sábado, 23 de noviembre de 2019



PRESIDENTE DUQUE: EL PALO SI ESTÁ PARA CUCHARAS Y CACEROLAS

Miguel Ángel Herrera Zgaib, Ph.D.
Director XV Seminario Internacional Gramsci

“Hablaron los colombianos: los estamos escuchando”. Iván Duque, alocución por redes, 21/11/19, ET 22/11/19, p. 1.3
“El problema es el de la primacía de la política, como condición para elegir una u otra forma concreta de lucha: sólo la política crea la posibilidad de la maniobra y del movimiento”. J.C. Portantiero, a propósito de A. Gramsci, en: Los Usos de Gramsci, p. 35.
                                                              
Las jornada del 21 y 22 de noviembre de 2019, marcam un punto de quiebre en el desenlace de la crisis de hegemonía en Colombia, que tiene como punto crucial el tránsito de la guerra a la paz; y como necesaria condición institucional la destitución del régimen parapresidencial.

No hay duda que Colombia vive, después del fracaso del Caguán, en el marco de una crisis orgánica de larga duración que se abrió en 1947/48, una crisis de hegemonía, en el marco de una estratégica guerra de posiciones, la que señalaba Gramsci en sus Cuadernos, requiere “enormes sacrificios de la población; por eso es necesaria una concentración inaudita de la hegemonía”. (Portantiero, 2019, 36)

Al respecto, el sociólogo argentino, Portantiero, señala que en este caso, tal concentración permite “al sector más avanzado de las clases subalternas dirigir al resto, transformarse efectivamente en la vanguardia de todo el pueblo.” (2019, 36).

El periplo nefasto ascendente de la degeneración democrática, de la de-democratización diría Tilly, empezó a fraguarse con aparente parsimonia en la administración del liberal Ernesto Samper, quien, a través de su ministro de defensa, Fernando Botero, le dio patente de corso al experimento de las Convivir, que fue el laboratorio de ensayo de la excepcionalidad como forma de parar, contener la revolución democrática de los subalternos, tantas veces desangrada.

Pero, este ejercicio de la degeneración democrática va más atrás, hasta la administración de otro dizque liberal, Julio César Turbay Ayala, la eminencia de la corrupción política con “milimetría”. Él fue quien le dio paso al joven “emprendedor” Álvaro Uribe Vélez, un vástago extraño de la facultad de derecho de la Universidad de Antioquia, a quien chulió de modo negativo, de manera visionaria, quien después fuera su rival electoral, el constitucionalista Carlos Gaviria Díaz, desde la orilla del verdadero liberalismo que postula la paz de los derechos como herramienta.

Al paso de la degeneración democrática

El brillante, y “macho” joven, Alvarito, Turbay Ayala lo nombró director nacional de la Aeronáutica Civil, y tuvo como su secretario a César Villegas, en la tarea de adjudicar pistas por doquier, a los narcotraficantes asociados en torno a la figura de Pablo Escobar Gaviria, el despiadado joven ladrón de lápidas, hijo de una maestra esforzada y agente clientelista de políticos locales, afincada en Rionegro.

Dicen los sabedores, que Turbay Ayala nombró también a dedo al padre de Iván Duque como gobernador de Antioquia, en los tiempos del Estatuto de seguridad, que fue el tinglado para extender hasta la asfixia el gobierno de hecho, a través de la cobertura leguleya del estado de sitio.

El padre de Iván fue enterado de las maturrangas de Alvarito en la Aeronáutica, y tuvieron reunión privada con él, y como era su costumbre, desde los tiempos que enfrentó a la izquierda floreciente y beligerante en la Universidad de Antioquia, lo negó todo. Insistió en que las licencias se otorgaban con el lleno de todos los requisitos y procedimientos.

Lecciones de un padre visionario

Entonces, este gobernador, a disgusto con tales procederes, le advirtió a su primogénito, el hoy presidente, que nunca fuera a hacer política con Alvarito, quien por esas calendas se había asociado ya al “Poder popular”, la engañosa divisa con que Ernestico Samper le organizó la campaña al revenido jefe del MRL, Alfonsito López Michelsen. Él quiso repetir presidencia, y perdió con alguien más cínico y descarado que él, Julio César, palafrenero de la oligarquía decadente colombiana, donde los terratenientes y los contratistas de obras públicas, convertidos en banqueros, hacían su agosto acompañando la elección de  la serie de los corruptos presidentes del Frente Nacional.

Se dice corruptos, porque fue Carlos Lleras, la eminencia económica del capitalismo político, - es la categoría que dio celebridad al analista argentino -, Marcelo Cavarozzi, quien hizo posible el robo de la elección presidencial al general Gustavo Rojas Pinilla, el 19 de abril de 1970, cuando, como hace pocas semanas en Bolivia, y hace 21 años en México, pararon el conteo de los votos, y lo reanudaron para hacer ganar al que querían.

Con la suspensión intempestiva del conteo de votos, en Colombia, el “triunfador” por arte de birlibirloque fue Misael Pastrana Borrero, padre del delfín expresidente, quien masculla por estos días contra la paz neoliberal, como parte interactiva del frente reaccionario, el bloque de la guerra que “lidera” con Álvaro Uribe.

Hoy, para darle el triunfo a Iván Duque, contó con la complacencia del “neoconservador” César Gaviria, y el heredero de la casa Lleras, Germancito Vargas, gamonal de la derecha populista, maestro del lentejismo, como en vida lo fuera el pregonero de “la nueva frontera”, donde creció el agraciado abogado y periodista Luis Carlos Galán. Y la adquiesencia de un matemático verde, Sergio Fajardo.

A las puertas de la revolución democrática

Se trató de cerrarle el paso a la revolución democrática in nuce, que tenía como campeón de ocasión a Gustavo Petro Urrego, quien representaba esa inconformidad plural contra el establecimiento, y quien lo hizo en nombre de la Colombia Humana. Gustavo arrancó de la pequeña burguesía provinciana, y con su talento e inteligencia política desde Zipaquirá.

Gustavo fue construyendo allí su trayectoria política de oposición, que debió empezar con el rojaspinillismo contestatario, para pasar luego a ser un joven militante clandestino del M19, llegando al concejo de Zipa, organizando a los obreros, y a los pobres en el proyecto urbanístico que financió el cura Saturnino.

Mientras tanto, Petro estudiaba economía en la Universidad Externado, y entró en contacto con la política universitaria de izquierda que había tenido su pináculo con el paro universitario del año 1971, cuando al fin se ensayó el cogobierno, que se había ensayado en la U. de Córdoba en 1918. 

Después de pasar a la vida política con la sanción de la Constitución de 1991, el guerrillero Gustavo Petro llegó a convertirse en un brillante congresista. Hizo la denuncia del paramilitarismo, el clan de los 12 apóstoles, y las bestialidades que sus asociados cometieron en Antioquia y Córdoba, de donde él y su familia son oriundos. 

Luego empezó a competir por la presidencia, en representación del PDA, del que se separó, denunciando la corrupción del alcalde Samuel Moreno, nieto del general Rojas Pinilla; cuyo padre fue practicante de la misma milimetría turbayista, en materia de contratos con el estado, en los tiempos de Gurropín, su suegro, como lo bautizara el comediante Campitos, después de 1957.

Así las cosas, con un desprendimiento del Polo, que sólo llegó a ser partido de nombre, Petro le dio existencia al nuevo Progresismo. Recordó a su modo, los tiempos de Carlos Lleras, la reforma agraria frustrada, y la alianza para el progreso. De ese modo, la Colombia Humana le permitió llegar, primero, a la alcaldía, resistir su destitución, y salir luego a ser candidato de una coalición, que triplicó los resultados electorales del otro rival del Uribismo, Carlos Gaviria Díaz.

En uso del estatuto de la Oposición

                                                              Al ser segundo en la elección presidencial, y alegando fraude en el triunfo de su rival, Iván Duque, Petro ganó el derecho a ser senador, que no tenía, en principio, entusiasmo en serlo de nuevo. Y sentenció que la política la orientaría dentro y fuera del congreso, con movilizaciones de las multitudes, porque ha manifestado su interés por el discurso renovador del autonomismo de Negri, y su puesta a tono con las tensiones globales entre democracia y guerra.

La primera prueba de ese hacer político por fuera de elecciones se ensayó con la consulta anticorrupción, que mostró el estado de la cuestión democrática en Colombia, superando con sus guarismos los resultados obtenidos por el presidente electo, quebrando su legitimidad, y acelerando de manera notoria su desprestigio, que lo forzó a decirse de dientes para fuera defensor de la anticorrupción, mientras la bancada del CD que en el congreso capitanea Uribe Vélez, hacía “trizas” las medidas anticorrupción.  La caída en la aceptación ya superó en las encuestas recientes el 64%.

Vino luego el ejercicio reciente de las elecciones territoriales, donde el partido de la guerra fue derrotado en las grandes ciudades, pero mantuvo las trincheras de la para-república en los sectores semirurales y rurales, donde tiene diputados, concejales y alcaldes, que garantizan la reproducción cancerosa del régimen parapresidencial.

Desatando el nudo gordiano de la crisis de hegemonía

                                                      Sin embargo, después estaba anunciado el paro nacional del 21 de noviembre, y este se cumplió movilizando, con cálculos conservadores alrededor de 3 millones de personas en Colombia, y fuera de ella. A lo que se sumó un complemento extraordinario, el cacerolazo espontáneo de la noche del mismo día, que llenó de sonoridades la protesta, de muchos que no se atrevieron a salir a la calle, pero sí a las ventanas, e incluso en sus propios barrios y localidades.

Al día siguiente, 22 de noviembre, la protesta siguió con un cacerolazo convocado en la propia plaza de Bolívar, que volvió a llenarse, después de las 12 veces en que lo fuera, cuando menos, el día anterior, hasta las 5 de la tarde, cuando se desató la refriega, en Bogotá con las fuerzas del orden, que se extendió más allá de las 9 de la noche, en el centro. Y en sectores de la capital, de los cuales Suba fue el más sintomático, por lo acontecido.

Este cacerolazo, que se transformó en movilización citada a las 4.30 pm., una vez que la plaza estuvo llena fue disuelto disparando, es lo que dicen los presentes, gases lacrimógenos al centro de la concentración, por el ESMAD, apostado en los altos del Palacio de Justicia, con una ironía histórica ejemplar; después que el jueves hubo connato de entrar al Capitolio, asustando a los gansos que lo habitan, y urden las trapisondas que denunció el poeta León de Greiff.

El cierre de esta segunda jornada de paro, sin respuesta del gobierno, sin atender al ponderado llamado del Comité de Paro, se cierra con toque de queda en la capital, a partir de las 9 de la noche, para darle culminación, al cacerolazo, en lo cual el desprestigiado burgomaestre de Bogotá, y su presidente se equivocan doblemente.

Esta vez, los gobernantes siguen sin entender que se aproxima el desenlace de la crisis de hegemonía, y esta vez empezó por las ciudades, con Bogotá a la cabeza, y seguida por Cali, Medellín, Pasto, Buenaventura. No se pueden dar palos de ciego. El palo si está para cucharas. 

El sentido común se transformó en la acción, y el enjambre de las multitudes citadinas pica en punta. No se puede responder a ello con la carnicería y la violencia. El presidente tiene que pasar a concertar la transición de la guerra a la paz con sus connacionales. Las trompetas democráticas aturden ya los oídos de la clase política.



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