sábado, 18 de diciembre de 2010

BLOQUE HISTÓRICO NACIONAL Y ANÁLISIS DE DISCURSO (TERCERA PARTE)

Miguel Angel Herrera Zgaib

maherreraz@unal.edu.co


El análisis del discurso de la política de guerra, dominante en el hacer excepcional del ejecutivo presidido por Andrés Pastrana, y Álvaro Uribe en dos oportunidades consecutivas, para un periodo de diez años, está pensado sobre una doble dinámica que constituye la realidad del bloque histórico.[1]

Éste garantiza la productividad del trabajo social, el proceso de trabajo formal y real subsumido por el capital. De una parte, se trata de la dinámica del antagonismo en lo infra-estructural, y de otra, de un dinamismo contradictorio como propio de las superestructuras complejas.[2] Es un funcionamiento diferencial, infra y super-estructural que es articulado por el discurso de un significante específico, la seguridad democrática, para la década estudiada.

De tal modo, que luego nos permite ubicarnos “en los diversos grados de las relaciones de fuerzas”,[3] para desentrañar su complejidad, y explicar la forma de la excepcionalidad que lo preside en la coyuntura que se cierre con la elección del nuevo presidente.

Tomando en consideración la realidad efectiva de la cosa, dictado que Gramsci recupera de Maquiavelo,[4] definimos el bloque histórico de la dominación como una totalidad social abierta, constituida por “las relaciones objetivas sociales” (para luego pasar) al grado de “…las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior del Estado) y, finalmente, a “las relaciones políticas inmediatas (o sea potencialmente militares).”[5]

La complejidad implicada en el concepto de bloque histórico, no es sólo discursiva, porque implica el reconocimiento y posición de determinadas fuerzas materiales, la realidad efectiva de la cosa no es sólo discursiva, como parecieran entenderlo o insinuarlo enfoques como los de Foucault, Fairclough, y el mismo Laclau. No hay duda que el discurso constituye y da sentido a la acción social y política, pero la materialidad de las fuerzas implicadas la condiciona.

Lo ya dicho, supone de una parte la ligazón orgánica de infra-estructura y superestructuras, una organización que proviene de la acción de individuos y colectivos, lo que Marx destaca como general intellect,[6] y que Gramsci señalaba siempre es “la obra de los grupos sociales encargados de administrar las actividades super-estructurales”.[7]

En las condiciones de Colombia el bloque de la dominación es instituido provisoriamente bajo el régimen de la excepcionalidad para-presidencial, y luego se intenta juridizar mediante la ley de orden público que se viene prolongando por más de una década, y ahora se encuentra sujeta a revisión por el congreso, donde la absoluta mayoría la tiene la coalición de la Unidad Nacional, para su prórroga.

La forma ideológica, de naturaleza discursiva, específicamente, la seguridad democrática, es el significante vacío que ordenó, direccionó el accionar “legítimo” de la guerra contra los de abajo. Constituye a la vez el código de poder que fija lo permitido y lo prohibido.

Desde una perspectiva diacrónica pretende garantizar, regular los comportamientos de quienes resisten y se rebelan, de quienes desobedecen y demandan autonomía, la compleja realidad de los sujetos humanos,[8] individual y colectivamente considerados desde la perspectiva de un “antagonismo”. De ese modo se busca gobernar un desacuerdo fundamental, el antagonismo social conforme lo entiende Zizek, que es diferente del entendimiento ofrecido por Ernesto Laclau, aunque compartan fuentes hasta cierto punto.[9]

UNA DISTANCIA DE MÉTODO Y POLÍTICA

El primer libro de El Capital, textos como El nacimiento de la tragedia y la Genealogía de la Moral, la Traumdeutung (Interpretación de los sueños), nos ponen en presencia de técnicas interpretativas. El efecto de choque, la especie de herida provocada en el pensamiento occidental por estas obras, viene de que ellas han reconstruido entre nosotros algo que Marx llamó hieroglifos. Esto nos ha puesto en una situación incómoda, estas técnicas de interpretación nos conciernen a nosotros mismos; nosotros, intérpretes, nos hemos puesto a interpretarnos mediante ellas”. Michel FOUCAULT, Nietzsche, Freud y Marx, p. 111.

Dicho lo anterior, y tomando en consideración este epígrafe, hago explícita una distancia del entendimiento tradicional que el marxismo tiene del antagonismo social, y la igual pretensión suya, que al resolver un cierto antagonismo fundamental de clase, fundado en la explotación económica, “la misma lógica que condujo a la humanidad a la enajenación y a la división de clases crea también las condiciones para la abolición de las mismas”.[10]

Olvidando de paso, la presencia de la ideología, que constituye la realidad humana, y a los individuos los hace sujetos. Se trata también de asumir también a Marx como el inventor del síntoma, sin querer intentar con esto, otra suerte de reduccionismo, en este caso ideologizante.

Puesto que se trata de construir una nueva ciencia de la democracia[11], no es posible que ésta prospere sin articular nuevas técnicas de interpretación, de elucidación, heurísticas, junto con el análisis propio de la lógica conjuntista identitaria, de la que nos habló Cornelius Castoriadis en la Institución imaginaria de la sociedad. Tales son los que llamo laberintos del método materialista, del estudio de la inmanencia en el trabajo La Participación y representación política en Occidente[12].

Esta nueva ciencia en proceso de gestación tiene que responder por “la crítica de lo que es y de lo que existe y, por lo tanto, en términos ontológicos…(pero también) con un discurso ético-político, evaluando la mecánica de las pasiones y los intereses…En el Imperio, ninguna subjetividad queda fuera y todos los lugares han sido incorporados en un <> general.[13]

Del mismo modo, hay aquí una especial consideración crítica para el trabajo realizado por la pareja posmarxista de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, quienes también rompen con la lógica antes mencionada. Para ellos, y siguiendo un poco a Zizek, “casi cualquiera de los antagonismos que, a la luz del marxismo, parecen secundarios puede adueñarse de este papel esencial de mediador de todos los demás”[14].Es el planteamiento central encuentra en el libro Hegemonía y estrategia socialista, que postula un comienzo de ciencia de la democracia radical al revés fundada en una teoría posmarxista.[15]

El mérito es, por una parte, que crea una teoría del campo social basado en un antagonismo resultado del reconocimiento de un núcleo imposible, indecidible, indecible que resiste los procesos de simbolización, de integración simbólica. Todo intento de totalización radical, de suturar la hendidura original, que hace posible la interpelación que constituye a los individuos, a los singulares en sujetos, para Laclau y Mouffe está siempre condenada al fracaso.

Ahora bien, la manera de definir en lo práctico a la democracia radical es, a no dudarlo, paradójico teórica y políticamente. La radicalidad dispone que es posible la democracia tomando en consideración su propia imposibilidad radical. Cualquier solución efectiva de problemas particulares siempre se tropezará con la persistencia del antagonismo social, de la imposibilidad. Este aserto, según Zizek, ya se encontraba plasmado en la obra filosófica del idealista G. W. Hegel, que Zizek quiere salvar del ostracismo posmoderno.

Así lo consignó en su tesis Le plus sublime des hystériques: Hegel passe, 1988). Hegel es eel primer posmarxista conocido. Él “abrió el campo de una fisura “suturada” después por el marxismo”.[16] En Hegel, de acuerdo con esta recuperación zizekiana, la reconciliación hegelesa no es para nada la superación panlógica de toda realidad humana en el concepto que fagocita cualquier contingencia. En suma, en Hegel hay “la más enérgica afirmación de diferencia y …el reconocimiento de una cierta pérdida radical”.[17] Hasta aquí la compañía de Zizek, Laclau y Lacan. Ahora realizo un viraje relativo en términos de análisis y hermeneútica, con ellos y en compañía de otros.

A propósito de la interpretación y análisis de la pareja democracia y excepcionalidad, y la disputa por la hegemonía en el tiempo del capitalismo global comandado en lo económico y político por el posfordismo y la soberanía imperial; para pensar la situación transicional, de crisis orgánica que experimenta Colombia en la reciente década, es necesario a la vez que incorporar elementos para el análisis discursivo de la política de guerra con la que se interpela a los muchos, reconocer igualmente su materialidad, y en tanto tal, su singularidad y pluralidad efectivas, no resueltas en la formación social capitalista local y global.

Y al hacerlo, no sólo se trata de una recuperación de Hegel, y de la teoría del discurso. Todo lo cual nos ayuda a asir desde la hermeneútica el plano de las superestructuras, con su lógica de lo contradictorio, de los opuestos inducida por la existencia de un antagonismo social concreto que constituye la realidad del capitalismo. También es menester aprehender la realidad de los distintos, que en su positividad dinámica determinan, condicionan en últimas el antagonismo de lo social en su historicidad, y ésta no puede ser reducida in totto en el discurso. Este nivel tiene su propia lógica y autonomía que define la complejidad del bloque histórico concreto, y de cualquier formación social capitalista, local y globalmente.

Se trata, por lo dicho, del retorno de lo común, y del comunismo como discurso y como práctica ético política. Al respecto apuntan los discursos de Hardt y Negri sobre el comunismo de la multitud, cuando los singulares, cada uno de los que constituyen el pueblo se liberan de la alienación a que los somete la forma estado para dominarlos, para interpelarlos bajo el discurso de la sujeción.

En esa dirección apunta también la recuperación del discurso de Spinoza acerca de la democracia, en la dirección contraria a como la entendió el conservador Churchill, signado por la desconfianza del egoísta moral. Sobre esta recuperación poco habla Zizek y Laclau, a no ser, en el primero, para confrontar los escritos de Deleuze y Guattari.

Todo es para concluir que el antagonismo social que funda el capitalismo como forma de dominación se puede resolver en el imaginario de lo común, sin que tenga como desenlace forzoso determinista el infierno totalitario. Porque, en primer lugar, no es posible el comunismo sin la liberación del trabajo humano de las relaciones de explotación, subordinación y dominio que definen la arquitectura básica de cualquier formación social regida por la acumulación capitalista.

Es cierto, como lo dice Virno, que lo que conocemos es el comunismo del capital, precisamente, porque en los socialismos existentes no se liberó el trabajo, desde los tiempos de Lenin y los bolcheviques. Tal no fue, en cambio, la lectura de Antonio Gramsci, quien planteó en los escritos de la cárcel la posibilidad siempre actual, en la lucha anticapitalista de la sociedad civil autónoma, auto-organizada.

Lo ya dicho, abre las puertas a la discusión de las condiciones de posibilidad actuales, no del socialismo, sino del comunismo democrático, su virtualidad, que nos coloca en la senda de ir más allá de la insociable sociabilidad del hombre, que postuló Kant, cuyo corolario sarcástico, en la perpetua búsqueda de la paz en el capitalismo por medio de la guerra, sin solución de continuidad.

Es la antesala para la parte final y las conclusiones del presente ensayo acerca de la transición política en Colombia, tal y como ha ocurrido a lo largo de la década pasada como una tensión entre democratización y de-democratización al interior del bloque histórico de la dominación burguesa reconstituido contradictoriamente en el arreglo constitucional de 1991. El antagonismo social aflora en toda su potencia transformadora, dinamizado por la presencia novedosa de las multitudes, cuya existencia es por supuesto ambigua en el proceso de constituirse en verdaderos sujetos políticos.



[1] Metodológicamente, la noción de bloque histórico permite concretar, operacionalizar los principios marxianos para entender, según Gramsci, “el problema de las relaciones entre estructura y superestructura el que hay que plantear exactamente y resolver para llegar a un justo análisis de las fuerzas que operan en la historia de un determinado periodo y determinar su relación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o que éstas no estén al menos en vías de aparición y desarrollo; 2) y el de que ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones…” (MARX, Carlos. Prólogo de la Contribución a la crítica de la Economía Política). Cuadernos de la Cárcel 5, p. 32.

[2]Gramsci se refiere al tercer momento en la relación de las fuerzas políticas, “el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas…” en: Análisis de situaciones: relaciones de fuerzas. Cuadernos de la Cárcel 5 (1999). Cuaderno 13. Editorial ERA/BUAP. México, pp. 36.

[3] Ibídem, op. cit., p. 33.

[4] GRAMSCI, Antonio (1985). Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno. Editorial Juan Pablos. México.

[5] Op cit., ibídem, pp. 36-37.

[6] Revisar el capítulo VI, Inédito. Grundrisse (1859), objeto de estudio puntual por Antonio Negri, en su ciclo de conferencias Marx, Más allá de Marx, en París.

[7] PORTELLI, Hugues (1979). Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI editores. México, p. 48.

[8] ZIZEK, Slavoj (1992). Introducción, en: El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México, p. 24. Zizek nos refiere que la verdadera ruptura en la teoría de la ideología, a propósito del sujeto, la representa Louis Althusser, con su insistencia de que “es una cierta fisura, una hendidura, un reconocimiento falso, lo que caracteriza a la condición humana en cuanto tal, con la tesis de que la idea del posible fin de la ideología es una idea ideológica par excellence (Althusser, 1965)

[9] ZIZEK, Slavoj (1992). El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México. Él hace una crítica al marxismo ortodoxo, acudiendo a su lectura de Hegel vía Lacan, para advertir que “no hemos de borrar la distancia que separa lo Real que hay en cada simbolización, puesto que es este plus de lo Real que hay en cada simbolización lo que funge como objeto-causa de deseo. Llegar a un acuerdo con este plus (o con mayor precisión, resto) significa reconocer un desacuerdo fundamental (“antagonismo”), un núcleo que resiste la integración-disolución simbólica”, p. 25

[10] Zizek, S. Op cit., pp. 25-26.

[11] Es el desafío que lanzan Negri y Hardt en la escritura conjunta de la saga Imperio, Multitud y Commonwealth.

[12] HERRERA ZGAIB, Miguel Angel (2000). Op. cit., pp. 20-22.

[13] HARDT, N, NEGRI, Antonio (2002). Virtualidades en: Imperio, p. 309.

[14] Ibídem, p. 26.

[15] LACLAU, Ernesto, MOUFFE, Chantal (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Siglo XXI. Madrid.

[16] ZIZEK, op. cit., p. 29.

[17] Ibídem., p. 30.

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