lunes, 24 de enero de 2011

Conmemorando los 120 años del nacimiento de Antonio Gramsci

GUERRA DE POSICIONES, CONTRA-HEGEMONÍA Y AUTOGESTIÓN.

GRAMSCI Y LA NUEVA CIUDADANÍA DEL SUR

MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB[1]

miguel.herrera@transpolitica.org

Antecedentes históricos

Al comenzar la serie de los conversatorios de la Revista Ciencia Política de la Universidad Nacional, que también inició la indexación oficial que fija Colciencias para inscribir la producción intelectual y creación científica en el movedizo territorio de los saberes sociales; recreamos ahora el significado y sentido actual de la globalización enriquecida y abierta por el movimiento contra-hegemónico anticapitalista que se expresa en los gobiernos de izquierda de la segunda mitad del siglo XX.

Esta es una nueva época en la lucha de los grupos y clases subalternas, a doscientos años de la independencia suramericana y caribeña, 1809-2010, porque la primera la marcaron en las Antillas americanas los jacobinos haitianos, los afro-caribeños de Lovertoure y Petion. Así comenzó la gesta emancipadora en la región al sur del río Grande, cuando se afianzaba la primera mundialización del capital agotando el ciclo expansivo de las revoluciones burguesas.

En el 2010, hablamos de la tercera ola democrática de l@s de abajo, en respuesta creativa a la primera y segunda ondas largas de la mundialización del capital, que corresponden a lo que Marx teorizó como subsunción formal del proceso de trabajo por el capital[2]. Experimentamos en América Latina, en cambio, la globalización capitalista, es decir, el despliegue pleno y, por supuesto, antagónico y desigual de la subsunción real del proceso de trabajo por el capital. Con ella no desaparece sino que rearticula el espacio tiempo de la subsunción formal del proceso de trabajo que la antecede. Y este gigantesco movimiento tiene su contra-partida la movilización de los subalternos.


Guerra de posiciones global

Vivimos la época del dominio inmaterial sobre la sociedad de la cooperación, que con una cierta dosis de ironía histórica, Paolo Virno denomina el comunismo del capital,[3] donde pese a cumplirse el pronóstico tendencial hecho por Marx en los Grundrisse, no se realizó, sino que se aplazó el comunismo de los trabajadores, esto es, la autonomía y la auto-valorización del trabajo humano sin prescripción, predeterminación institucional alguna, como espacio tiempo de la disutopía.

El comunismo productivo, la nueva forja de cooperación humana, la producción biopolítica,[4] sigue aún, de manera perversa, bajo el control capitalista sujeto a una nueva forma de soberanía, que Hardt y Negri de modo polémico denominan Imperio en un primer volumen de la trilogía que comprende también a Multitud y el más reciente Common Wealth.[5]

Desde lo ya consignado, en su verdad, con la tercera ola democrática, se plantea la necesaria refundación del comunismo más allá de Marx, bajo las condiciones de una guerra global, que autores como Mary Kaldor, con otro horizonte analítico califican de nuevas guerras.

La refundación del comunismo también implica, por necesidad lógica e histórica, un descentramiento creativo de la figura de sujeto hegemónica, y del estado y el mercado capitalista que lo constituyeron en la fragua de varios siglos, a la que Marx alude en términos de la acumulación originaria del capital. En síntesis, me refiero al individuo social burgués, cuyo summun es el empresario, imprenditore del que habló Antonio Gramsci en Americanismo y Fordismo.

Este es un individuo que es sacralizado, cristalizado, abstraído simultáneamente en las figuras colectivas concomitantes de pueblo y nación, sin pasar por alto sus contradicciones y tensiones, su dialéctica propia. Para practicar así la religiosidad de voluntad general en lugar de la voluntad de todos, en donde el poder constituyente de la multitud, todos y cada uno, queda constreñido y disciplinado por la cárcel de las normas del poder constituido, un nuevo estilo de servidumbre humana.[6]

Es la vuelta de la multitud, que había irrumpido con vigor revolucionario durante los siglos XVI, en España e Italia, donde se proyecta vigoroso y aleccionador el pensamiento de Nicolás de Maquiavelo, quien reflexiona con agudeza en la derrota. Después en siglo XVII, sobre todo, en Holanda e Inglaterra, donde cuajó un laboratorio capitalista en medio de crudas guerras civiles, lo que Negri definió como la anomalía salvaje, donde toma cuerpo y sentido el pensamiento de Baruch Spinoza sobre el nuevo sujeto, la multitud y su institución ontológica, la democracia como gobierno absoluto.

La genealogía de la revolución pasiva

¿Qué tiene que ver todo lo dicho con Antonio Gramsci? Cuando su fallecimiento ocurrió en 1937, a un año de salir de las cárceles fascistas. Consumieron su libre movimiento por más de un decenio, pero nunca su potencia reflexiva en un abyecto constreñimiento, doblado por el aislamiento que practicó sobre él comunismo internacional liderado por Stalin, agenciado por su secretario Palmiro Togliatti.

La guerra de posiciones y la revolución pasiva se relacionan con el modo cómo Gramsci pensó las revoluciones proletarias en el siglo XX, en particular, del modo cómo entendió más allá de la existencia física de Marx sus hieroglifos sobre el específico tópico de la revolución burguesa y proletaria. Esto se fraguó en las intensas deliberaciones tenidas por el cerebro colectivo que pensó la revolución en Occidente, posibilitadas por el triunfo en Rusia, a instancias del Konmitern.

Gramsci etiquetó sus insights, sus intuiciones, en la ecuación Oriente y Occidente, para reconocer que la sociedad civil moderna en ambos escenarios hacía una gran diferencia; que el desarrollo capitalista tenía rasgos singulares en ambos lugares. La de Oriente era una sociedad civil gelatinosa, en relativa formación, donde la sociedad capitalista no estaba plenamente establecida, puesto que había una inmensa masa de campesinos recién liberados de las cadenas de la servidumbre. Otro cantar era en los países europeos, y en los Estados Unidos de América, que inspiraron sus reflexiones del Cuaderno Americanismo y Fordismo.

Marx plasmó in nuce, de modo breve, la intuición de la hegemonía, de la dirección proletaria, y su carácter en las páginas dedicadas a las luchas de clases en Francia. En particular, su célebre fascículo, El 18 Brumario de Luis Bonaparte es ilustrativo al punto. Pero, más definitivo aún, es el modo temprano cómo Marx y Engels definieron el peculiar carácter revolucionario del capitalismo como un todo. Tal y como aparece en el Manifiesto Comunista (1848), que es una suerte de contra-revolución permanente en marcha, al confrontarse con las luchas proletarias de liberación del capital y contra los yugos coloniales, según la especificidad de los entornos de la cadena imperialista.

Sobre el particular es ejemplar como resumen el escrito de Antonio Gramsci, Análisis de situaciones, relaciones de fuerzas, pensado para la escuela de cuadros que intentó motivar en los primeros años de su encarcelamiento, a partir de 1929. Allí, él sintetiza de manera creativa, su experiencia internacionalista de Viena y Moscú, donde tuvo una cura de salud, encontró y conquistó al amor de su vida, la pianista Julia Schucht.[7]

Gramsci nos define dos tipos de revoluciones, la revolución desde abajo, activa con la participación directa proletaria y nacional popular, y la revolución pasiva, desde arriba, el conformismo del capital, que todo cambie para que todo siga igual, que reedita creativamente la experiencia del Risorgimento italiano, el modo como Italia se hace a la mar del capitalismo en forma tardía. A la vez que hace un ejercicio de síntesis de una revolución burguesa clásica, la francesa, mostrando el corte de clase que la periodiza, marcada por la rivalidad epocal entre proletarios y burguesas, en el evento de la Comuna de París. Es, ni más ni menos, que el finiquito de la experiencia jacobina, la onda larga de su expansión.

Después cambiará de eje, en el espacio tiempo, serán los Estados Unidos de América, el republicanismo de la propiedad en expansión, ajustadas las cuentas de su guerra civil, que tome la batuta de la revolución burguesa como renovada forma de revolución pasiva. Al tiempo que pone fronteras al carácter expasivo de la revolución suramericana, cuyo primer boicot internacional es la confrontación en la Anfictionía de Panamá entre Bolivarismo y Monroismo, en 1826.

Es a la manera de la revolución pasiva, inmortalizada por la novela el Gatopardo del Príncipe de Lampedusa, y en Colombia por los escritos periódicos de Rafael Núñez, bajo el nombre de Regeneración, que es la contracara del Federalista estadounidense, el modo, digo, como la revolución de los de abajo, los afro, los criollos, mestizos y sectores indígenas es domada, primero, con la derrota de la liberación plena de los esclavos, que sólo ocurre hasta 1853, y luego con el aplastamiento de las sociedades democráticas que llevaron al gobierno por unos meses al general José María Melo.

Regeneración y Republicanismos

En Colombia, la gran revolución pasiva corresponde al periodo de la Regeneración, denominada por Fernando Guillén Martínez, el primer Frente Nacional. Dicho de otro modo, es la armonización de intereses entre las oligarquías, que representan a las clases terrateniente y burguesa comercial, que dan vida al capital financiero y los incipientes procesos de industrialización.

Así se marcan los 100 años del republicanismo oligárquico autoritario tout court colombiano, que culmina con la presidencia de Carlos E. Restrepo, el primer centenarista en el gobierno del incipiente capitalismo nacional, quien entroniza la institución de la acción de inconstitucionalidad en la Constitución de 1886.

Dicho lo cual, volvamos a la arena mundial, marcada por el triunfo de la primera revolución proletaria, la revolución rusa, en la que encuentra principio de solución la cuestión social, a lo cual también se ha referido Hannah Arendt, al estudiar el carácter moderno de la revolución, un nuevo vocablo que le da nombre a un acontecimiento, la revolución como origen, y a la guerra revolucionaria como medio adecuado a este fin, que doma la supuesta necesidad de la separación entre ricos y pobres, que en la situación de Francia no tiene un tratamiento constitucional, al modo del documento We the People, para los padres fundadores, sino a través de una sangrienta guerra civil que ajusta cuentas con el Ancient Regimen, y conduce al cadalso al despistado rey Luis XVI, quien pensaba que era una revuelta y su ministro, que en cambio la llamaba una revolución restauración, una suerte de revolución pasiva.

Pero se trataba de otra cosa, se afectaba la estructura misma de la propiedad fundiaria, se ponía en entredicho el régimen ancestral de la propiedad, que trató de fijar de una vez por todas el Código de Napoleón en Francia, y entre nosotros Andrés Bello, del cual aun esta la impronta en nuestro Código Civil, que sobrevive a la Constitución de 1991.

La nueva época nació y se extiende desde los fabulosos años 60, cuando el trabajo alienado, esto es, las figuras del obrero industrial y el trabajador social, la nueva sociedad de la posguerra protagonizaron una doble experiencia de liberación colectiva: la autonomía y la auto-valorización. Así, los trabajadores, los pobres y jóvenes le quebraron dos vértebras al orden del capital, en una década de insurrección callejera y contra-cultura en las cuatro esquinas del mundo, dándole sepultura al corto siglo XX.

Qué mejor que este bautismo laico ocurra con una reflexión plural que se centra en el legado filosófico práxico de Antonio Gramsci, en un país y época en que la profesión de ateísmo sonroja y torna intolerantes y confesos no sólo a figuras de la política y la academia, como Antanas Mockus, Gustavo Petro, quien se reclama eso sí, seguidor de la teología de la liberación, y de la opción preferencial por los pobres, desde sus años mozos.

Es una pandemia que en tiempo de elecciones ataca a tantos “colombianos de bien”, quienes provienen del variopinto reservorio de la robusta por número pero filistea y conservadora clase media colombiana, de la que el actual procurador de la nación es su heraldo negro, haciendo uso de la licencia poética que mi otorga el gran poeta peruano César Vallejo, un confeso socialista admirador de Marx.



[1] Profesor Asociado, Unal. Catedrático Maestría en Estudios Políticos, U.Javeriana. Director del Grupo Presidencialismo y Participación, Colciencias D/Unijus B. Director Proyecto Seminario Internacional Antonio Gramsci. Hegemonías y Contra-hegemonías en la Región Andina y el Caribe, 2007-2010.

[2] Ver el capítulo VI inédito, que hace parte de los Grundrisse (Borradores), objeto de discusión de marxistas italianos, alemanes, franceses e ingleses en la década de los sesenta. Ver al respecto, Negri, Antonio. Marx, más allá de Marx. Tronti, Mario. La autonomía de lo político. Roldosky, Roman. Génesis y estructura del capital, entre otros.

[3] VIRNO, Paolo. Diez tesis en: La gramática de la multitud. Consultar el sitio Rebelión en internet, en la sección de libros.

[4] Repasar la secuela de revisiones que comprenden la lectura crítica de lo hecho por Foucault y Deleuze en particular, Parte 1. Constitución Política del Presente, 1.2. La producción biopolítica, en: Imperio. Ediciones desde abajo. Bogotá, noviembre 2001, pp: 65-82.

[5] HARDT, Michael, NEGRI, Antonio. Common Wealth. Belknap/Harvard Universitiy Press. Cambridge, 2009.

[6] Una condición advertida lúcidamente por Etienne de La Boitie al comenzar el siglo XVI, y publicitada por su amigo y corresponsal Miguel de Montaigne.

[7] Inmortalizada por las cartas que le escribiera Gramsci. Recopiladas como volumen en Cartas a Yulca

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