miércoles, 31 de diciembre de 2014

ANTIMODERNISMO  Y POSTHUMANIDAD.

LA DOBLE SAGA DE PYNCHON Y GARCÍA MÁRQUEZ

Miguel Angel Herrera  Zgaib


                                                                        En medio del caos ambiente, en el tiempo “mágico” de la semana mayor, se produjo la muerte intempestiva, por esperada, del más genial  narrador colombiano del siglo XX, Gabriel García Márquez, en ciudad de México, donde primero encontró la gloria literaria.

Allí obtuvo luego refugio de la persecución política desatada por el presidente Julio César Turbay Ayala, a través del engendro autoritario, el infame “estatuto de seguridad” con el cual se persiguió, encarceló y torturó a la izquierda, y se castigó la osadía de la guerrilla de M-19, por el “robo” de las armas del ejército nacional sustraídas del  Cantón Norte.

Con  este difunto ilustre como el que más, quiero ensayar un conversatorio, o quizá, un paralelismo con otro escritor que lo sobrevive y admiró, Thomas Pynchon, pensándolos a los dos, sus ejemplares trayectorias en el doble horizonte del antimodernismo y la post-humanidad.

Los pasos recobrados

                                                                          Antes de marcharse de este mundo, Gabo hizo un viaje ritual a la semilla. Viajó en forma triunfal, con su mujer, en tren hasta reencontrarse con Aracataca/Macondo de donde había partido sin volver la vista atrás. Era el lugar encantado por sus abuelos, donde todo comenzó para él, y en un cierto sentido también para la Colombia que reinventó, la que conocemos y padecemos.

Vino como el hijo pródigo a un territorio y una gente atravesada en el corazón por una paz mal curada. Una conciencia “engusanada” por la soledad de una guerra que acaba de cumplir cien años, de la que casi nadie tiene memoria, porque ha resucitado más de una vez.

Era el año 2007. Gabriel García Márquez había desaparecido como autor, se descentró de su circunstancia cotidiana al cumplir los 80 años. Se enteró la familiar, y, en primera persona, su mujer, Mercedes Raquel Barcha Pardo. Unido a ella desde que era un mozalbete enamorado y despistado. Fruto de un conjuro que nadie desató, luego que la conoció en Magangué. Ella tenía 9 años, y él estaba a punto de irse a estudiar a Zipaquirá, sacando provecho de una beca que le consiguió su madre, Luisa Santiaga, para rescatarlo de la modorra pueblerina.

La pareja combinó de manera imborrable su desarraigo. Se hicieron cómplices en una alegría creativa de puertas para adentro. Vivieron riéndose del poder, de todo y de todos, con ironía y sarcasmo; como si por intuición conocieran  las claves del cuento de ser colombianos, siendo los habitantes anacrónicos de Macondo/Aracataca/Magangué.

A Mercedes, el pichón de escritor de ojos tristes le juró fidelidad a la manera costeña, enamorando a cuantas pudo por el camino del encuentro definitivo. Empezó míticamente con los afectos y cobijo de las que llamó mis putas tristes, y continuó sus amoríos de ocasión en inquebrantable fidelidad hasta que marchó en cuerpo y alma de este mundo en compañía de Remedios lejos de una tierra sin remedio aparente.

Pero antes, casi en secreto, Gabo resolvió, máquina en ristre, el misterio propuesto por un paria de su propia estirpe y diferente prosapia. Argentino para más señas, Jorge Luis Borges, quien en uno  de sus cuentos memorables, asaeteado por una vestal escandinava, Ulrika, nos espetó la sentencia: ser colombiano es un acto de fe, o algo así.

Gabo, del poder se burló hasta que perdió la memoria, pero convivió con él. Y le sacó provecho siempre que pudo, por nobles causas, masticadas en las angustias del 9 de abril, que lo trajo de vuelta al Caribe del que había partido. Lo recordaba, un amigo  contradictorio y enigmático Plinio Apuleyo Mendoza, en el especial de televisión del sábado de semana santa.
La anécdota era una llamada del presidente Santos para su onomástico 80. Entonces el escritor ni supo con quien hablaba. Gabo perdió la “memoria corta”; y poco, casi nada, lo importunaban ya los nuevos mejores amigos. Alejado de los heraldos negros del poder y la soledad, incoloros e insoportables se preparó para morir, pero dejó una novela prácticamente terminada que pronto publicarán la familia y su albacea literario.

Encuentro lejano y descentrado
“Cervantes es el representante del Renacimiento, de la decadencia de España, y Gabo, de la posmodernidad, de la llegada de América Latina a los horizontes globales.” Gerald Martin, conversación telefónica, en ET, 20/04, 2014, p. 2.

                                                                                Al otro lado de la falsa frontera americana, arriba del Atlántico, allende del Caribe, otro escritor invisible, Thomas Ruggles Pynchon Jr., borrado de la cotidianidad por voluntad propia. Nació en un paraje de Nueva Inglaterra, en Glen Cove, Long Island (New York), diez años después que Gabo, el 8 de mayo de 1937. Ha seguido con cuidado y confesa delectación la trayectoria de su hermano costeño. Es su alma gemela, por diferente, durante una buena cantidad de años. Lo sobrevive escribiendo con rabiosa lucidez sobre Estados Unidos y su circunstancia posthumana.[1]

Ambos se dedican a conmover con cargas de profundidad creativa, sintomal, la decadente república de las letras modernas. Porque García Márquez y Pynchon han batido con laboriosa filigrana  la pócima  que desentraña, disuelve los misterios incestuosos y asesinos de la modernidad domeñada por el capital, neutralizando casi todos sus conjuros.

Bajo la doble  impronta de la anti-modernidad y la posthumanidad, los dos reinventan, cómo no, la narrativa, con sus genialidades, en procura de un precioso punto de fuga. Ellos recuperan en sus polifonías, la sensibilidad borrada de los muchos, blandiendo el sentido común de la oralidad subalterna, en sostenida rebeldía contra lo estatal existente con descargas de ironía y sarcasmo pantagruélicos.[2]

Las dos trayectorias arrancan, nacen alimentándose de la modernidad sembrada y cosechada en el comercio con las letras norteamericanas, casi autodidacta el uno, y el otro sacando provecho de la rica y liberal educación superior estadounidense. Se apropian con maestría, se hacen diestros en lo que Marshall Berman distinguió como el modernismo literario, a través de un listado de grandes obras, que incluye El manifiesto comunista. En esa dodecafonía, flanqueada por decadencia y rebeldía suma, los dos encuentran sus claves literarias en el  trajín de la poesía, a la par con la contemplación y la escucha inagotable del mar.

La disputa con la modernidad del sujeto individuado, antes todopoderoso, ahora fragmentado es saldada literariamente con la energía del inconsciente de los dos artistas. Madres todopoderosas son la piedra de toque, sumergidos en la tempestad de paternidades ausentes, para que sus palabras singulares no se ahoguen  en la errancia.

El rito iniciático de Thomas Pynchon se cumple  expurgando el poema libro del modernista Thomas  S. Eliot, The Waste Land, mientras Gabriel García Márquez hace lo propio, primero, a través del contacto poético anacrónico con España, con la poesía de la tardía ilustración, leída a ritmo de tranvía hasta  la catástrofe del 9 de abril de 1948, que puso fin a su peripatetismo sobre rieles en la soledad fría de la sabana de Bogotá.

El estudiante provinciano, viviendo en una pensión de tercera, escanciaba recuerdos infantiles leyendo poesía. Imaginaba, tejía mundos entre la calle 72, el barrio Chapinero, en extremo el norte, y Las Cruces, el habitáculo de la pobrería en el extremo sur. Era el espacio social de la Bogotá del medio siglo pasado.

Gabo había sido iniciado antes su lectura poética en comercio literario con un maestro libertario, en el Liceo nacional de Zipaquirá. Aquí vino a parar aquel calentano arrancado por decisión materna del Liceo Celedón, en la ardiente y húmeda Santa Marta, con sus fantasías y amores juveniles. Así está escrito en el único de tres volúmenes prometidos de sus Memorias: Vivir para contarla.

El caribeño trasterrado, transplantado  de repente a la atmósfera gris,  envuelto en la negra rutina que interrumpía con sobresaltos la algarabía de la república liberal, convivía con el orden impuesto por  “orejones” de tercera. Ellos habían fabricado una independencia a medias, al independizarse de España. 

Así las cosas, Gabo habitaba una modernidad contrahecha. En fuga existencial, pronto se hermanó, encontró un alma gemela en la obra del checo Franz Kafka.  En aquella lectura deslumbrante descubrió, desenmarañó su vocación de escritor, recuperando el sentido común, la fantasía de una resistencia preñada de religiosidad popular, donde Cervantes fue también su gran maestro. Aunque muy poco haya dicho al respecto, que se sepa.

Descubriendo  la Otredad

“En lugar de interrogarse (el abyecto) sobre su “ser”, se interroga sobre su lugar: ¿Dónde estoy?, más bien que ¿Quién soy? Ya que el espacio que preocupa al arrojado, al excluido, jamás es uno, ni homogéneo, ni totalizable, sino esencialmente divisible, plegable, catastrófico…Constructor infatigable, el arrojado es un extraviado. Un viajero en una noche de huidizo fin.” Julia Kristeva.[3]

                                                                        La singladura del marino Thomas Pynchon, sus veinticuatro horas de revelación en la procelosa búsqueda de sí mismo, según lo registra el español Collado Rodríguez, tuvo también que ver con otros dos exploradores del modernismo, quienes confluyeron en el año 1922 con Eliot, Ludwig Wittgenstein, y su obra, el Tractatus lógico-philosophicus,  y James Joyce, autor de Ulysses, un monólogo interior con el mundo en la intemporalidad de un solo día.

                                                               El arranque narrativo de los dos escritores son los cuentos. Thomas Pynchon lo hace escribiendo  The Small Rain, que publica en la revista The Cornell Writer, en marzo de 1959, después que se ausentó de  la universidad, para pagar el servicio militar en la marina entre los años 1955 y 1957.

Antes  Pynchon  estudió la secundaria en la escuela pública de Oyster Bay, en Long Island. Allí, entre otras cosas, él fue parte del Spanish Club, y obtuvo altas notas que le permitieron luego ingresar a Cornell. En esta universidad de la Ivy League  comenzó ingeniería física. Pero, al regresar de la marina  reorientó el estudio  hacia un BA en inglés, en el College of Arts and Sciences. Entonces Pynchon  entró en contacto con la enseñanza de Vladimir Nabokov, quien  no lo distinguió con su recuerdo.

Un segundo cuento, Mortality and Mercy in Vienna  lo publicó en Epoch durante el mismo año. Es el único texto que excluyó luego  de la compilación Slow Learner aparecida en 1984, cuando Pynchon era narrador consagrado en el circuito anglo-sajón.  Después hubo otras dos piezas importantes, Low-Lands, y, particularmente una,  Entropy  que publicó también en 1960, en Kenyon Review.  Esta es una pieza fundamental, porque en ella descubre claves de su novelística madura.

Sin embargo, será otro cuento, una suerte de novela corta, diría yo,  Under the Rose (1961), el que lo dispuso en definitiva para ensayarse en la cacería mayor, la novela V. Este es ya un escrito con la marca inicial de la mítica letra que lo acompañará. Ella hará el papel de Macondo en la geografía de ficción y realidad de García Márquez.

La primera narrativa

                                                           La primera narrativa de Pynchon como la de García Márquez abunda “en imágenes de desolación, lluvia, amor y muerte pero también un primer estudio del lenguaje como elemento a la vez categorizador y metafórico.”[4]

Los primeros cuentos escritos por GGM aparecieron reunidos bajo el título Ojos de Perro Azul (1947), y entre ellos está La tercera resignación, el relato de un muerto que dentro de su ataúd pasa un cuarto de siglo negándose a morir:
“Recordó que había llegado a mayor de edad. Tenía 25 años y eso significaba que no crecería más…La pasó muerto. (…) La última noche la había pasado feliz, en la solitaria compañía de su propio cadáver.

Pero estará ya tan resignado  a morir, que acaso muera de resignación.”

 El cuento fue publicado en el No. 80 de Fin de Semana, de El Espectador, a cargo de Eduardo Zalamea Borda. Él anunció allí, aquel día el descubrimiento de un escritor excepcional. Le pasó lo contrario que a Guillermo de Torre (1900-1971),[5] el crítico literario de editorial Losada, quien recibió unos años después el manuscrito de La Hojarasca (1950), una novela corta.

Gabo recuerda el episodio en el reportaje sin preguntas, que durante tres días concedió al novel periodista Daniel Samper en 1968.[6] Aquella carta condenatoria de Guillermo decía: “no solamente que el libro era impublicable, sino que el muchacho que lo había escrito no tenía porvenir.”[7]

Aquella novela, escrita por Gabo al filo de sus 22 años, mientras era reportero de El Heraldo de Barranquilla, la publicó por su cuenta en editorial Zipa, Bogotá en 1955. La anécdota es que fue Samuel Lisman Baum  el editor fracasado:
“Abrí la gaveta del escritorio y le di el joto como estaba. A las pocas semanas me llamaron de la editorial Zipa … me dijeron que estaba listo el libro, pero que el editor se había perdido y yo tenía que pagarlos. De manera que me tocó ir con varios libreros…y convencerlos de compraran cinco o diez ejemplares cada uno”.[8]

 A  partir de La Hojarasca
                                                                    La Hojarasca, con la peripecia narrada, es la continuación promisoria, alucinante de la saga que empieza con el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1947). Entre los dos ejercicios  se devela el universo en construcción de su obra mayor. Aquí aparece el coronel Aureliano Buendía, luego que el banano ha caído en desgracia, quien se enfrenta en Macondo a todo el pueblo que rehúsa enterrar al médico francés que decidió suicidarse en un pueblo pacato y sometido a un rancio catolicismo. Con el coronel viven su hija, Isabel, objeto del primero de los cuentos, y su nieto de 11 años.

Al escribir esta novella, Gabo confronta el dogmatismo, dentro de la obra escrita, y por fuera el de sus amigos comunistas: “Tenía la convicción de que toda buena novela debía ser una transposición poética de la realidad (…) mis amigos militantes me crearon un terrible complejo de culpa. Es una novela que no denuncia, que no desenmascara nada.”[9]

Se estaba perfilando  un nuevo Quijote/Cervantes de las letras colombianas. Este creador adquirió entidad propia, estatura universal en otro relato corto, una pieza maestra, de la cual habló también en el memorable reportaje de Daniel Samper, así:
“Terminé el libro en 1957, en París, y le mandé los originales a Germán Vargas para que los leyera y me contara cómo le habían parecido. Pero Germán se los dio a Jorge Gaitán Durán  sin que yo supiera, y este los publicó en la revista Mito.”

Este cuento magistral es la joya más preciada de su corona literaria que desembocará en Cien Años de Soledad. Luego, el propio Gabo realizará un viraje mayor, un nuevo experimento literario, El Otoño del Patriarca, que marcará su  trayectoria consagratoria como  poeta en todos los géneros, reiventándose, y honrando la memoria literaria de José Eustasio Rivera, autor a principios del siglo pasado de La Vorágine. En el entendido de explorar las raíces de nuestra soledad centenaria.

El encuentro con  Europa
                                                           García Márquez, varado en París como corresponsal de El Espectador, toda vez que el periódico  había sido destruido en Bogotá, por orden del dictador Gustavo Rojas Pinilla; quedó aliviado de corresponsalías por un buen rato; asediado por las deudas en la casa que lo alojaba desató su imaginación portentosa. 

El propio escritor recuerda la gran productividad que despliega por aquellos años entre 1950  y 1959. Gabo lo recuerda: “…había escrito los cuentos que componen Los funerales de la Mama Grande  y la novela Mala Hora. Esta última rodaba por ahí, en un rollo, me acuerdo mucho, amarrado con una corbata azul a rayas amarillas. En el 59 me casé, y Mercedes resolvió ordenar mis cosas.”[10]

Desde esas fechas, a la manera de Penélope, Mercedes desata la corbata azul,  y cuida, libera de la tiranía de las pequeñas cosas al  escritor que madura la obra cumbre de su vida, donde capta en el destino prosaico, heroico y cómico de su familia mítica, la nación contrahecha que es Colombia.

Parado como un coloso de Rodas tropical, entre dos lejanías, Europa y Mesoamérica, molida esta madurando su creación, la épica del siglo diecinueve colombiano, Cien Años de Soledad, trasustanciada en la prosa poética de Juan Rulfo, circulando a través de los vasos comunicantes de la mejor literatura norteamericana libada, gozada con sus amigos de La Cueva, bajo la docta, bondadosa guía de Ramón Vinyes, y el volcánico temperamento del cabellón Cepeda Samudio, cultor del cuento, la novela corta y el periodismo de  la mejor factura.  

Así se empolla nuestro único premio nobel,de quien nos despedimos en el año que se extingue, sin importar las ceremonias de cartón y los alabados de la basílica. 






[1] Es una expresión cosechada  del trabajo crítico de Ihab  Hassan. Lo posthumanista corresponde al “proceso  de suplantación del sujeto de conocimiento típicamente renacentista/burgués por el ideológicamente inestable ser/no ser contemporáneo.” Ver Collado Rodríguez, Francisco (2004). El orden del caos: literatura, política y posthumanidad en la narrativa de Thomas Pynchon. Universitat de València, p.  53.
[2] Collado Rodríguez, Francisco (2004). El orden del caos: literatura, política y posthumanidad en la narrativa de Thomas Pynchon. Universitat de València.
[3] Ver Poderes de la Perversión. Siglo XXI. México, p. 16. ( Original: Pouvoirs de l´horreur, 1980)
[4] Collado Rodríguez (2004), op. cit.,p. 18.
[5][5] De Torre fue fundador de la editorial Losada, y se casó con Norah, la hermana de Jorge Luis Borges. Fue animador del Ultraísmo, y de la Gaceta Literaria, revista principal de la Generación del 27;  a la vez que un destacado crítico literario y artístico, quien después de Madrid fijó su residencia en Buenos Aires donde falleció.
[6] Daniel Samper publicó el reportaje que hizo a Gabo en Barcelona  el El Tiempo el 22 de diciembre de 1968.
[7] Ver  El Tiempo, ET. Bogotá, 20/04/2014, p. 5.
[8] O. c., ídem.
[9] Ver ET, 20/04/14, p. 20.
[10] O. c.,  El creador de Macondo, p. 5.

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