sábado, 16 de febrero de 2013


BENEDICTO, EM(PAPADO)  DE POLÍTICA HASTA EL
TUÉTANO

Miguel Angel Herrera  Zgaib
Profesor Asociado, Ciencia Política, Unal, Bogotá.
Director Grupo Presidencialismo y Participación, Unijus/Colciencias
presid.y.partic@gmail.com

                              “La Iglesia no es una organización, ni jurídica ni institucional, sino una organización vital que está en el alma…somos todos un cuerpo vivo, todos juntos, los creyentes”. Benedicto XVI. Despedida de párrocos y seminaristas,  en el San Pablo VI, El Vaticano, 14 febrero 2013.

“¿Cuál es el fundamento terrenal del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto terrenal practicado por el judío? El comercio. ¿Cuál su dios terrenal? El dinero. Pues bien, la emancipación del comercio y el dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época.” Carlos Marx, La Cuestión Judía (1844).

                                                                Ya está anunciado que Benedicto XVI se va para quedarse, como guardián de la fe cristiana, en la sombra. Y su nombre rima bien con el del politólogo Samuel P. Huntington, autor del "Choque de las Ciivlizaciones",  y Francis Fukuyama, su discípulo más adelantado en la defensa del cristianismo secular.

Quien fuera forjado en los papados reformadores de Juan XXIII y Paulo VI, se convirtió con el correr de los años en el administrador  de la contra-reforma intelectual y moral de la cristiandad, y la curia romana que  gobierna buena parte de ésta con mano férrea y laxitud financiera y moral.

 A la  Iglesia, de hecho, Benedicto no pudo sacarla  a flote todavía, de las travesuras  del neoliberalismo financiero  a comando del capitalismo global, aunque ordenara introducir, por ejemplo, el  euro como medida de los intercambios en el pequeño Estado de los papas y su feligresía, con disgusto inocultable de los guardianes de las arcas de la Iglesia católica . 

Las huellas de un contra-reformador

“Tenemos que trabajar para que se realice verdaderamente el Concilio Vaticano II y se renueve la Iglesia”. Benedicto XVI.
“Me parece que la ciencia como tal no puede generar una ética.” Joseph Ratzinger, diálogo con Habermas en la Academia Católica de Münich, 2004.

                                              A dúo con el papa mediático, Juan Pablo II, quien le dio el puntillazo moral al socialismo realmente "inexistente", derritieron el eslabón más débil de la cadena, la irredenta Polonia, la patria de Rosa Luxemburgo.

El Cardenal dedicado a censurar en detalle los desafueros de la teología de la liberación en el mundo, y en su reservorio más preciado, América Latina y Africa, se dio la maña para dejar atrás los estallidos rebeldes de Hans Küng, acompañado al predicador mediático en tiempos de globalización. 

Ratzinger se había preparado en diálogo con los teólogos Congar, y Karl Rahner, comenta el bien documentado analista Verginio Romano. Ellos fueron los últimos guardianes del reducto abierto de la Inquisición renacentista, el temido Santo Oficio, encargado de excluir y excomulgar.

Ratzinger, a quien mucho admiraba Guillermo Hoyos, en lo intelectual, era un profesor a carta cabal, saboreando y procesando las exquisiteces del pensamiento moderno, y posmoderno, en menor medida, en los asuntos del gobierno político de la sociedad civil global en los tiempos del imperio, y la sociedad de control.

En particular, Ratzinger desarrolló un diálogo memorable con Jürgen Habermas, defensor laico de las bondades de la modernidad y la ilustración, desde otra orilla, aunque cercana, ideológicamente. Ellos se reunieron en la Academia Católica de Münich, el 19 de enero de 2004, para discurrir sobre el  Estado liberal y sus fundamentos, en una aproximación entre razón  y fe.

Al concluir su intervención, el profesor Habermas dijo, “Una cultura política liberal puede esperar incluso de los ciudadanos secularizados que tomen parte en los esfuerzos por traducir los aportes del lenguaje religioso…” Pero, no todo fue acuerdo entre los dos alemanes, detrás de cuyos pensamientos flotaba aún  “el fantasma del comunismo”, y el derrumbe de los dos socialismos, el reformista de cuño socialdemócrata, y el revolucionario de la III Internacional. Pero, este diálogo merece un tratamiento en detalle que haremos en otra oportunidad.

La fascinación católica por el nazismo.

                                                  En la universidad alemana, hecha  a la manera como la reformó Humboldt y sus continuadores, calcándola, en parte de los cánones medioevales,  Ratzinger, el brillante profesor de Colonia, paraíso de la fenomenología,  hizo gala y deslumbró en el oficio del magister dixit, al modo, como por ejemplo, seducía otro católico memorable, Martin Heidegger,

Con su figura diminuta y su poderosa inteligencia al servicio de la conservación del orden, Martín, a riesgo incluso de no ocultar su entusiasmo rectoral en Friburgo, desplegó su simpatía intelectual  por el nazismo, y se refugio los encantos de la "selva negra", como el celoso habitante de la montaña mágica.

A este "embrujo" tampoco escapó el juvenil Ratzinger, quien fuera reclutado en los pioneritos del nuevo orden, dispuesto a conjurar la anticrisis propulsada por los resultados desastrosos en lo económico y social por el tratado de Versalles que cerró la I Guerra Mundial, y cuyo desastre diagnosticó J.M. Keynes en un ensayo muy celebrado, y poco leído en este tiempo de crisis permanente.

Conviene no pasar por alto lo que pasó con el Papa Pío XII in illo tempore, y cómo resolvió su diplomacia  la supervivencia como estado peculiar al Vaticano, en Letrán, en los tiempos de gloria de Benito Mussolini. Y ¿qué hizo la curia católica internacional, y su liderazgo romano con las acciones del nazismo en la España republicana y "comecuras"?  La elocuencia de aquel desastre moral y ético está inmortalizada en el "Guernika" de Picasso.

Una  renovación  y  la renuncia

“La Iglesia…los obispos unidos son, la continuación de los 12 apóstoles y no se trata sustancialmente de poder”.  Benedicto XVI, en la despedida de la oficialidad de la Iglesia Católica.

                                                            Después de 600 años se produce de nuevo la renuncia de un purpurado, Benedicto, el ilustrado Cardenal Ratzinger, en el seno de la Iglesia católica, apostólica y romana, una institución que existe como tal desde el reconocimiento institucional que le hiciera el Emperador romano Constatino, cuando triunfó sobre Majencio  en la batalla del puente Milvio (312).

Es una victoria rodeada de la leyenda de los escudos de la infantería adornados con la cruz, ambigua simbología sincrética, unida a los cultos solares indo-europeos y reforzada por la sentencia que la acompaña, In hoc signo vinces (con este signo vencerás).

La conversión cristiana de Constantino la perfeccionó con el Edicto de Milán (313),  nueva forma de intolerancia  que suprimió la pluralidad de creencias en el imperio, englobadas pago la fórmula estatal del “paganismo”; al tiempo que incorpora la ascendente religión de los pobres y excluidos, que clandestinamente conquistaba los escenarios de un vasto imperio, anima la persecución a los judíos de diversa adscripción.  

En suma se perfecciona la tendencia autoritaria que comenzó con Diocleciano y se atiza el proceso de decadencia de la Roma republicana, eso sí, en medio de un notable esplendor que  el emperador triunfante corona erigiendo la ciudad de Constantinopla a orilla del Bósforo, haciéndola capital  en el 330. Entronizado en esta tradición autoritaria  está el papa dimitente, y su sucesor.

Ahora bien, es esta Iglesia la que en la década de los 60, cuando el capitalismo moderno se transformaba, poniendo en crisis la forma de acumulación fordista, y la tiranía sobre el taller de la fábrica, la que es tocada también en su  corazón jerárquico-burocrático, por los vientos renovadores que sacuden por una década a la Italia de los llamados “años del plomo”, por los detractores, y de la primavera de la autonomía, de la autovalorización del trabajo, de la autogestión expresada en una pluralidad de voces y compromisos.

Esta creación varias veces milenaria, iniciada con la prédica de Cristo en el cercano “oriente”,  se dispuso por fin a aceptar el reto de la renovación que resistió con tanto ahínco León XIII, y trató de amolar en lo filosófico-social y en lo científico, la intelectualidad eclesiástica  que representaron los sacerdotes Ives Calvez, comentarista de Marx, y Theilard de Chardin,  asimilador fallido del creacionismo y la evolución.

Fundamentalistas y relativistas

                                             Con estos antecedentes, el papa dimitente cosechó su gloria y prestigio intelectuales de modo parsimonioso, cuidando del Index en medio de la intelectualidad tradicional  de la Iglesia. Primero, él fue consultor aconductado y paciente de los espíritus reformistas  en aparente favorecimiento de la modernidad.

Así conoció Joseph Ratzinger  a los cardenales Suenens  y Lercaro,  sin ser “perito conciliar”;  y se empapó del quehacer del cristianismo de base que se extendió con rapidez en las apetecidas colonias de América Latina y Africa, y en menor medida, en Asia, donde el catolicismo  disminuido mantiene la mayoría de su feligresía.

Las figuras de Helder Cámara en Brasil  y Camilo Torres en Colombia,  fijan los dos extremos de aquel aggiornamento del catolicismo, y su producto más celebrado a la vez que combatido: la teología de la liberación, que sintetizó en libro el padre Gustavo Gutiérrez, en Perú,  y divulgó como militante laico, el filósofo argentino Enrique Dussel. La selección no  demerita,  para nada, otras mentalidades relevantes, sus aportes y compromisos prácticos.

Animados, a manera de ejemplo,  en la práctica fueron visibles, el compromiso  del padre Pedro Arrupe, líder de la orden jesuita,  calificado como  “papa negro,” por legitimar procesos de transformación social en Centroamérica, y en cualquier lugar. Igual lo son  los sacrificios del padre Ellacuría y sus colaboradores en la Universidad Centroamericana de El Salvador; unido al asesinato del obispo católico Arnulfo Romero, al reclamarse  con sus matices defensores de la iglesia de los pobres en el tercer mundo.

Sin embargo, el espíritu de reforma del futuro parte no recorrió esa senda, necesariamente. La oportunidad de “poner en su lugar” a la izquierda posconciliar tomó todo el tiempo del papado de  Juan Pablo II.  Y a la vista del discurso de Benedicto este grupo, sancionado y orillado es calificado por él como relativista, del mismo modo que englobaría los ejercicios participativos que pusieron en jaque a las jerarquías políticas y religiosas a lo largo y ancho del planeta.

No  sólo fue embestido por Karol Wojtyla como prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, sino que en esa función presidió la nueva versión del catecismo católico, el equivalente al revés  del libro rojo, y en particular, el contrafuerte al conocido como catecismo holandés, arma de lucha intelectual y prédica militante del reformismo progresista de la Iglesia Católica. Luego, y para que no quedara duda,  el papa polaco que duró más de 25 años en la silla de Pedro, lo nombró decano del colegio cardenalicio, con el apoyo de  50 cardenales que él mismo designó durante su reinado en la tierra, y el Estado vaticano.

Del otro lado de la prédica, tuvo la honrosa compañía contra-reformista en la figura del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, dedicado a sostener la causa de la familia tradicional, la lucha contra el aborto y la anticoncepción. Pero, luego la muerte del ultraconservador López Trujillo, que en Colombia tiene continuidad en la figura de nuestro reelecto procurador dejó ese  flanco doctrinal y político al descubierto.

Pero, ya en funciones papales, y dispuesto a limpiar “el establo de augías”, Benedicto, quien escogió su nombre para honrar a  Benedicto XV, quien le tocó librar la lucha y vicisitudes de la I Guerra Mundial,  cambió al secretario de Estado vaticano al célebre Cardenal Sodano, pasándolo a presidir el Colegio cardenalicio, y dejando en la secretaría a su rival, Bertone,  quien la ejerce hasta hoy. Pero le tocó a Benedicto el magnífico bajarse de la silla pontificia para blandir su retórica y báculo en la tarea que dejó vacante la muerte del cardenal colombiano.

Un símil entre católicos y comunistas

                                                          No hay duda que el capitalismo bajo la fórmula del posfordismo derrotó al socialismo fordista y autoritario en casi toda la  línea, dejando libres del desastre unas pocas líneas de resistencia, con escenarios emblemáticos en  China,  Corea del Norte,  y Cuba.  En el marco de las superestructuras,  la contrareforma llevada a cabo por la intelectualidad tradicional, el papel equivalente lo cumplió la seguidilla de papas, Juan Pablo y Benedicto, quienes también resultaron vencedores en el plano de la sociedad civil de los países pos-industrializados.

Aquí, para aclarar las cosas, conviene, sin embargo, recordar el siguiente símil, que provino de un italiano, luchador antifascista y observador encarcelado y lúcido de su tiempo, durante la primera mitad del siglo XX. Me quiero referir a  Antonio Gramsci, quien  siguió con la debida atención y claridad notable, no solo al fascismo, sino la cuestión vaticana. Y a esta última quiero apuntar con el siguiente símil, tomado de su cosecha reflexiva.
 
Antonio Gramsci comparó comunismo y cristianismo del siguiente modo.  Y concluyó lo siguiente,  que  Marx tenía su equivalente en Cristo,  y Lenin en Paulo de Tarso,  esto claro está durante el tiempo revolucionario de las comunidades de base que se hicieron manifiesta en la decadencia del  Imperio romano. Ahora,  en otro tiempo, la era de otro imperio, el que corresponde al despliegue del capitalismo global, esta función la han cumplido con creces, Karol Woytila, el  (contra) “Lenin” polaco,  y  Joseph Ratzinger,  el (contra) Marx  alemán. Ellos han sido los “héroes” de la contra-reforma moral e intelectual  padecido en los tiempos del neo-liberalismo. 

Eso sí, Ratzinger no ha podido resolver la crisis que  azota a la dirección jerárquica de la Iglesia católica, y se ha hecho a un costado,  derrotado y vencedor al mismo tiempo, para que más  jóvenes consuman la energía en implementar  la contra-reforma de la curia romana, porque Bertone y Sodano siguen vivos.
 Conviene disponer ahora  de un fiel de la balanza, que los tenga a raya, sin suprimirlos para caminar con el signo de los tiempos, vivir con la crisis, que en este “bendito” caso, no está simbolizada por la cruz  de Constantino, y que se extendió con sus poderes taumatúrgicos hasta  1453, extendiendo el cosmopolitismo tardo-cristiano.

En lugar de la cruz, hoy tenemos la universalidad del dinero, y  el dominio del capital financiero y la financiarización, cuyo primer embate tocó a la Iglesia de Roma  con los escándalos de Calvi, Marcinkus y la Logia P2, y que ahora está tocada por la llamada  SPA  Vaticana, la sociedad por acciones, filtrada por la editorial Caos con el concurso de Gabriele, quien hurgó en los papeles de Benedicto.  De ese escándalo, y del reinado del dinero,  apenas tenemos a la vista la punta del iceberg, el llamado Instituto para las Obras Religiosas, IOR.

Un posible desenlace sin nombre conocido

En la posmodernidad, volvemos a encontrarnos  nuevamente en la situación de San Francisco de Asís y proponemos contra la miseria del poder, el gozo del ser. Ésta es una revolución que ningún poder podrá controlar, porque el biopoder  y el comunismo, la cooperación y la revolución continúan unidos, en el amor, la simplicidad y también la inocencia.  Ésta es la irrefrenable levedad y dicha de ser comunista.”  Hardt & Negri. Imperio,  Paidós, p. 357.

“Tan pronto logre la sociedad acabar con la esencia empírica del judaísmo, con el comercio y con sus premisas, será imposible el judío, porque su conciencia carecerá ya de objeto, porque la base subjetiva del judaísmo, la necesidad práctica se habrá humanizado, porque se habrá superado el conflicto entre la existencia individual sensible y la existencia genérica del hombre. La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad del judaísmo. Carlos Marx, La cuestión judía. Ver  “Los anales franco-alemanes”. Ediciones Martínez Roca, S.A,  Barcelona, 1973, p. 257.

                                           Cuando esté en funciones el nuevo sucesor  de Benedicto XVI  será posible que el hermetismo de los arcana pontificios dejen conocer nuevas realidades sobre el drama financiero. Para entonces,  resguardado, en secreto, Benedicto pondrá a prueba su estrategia práctica, para la cual dispuso durante su gobierno el  nombramiento de 67 cardenales, que sumados a los 50  de Juan Pablo II. Tales indicios nos hacen pensar que la contra-reforma sigue, posiblemente, con “rostro humano,”  pero atornillada a los designios  de la Suma Teológica  reescrita  por este (anti)Marx católico  em(papado) de política hasta los tuétanos. 

Tarea dura para las comunidades de base, para la iglesia de los pobres y los indignados, que atraviesa con sus multitudes el planeta tierra en su acción irredenta, en su reclamo de democracia absoluta.  El nuevo poder,  enfrente, y el que está detrás del trono tendrá  que inclinarse a repensar  la ruta de Francisco de Asís. 

Revisar de parte y parte a uno de los personajes más estudiados por Joseph Ratzinger, ilustrado  consejero del príncipe polaco de la iglesia que asistió a la caída de la Polonia sujeta al poder soviético,  y la de la RDA en 1989, que llevó luego al poder de la Alemania unificada a Angela Merkel, contertulia del actual papa. 

Retomando a Gramsci para cerrar este ejercicio preliminar, tenemos  aquí al intelectual orgánico de la contra-reforma, porque conviene recordar que  Benedicto, el papa blanco, ha tenido entre  sus lecturas preferidas a dos notables figuras de la Iglesia de Pedro;  por un lado, Agustín de Hipona; y por el otro, a san Buenaventura, un notable discípulo  de la orden franciscana, auxiliares ambos  del poder pastoral  de la Iglesia romana en tiempos de decadencia como lo son también  los actuales.

Para los cuales  Benedicto XVI, antes de dimitir preparó  el discurso renovado de la Suma Teológica, para los católicos de arriba, los intelectuales de la fe, y el Nuevo Catecismo, para los de abajo, la masa de los simples, que se han venido transformando delante de sus ojos en las multitudes dispuestas a transitar los fueros de la democracia, de la libertad sin prescripciones.
  

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