 horas. Le aplicaron el llamado protocolo de Estambul, para detectar existencia de torturas, tratos crueles, inhumanos o degradantes. Pero no se reprodujo el dictamen, ni tampoco se le cita textualmente.

El informe indica que la causa de la muerte de otro colombiano, Guillermo León Sáenz Vargas, guerrillero, bandido para otros, narcoterrorista para el gobierno estadounidense, fue un disparo en el cuello que entró de frente, hecho por un soldado anónimo en su “gloria”, pero sin saberse qué tipo de arma lo produjo, y a qué distancia. Sobre esto nada dijo el relato “emocionado” de Jineth Bedoya, cuando respondió a sus contertulios del canal de El Tiempo, Roberto Pombo y Edulfo Peña.

Por último se consigna que el cuerpo sí le será entregado a la familia, que aun no lo reclama; pero, lo entregará un fiscal anti-terrorismo, una suerte de Caronte tropical, en esta infame comedia de la guerra que todo lo corrompe. Tampoco podrá cremarse su cuerpo, que se tiene que saber dónde será sepultado.

La saga de Gafas y Odiseo ciego

Tenían que saber que se morían. /Si lucharon, muy bien; si no lo hicieron, igual. / Todo es lo mismo para un muerto. Eduardo Cote Lamus, Los muertos, en verdad, no tienen sombra.

En medio del aquelarre de muerte, hay un indicio y la pregunta que lo acompaña, sin resolverse todavía. Curiosamente, como ocurrió en la operación Jaque, que cubrió de gloria al hoy presidente, tiene que ver con “Gafas”. Pero, en este caso, la prótesis visible de un intelectual tradicional, Alfonso Cano. Según lo contado, él las abandonó junto con su caja de dientes, dinero contante y sonante en su huída del cambuche que lo resguardaba de sus cientos de cazadores.

En la primera fotografía divulgada en el dossier de El Tiempo, en consonancia con lo narrado, el rostro lampiño, con su labio superior levantado estaba “desgafado”. Pero, uno o días después, el rostro de la muerte, publicado en el mismo diario, aparecía con lentes de aro plateado. ¿Qué había pasado?

Darío Arismendi no resistió la curiosidad. Le soltó la pregunta al diligente, mindefensa Pinzón, quien la ignoró guardando silencio sepulcral. Ayer, miércoles 8, el gacetillero José Obdulio Gaviria, sin preguntárselo nadie, en una diatriba póstuma contra el Movice, Sintraunicol, el Colectivo José Alvear Restrepo, que según él, intentaron salvar al odiado guerrillero. Dijo que éste no sólo se desprendió de su barba, sino, que al huir abandonó también sus preciadas gafas de carey.

¿A qué viene esta nueva versión? ¿Es un escape a la contradicción fotográfica ya advertida por el periodista Arismendi? A ella éste añadió otra pregunta, durante el show laudatorio con el alto mando militar y policial. La deslizó el travieso Darío Arismendi al general Mantilla, cabeza de la Fac: ¿cuánto costó la operación Odiseo? La respuesta de Mantilla fue evasiva: ello carecía de importancia. ¿Qué tal? ¿ A quiénes importa los costos del negocio de la guerra?

Lo mismo no pensó el académico Nazih Richani, que dirigió al presidente Santos una carta abierta, escrita en inglés. Él hizo la contabilidad de lo que cuesta el sistema de la guerra a la sociedad colombiana, para probar que es más “económico” hacer la reforma agraria. Aplazada desde la primera mitad del siglo XX, hundida en promesas de papel, pese a los buenos oficios de Minagricultura e Incoder juntos, operadores de la Ley de víctimas y restitución de tierras.

Quedaron en jaque, a la espera de la verdad. A la divulgación completa de la necropsia practicada, y de lo que diga el hermano de Guillermo León, y la experticia crítica que solicite él, concejal electo por Bogotá, y la familia, los directos dolientes. Y claro, lo que contesten los interrogados oficiales sobre la oscuridad que se oculta tras la saga de las gafas de Cano y el costo de la guerra. Una oscuridad luminosa como el ominoso sacrificio real en vidas, notables o anónimas, y la existencia de baldados, mutilados, y cautivos de parte y parte, que no tiene nada de heroico, o celebratorio, y sí mucho, demasiado de estupidez humana.



[1] Ver lo dicho por el cineasta colombiano, Lisandro Duque, quien fuera su compañero en la dirección de la JUCO en Cundinamarca.

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