La segunda parte de la respuesta de Néstor Hernando Parra
2. Las Multinacionales canadienses
La imagen que de Canadá se ha propagado en países de América Latina y de otras regiones de incipiente desarrollo, ante la voracidad depredadora de algunas mineras y petroleras, es la de que “existe una doble moral, la interna, la de allá, y la que aplican en los países a los que llegan a explotar los recursos naturales”. Y a simple vista parecería que esa fuera la realidad, pues no cabe la menor duda de que Canadá es uno de los países donde más se respeta la naturaleza, más se protege el medio ambiente. Y, en cambio, “sus” multinacionales son las que de forma ostensible explotan en otros países, hasta la saciedad, sin importarles ni la naturaleza, ni las comunidades involucradas.
Sin embargo, las “multinacionales”, como su mismo nombre lo indica, no son de “una nación”, de un Estado, son empresas privadas en las que participa capital de diversa procedencia y ejercen su actividad en diferentes latitudes como octópodos y cuya titularidad en el capital varía con frecuencia y facilidad. Claro que tienen una “sede” que generalmente se determina en razón de las ventajas fiscales. Tal el caso de Google Europa o de Zara Ventas por Internet, que tienen su sede en Irlanda.
Pero, hay algo más. Las empresas tradicionales, las que por decenios y hasta por siglos fueron insignia de una nación, con las que conquistaron y dominaron territorios como es el caso del Reino Unido, hoy esas empresas son de propiedad de quienes fueron su colonia. Me refiero a inversionistas indios que hoy tienen el poder decisorio de muy importantes corporaciones inglesas. O de la misma Suecia que en el mercado internacional, desregulado, abierto, hoy varias de sus empresas emblemáticas son de propiedad de los nuevos capitalistas chinos. Así como suena.
Que en Canadá sí respetan y en el exterior no. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: porque allá hay un gobierno y unas autoridades que tienen políticas y normas que las hacen cumplir, y hay una sociedad organizada vigilante de que así sea. En cambio, en nuestras latitudes subdesarrolladas las políticas, las normas no hay quien las haga cumplir, sino que en forma complaciente –con tal de que llegue inversión directa externa- algunas autoridades son laxas en su aplicación cuando no corruptas.
Queda la sociedad local con algo de poder fiscalizador como función democrática que le es propia, algunas veces con resultados positivos, como fue el caso del Departamento de Santander en Colombia, recientemente donde la comunidad se organizó para impedir una explotación minera que consideraban iba a deteriorar la calidad del medio ambiente y la de sus habitantes.
De todas maneras, es un tema candente que, como recomienda la filosofía moral, hay que buscar los términos de conciliación, de coherencia y no dejarse llevar por chovinismos pasados de moda, ni por los insaciables capitalistas –de no se sabe qué país o procedencia, así tengan una sede- que llegan en plan de expolio.
2. Las Multinacionales canadienses
La imagen que de Canadá se ha propagado en países de América Latina y de otras regiones de incipiente desarrollo, ante la voracidad depredadora de algunas mineras y petroleras, es la de que “existe una doble moral, la interna, la de allá, y la que aplican en los países a los que llegan a explotar los recursos naturales”. Y a simple vista parecería que esa fuera la realidad, pues no cabe la menor duda de que Canadá es uno de los países donde más se respeta la naturaleza, más se protege el medio ambiente. Y, en cambio, “sus” multinacionales son las que de forma ostensible explotan en otros países, hasta la saciedad, sin importarles ni la naturaleza, ni las comunidades involucradas.
Sin embargo, las “multinacionales”, como su mismo nombre lo indica, no son de “una nación”, de un Estado, son empresas privadas en las que participa capital de diversa procedencia y ejercen su actividad en diferentes latitudes como octópodos y cuya titularidad en el capital varía con frecuencia y facilidad. Claro que tienen una “sede” que generalmente se determina en razón de las ventajas fiscales. Tal el caso de Google Europa o de Zara Ventas por Internet, que tienen su sede en Irlanda.
Pero, hay algo más. Las empresas tradicionales, las que por decenios y hasta por siglos fueron insignia de una nación, con las que conquistaron y dominaron territorios como es el caso del Reino Unido, hoy esas empresas son de propiedad de quienes fueron su colonia. Me refiero a inversionistas indios que hoy tienen el poder decisorio de muy importantes corporaciones inglesas. O de la misma Suecia que en el mercado internacional, desregulado, abierto, hoy varias de sus empresas emblemáticas son de propiedad de los nuevos capitalistas chinos. Así como suena.
Que en Canadá sí respetan y en el exterior no. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: porque allá hay un gobierno y unas autoridades que tienen políticas y normas que las hacen cumplir, y hay una sociedad organizada vigilante de que así sea. En cambio, en nuestras latitudes subdesarrolladas las políticas, las normas no hay quien las haga cumplir, sino que en forma complaciente –con tal de que llegue inversión directa externa- algunas autoridades son laxas en su aplicación cuando no corruptas.
Queda la sociedad local con algo de poder fiscalizador como función democrática que le es propia, algunas veces con resultados positivos, como fue el caso del Departamento de Santander en Colombia, recientemente donde la comunidad se organizó para impedir una explotación minera que consideraban iba a deteriorar la calidad del medio ambiente y la de sus habitantes.
De todas maneras, es un tema candente que, como recomienda la filosofía moral, hay que buscar los términos de conciliación, de coherencia y no dejarse llevar por chovinismos pasados de moda, ni por los insaciables capitalistas –de no se sabe qué país o procedencia, así tengan una sede- que llegan en plan de expolio.
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