martes, 6 de diciembre de 2011

La revista Arcadia que publica la talentosa y bella María Ponsford, y que como revista cultural también se vende como Número y el Malpensante, realiza un conversatorio entre dos académicos colombianos, Alejandro y Leopoldo, quienes miran al mundo de la educación superior desde dos orillas, y Arcadia y el país de Jauja bien pueden ser un lugar apropiado, para leerlos navegando en este barquito de papel.

Y quizá no sea mala idea hacerlo a contraluz, utilizando como parapeto crítico las contribuciones de Pierre Bourdieu, el sociólogo francés que en vida dedicó tiempo a estudiar tanto el poder simbólico como el capital cultural. Para poner en situación este diálogo aleccionador, durante este intermedio en la lucha estudiantil marcado para cumplir con los requisitos del homo academicus, y redireccionar la lucha, con la firmeza de una exigencia: lograr la gratuidad de la educación pública a todos los niveles
, una bandera que singulariza la lucha estudiantil de hoy, con respecto a la que se librara hace 40 años, cuando se lanzó el Programa mínimo de los estudiantes colombianos, que no hablaba de estudiantes universitarios, pero que en realidad se refería en primer lugar, solamente a ellos.

El punto de arranque de este diálogo, con Alejandro como primer interlocutor, señala que los derechos se ganan, y que el derecho a la educación superior no es un derecho fundamental, sino que está sometido a los albures de la gradualidad que se estableció en el artículo 13 de la C.Nal, añadimos nosotros, cuando allí se dice: "El Estado promoverá que la igualdad sea real y efectiva..."Este es el lugar constitucional, donde liberalismo y democracia se encuentran, Esto es la diferencia específica y fundamental entre el credo de "la igualdad de oportunidades" y "la igualdad de condiciones", para que las oportunidades no sean más que el afianzamiento de un mandarinato que monopoliza los saberes, y los jerarquiza, en beneficio, en últimas de los poderes económicos y sociales dominantes. N de la R.



Alejandro Gaviria
: "No creo que la educación superior sea un derecho fundamental. Eso no es lo que dice nuestra Constitución. La educación es un derecho económico, social y cultural y por lo tanto debe cumplirse de manera gradual, progresiva. Además, el derecho a la educación pone condiciones. La educación superior, vale el oxímoron, es un derecho que hay que ganarse"
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¿Y ahora qué?

Foto del debate entre Leopoldo Múnera y Alejandro Gaviria

Polémica (impresa)

El Gobierno retiró la reforma educativa. Pero tras la euforia, las preguntas fundamentales siguen ahí. ¿Busca el Gobierno generar individuos útiles a un sistema? Dos especialistas conversaron sobre el tema.

Por: Rodrigo Restrepo Ángel
Publicado el: 2011-11-23
Al calor de las protestas de los estudiantes, de las declaraciones del Presidente y de la expectativa nacional, Arcadia invitó a dos académicos a que expusieran sus argumentos de fondo sobre el complejo problema. Alejandro Gaviria, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y Leopoldo Múnera Ruiz, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias políticas y sociales de la Universidad Nacional, debatieron sobre la libertad, el capitalismo y las posibilidades de una reforma a la educación superior en Colombia.
Arcadia: Profesores, a su juicio ¿cuál es el principal problema de la educación superior en Colombia?
L. Múnera: Hemos asistido en los últimos años a una educación completamente estratificada. El problema no es la división del trabajo sino la estratificación que está detrás de la división del trabajo y la manera como reproduce las desigualdades sociales. El problema es ofrecerle a la mayoría de quienes tienen menos recursos solo una posibilidad: la posibilidad de hacer una educación pobre.
A. Gaviria: Es difícil sintetizar pues hay muchos problemas. El primero es la baja calidad de la educación secundaria. Los estudiantes llegan muy mal preparados. Las universidades pasan un año repitiendo lo básico del bachillerato. Queremos un país de profesionales competentes pero nos saltamos un paso: la formación de bachilleres medianamente capaces. Segundo, la cobertura es muy baja. Hay un cuello de botella evidente. En los últimos diez años el número de bachilleres aumentó cincuenta por ciento y el crecimiento de la cobertura ha sido insuficiente. Tercero, la proliferación de universidades privadas de baja calidad. La regulación y supervisión estatal ha sido desbordada. Y por último, la falta de gobernabilidad —y la corrupción, en algunos casos— de muchas universidades públicas, sobre todo en las regiones. El sistema universitario reproduce muchos de los peores vicios de la política.
Arcadia: ¿Por qué? ¿Qué nos ha llevado a esa situación?
L. Múnera: Yo identifico tres mecanismos perversos que han llevado a una educación de mala calidad. El primero es la explosión, en la segunda mitad del siglo XX, de las universidades de garaje o de condominio, como las llaman ahora: universidades privadas de mala calidad que atienden una demanda de clases medias y populares. El segundo es la proliferación de universidades públicas mal financiadas por el Estado y que también ofrecen una educación de mediana cuando no de baja calidad. Estas son muchas de las universidades regionales. Son universidades que están en una crisis profunda de calidad y de honestidad, como es el caso de la Universidad de Pamplona o la de Córdoba. El tercer mecanismo es más reciente y fue impulsado sobre todo desde el anterior Gobierno. Consiste en inflar las estadísticas del SENA para presentarlas como educación técnica y tecnológica.
A. Gaviria: Hasta aquí yo estoy completamente de acuerdo con lo que dice el profesor Leopoldo. El problema y el diagnóstico están claros: el esquema y la estratificación de la educación en Colombia. Romper con eso, en la medida de lo posible, sería ideal. La jerarquización de las universidades colombianas es un problema muy antiguo. Es un sistema que refleja las jerarquías y las condiciones antipáticas de la sociedad colombiana. Es un problema complejo.
L. Múnera: Sí, evidentemente y más allá de las buenas intenciones, la educación superior no solo está formando buenos ciudadanos. Está formando personas que van a insertarse en el mercado de trabajo. Y lo harán de acuerdo con sus capacidades, su formación y la demanda del mercado de trabajo. Ahí hay una relación que el sociólogo Pierre Bourdieu ha demostrado claramente entre el capital económico, el capital social y el capital cultural.
Arcadia: ¿Y eso cómo se ve concretamente en el país?
L. Múnera: Nosotros sabemos y podemos registrar en dónde trabajan los egresados de las que consideramos buenas universidades. Pero sobre todo de aquellas universidades que tienen y forman estudiantes con un mayor capital social.
Arcadia: Un ejemplo, por favor.
L. Múnera: Capital social es cuando usted tiene una red social mucho más extensa y con más influencia que otra red social. No quiero personalizar esto en instituciones, pero es evidente que las hay. Los estudios de percepción del mercado laboral que se han hecho en la Universidad Nacional y en la Javeriana lo demuestran. Redes sociales como la de los Andes o la Javeriana son mucho más fuertes que la de la Universidad Nacional, por ejemplo. Ahora, esto tiene matices, y hay redes sociales que son muy fuertes a nivel regional, como es el caso de la Universidad de Antioquia. Pero en líneas generales digamos que los estudiantes que tienen un mayor capital económico, cultural o social van a alimentar un nicho específico del mercado laboral.
Arcadia: ¿Qué nicho?
L. Múnera: Son los ejecutivos, los que ocupan cargos internacionales, los altos cargos del Gobierno. Es solo revisar quiénes son y de dónde son egresados los altos cargos del gobierno nacional y regional. Entonces, ¿qué es lo que se quiere formar para el mercado de trabajo en este momento? Parece que el Gobierno pone el énfasis en la formación de técnicos y tecnólogos. No quiere un crecimiento grande de profesionales sino que está centrado —eso es lo que se dice y hacia allá están dirigidos los recursos— en la educación técnica y tecnológica.
Arcadia: ¿Y hay algún problema con la educación técnica?
L. Múnera: Ninguno. Creo que necesitamos técnicos y tecnólogos, pero veamos cuál es la inversión que necesita un buen técnico y un buen tecnólogo, es decir, uno que sea creativo e innovador. Solo para dar un ejemplo, Einstein fue formado en un instituto técnico y tecnológico, no en una universidad. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) surgió como una institución técnica y tecnológica y no exactamente como institución universitaria. El Instituto Técnico de Monterrey es un instituto técnico y tecnológico. El punto es que son entidades que tienen muy buenos laboratorios e investigación.
A. Gaviria: A mí me parece que ahí hay una contradicción en los argumentos de Leopoldo. Algunas veces defiende la necesidad de tener una buena educación técnica y tecnológica. Y a veces se le sale una antipatía ante unos especialistas que van a servir a ciertas industrias. Yo quisiera que quedara claro que no se puede demonizar una posibilidad laboral digna, que es muy escasa en este momento. Mire, si yo mañana lanzo una oferta de un curso técnico para capacitar a cien personas y ofrezco un empleo fijo de tres salarios mínimos con seguridad social, voy a tener por lo menos a cuarenta mil aspirantes: una fila de cuarenta cuadras. Ante una demanda tan grande, la crítica a la especialización técnica me parece casi irrelevante. Ojalá se crearan más empleos formales para gente que no tiene formación universitaria. Esa crítica desconoce el momento en el que está la economía colombiana, que es un momento de inserción en la economía global. Esa postura es un poco ingenua. Lo que más me preocupa a mí es que no tengamos la capacidad para educar esas personas que a su vez puedan trabajar en empresas que inserten adecuadamente a Colombia en la economía mundial.
L. Múnera: ¡Pero no necesariamente en el capitalismo! Es decir, necesitamos personas que puedan crear en cualquier modelo social, porque no necesariamente tenemos que estar atados al capitalismo. Yo no creo que la educación técnica y tecnológica sea un privilegio de la sociedad capitalista. Ese no es el punto. El punto es: ¿de qué manera esta sociedad va a desarrollar su conocimiento técnico y tecnológico? ¿Será un conocimiento netamente funcional y poco innovador? ¿O será un conocimiento creativo, sin importar el tipo de sociedad que tengamos?
Arcadia: ¿Qué opina, profesor Gaviria?
A. Gaviria: A mí me parece que la crítica que hace el profesor Leopoldo de alguna manera subestima la complejidad del asunto. Si mañana nos invitan a nosotros a una comisión, y nos dicen: “Ustedes tienen la tarea de educar a sesenta mil buenos profesionales en los próximos cuatro años; pueden ser universitarios, técnicos o tecnólogos”, yo me pregunto: ¿cuántos profesores necesitaríamos? Necesitaríamos tres mil docentes. ¿Y dónde están los buenos profesores con maestrías y doctorados? ¿Dónde está la capacidad del Estado para hacer de una manera rápida, de una manera acelerada, una cosa como la que usted plantea?

Su posición genera una dificultad grandísima, que no es una dificultad únicamente de recursos. Porque mañana conseguimos la plata que se necesita para esos sesenta mil estudiantes. Esa plata está ahí. El desafío, en un tema tan complejo como éste, es que la capacidad para desarrollar lo que el profesor propone no está en la sociedad colombiana. No tenemos esa capacidad en este momento. Y por eso, las críticas que hace el profesor son ciertas, pero incluso la mejor reforma del mundo no borraría los elementos más antipáticos de la sociedad colombiana: esa segregación, esos tipos de capital social, esos problemas de movilidad social que las universidades reproducen.
Arcadia: ¿Como cuáles?
A. Gaviria: Básicamente que en las mejores universidades entran los hijos de los que estudiaron allí. Las universidades no son mecanismos de movilidad social sino todo lo contrario —aunque eso en algunas se está rompiendo—. Aquí hay un punto de desacuerdo grande, porque detrás de todo esto tenemos que ser un poquito realistas.
L. Múnera: Pero siendo realistas, si seguimos por el camino que venimos nos meteremos en una celda completamente equivocada que agravará la situación. El punto es que el sistema que tenemos y que el Gobierno quiere impulsar con la reforma no le ofrece a cualquier persona —especialmente a los de menos recursos— la posibilidad de elegir libremente entre varias opciones. Para desarrollar sus capacidades libremente —y aquí estoy en el terreno del filósofo y economista Amartya Sen— una persona debe tener la libertad positiva de elegir. Si yo quiero ser ese tecnólogo porque lo elegí libremente, perfecto. Pero el problema es que dada la situación y la propuesta de la reforma, esta sería la única alternativa posible para la mayoría de la población. Eso es libertad negativa. Creo que el mayor error que puede cometer el país es seguir por esa senda. Hay que corregir el rumbo.
A. Gaviria: El problema es que no vamos a tener cupos suficientes para universitarios de calidad, como se quiere. La ampliación de la cobertura es un proceso muy lento. Desde luego lo más correcto es decir: “Tenemos que darle a los jóvenes lo que quieren”. Pero ese argumento es un poco vacío, porque la realidad es que hay una demanda grandísima de personas dispuestas a acoger este tipo de empleos técnicos. Este argumento de que estamos alienando a la gente por no darle la opción de ser un filósofo o un artista, de que la estamos conduciendo a reproducir un modelo capitalista, es un argumento que no me gusta porque desconoce la realidad del mercado laboral. Me parece que lo que hay que hacer es avanzar por las dos rutas simultáneamente.
Arcadia: Y entonces, ¿qué se puede hacer en términos concretos?
A. Gaviria: Por ejemplo, yo creo que tienen que crearse nuevas universidades públicas en Colombia.
L. Múnera: Sin duda. Pero también institutos técnicos y tecnológicos de alta calidad.
A. Gaviria: Tiene que haber tecnológicos, tiene que haber más crédito educativo, tiene que haber fortalecimiento de las nuevas universidades, tiene que haber fortalecimiento de las universidades de elite, tiene que haber de todo. Y en esa cosa abigarrada, claro, es muy difícil estar de acuerdo. Porque dadas sus ambiciones y su crítica, la posición de Leopoldo es un poco maximalista al copiar el lema de las protestas en Chile: “Educación superior de calidad, gratuita y para todos”. Eso es una utopía. Podría ser un objetivo para la próxima generación, pero no es un objetivo alcanzable en el mediano plazo. Los objetivos maximalistas, desconectados de la realidad, desconocedores de las posibilidades y capacidades estatales, no solo son inocuos, son también perjudiciales: nos distraen de las tareas urgentes.
Arcadia: ¿Pero entonces la educación no es un derecho fundamental?
A. Gaviria: No creo que la educación superior sea un derecho fundamental. Eso no es lo que dice nuestra Constitución. La educación es un derecho económico, social y cultural y por lo tanto debe cumplirse de manera gradual, progresiva. Además, el derecho a la educación pone condiciones. La educación superior, vale el oxímoron, es un derecho que hay que ganarse.
Arcadia: Para finalizar, a su juicio ¿qué posibilidades se abren en este momento para la educación superior
L. Múnera: La oportunidad que se abre es poder pensar cuál y de qué tipo es la educación pertinente para este país en este momento. Y poder pensarlo colectivamente, con las diferentes visiones de país que hay. El problema de la pertinencia es político. Una cosa es lo que piensan los empresarios, otra los científicos, otra los filósofos. Pero lo importante es que poder discutirlo es una oportunidad grande que se abre. Ahora bien: se abre no por una decisión de Santos sino por toda la coyuntura, por la reacción de los rectores, por la movilización de los estudiantes.
A. Gaviria: Desde luego lo que ocurre es bueno porque hay una apertura democrática. Claramente este proceso se había desgastado y de alguna manera pasó lo que tenía que pasar. Ahora, el proceso que empezó es un proceso muy complicado. La discusión más complicada que se pueda dar es la que se tiene con profesores y estudiantes.

Las universidades son, a su pesar, un tipo de instituciones increíblemente conservadoras, en el sentido casi literal de que no les gustan los cambios. Cuando usted va a cambiar un plan de estudios en una universidad hay discusiones interminables sobre asuntos absolutamente minúsculos. Esta es una discusión muy complicada, en la que le puedo anticipar desde ya que el consenso es imposible. Y si existe consenso va a ser uno que conduzca a una reforma inocua. El consenso de un conjunto tan grande es siempre vacío: será una reforma vacía.

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