viernes, 7 de diciembre de 2012


Un campeón del modernismo, Oscar Niemeyer


"Niemeyer era el más grande arquitecto de la tierra".

                                                André Malraux. 

                                                   Este carioca, que fue delantero del Fluminense, y vivió prendado del desfile democrático y curvilíneo de las chicas de Ipanema, Oscar Niemeyer murió comunista, aunque sin partido.

Recordando a Gramsci, y a Romain Rolland, Oscar fue un pesimista con la inteligencia, y optimista con el modernismo arquitectónico que practicó, dentro y fuera de Brasil, cuando salió despedido por los manes de la dictadura militar después de 1964.

En la construcción de Brasilia, una ciudad artificial, impostada compartió la gloria y la aventura con su socio, el urbanista Lucio Costa. De lo allí hecho recibió comentarios críticos de Marshall Berman, quien los consigna en su libro "Todo lo sólido se disuelve en el aire, dedicado a pensar la modernidad, el modernismo y la modernización.

Antes lo hizo, igualmente, Walter Gropius, el papá industrioso del funcionalismo arquitectónico, el gurú del Bauhaus, quien notó más de una vez que la estética oscariana no se adecuaba del todo a la comodidad, y mucho menos a la posibilidad de replicar la obra, empezando por su propia casa, la admirada casa que construyera para su solaz y goce en la Estrada das Canoas, con la cual compitió con la otra obra singular de Frank LLoyd Wright que es destruida por Michelangelo Antonioni en Zabrinskie Point.

A lo cual Niemeyer contestó recordando la defensa de la singularidad en lugar de la serialidad, la repetición, que convirtió a las viviendas colectivas a lo Moses en literales hormigueros, donde se despacha nostalgia, anonimato, y bastantes dosis de soledad y agresión.

Ateo hasta la muerte, Oscar dejó la catedral de Brasilia para recordar el arraigo multimillonario del cristianismo y el catolicismo en un país donde la población negra es la gran mayoría, y donde el culto a Santa Bárbara así lo recuerda, en un cruce entre Orfeo y Santa Bárbara.

En el caso de Niemeyer  como el "que peca empata" también construyó el templo de cristal para otra iglesia, la sede del Partido Comunista en París, cuya fe vió derrumbarse, sin que la convicción que lo común, la cooperación libre, múltiple es necesaria y posible, como la practicó Oscar con sus discípulos, desde Copacabana hasta París.
Quizá convenga cerrar este breve recordatorio con estas palabras suyas: "Lo importante no es la arquitectura. Lo importante es la vida. Solo la vida puede cambiar la arquitectura". De eso se trata, de ir más allá de Niemeyer, incorporando belleza, funcionalidad, y comunicación plural entre seres singulares. Es una tarea en construcción  creativa que Oscar no alcanzó a ver.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario