miércoles, 31 de diciembre de 2014

ANTIMODERNISMO  Y POSTHUMANIDAD.

LA DOBLE SAGA DE PYNCHON Y GARCÍA MÁRQUEZ

Miguel Angel Herrera  Zgaib


                                                                        En medio del caos ambiente, en el tiempo “mágico” de la semana mayor, se produjo la muerte intempestiva, por esperada, del más genial  narrador colombiano del siglo XX, Gabriel García Márquez, en ciudad de México, donde primero encontró la gloria literaria.

Allí obtuvo luego refugio de la persecución política desatada por el presidente Julio César Turbay Ayala, a través del engendro autoritario, el infame “estatuto de seguridad” con el cual se persiguió, encarceló y torturó a la izquierda, y se castigó la osadía de la guerrilla de M-19, por el “robo” de las armas del ejército nacional sustraídas del  Cantón Norte.

Con  este difunto ilustre como el que más, quiero ensayar un conversatorio, o quizá, un paralelismo con otro escritor que lo sobrevive y admiró, Thomas Pynchon, pensándolos a los dos, sus ejemplares trayectorias en el doble horizonte del antimodernismo y la post-humanidad.

Los pasos recobrados

                                                                          Antes de marcharse de este mundo, Gabo hizo un viaje ritual a la semilla. Viajó en forma triunfal, con su mujer, en tren hasta reencontrarse con Aracataca/Macondo de donde había partido sin volver la vista atrás. Era el lugar encantado por sus abuelos, donde todo comenzó para él, y en un cierto sentido también para la Colombia que reinventó, la que conocemos y padecemos.

Vino como el hijo pródigo a un territorio y una gente atravesada en el corazón por una paz mal curada. Una conciencia “engusanada” por la soledad de una guerra que acaba de cumplir cien años, de la que casi nadie tiene memoria, porque ha resucitado más de una vez.

Era el año 2007. Gabriel García Márquez había desaparecido como autor, se descentró de su circunstancia cotidiana al cumplir los 80 años. Se enteró la familiar, y, en primera persona, su mujer, Mercedes Raquel Barcha Pardo. Unido a ella desde que era un mozalbete enamorado y despistado. Fruto de un conjuro que nadie desató, luego que la conoció en Magangué. Ella tenía 9 años, y él estaba a punto de irse a estudiar a Zipaquirá, sacando provecho de una beca que le consiguió su madre, Luisa Santiaga, para rescatarlo de la modorra pueblerina.

La pareja combinó de manera imborrable su desarraigo. Se hicieron cómplices en una alegría creativa de puertas para adentro. Vivieron riéndose del poder, de todo y de todos, con ironía y sarcasmo; como si por intuición conocieran  las claves del cuento de ser colombianos, siendo los habitantes anacrónicos de Macondo/Aracataca/Magangué.

A Mercedes, el pichón de escritor de ojos tristes le juró fidelidad a la manera costeña, enamorando a cuantas pudo por el camino del encuentro definitivo. Empezó míticamente con los afectos y cobijo de las que llamó mis putas tristes, y continuó sus amoríos de ocasión en inquebrantable fidelidad hasta que marchó en cuerpo y alma de este mundo en compañía de Remedios lejos de una tierra sin remedio aparente.

Pero antes, casi en secreto, Gabo resolvió, máquina en ristre, el misterio propuesto por un paria de su propia estirpe y diferente prosapia. Argentino para más señas, Jorge Luis Borges, quien en uno  de sus cuentos memorables, asaeteado por una vestal escandinava, Ulrika, nos espetó la sentencia: ser colombiano es un acto de fe, o algo así.

Gabo, del poder se burló hasta que perdió la memoria, pero convivió con él. Y le sacó provecho siempre que pudo, por nobles causas, masticadas en las angustias del 9 de abril, que lo trajo de vuelta al Caribe del que había partido. Lo recordaba, un amigo  contradictorio y enigmático Plinio Apuleyo Mendoza, en el especial de televisión del sábado de semana santa.
La anécdota era una llamada del presidente Santos para su onomástico 80. Entonces el escritor ni supo con quien hablaba. Gabo perdió la “memoria corta”; y poco, casi nada, lo importunaban ya los nuevos mejores amigos. Alejado de los heraldos negros del poder y la soledad, incoloros e insoportables se preparó para morir, pero dejó una novela prácticamente terminada que pronto publicarán la familia y su albacea literario.

Encuentro lejano y descentrado
“Cervantes es el representante del Renacimiento, de la decadencia de España, y Gabo, de la posmodernidad, de la llegada de América Latina a los horizontes globales.” Gerald Martin, conversación telefónica, en ET, 20/04, 2014, p. 2.

                                                                                Al otro lado de la falsa frontera americana, arriba del Atlántico, allende del Caribe, otro escritor invisible, Thomas Ruggles Pynchon Jr., borrado de la cotidianidad por voluntad propia. Nació en un paraje de Nueva Inglaterra, en Glen Cove, Long Island (New York), diez años después que Gabo, el 8 de mayo de 1937. Ha seguido con cuidado y confesa delectación la trayectoria de su hermano costeño. Es su alma gemela, por diferente, durante una buena cantidad de años. Lo sobrevive escribiendo con rabiosa lucidez sobre Estados Unidos y su circunstancia posthumana.[1]

Ambos se dedican a conmover con cargas de profundidad creativa, sintomal, la decadente república de las letras modernas. Porque García Márquez y Pynchon han batido con laboriosa filigrana  la pócima  que desentraña, disuelve los misterios incestuosos y asesinos de la modernidad domeñada por el capital, neutralizando casi todos sus conjuros.

Bajo la doble  impronta de la anti-modernidad y la posthumanidad, los dos reinventan, cómo no, la narrativa, con sus genialidades, en procura de un precioso punto de fuga. Ellos recuperan en sus polifonías, la sensibilidad borrada de los muchos, blandiendo el sentido común de la oralidad subalterna, en sostenida rebeldía contra lo estatal existente con descargas de ironía y sarcasmo pantagruélicos.[2]

Las dos trayectorias arrancan, nacen alimentándose de la modernidad sembrada y cosechada en el comercio con las letras norteamericanas, casi autodidacta el uno, y el otro sacando provecho de la rica y liberal educación superior estadounidense. Se apropian con maestría, se hacen diestros en lo que Marshall Berman distinguió como el modernismo literario, a través de un listado de grandes obras, que incluye El manifiesto comunista. En esa dodecafonía, flanqueada por decadencia y rebeldía suma, los dos encuentran sus claves literarias en el  trajín de la poesía, a la par con la contemplación y la escucha inagotable del mar.

La disputa con la modernidad del sujeto individuado, antes todopoderoso, ahora fragmentado es saldada literariamente con la energía del inconsciente de los dos artistas. Madres todopoderosas son la piedra de toque, sumergidos en la tempestad de paternidades ausentes, para que sus palabras singulares no se ahoguen  en la errancia.

El rito iniciático de Thomas Pynchon se cumple  expurgando el poema libro del modernista Thomas  S. Eliot, The Waste Land, mientras Gabriel García Márquez hace lo propio, primero, a través del contacto poético anacrónico con España, con la poesía de la tardía ilustración, leída a ritmo de tranvía hasta  la catástrofe del 9 de abril de 1948, que puso fin a su peripatetismo sobre rieles en la soledad fría de la sabana de Bogotá.

El estudiante provinciano, viviendo en una pensión de tercera, escanciaba recuerdos infantiles leyendo poesía. Imaginaba, tejía mundos entre la calle 72, el barrio Chapinero, en extremo el norte, y Las Cruces, el habitáculo de la pobrería en el extremo sur. Era el espacio social de la Bogotá del medio siglo pasado.

Gabo había sido iniciado antes su lectura poética en comercio literario con un maestro libertario, en el Liceo nacional de Zipaquirá. Aquí vino a parar aquel calentano arrancado por decisión materna del Liceo Celedón, en la ardiente y húmeda Santa Marta, con sus fantasías y amores juveniles. Así está escrito en el único de tres volúmenes prometidos de sus Memorias: Vivir para contarla.

El caribeño trasterrado, transplantado  de repente a la atmósfera gris,  envuelto en la negra rutina que interrumpía con sobresaltos la algarabía de la república liberal, convivía con el orden impuesto por  “orejones” de tercera. Ellos habían fabricado una independencia a medias, al independizarse de España. 

Así las cosas, Gabo habitaba una modernidad contrahecha. En fuga existencial, pronto se hermanó, encontró un alma gemela en la obra del checo Franz Kafka.  En aquella lectura deslumbrante descubrió, desenmarañó su vocación de escritor, recuperando el sentido común, la fantasía de una resistencia preñada de religiosidad popular, donde Cervantes fue también su gran maestro. Aunque muy poco haya dicho al respecto, que se sepa.

Descubriendo  la Otredad

“En lugar de interrogarse (el abyecto) sobre su “ser”, se interroga sobre su lugar: ¿Dónde estoy?, más bien que ¿Quién soy? Ya que el espacio que preocupa al arrojado, al excluido, jamás es uno, ni homogéneo, ni totalizable, sino esencialmente divisible, plegable, catastrófico…Constructor infatigable, el arrojado es un extraviado. Un viajero en una noche de huidizo fin.” Julia Kristeva.[3]

                                                                        La singladura del marino Thomas Pynchon, sus veinticuatro horas de revelación en la procelosa búsqueda de sí mismo, según lo registra el español Collado Rodríguez, tuvo también que ver con otros dos exploradores del modernismo, quienes confluyeron en el año 1922 con Eliot, Ludwig Wittgenstein, y su obra, el Tractatus lógico-philosophicus,  y James Joyce, autor de Ulysses, un monólogo interior con el mundo en la intemporalidad de un solo día.

                                                               El arranque narrativo de los dos escritores son los cuentos. Thomas Pynchon lo hace escribiendo  The Small Rain, que publica en la revista The Cornell Writer, en marzo de 1959, después que se ausentó de  la universidad, para pagar el servicio militar en la marina entre los años 1955 y 1957.

Antes  Pynchon  estudió la secundaria en la escuela pública de Oyster Bay, en Long Island. Allí, entre otras cosas, él fue parte del Spanish Club, y obtuvo altas notas que le permitieron luego ingresar a Cornell. En esta universidad de la Ivy League  comenzó ingeniería física. Pero, al regresar de la marina  reorientó el estudio  hacia un BA en inglés, en el College of Arts and Sciences. Entonces Pynchon  entró en contacto con la enseñanza de Vladimir Nabokov, quien  no lo distinguió con su recuerdo.

Un segundo cuento, Mortality and Mercy in Vienna  lo publicó en Epoch durante el mismo año. Es el único texto que excluyó luego  de la compilación Slow Learner aparecida en 1984, cuando Pynchon era narrador consagrado en el circuito anglo-sajón.  Después hubo otras dos piezas importantes, Low-Lands, y, particularmente una,  Entropy  que publicó también en 1960, en Kenyon Review.  Esta es una pieza fundamental, porque en ella descubre claves de su novelística madura.

Sin embargo, será otro cuento, una suerte de novela corta, diría yo,  Under the Rose (1961), el que lo dispuso en definitiva para ensayarse en la cacería mayor, la novela V. Este es ya un escrito con la marca inicial de la mítica letra que lo acompañará. Ella hará el papel de Macondo en la geografía de ficción y realidad de García Márquez.

La primera narrativa

                                                           La primera narrativa de Pynchon como la de García Márquez abunda “en imágenes de desolación, lluvia, amor y muerte pero también un primer estudio del lenguaje como elemento a la vez categorizador y metafórico.”[4]

Los primeros cuentos escritos por GGM aparecieron reunidos bajo el título Ojos de Perro Azul (1947), y entre ellos está La tercera resignación, el relato de un muerto que dentro de su ataúd pasa un cuarto de siglo negándose a morir:
“Recordó que había llegado a mayor de edad. Tenía 25 años y eso significaba que no crecería más…La pasó muerto. (…) La última noche la había pasado feliz, en la solitaria compañía de su propio cadáver.

Pero estará ya tan resignado  a morir, que acaso muera de resignación.”

 El cuento fue publicado en el No. 80 de Fin de Semana, de El Espectador, a cargo de Eduardo Zalamea Borda. Él anunció allí, aquel día el descubrimiento de un escritor excepcional. Le pasó lo contrario que a Guillermo de Torre (1900-1971),[5] el crítico literario de editorial Losada, quien recibió unos años después el manuscrito de La Hojarasca (1950), una novela corta.

Gabo recuerda el episodio en el reportaje sin preguntas, que durante tres días concedió al novel periodista Daniel Samper en 1968.[6] Aquella carta condenatoria de Guillermo decía: “no solamente que el libro era impublicable, sino que el muchacho que lo había escrito no tenía porvenir.”[7]

Aquella novela, escrita por Gabo al filo de sus 22 años, mientras era reportero de El Heraldo de Barranquilla, la publicó por su cuenta en editorial Zipa, Bogotá en 1955. La anécdota es que fue Samuel Lisman Baum  el editor fracasado:
“Abrí la gaveta del escritorio y le di el joto como estaba. A las pocas semanas me llamaron de la editorial Zipa … me dijeron que estaba listo el libro, pero que el editor se había perdido y yo tenía que pagarlos. De manera que me tocó ir con varios libreros…y convencerlos de compraran cinco o diez ejemplares cada uno”.[8]

 A  partir de La Hojarasca
                                                                    La Hojarasca, con la peripecia narrada, es la continuación promisoria, alucinante de la saga que empieza con el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1947). Entre los dos ejercicios  se devela el universo en construcción de su obra mayor. Aquí aparece el coronel Aureliano Buendía, luego que el banano ha caído en desgracia, quien se enfrenta en Macondo a todo el pueblo que rehúsa enterrar al médico francés que decidió suicidarse en un pueblo pacato y sometido a un rancio catolicismo. Con el coronel viven su hija, Isabel, objeto del primero de los cuentos, y su nieto de 11 años.

Al escribir esta novella, Gabo confronta el dogmatismo, dentro de la obra escrita, y por fuera el de sus amigos comunistas: “Tenía la convicción de que toda buena novela debía ser una transposición poética de la realidad (…) mis amigos militantes me crearon un terrible complejo de culpa. Es una novela que no denuncia, que no desenmascara nada.”[9]

Se estaba perfilando  un nuevo Quijote/Cervantes de las letras colombianas. Este creador adquirió entidad propia, estatura universal en otro relato corto, una pieza maestra, de la cual habló también en el memorable reportaje de Daniel Samper, así:
“Terminé el libro en 1957, en París, y le mandé los originales a Germán Vargas para que los leyera y me contara cómo le habían parecido. Pero Germán se los dio a Jorge Gaitán Durán  sin que yo supiera, y este los publicó en la revista Mito.”

Este cuento magistral es la joya más preciada de su corona literaria que desembocará en Cien Años de Soledad. Luego, el propio Gabo realizará un viraje mayor, un nuevo experimento literario, El Otoño del Patriarca, que marcará su  trayectoria consagratoria como  poeta en todos los géneros, reiventándose, y honrando la memoria literaria de José Eustasio Rivera, autor a principios del siglo pasado de La Vorágine. En el entendido de explorar las raíces de nuestra soledad centenaria.

El encuentro con  Europa
                                                           García Márquez, varado en París como corresponsal de El Espectador, toda vez que el periódico  había sido destruido en Bogotá, por orden del dictador Gustavo Rojas Pinilla; quedó aliviado de corresponsalías por un buen rato; asediado por las deudas en la casa que lo alojaba desató su imaginación portentosa. 

El propio escritor recuerda la gran productividad que despliega por aquellos años entre 1950  y 1959. Gabo lo recuerda: “…había escrito los cuentos que componen Los funerales de la Mama Grande  y la novela Mala Hora. Esta última rodaba por ahí, en un rollo, me acuerdo mucho, amarrado con una corbata azul a rayas amarillas. En el 59 me casé, y Mercedes resolvió ordenar mis cosas.”[10]

Desde esas fechas, a la manera de Penélope, Mercedes desata la corbata azul,  y cuida, libera de la tiranía de las pequeñas cosas al  escritor que madura la obra cumbre de su vida, donde capta en el destino prosaico, heroico y cómico de su familia mítica, la nación contrahecha que es Colombia.

Parado como un coloso de Rodas tropical, entre dos lejanías, Europa y Mesoamérica, molida esta madurando su creación, la épica del siglo diecinueve colombiano, Cien Años de Soledad, trasustanciada en la prosa poética de Juan Rulfo, circulando a través de los vasos comunicantes de la mejor literatura norteamericana libada, gozada con sus amigos de La Cueva, bajo la docta, bondadosa guía de Ramón Vinyes, y el volcánico temperamento del cabellón Cepeda Samudio, cultor del cuento, la novela corta y el periodismo de  la mejor factura.  

Así se empolla nuestro único premio nobel,de quien nos despedimos en el año que se extingue, sin importar las ceremonias de cartón y los alabados de la basílica. 






[1] Es una expresión cosechada  del trabajo crítico de Ihab  Hassan. Lo posthumanista corresponde al “proceso  de suplantación del sujeto de conocimiento típicamente renacentista/burgués por el ideológicamente inestable ser/no ser contemporáneo.” Ver Collado Rodríguez, Francisco (2004). El orden del caos: literatura, política y posthumanidad en la narrativa de Thomas Pynchon. Universitat de València, p.  53.
[2] Collado Rodríguez, Francisco (2004). El orden del caos: literatura, política y posthumanidad en la narrativa de Thomas Pynchon. Universitat de València.
[3] Ver Poderes de la Perversión. Siglo XXI. México, p. 16. ( Original: Pouvoirs de l´horreur, 1980)
[4] Collado Rodríguez (2004), op. cit.,p. 18.
[5][5] De Torre fue fundador de la editorial Losada, y se casó con Norah, la hermana de Jorge Luis Borges. Fue animador del Ultraísmo, y de la Gaceta Literaria, revista principal de la Generación del 27;  a la vez que un destacado crítico literario y artístico, quien después de Madrid fijó su residencia en Buenos Aires donde falleció.
[6] Daniel Samper publicó el reportaje que hizo a Gabo en Barcelona  el El Tiempo el 22 de diciembre de 1968.
[7] Ver  El Tiempo, ET. Bogotá, 20/04/2014, p. 5.
[8] O. c., ídem.
[9] Ver ET, 20/04/14, p. 20.
[10] O. c.,  El creador de Macondo, p. 5.
DEBATE  UNIVERSITARIO EN LA   UNIVERSIDAD NACIONAL, BOGOTÁ.

¿PAPELES, TAN SOLO “PAPERS”?

Mguel Angel Herrera  Zgaib

                                                       Es más que útil y significativo que el año 2014 cierre con un debate que toca con la labor académica, su validez científica, formativa y su proyección social, y el modo como ésta es remunerada en el espacio tiempo de la Universidad Nacional, y la pública de modo más general.

Y digo que significativo, en primer lugar, porque en el ámbito de los trabajadores comunes y corrientes hay la consabida disputa por los aumentos que obtendrán; y estos se mueven entre un posible 4 por ciento y un 9.5 por ciento, que en ningún caso se compadecen con las ganancias obtenidas por los dueños del capital financiero, industrial, comercial, etc. 

Igualmente es relevante recordar cómo los empleados de la rama jurisdiccional del poder público superaron los 90 días en paro reclamando una relación salarial en concordancia con la nivelación establecida conforme a la ley nacional. La cual en efecto ocurrió con respecto a los altos magistrados, la que los coloca casi en proporción de 1 a 5, sin que haya explicación que valga.

Nosotros somos parte del sector público, y no me queda claro por qué dicha nivelación no ha ocurrido hasta el día de hoy. Revelando a las claras que los sectores educación y salud, particularmente, siguen siendo cenicientas en este aggiornamento. 

Soy de los que piensa que un profesor que sea tiempo completo debe ser remunerado con un salario mensual de $10 millones de pesos, porque alcanzar la condición de tal tiene unos requerimientos que son equiparables con otras actividades y experticias.

La particularidad del debate

                                                          Ahora en cuanto al escenario del debate, y la explosión de "papers" en el quehacer universitario colombiano, conviene que la Universidad Nacional, primero que todo, la vicerrectoría de investigación nos ofrezca cuando menos las estadísticas consolidadas de los pasados 10 años, al tiempo que la división financiera y salarial de la universidad nos ofrezca la información de lo que salarialmente se paga en la Universidad Nacional de Colombia. Con estos dos datos podemos luego hacer un estado de la cuestión que combine factores y resultados en tan sensible materia.

En cuanto a los criterios para valorar las tres funciones: extensión, investigación y docencia tienen que ser explícitos y operativos. Por supuesto que habrá unos inclinados a magnificar uno cualquiera de los factores. Cuál sea el énfasis puede cambiar según la política universitaria que se adopte, y que tendrá en cualquier caso que ser debatido dicho rumbo democráticamente.

En lo que tiene que ver en particular, con la valoración académica, desde los tiempos de Abelardo, por lo que leí en doctas citas, tiene que ver con la percepción ilustrada de los dicentes, los alumnos, los párvulos, pero no una parte de ellos, los que "quieran" responder a las encuestas elaboradas por la Universidad, sino todos sin excepción y en un tiempo uniforme cada semestre, y no bajo la fórmula escalonada y anárquica con que se aplican. Y todo eso es posible hasta hoy contando con los elementos técnicos con que se cuenta.

Por supuesto, que lo antes dicho, no deja de lado otros factores a considerar, que tienen que estar claros y no fijados discrecional, casuística o caprichosamente. La genialidad, cuando la hay, no tiene medida, porque ella es la desmesura. En tanto  desmesura ella es la medida, y para esta no trabaja la universidad en ninguna parte, porque no hay modo de prefabricar genialidades. 

No es este el caso de Colombia, todavía, si tomamos como medida, p.e., el otorgamiento de premios Nobel. Solo tenemos registrado un ejemplo. Para este caso, si tuviera que ver en algo con la academia, el logro estaría compartido por la Universidad nacional, su facultad de derecho, pues en ella estudió Gabo, y desertó de la misma.

Tal  como se pudo constatar para los visitantes regulares y circunstanciales de la Biblioteca Central durante el año que termina, en pos de su vocación literaria, como su condiscípulo Camilo Torres lo hizo en procura de la emancipación y liberación social con suertes diferentes.


lunes, 15 de diciembre de 2014



LA CORTE INTERAMERICANA DE D.H.
CONDENA AL GOBIERNO DE COLOMBIA
Miguel Angel Herrera Zgaib

                                                                             Hace una semana que se conoce la condena proferida por la máxima instancia interamericana en materia de derechos humanos, la CIDH. Confirma la responsabilidad del Estado en la muerte de las personas de la cafetería, los llamados "desaparecidos" del Palacio de Justicia. Reafirma la responsabilidad específica de Luis Alfonso Plazas Vega, y también de su superior el general Arias Cabrales.
Le da credibilidad al testimonio del cabo del ejército E. Villamizar, quien participó en el traslado de tropas del ejército nacional que se movilizaron desde Villavicencio para intervenir en la retoma del Palacio de Justicia. Este testigo había sido desmentido por sus superiores militares, quienes incluso negaron que tal movilización hubiera ocurrido nunca.
La Corte Interamericana exige a la justicia nacional que esclarezca de manera plena lo acontecido con los 10 desaparecidos, con los tres muertos y torturados: la guerrillera Irma, el trabajador de la cafetería del Palacio, y el magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán.

El Caso Urán, una prueba incontestable

                                                                    En días pasados, en un programa de la televisión mexicana, la viuda del magistrado Urán, Ana María Bidegain, estudiosa de las religiones y las migraciones, quien fuera docente y directora del Centro de Estudios Sociales de Ciencias Humanas de la U. Nacional.
Ella comentó cómo fueron bloqueados los ejercicios de esclarecimiento de la tortura y ejecución del magistrado; la labor heroica de la fiscal Ángela María Buitrago; y cómo Ana María Bidegain obtuvo los documentos de identificación de su marido, los cuales aparecieron perforados por lo que debió ser un tiro de gracia, cuando él estaba en poder de las autoridades militares.
Dicho documento se encontró en una inspección a la Escuela de Caballería, en el fatídico lugar que fuera el Cantón Norte, y cómo llegó a su poder el casette que comprueba la salida con vida de Urán del infierno que fue después el Palacio de Justicia.

No a la impunidad castrense
                                                                         Con esta sentencia ejemplar de la Corte Interamericana, se esclarece uno de los episodios más oscuros de la historia nacional del último cuarto de siglo, a la vez que se prueba la validez de la justicia administrada por el Tribunal Superior de Bogotá, a pesar de las insidias de gacetilleros, las intrigas de Procuraduría, los falsos señalamientos de Acore, y la complicidad intelectual de vocerías del Centro Democrático, antes y después de la sentencia .
Pareciera que será posible, por fin, encontrar el lugar de los cadáveres de los civiles asesinados por unidades de inteligencia del ejército nacional, que deshonran el honor de los guerreros al convertirse en torturadores, asesinos y cómplices de sus propios ciudadanos.
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben
Hasta hoy tales sepulturas son mantenidas en secreto con la pretensión fallida hoy, de mantener crímenes tan abominables en la impunidad. Es tiempo que se castigue a los superiores responsables de tal bestialidad inexcusable desde cualquier perspectiva. Incluyendo al propio expresidente Belisario Betancur. 

Él prohijó y cobijó tal conducta criminal, y sus ministros, quienes no tomaron distancia de esta decisión; más bien, ellos soportaron impávidos, casi sin excepción, la progresión de la bestialidad que el magistrado Reyes, presidente de la Corte, solicitó que fuera detenida ipso facto, sin encontrar respuesta.

Esta sentencia se anticipa al pronunciamiento pendiente de la CSJ de Colombia, del que sectores de la reacción política, y familiares del entonces mayor, hoy coronel Plazas Vegas, especulan que habrá una sentencia absolutoria del militar, quien se hizo famoso con su cínica expresión de defender la "democracia, maestro".

De Ayotzinapa al Palacio de Justicia

"La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado mexicano, en noviembre de 2009, por graves violaciones a los derechos humanos en el paradigmático caso de Rosendo Padilla Pacheco." Carlos A. Flores, Las dos caras de México, en Revista Siempre, no. 3206, p. 69.

                                                                       Si tal pronóstico, el fallo absolutorio de la Corte Suprema de Justicia prosperara en Colombia, le corresponderá a la propia ciudadanía emular con las movilizaciones mexicanas contra el impune sacrificio de los 43 estudiantes en Ayotzinapa, asesinados con el concurso de la policía local, el narcotráfico y las autoridades locales, estatales y nacionales.
El antecedente más cercano para México fue el caso de Rosendo Padilla Pacheco, que el Estado y las autoridades mexicanas no tuvieron en cuenta para actualizar el contenido del artículo 215-A del Código Penal Federal, cuya redacción actual hace posible la impunidad en la desaparición forzada, como lo recuerda el articulista Carlos A. Flores.
Colombia es el paraíso infernal de la desaparición forzada, y las fosas comunes esparcidas por el país el testimonio mudo de la violencia sistemática, indiferenciada, contra la resistencia, la rebeldía de los subalternos que reclaman democracia  e igualdad social.

Ya nos cansamos


                                                                               No se puede permitir más bestialidad por parte de las autoridades en ningún lugar de América Latina y del mundo; y por quienes no respetan la vida humana, y mienten y justifican con pasmosa "naturalidad" sus crímenes, antes y ahora.

Tampoco parece viable que el presidencialismo mexicano y colombiano se mantenga tal y como existen, donde el llamado equilibrio de poderes, antes y después de las reformas se inclina en favor de ejecutivos todopoderosos. Quizás el grito reivindicativo de los jóvenes mexicanos volcados en las calles a raíz de los crímenes de Ayotzinapa, "Ya me cansé" que se difundía por twitter, ahora tengamos que conjugarlo en plural, de sur a norte del continente.

En Colombia como en México, no bastará con las reparaciones materiales que pagaremos todos los contribuyentes, ni con la exigencia de pedir perdón públicamente a los familiares de las víctimas ordenado por la Corte Interamericana a todas las autoridades de Colombia.

El respeto a los derechos fundamentales no puede ser más un "as de burlas" para nadie. Deberán seguir produciéndose sentencias condenatorias, y la divulgación por la Comisión de Memoria histórica de tales atrocidades para escarmiento de los asesinos, y educación política de la población ultrajada por tales conductas.