sábado, 8 de diciembre de 2012

CONVERSACIONES INTEMPESTIVAS

A PROPÓSITO DE UN LIBRO SOBRE GRAMSCI Y LA CIENCIA POLÍTICA EN PREPARACIÓN (PRIMERA RONDA)


Miguel Angel Herrera Zgaib
Profesor Asociado, Ciencia Política, Unal. Bogotá
Director Grupo Presidencialismo y Participación
miguel.herrera@transpolitica.org

En recuerdo de un aniversario más de la Unidad Italiana, y a pocos meses de los 500 años de publicación de DE PRINCIPATIBUS de Nicolás Maquiavelo.


                                                                Dur, pienso contigo que Berdiaev no se equivocó, y le tocó de cerca la destorcida de la gran revolución rusa. A Marx, como la historia nos lo refiere, le correspondió saber de la experiencia de la Comuna que la llamó el primer asalto al cielo. A Gramsci, en particular, lo marcaron el triunfo ruso, la derrota de los consejos obreros de Turín donde se probó como intelectual orgánico de la clase obrera durante el bienio rojo, 1919-1920. Luego, fue cofundador del partido Comunista de Italia, escindiéndose del partido Socialista; participó en Moscú y Viena como dirigente de la III Internacional, junto a Trostky, Lenin, Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Togliatti, entre otros. 

De regeso a Italia, Antonio luchó como parlamentario contra Mussolini, quien había sido antes el dirigente de la juventud socialista; y fue arrestado en 1926, y quedó en libertad condicional en 1936, cuando su salud estaba quebrantada de modo definitivo. Entre 1929 y 1935 escribió sus notas en los Cuadernos de la Cárcel, 33 en total, uno de ellos dedicado a traducciones. 

El proyecto que intentó culminar emulando, a su manera, con Goethe fue escribir una reflexión histórico comprensiva de cuño materialista, esto es, un trayecto concreto de la filosofía de la praxis en Italia. Él recuperó la genial intuición de su compatriota Antonio Labriola, al repensar lo dicho por Aristóteles, quien hablara de tres cosas, la teoría, la praxis, y la poiesis. 

Gramsci se centró en la praxis, y al respecto en el tópico de la hegemonía, esto es, la función de dirección y formación de consenso, que ubicó en la modernidad como tarea específica de los intelectuales orgánicos y tradicionales. Para este tópico en particular fue un lector agudo de Nicolo Macchiavelli, y su praxis política, de un cierto modo consignada, y signada también por la derrota en el texto De Principatibus, al que le dió el caracter de un primer manifiesto; y se dispuso a a trabajar en la idea de una nueva organización, ahora colectiva, como intelectual orgánico que Gramsci fue del proletariado nacional e internacional.

Antonio Gramsci llamó al partido del que fue cofundador, el partido de la Internacional el Nuevo príncipe, y asumió que el centauro maquiavélico, esto es el monstruo político como mito fundador expresaba la genial intuición del florentino que la política ejercida entre hombres libres articulaba dos funciones: dominio y consenso, coerción y hegemonía. Más aún, que los trabajadores, los grupos y clases subalternas no llegaban a ser espontáneamente hegemónicos, que las clases fundamentales para serlo, y tomaba como referencia en la modernidad a la burguesía, y luego el mismo proletariado, tenían que hacerse Estado. 

Pero, en el entretanto, decía Gramsci, otra clase fundamental, el proletariado, experimentada la derrota en la guerra de movimientos, podía desplegar acciones contra-hegemónicas en la disputa democrática, para así construir una hegemonía cultural, intelectual en el campo de las superestructuras complejas, y en específico en la sociedad civil,  a través de una guerra de posiciones de larga duración, que le otorgara la dirección sobre un potencial bloque histórico capaz  de triunfar sobre su antagonista la burguesía disgregando la función hegemónica cumplida por su intelectualidad, ejercida sobre los grupos y clases subalternas, y sus intelectuales, subordinados a los dictados de la clase dominantes. Una función ésta que en Italia cumplían grandes intelectuales, tales como Benedetto Croce, Giustino Fortunato, y Giovanni Gentile, claves de bóveda de la articulación del bloque agrario y la burguesía piamontesa.


Ahora bien, en relación con Michel Foucault, en primer lugar, él reconoció que poco conocía de la obra intelectual de Antonio Gramsci, y que algo por el estilo pasaba en su tiempo, con la mayoría de los intelectuales y políticos que lo tenían a flor de labios. Razón por la cual guardaba prudente silencio. Yo pienso que él decía la verdad, además, de juntar con ello la cruda experiencia de haber vivido en su propio pellejo el crudo dogmatismo y sectarismo de los comunistas franceses.

Con los comunistas militó a través de la admiración y sugerencias de Louis Althusser, una suerte de mentor para él en sus años mozos, amén de la que experimentó después acompañando por otro tiempo el entusiasmo despertado por la disidencia maoísta en Francia, impulsado como muchos por la renovación simbolizada por la revolución cultural. De esta vivencia en su conjunto, dejó Foucault una bella y sentida pieza "Lo que dicen que digo..." Para decir, con cierta provisionalidad prudente, que buena parte de cosas dichas por Foucault son coincidentes con las intuidas y luego reflexionadas por Antonio Gramsci con una distancia de un cuarto de siglo. Pero esto requiere hilar más delgado y será en otra oportunidad.

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