sábado, 24 de agosto de 2013

II SEMINARIO INTERNACIONAL. ALCALDÍA DE BOGOTÁ, 21 AGOSTO 2013.

REPENSANDO LAS RELACIONES


LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD CIVIL Y EL ESTADO (Segunda parte)

Miguel Angel Herrera Zgaib.
Presid.y,partic@gmail.com

“A la recuperación  de este nexo entre el análisis marxista de la sociedad capitalista y el análisis hegeliano de la sociedad civil dio ocasión el mismo Marx en un conocido pasaje del Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, donde dice que su revisión critica de la filosofía del derecho de Hegel “ desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de sociedad civil, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política.” Norberto Bobbio,  Gramsci y la concepción de la sociedad civil, p.  71.

                                                          Sin embargo, no pasa de un cuarto de siglo, quizás, el que la sociedad civil, que estudiara y auscultara Antonio Gramsci recluido en las cárceles del fascismo, se haya convertido en moneda común para las sociedades del mundo, y que la gente común y corriente traiga y lleve esta expresión, y sea expuesta a su presencia, con el reclamo por entender de qué se trata y qué efectos tiene en nuestro quehacer cotidiano.

Así ha hecho carrera, seguramente, y no sin sorpresa, la sociedad civil en la cotidianidad de las personas y organizaciones que animan las entidades sin ánimo de lucro, que conforman el grueso de la asistencia al auditorio Huitaca, en el día de hoy. Y ha encontrado eco y atención renovada en la academia, sacándola de los anaqueles de las bibliotecas más prestigiosas.  Una muestra es la cita de Norberto Bobbio que aparece como epígrafe.

Colombia no es la excepción en esta moda, y en mi experiencia particular como estudiante universitario empecé a tener noticia del vocablo sociedad civil en los años 70 del siglo pasado, cuando era un joven militante de izquierda, y entré en contacto con la vida y la obra de Antonio Gramsci. 

Hoy, en el tiempo de la globalización la sociedad civil se la define con alcances planetarios en trabajos de notables estudiosos como David Held  y John Keane, y se la condena a su dilución, a su desaparición progresiva por los autores del libro Imperio, los publicitados Antonio Negri y Michael Hardt, el primero de los cuales visitó a Colombia, y en Bogotá fue honrada por el alcalde Gustavo Petro en una reunión especial con las llaves de la ciudad.

Mi familiaridad con el término tercer sector como expresión y como práctica de la vida social, en cambio, es muy posterior a la sociedad civil. Data de los años 90, y de entonces ahora, ha venido adherido, casi identificado con las organizaciones no gubernamentales,  y con la experiencia neoliberal, que se afinca tanto en las conclusiones de la Comisión Trilateral, presidida por Samuel Huntington.

Él y sus compañeros J.Watanuki y M. Crozier advertían una preocupante crisis de gobernabilidad, un exceso de praxis democrática, y pedían moderar la participación de la sociedad civil, de una parte; y de otra, reclamaba con urgencia el desmonte del estado de bienestar o estado providencia, reducir al mínimo su injerencia, arguyendo que el mercado libre de ataduras realizaría la ilusión confesada de Adam Smith. En apariencia, el estado se reducía al mínimo y la sociedad civil crecía guardadas proporciones.

Escogí la relación sociedad civil y estado para escribir mi monografía de grado, para graduarme en la carrera de Derecho que pude culminar en la Universidad Libre de Colombia. Luego, con un buen tiempo de incubación esta reflexión inicial se convirtió en mi primer libro que titulé La Participación y representación política en Occidente,  publicado por la Universidad Javeriana en el año 2000.

En mi pesquisa de aquellos años encontré que la sociedad civil era una invención de los romanos, quienes la llamaron originalmente Civilis Societas, en paralelo con su invención de la República, cuando patricios y plebeyos disputaban agónicamente por el disfrute del ager publicus, lo común que luego fue transformado en  res publicae, la cosa pública, de donde proviene la expresión República.

 Aquella es una forma de gobierno, según decir del politólogo Giovanni Sartori, que expresa la juridicización de la política. Y con esta se establece la representación política, una forma diluida de la participación, porque el poder de legislar queda en cabeza de unos pocos, los senadores, que se autocalifican como el populus romano.

La república es un nuevo imaginario que hace posible la convivencia de los ciudadanos, proletarios, plebeyos, y aristócratas, en una Civitas reformada, la Iuris Societas. Pero difiere de la forma plena de la participación que inventaron los griegos con su polis, el gobierno de los muchos auto-organizados y auto-regulados en la kinonía politiké, la comunidad política no estatal.

Pero estos muchos, en verdad, eran pocos, porque hacían parte de una comunidad exclusiva y excluyente, en la que no cabían esclavos, mujeres, extranjeros, niños, o polítes deshonrados por la derrota, o el ostracismo. Estos últimos estaban agrupados en el oikos, la comunidad en que se reproducía la vida y la existencia cotidiana. Regida por el poder vertical del políte, que ejercía su poder de mando sobre los demás.

Con estos antecedentes de la sociedad civil trasladémonos al final del Medioevo, al tiempo del Renacimiento, en compañía de Nicolás Maquiavelo, cuyo celebrado opúsculo, El Príncipe (en verdad De Principatibus), cumple en diciembre 500 años de escrito. Aquí Maquiavelo acuña la expresión stato que proviene de los estamentos comunales, que eran formas de la vida corporativa comunal. Ahora es sinónimo de estabilidad para aprehender el sentido del orden colectivo de las llamadas Repúblicas Italianas.

Estas repúblicas, en su decadencia, involucran la autoridad de los príncipes que imponen su fuerza al pueblo de los libres, pero que requieren al mismo tiempo cultivar el consenso de sus gobernados, que constituyen una suerte de sociedad civil de individuos libres, que practican un sinnúmero de artes y oficios bajo el cobijo de una autoridad militar.  

De aquellos habló Maquiavelo, después de haber sido expulsado de su cargo en 1512, sometido a torturas, encarcelado y luego condenado al ostracismo. Bajo esas condiciones escribió tanto De Principatibus (1513) como los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio (1512- 1517), con las cuales se dan las primeras pinceladas, se fijan los trazos iniciales de la arquitectura de lo que serán las relaciones entre estado y sociedad civil.

Bajo estas dos premisas histórico-prácticas, el estado y la sociedad civil las monarquías absolutas ejercitan su poder soberano, juntando las dos partes. Pero, la sociedad civil tardo-medioeval se dedica al comercio, la usura, y la producción de mercancías en talleres, a la vez que consigue, conquista libertades de los reyes para su quehacer privado público.

Con el correr del modelo, entre 1648- 1781/1789, se produce un enfrentamiento entre la soberanía absoluta de los monarcas, y las libertades de los burgueses, que se zanjan en las revoluciones. Y en el siglo XIX tenemos ya la presencia de los mdernos Estados nación, donde ha sido posible separar Estado e Iglesia, como ocurre en los casos emblemáticos de Estados Unidos  y Francia.

En estos países, se descubre una contradicción, un antagonismo que nos acompaña hasta el día de hoy. Cito al respecto a Marx, en su ensayo La Cuestión Judía (1844):

“Allí donde el estado político ha alcanzado un auténtico desarrollo, el hombre lleva no solo en el pensamiento, en la conciencia, sino también en la realidad, en la existencia, una doble vida, una celestial y otra terrenal, la vida en la comunidad política en la que se considera como ser colectivo, y la vida en la sociedad civil, en la que actúa como particular, que considera a los restantes hombres como medio.”

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