miércoles, 5 de enero de 2011

Este texto fue publicado originalmente en El Tiempo.com. Su autor es el profesor investigador Juan Carlos García Lozano, cofundador del Grupo Presidencialismo y participación, Unal/UNIJUS. Él estará ofreciendo una cátedra como materia electiva acerca del Pensamiento Político de Simón Bolívar durante el primer semestre de 2011 en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. N de la R.


BOLÍVAR, MITO REPUBLICANO

Aquel hombre caribeño que ni esposa ni hijos tenía, lo único que quiso en vida fue a Colombia, su sueño y su obsesión, a ella la pensó en la proyección de los siglos y su acción resplandece por sobre el tiempo que ha transcurrido y se proyecta hasta cuando su sueño sea la realidad popular que él siempre quiso que fuera: “Para nosotros la patria es América”.

Juan Carlos García

jcgarcialo@unal.edu.co

Profesor de la Universidad Nacional de Colombia

El 17 de diciembre de 1830 moría en Santa Marta, rodeado de muy pocos amigos, sin propiedades ni lujos, y alejado del poder político, al que consagró sus mejores veinte años de existencia, su tranquilidad como hombre y su fortuna como hacendado, el Libertador de Colombia, la grande.

A los 47 años y cuando se encontraba cadavérico, desengañado del poder y proscrito de las dignidades que da la gloria, aquel hombre que enseñó a luchar contra las dificultades y los imperios, solo pedía una cosa para morir pobre pero tranquilo, que se conservara la unidad y la integridad territorial de su patria, la república que él mismo ayudó a liberar y construir, con sus 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados bañados por dos mares y en los que habitaban sin recursos cerca de tres millones de habitantes. Aquel inmenso país que en realidad eran cuatro países ubicados en la zona más estratégica de América, fue el sueño de aquel moribundo, y solo él pudo haberlas gobernado: Panamá, Venezuela, Colombia y Ecuador.

Simón Bolívar moría como un fracasado que mientras deliraba verdades decía: “Vámonos, vámonos: aquí no nos quiere nadie”. Moría como el más gran derrotado de la historia americana, como si su vida de unidad continental hubiera sido un rosario de crímenes, vejámenes y horrores, y no lo que la gloria enseña: que fue el hombre más admirado de su tiempo, un hábil escritor que le dio vida a un nuevo castellano como Unamuno lo reconoce; lector voraz de Voltaire en iglesias y mejor jinete en los agrestes Andes pese a sus callosidades en el trasero logradas dignamente haciendo la independencia.

El político que forjó de la nada un ejército de desheredados y subalternos que ni indumentaria tenía pero sí mucho coraje y osadía; un aristócrata que se volvió guerrero buscando la diosa libertad en la geografía más hostil del mundo; el republicano que desechó coronarse emperador y seguir los pasos de Napoleón Bonaparte, su antagonista; el hacendado que luchó por abolir la esclavitud y los privilegios coloniales no importara que por hacerlo atentaran contra su vida y su gloria, como en efecto lo hicieron en aquella nefanda noche septembrina que aún duele.

Bolívar era un hombre, con todos los defectos habidos y por haber, pero también con todas las virtudes que da el Caribe; defectos y virtudes que se sintetizaban en un deseo muy suyo que se hizo realidad mientras él vivió, mientras él guió con su caballo al Ejército libertador por llanuras, valles, páramos y montañas en uno y otro país, buscando siempre el mismo sueño: la unidad de América. Esa unidad americana cobraba vida política como república con la sola presencia de Bolívar, tal fue el espíritu que animó al Libertador desde cuando se encontraba en Europa, alimentándose de la experiencia jacobina y prometiendo lo inimaginable a su mentor Simón Rodríguez, hasta entregarse por completo a la emancipación de los pobres y excluidos de la tierra.

La guerra de independencia con todas sus miserias fue desatada como revolución social para fundar la república de todas las repúblicas como recuerda Leopoldo Zea y José Marti. Colombia nació de la guerra, y al hacerlo convirtió a Bolívar en el primer revolucionario del siglo XIX, así para muchos de sus contemporáneos o subalternos fuera un dictador insaciable, un hombre inmoral que vivía en concubinato o un burdo tirano que ni maneras tenía. Jamás entendieron que Bolívar no era un conservador ni un monárquico y sí un rebelde que se adelantó a su siglo, yendo más allá del liberalismo clásico de la época.

No solo es su grandeza histórica coronada de gloria y bañada con la ofrenda de la dignidad humana, fue también su habilidad para leer el presente y proyectarse en la escena estratégica del mundo, lo que lo llevó a ser el Libertador de Colombia, admirado y temido en Europa. Fue un hombre que buscó la unidad americana hegemonizando alrededor de Colombia el proyecto continental de construir la república más grande del mundo, desde México a la Argentina, como contrapeso histórico a los imperios europeos de la Santa Alianza y al régimen presidencial y esclavista de los EE.UU con la doctrina Monroe.

Con Bolívar empieza el americanismo pues enseñó a los hombres y mujeres a pensar y a actuar en grande. Ese hombre se merece cuando menos ser recordado en su fecha de muerte. Después de Bolívar, el nombre de Colombia dejó de ser asociado al de la gran república latinoamericana que educaba a sus hermanas menores en la enseñanza de que patria solo hay una, América, y Estado solo hay uno, la república.

Este hombre republicano en un mundo monárquico, general victorioso que recorrió más territorios que su par Bonaparte, huérfano y viudo a los 19 años, bailador festivo e incansable, fue el más desengañado de los hombres de su tiempo comoquiera que era un romántico, un ilustrado, lector de la épica y la tragedia griega y romana, un librepensador que hablaba en francés jacobino y se las daba de ateo o agnóstico, un solitario que fue tomado por muchos como loco, cuando no demagogo y tirano, lo que nunca fue ni quiso ser. Aquel hombre caribeño que ni esposa ni hijos tenía, lo único que quiso en vida fue a Colombia, su sueño y su obsesión, a ella la pensó en la proyección de los siglos y su acción resplandece por sobre el tiempo que ha transcurrido y se proyecta hasta cuando su sueño sea la realidad popular que él siempre quiso que fuera: “Para nosotros la patria es América”.

Lo que queda de Bolívar no son las estatuas en las plazas del país, osadas como la de Pereira en su desnudez; las frases que escribió en excelsos párrafos que aún se conservan y conmueven a los poetas eternos, como José Asunción Silva y a los panfletarios libertarios como José María Vargas Vila; lo que queda no son las anécdotas de cómo se libró aquí y allá de ser asesinado un sinnúmero de veces por alguno de sus subalternos que siempre se hicieron pasar por sus amigos. Lo que queda de Bolívar no son los lienzos donde lo han pintado de color blanco, como si él no hubiera sido un caribeño de piel mulata que fue odiado en el Perú por los aristócratas antirrepublicanos.

Lo que queda de Bolívar es el mito de la unidad latinoamericana, es la ideología subalterna de lo más puro del ser colombiano: el amor a la libertad. Lo que queda del Libertador es el deseo de que Colombia y, por esa vía, América toda, sean territorios donde reine a sus anchas la libertad, la democracia sea una realidad y la justicia cubra a todos sus ciudadanos, en una gran república continental que liquide los privilegios, los dominios y las leyes foráneas propagadoras de las iniquidades y que no consultan lo más profundo de esta región que fue llamado en su momento, el Nuevo Mundo, y que era para el Libertador, incluso en su lecho de muerte desengañado y empobrecido, la esperanza del universo.

El mito del Libertador como hombre republicano ya ha tenido pruebas fehacientes de su validez histórica en Colombia, como teoría, no como realidad. Al hombre que despreciaba lujos, riquezas y propiedades pues amaba la libertad lo encontramos de cuerpo entero en las referencias que han logrado de él Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Víctor Paz Otero, Fernando Cruz Kronfly, Germán Espinosa y Eduardo Caballero Calderón. Como también en las obras históricas de los también colombianos y bolivarianos Indalecio Liévano Aguirre, Antonio García Nossa, Ramiro de la Espriella, Enrique Santos Molano y Juvenal Herrera Torres.

A 180 años de la muerte de Simón Bolívar el mito republicano que él encarnó sigue siendo una ideología válida, revolucionaria, novedosa, necesaria para llevarla a cabo como unidad popular de los subalternos contra la guerra y a favor de la democracia americana. Con Bolívar los pobres de la tierra tienen un espejo de dignidad con el cual mirarse en lo que han sido y leerse en lo que van a ser.

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