PRESIDENTE DUQUE: EL
PALO SI ESTÁ PARA CUCHARAS Y CACEROLAS
Miguel Ángel Herrera
Zgaib, Ph.D.
Director XV Seminario
Internacional Gramsci
“Hablaron los colombianos: los estamos escuchando”. Iván
Duque, alocución por redes, 21/11/19, ET 22/11/19, p. 1.3
“El problema es el de la primacía de la política, como
condición para elegir una u otra forma concreta de lucha: sólo la política crea
la posibilidad de la maniobra y del movimiento”. J.C. Portantiero, a propósito
de A. Gramsci, en: Los Usos de Gramsci, p. 35.
Las jornada del 21 y 22 de noviembre de 2019, marcam un punto de quiebre
en el desenlace de la crisis de hegemonía en Colombia, que tiene como punto
crucial el tránsito de la guerra a la paz; y como necesaria condición
institucional la destitución del régimen parapresidencial.
No hay duda que Colombia vive, después del fracaso del
Caguán, en el marco de una crisis orgánica de larga duración que se abrió en
1947/48, una crisis de hegemonía, en el marco de una estratégica guerra de
posiciones, la que señalaba Gramsci en sus Cuadernos, requiere “enormes
sacrificios de la población; por eso es necesaria una concentración inaudita de
la hegemonía”. (Portantiero, 2019, 36)
Al respecto, el sociólogo argentino, Portantiero, señala que
en este caso, tal concentración permite “al sector más avanzado de las clases
subalternas dirigir al resto, transformarse efectivamente en la vanguardia de
todo el pueblo.” (2019, 36).
El periplo nefasto ascendente de la degeneración democrática,
de la de-democratización diría Tilly, empezó a fraguarse con aparente
parsimonia en la administración del liberal Ernesto Samper, quien, a través de
su ministro de defensa, Fernando Botero, le dio patente de corso al experimento
de las Convivir, que fue el laboratorio de ensayo de la excepcionalidad como
forma de parar, contener la revolución democrática de los subalternos, tantas
veces desangrada.
Pero, este ejercicio de la degeneración democrática va más
atrás, hasta la administración de otro dizque liberal, Julio César Turbay
Ayala, la eminencia de la corrupción política con “milimetría”. Él fue quien le
dio paso al joven “emprendedor” Álvaro Uribe Vélez, un vástago extraño de la
facultad de derecho de la Universidad de Antioquia, a quien chulió de modo
negativo, de manera visionaria, quien después fuera su rival electoral, el
constitucionalista Carlos Gaviria Díaz, desde la orilla del verdadero
liberalismo que postula la paz de los derechos como herramienta.
Al paso de la degeneración
democrática
El brillante, y “macho” joven, Alvarito, Turbay Ayala lo nombró director nacional de la Aeronáutica Civil, y tuvo como su secretario a César Villegas, en la tarea de adjudicar pistas por doquier, a los narcotraficantes asociados en torno a la figura de Pablo Escobar Gaviria, el despiadado joven ladrón de lápidas, hijo de una maestra esforzada y agente clientelista de políticos locales, afincada en Rionegro.
Dicen los sabedores, que Turbay Ayala nombró también a dedo
al padre de Iván Duque como gobernador de Antioquia, en los tiempos del
Estatuto de seguridad, que fue el tinglado para extender hasta la asfixia el
gobierno de hecho, a través de la cobertura leguleya del estado de sitio.
El padre de Iván fue enterado de las maturrangas de Alvarito
en la Aeronáutica, y tuvieron reunión privada con él, y como era su costumbre,
desde los tiempos que enfrentó a la izquierda floreciente y beligerante en la
Universidad de Antioquia, lo negó todo. Insistió en que las licencias se
otorgaban con el lleno de todos los requisitos y procedimientos.
Lecciones de un padre
visionario
Entonces, este gobernador, a disgusto con tales procederes,
le advirtió a su primogénito, el hoy presidente, que nunca fuera a hacer
política con Alvarito, quien por esas calendas se había asociado ya al “Poder
popular”, la engañosa divisa con que Ernestico Samper le organizó la campaña al
revenido jefe del MRL, Alfonsito López Michelsen. Él quiso repetir presidencia,
y perdió con alguien más cínico y descarado que él, Julio César, palafrenero de
la oligarquía decadente colombiana, donde los terratenientes y los contratistas
de obras públicas, convertidos en banqueros, hacían su agosto acompañando la
elección de la serie de los corruptos
presidentes del Frente Nacional.
Se dice corruptos, porque fue Carlos Lleras, la eminencia
económica del capitalismo político, - es la categoría que dio celebridad al
analista argentino -, Marcelo Cavarozzi, quien hizo posible el robo de la
elección presidencial al general Gustavo Rojas Pinilla, el 19 de abril de 1970,
cuando, como hace pocas semanas en Bolivia, y hace 21 años en México, pararon
el conteo de los votos, y lo reanudaron para hacer ganar al que querían.
Con la suspensión intempestiva del conteo de votos, en
Colombia, el “triunfador” por arte de birlibirloque fue Misael Pastrana
Borrero, padre del delfín expresidente, quien masculla por estos días contra la
paz neoliberal, como parte interactiva del frente reaccionario, el bloque de la
guerra que “lidera” con Álvaro Uribe.
Hoy, para darle el triunfo a Iván Duque, contó con la
complacencia del “neoconservador” César Gaviria, y el heredero de la casa
Lleras, Germancito Vargas, gamonal de la derecha populista, maestro del
lentejismo, como en vida lo fuera el pregonero de “la nueva frontera”, donde
creció el agraciado abogado y periodista Luis Carlos Galán. Y la adquiesencia
de un matemático verde, Sergio Fajardo.
A las puertas de la
revolución democrática
Se trató de cerrarle el paso a la revolución democrática in nuce, que tenía como campeón de
ocasión a Gustavo Petro Urrego, quien representaba esa inconformidad plural
contra el establecimiento, y quien lo hizo en nombre de la Colombia Humana.
Gustavo arrancó de la pequeña burguesía provinciana, y con su talento e
inteligencia política desde Zipaquirá.
Gustavo fue construyendo allí su trayectoria política de
oposición, que debió empezar con el rojaspinillismo contestatario, para pasar
luego a ser un joven militante clandestino del M19, llegando al concejo de
Zipa, organizando a los obreros, y a los pobres en el proyecto urbanístico que
financió el cura Saturnino.
Mientras tanto, Petro estudiaba economía en la Universidad
Externado, y entró en contacto con la política universitaria de izquierda que
había tenido su pináculo con el paro universitario del año 1971, cuando al fin
se ensayó el cogobierno, que se había ensayado en la U. de Córdoba en 1918.
Después de pasar a la vida política con la sanción de la
Constitución de 1991, el guerrillero Gustavo Petro llegó a convertirse en un
brillante congresista. Hizo la denuncia del paramilitarismo, el clan de los 12
apóstoles, y las bestialidades que sus asociados cometieron en Antioquia y
Córdoba, de donde él y su familia son oriundos.
Luego empezó a competir por la presidencia, en representación del PDA, del que se separó, denunciando la corrupción del alcalde Samuel Moreno, nieto del general Rojas Pinilla; cuyo padre fue practicante de la misma milimetría turbayista, en materia de contratos con el estado, en los tiempos de Gurropín, su suegro, como lo bautizara el comediante Campitos, después de 1957.
Luego empezó a competir por la presidencia, en representación del PDA, del que se separó, denunciando la corrupción del alcalde Samuel Moreno, nieto del general Rojas Pinilla; cuyo padre fue practicante de la misma milimetría turbayista, en materia de contratos con el estado, en los tiempos de Gurropín, su suegro, como lo bautizara el comediante Campitos, después de 1957.
Así las cosas, con un desprendimiento del Polo, que sólo
llegó a ser partido de nombre, Petro le dio existencia al nuevo Progresismo.
Recordó a su modo, los tiempos de Carlos Lleras, la reforma agraria frustrada,
y la alianza para el progreso. De ese modo, la Colombia Humana le permitió
llegar, primero, a la alcaldía, resistir su destitución, y salir luego a ser
candidato de una coalición, que triplicó los resultados electorales del otro
rival del Uribismo, Carlos Gaviria Díaz.
En uso del estatuto de
la Oposición
Al ser segundo en la elección presidencial, y alegando fraude en el
triunfo de su rival, Iván Duque, Petro ganó el derecho a ser senador, que no
tenía, en principio, entusiasmo en serlo de nuevo. Y sentenció que la política
la orientaría dentro y fuera del congreso, con movilizaciones de las
multitudes, porque ha manifestado su interés por el discurso renovador del
autonomismo de Negri, y su puesta a tono con las tensiones globales entre
democracia y guerra.
La primera prueba de ese hacer político por fuera de
elecciones se ensayó con la consulta anticorrupción, que mostró el estado de la
cuestión democrática en Colombia, superando con sus guarismos los resultados
obtenidos por el presidente electo, quebrando su legitimidad, y acelerando de
manera notoria su desprestigio, que lo forzó a decirse de dientes para fuera
defensor de la anticorrupción, mientras la bancada del CD que en el congreso
capitanea Uribe Vélez, hacía “trizas” las medidas anticorrupción. La caída en la aceptación ya superó en las
encuestas recientes el 64%.
Vino luego el ejercicio reciente de las elecciones
territoriales, donde el partido de la guerra fue derrotado en las grandes
ciudades, pero mantuvo las trincheras de la para-república en los sectores
semirurales y rurales, donde tiene diputados, concejales y alcaldes, que
garantizan la reproducción cancerosa del régimen parapresidencial.
Desatando el nudo
gordiano de la crisis de hegemonía
Sin embargo, después estaba anunciado el paro nacional del 21 de
noviembre, y este se cumplió movilizando, con cálculos conservadores alrededor
de 3 millones de personas en Colombia, y fuera de ella. A lo que se sumó un
complemento extraordinario, el cacerolazo espontáneo de la noche del mismo día,
que llenó de sonoridades la protesta, de muchos que no se atrevieron a salir a
la calle, pero sí a las ventanas, e incluso en sus propios barrios y
localidades.
Al día siguiente, 22 de noviembre, la protesta siguió con un
cacerolazo convocado en la propia plaza de Bolívar, que volvió a llenarse,
después de las 12 veces en que lo fuera, cuando menos, el día anterior, hasta
las 5 de la tarde, cuando se desató la refriega, en Bogotá con las fuerzas del
orden, que se extendió más allá de las 9 de la noche, en el centro. Y en
sectores de la capital, de los cuales Suba fue el más sintomático, por lo
acontecido.
Este cacerolazo, que se transformó en movilización citada a
las 4.30 pm., una vez que la plaza estuvo llena fue disuelto disparando, es lo
que dicen los presentes, gases lacrimógenos al centro de la concentración, por
el ESMAD, apostado en los altos del Palacio de Justicia, con una ironía
histórica ejemplar; después que el jueves hubo connato de entrar al Capitolio,
asustando a los gansos que lo habitan, y urden las trapisondas que denunció el
poeta León de Greiff.
El cierre de esta segunda jornada de paro, sin respuesta del
gobierno, sin atender al ponderado llamado del Comité de Paro, se cierra con
toque de queda en la capital, a partir de las 9 de la noche, para darle
culminación, al cacerolazo, en lo cual el desprestigiado burgomaestre de
Bogotá, y su presidente se equivocan doblemente.
Esta vez, los gobernantes siguen sin entender que se aproxima
el desenlace de la crisis de hegemonía, y esta vez empezó por las ciudades, con
Bogotá a la cabeza, y seguida por Cali, Medellín, Pasto, Buenaventura. No se
pueden dar palos de ciego. El palo si está para cucharas.
El sentido común se transformó en la acción, y el enjambre de las multitudes citadinas pica en punta. No se puede responder a ello con la carnicería y la violencia. El presidente tiene que pasar a concertar la transición de la guerra a la paz con sus connacionales. Las trompetas democráticas aturden ya los oídos de la clase política.
El sentido común se transformó en la acción, y el enjambre de las multitudes citadinas pica en punta. No se puede responder a ello con la carnicería y la violencia. El presidente tiene que pasar a concertar la transición de la guerra a la paz con sus connacionales. Las trompetas democráticas aturden ya los oídos de la clase política.
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