SUBALTERNIDAD Y MULTITUDES COMO ACTOR POLÍTICO
SEGUNDA PARTE
Miguel Angel Herrera Zgaib
miguel.herrera@transpolitica.org
LA SUBALTERNIDAD COMO
CATEGORÍA PRÁCTICO-TEÓRICA
“Lo fundamental del pensamiento de Antonio Gramsci consiste,
como puede advertirlo cualquier lector cuidadoso de sus Cuadernos, en el examen de las relaciones recíprocas entre la
estructura y la superestructura…Pero, además, hay en él una constante reacción
contra la interpretación mecanicista de los acontecimientos sociales…reivindica
en buena medida , el sentido creador del marxismo y testimonia la
resistencia de Gramsci a entenderlo como
un recetario de soluciones dadas de una vez para siempre”. Héctor P. Agosti
(1986), Prólogo, en: El materialismo
histórico y la filosofía de B. Croce. Juan Pablo Editor. México, p. 8.
Todo bloque histórico, todo orden constituido…tiene sus
puntos de fuerza no solo en la violencia de la clase dominante, en la capacidad
coercitiva del aparato estatal, sino también en la adhesión de los gobernados a
la concepción del mundo propia de la clase dominante. La filosofía de la clase
dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido
en sentido común, es decir, se ha convertido en una filosofía de masas, las
cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta
institucionalizadas en la sociedad en que viven”. Giuseppe Fiori, capítulo
25, en: Vida de Antonio Gramsci.
El combustible
social de la escalada democrática como conjunto era el trabajador/obrero social,
durante el pasado cuarto de siglo. Enfrentado con la espacio-temporalidad
capitalista del régimen de acumulación posfordista, contra el orden político
imperial ya no imperialista como en el inmediato pasado, que implementa su
gobernabilidad global. Se conforma la multitud, otra subjetividad emergente, en
gestación dinámica, plural, que se deslinda críticamente del sujeto popular de
las luchas anteriores.
Revivido hoy, el sujeto popular resulta ser una promesa
anacrónica de lo que fue el experimento del bloque histórico contra-hegemónico,
cuyo laboratorio fallido fue el Chile de la Unidad Popular, que eligió
presidente al socialista Salvador Allende con el apoyo del partido comunista y
otras fuerzas de izquierda aliadas.
Ahora son las multitudes,
el monstruo político, según decir de Negri y Hardt. Ellas son lo nuevo porque
desarticulan con su actuar autónomo el leviathán hobbesiano que organizó antes
al cuerpo popular, aherrojándolo a la soberanía como poder absoluto ejercido sobre
los muchos.
Una y otra situaciones, la vieja y la nueva, son aún pensables bajo la lógica del discurso
gramsciano de la autonomía de los grupos y clases subalternas, que son explotadas
y controladas por el capital internacional y global. Más aún, en el presente,
los procesos contra-hegemónicos amplían la base social subalterna activa con
obreros, campesinos, pequeña burguesía, intelectuales, minorías y pobres. Ellos
son la multitud plural, quienes constituyen el nuevo monstruo político que se
opone a la relación capitalista que explota y controla el trabajo humano
material e inmaterial global y localmente.
Antes todos estos agentes intelectuales y pueblo, bajo la
articulación de una voluntad nacional-popular permanecían galvanizados por la
fe común en la nación y en la unidad del pueblo. Era el pueblo, sujeto de la
revolución bajo la dirección proletaria real; o
representado por un partido de inspiración obrera, que lo constituían
profesionales de la revolución dedicados a la política cotidiana, bien
preparando la insurrección, o dirigiendo la guerra popular prolongada,
perfilados, claro está, según la familia ideológica de pertenencia a lo hecho
por determinada revolución triunfante en algún lugar de la tierra.
Antonio Gramsci fue quien elaboró la propuesta del bloque
histórico nacional-popular durante su
encierro carcelario. Era una clara
estrategia democrática y revolucionaria, dispuesta a la construcción de un
bloque contra-hegemónico, una respuesta
al triunfo de la revolución pasiva, la
reacción fascista en Italia. Era la suya una estrategia que seguía nutriéndose de las deliberaciones del IV Congreso de
la tercera internacional, que ya no contaba más con Lenin, mientras Trotsky
permanecía en el exilio aún con vida.
Tales postulados y orientaciones prácticas, vuelven a adquirir en los años 80 una redefinición y
una nueva carta de ciudadanía teórica con los trabajos de Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, quienes se proclaman
posmarxistas. Ellos expurgan el marxismo de Gramsci de su anclaje de clase, y
acto seguido le hacen una revisión y adecuación a la teoría de la hegemonía,
partiendo y yendo más allá de su maestro. Tornan la hegemonía en un asunto
puramente discursivo, a la vez que naturalizan la categoría de lo popular
nacional.
Este giro discursivo queda consignado y explicado en el libro
La razón populista escrito por Laclau,
y la político como quehacer adversarial y no antagónico, en el trabajo de
Chantal Mouffe, El retorno de lo político,
en el que ella revisa la concepción schmittiana de lo político, esto es, la
lógica amigo-enemigo, para postular en cambio una relación adversarial, para
desprenderse de la violencia y la muerte como componentes de la política
democrática radical de la nueva izquierda.
LA ENCRUCIJADA DE MITAD DE SIGLO
LA ENCRUCIJADA DE MITAD DE SIGLO
Sin embargo, durante los años 50, era otro el cantar político
de la subalternidad en América Latina. L@s subaltern@s resistían, se rebelaban
contra el orden oligárquico y sus aliados imperialistas, o ensayaban enseguida la revolución, que arrancó
con el fracaso guatemalteco del gobierno radical del coronel Jacobo Arbenz[1]. Siguieron fugaces
gobiernos de corte “populista”, y, por supuesto, el inusitado triunfo cubano de
la revolución en las barbas del Tío Sam, que al poco tiempo se proclamó
socialista, saldando a su manera la cuenta con la Enmienda Platt, que impedía
la plena independencia de la colonia española, pero conservando el estigma del enclave de Guantánamo hasta el
presente.
Aquella intelectualidad orgánica revolucionaria nueva,
dirigente de los grupos subalternos, en procura de su autonomía, también ensayó
una interpelación central y reconstruyó, revisó, reorientó el discurso de las
identidades nacionales de cuño oligárquico. Ella cuestionó el criollismo
decimonónico, elevando en cambio el mestizaje en la forma de la “raza de bronce” a
lo Vasconcelos, la identidad plebeya o indígena, en una transformación del
sujeto popular desde México hasta la Patagonia.
Hubo teóricos que hablaron de la “sociedad abigarrada” con
René Zabaleta, o del indio como actor fundamental, como aparece escrito en Los 7 ensayos sobre la realidad peruana,
distinguiéndose del legado populista, o mestizo a lo Vasconcelos, que en las
postrimerías del ascenso de la revolución mexicana consiguió su definitiva
cristalización en el PRI, alrededor de una fórmula corporativa, donde lo
popular se identificaba con uno de los sectores que componían el precipitado
histórico al lado de obreros, y campesinos, por separado [2].
La intelectualidad orgánica que construía un contra bloque
histórico movilizó en su discurso y los proyectos políticos que animaba el rescate
necesario de figuras antiimperialistas y socialistas. Por ejemplo, recuperó la memoria política y revisó las
ejecutorias de José Carlos Mariátegui, Augusto César Sandino, José Antonio
Mella, Agustín Farabundo Martí,[3] Carlos Prestes, en América
Latina. A su turno, los de Jorge Eliécer Gaitán, María Cano, Manuel Quintín
Lame, o Guadalupe Salcedo, para el caso colombiano[4].
Tal intelectualidad, intentando construir bloques
contra-hegemónicos nacional populares, exploró también una identidad continental,
un mito político internacional capaz de impulsar una nueva reforma intelectual
y moral, que tenía al Grito de Córdoba de 1918 como un notable antecedente. Así
que recuperó también, en clave subalterna, el legado de la lucha revolucionaria
independentista, que dirigieron Simón Bolívar y los patriotas de cinco colonias,
José de San Martín, José Gervasio Artigas, Tupac Katari y Tupac Amaru en los
Andes suramericanos. Al respecto dice Ruben Jaramillo, filósofo y ensayista
colombiano que la modernidad en el subcontinente hispano-indoamericano vive su postergación como peculiaridad
idiosincrática[5].
Pero, dicha intelectualidad, expresión orgánica de los grupos
y clases subalternas reconoció, al mismo tiempo, que con la excepción de la
revolución cubana, el intento de reforma intelectual y moral inconcluso se marchitó en el curso seguido por las
independencias nacionales, y tal situación irresuelta dura hasta nuestros días.
Aquel discurso, potenciado por la revolución socialista de
Cuba, obtuvo un inusitado despliegue político militar después de 1959. Alcanzó
a proponer una coordinadora guerrillera continental orientada a la liberación
nacional, replicando la lucha en Asia y Africa. Dicha acción articularía los
ímpetus organizativos del Ché Guevara
con centro en los Andes suramericanos. Era, en buena parte, el desarrollo
internacionalista del programa anti-imperialista de la Tricontinental, una vez que que Cuba fuera
expulsada de la OEA por su abierto impulso a la rebeldía armada a la ruptura
con el gobierno estadounidense y la nacionalización de sus propiedades e
intereses económicos en la isla.
El Ché fracasó en el
intento de construir con internacionalistas de varios países un foco guerrillero
expansivo. Encontró la muerte en Bolivia, pero a cambio cosechó la leyenda
póstuma de su ejemplo que aún gravita en las luchas presentes con diferente
registro y traducción. Hoy, se junta con la resignificación del bolivarismo recuperado del control y administración por el
pensamiento conservador y el establecimiento militar de los países andinos.
Así las cosas, renace
en la publicidad revolucionaria
plurinacional con la instauración de la nueva República bolivariana de
Venezuela. Ha sido divulgado y loado
durante las sucesivas presidencias del comandante Hugo Chávez Frías. Más
aún, el pensamiento de Simón Bolívar resulta ser el soporte ideológico y
político del proyecto del socialismo del siglo XXI, que tiene además a las
presidencias de Bolivia y Ecuador como coequiperos en esta causa. Y hasta
encontró brío estético en la novela El
general en su laberinto, escrita por Gabriel García Márquez.
El comandante Chávez cita a Bolívar siempre que puede para
fustigar a lo que llama el Imperio,
reclamando la segunda independencia del subcontinente americano, pero en verdad corresponde su prédica a una lectura
anti-imperialista contraria a la intervención y el dominio estadounidense que
lo denuncia como una amenaza a la peculiar construcción socialista que impulsan
las multitudes y el PSUV.
Eso sí, Venezuela no puede prescindir de la venta de su
petróleo a los Estados Unidos, aunque este gobierno sea identificado como el enemigo principal, en tanto es el antagonista
del nacionalismo revolucionario que construye con sus socios del Alba
enfrentando todo tipo de obstáculos.
A pocos meses del certamen electoral, en este año 2012, el
proyecto bolivariano y socialista de los grupos y clases subalternas vivirá la máxima prueba, con la menguada salud
de su principal campeón, el comandante Hugo Chávez Frías, en una dura campaña
con la oposición venezolana unificada, que obtuvo una primera victoria cuando
derrotó el referendo convocado por el presidente.
PRAXIS
SUBALTERNA Y LIBERACIÓN
La unidad histórica de las clases dirigentes se produce en el
estado y la historia de esas clases es
esencialmente la historia de los estados y de los grupos de estados. Pero no
hay que creer que esa unidad sea puramente jurídica y política, aunque también esta forma de
unidad tiene su importancia y no es solamente formal: la unidad histórica
fundamenta por su concreción es el resultado
de las relaciones orgánicas entre el estado o sociedad política y la
“sociedad civil”. Antonio Gramsci, Apuntes para una historia de las clases
subalternas (1934).
Muy pronto, en la encrucijada de
la revolución mundial socialista, luego del triunfo bolchevique, Antonio
Gramsci como dirigente presenció y sufrió
en Italia la derrota, y una seguidilla ininterrumpida de fracasos en Occidente
en la implementación de la estrategia de la guerra de movimientos, que era
finalmente detenida por una robusta sociedad civil hegemonizada por el
capitalismo.
Rectificar el rumbo, hacer las cosas bien, exigía una
revisión teórica. Gramsci empezó con la
vulgata marxista del estalinismo, el ABC
del comunismo de Mijail Bujarin, siendo ya prisionero del fascismo.
Ideologismo y economicismo fueron criticados por él, y otros revolucionarios de diferentes
perspectivas. Inconformes todos con la construcción del socialismo en un solo
país, y sobre todo contrarios al nuevo rumbo impuesto por las purgas de Moscú a
los bolcheviques, y a los dirigentes internacionalistas que no aceptaban los
dictados de José Stalin.
Después, durante los años 50, a la luz del deshielo
soviético, y la emergencia de China como potencia en el campo socialista, ha
habido otros críticos que continuaron esa labor crítico teórica. Han
constituido el campo del llamado marxismo occidental, según la clasificación del
historiador británico Perry Anderson. Estas tendencias son el resultado
contradictorio del avance de la paz mundial, al fin de la II guerra. Ellas abren
un periodo de guerra de posiciones en el campo de la democracia global,
conocida como guerra fría, que cierra el triunfo del liberalismo democrático
cuando se derrumba la hegemonía soviética y sus inviables democracias populares
en Europa oriental[6].
En la mitad del pasado siglo, con intención de equivocarse lo
menos, la nueva militancia de izquierda en América Latina compartió el conocimiento fragmentario de la obra de Antonio
Gramsci. Primero circulaba en pequeños
círculos en la Argentina, en particular a través de intelectuales comunistas,
agrupados en el proyecto editorial “Pasado y presente”orientado por José Aricó y
Oscar del Barco en Córdoba, tolerado al
interior del partido con el apoyo Héctor
P. Agosti, uno de sus jerarcas[7].
Este aggiornamento coincidía con el ascenso peronista, que le
disputaba las masas a la izquierda argentina, y provocaba la discusión como
fenómeno político de otros pensadores y militantes marxistas. Dar respuesta a
la nueva realidad política argentina que ponía a la cola los proyectos tanto
radicales como comunistas como socialistas. Era una situación de
heterodoxia política que descentraba
el pensamiento de izquierda, que ensayó con éxito marginal un marxismo con
acentos nacionales para enfrentar la bonanza económica y el ascenso
irresistible del populismo justicialista que tenía a Evita Perón como la vocera
de los subalternos movilizados en el proyectos desarrollista de posguerra, que
solo detuvo el golpe militar de 1955.
Al poco tiempo, los gramscianos de Córdoba José Aricó, Oscar del Barco, y Pedro Scaron fueron
expulsados[8]. Los animadores de esta
rebelión político-cultural al interior del comunismo criollo con Juan Carlos
Portantiero, quien vivía en Buenos Aires, compitieron en forma desigual con la
revisión nacional trotskista que lideró Abelardo Villegas, con jóvenes intelectuales como Ernesto Laclau
y Adolfo Gilly, y por la dirección renovadora de la izquierda, pero sucumbieron
enfrentados con el populismo peronista.
Con todo, la versión
del primer Gramsci les llegó a estos núcleos intelectuales de la izquierda
argentina mediada por el punto de vista oficial italiano, por sus guardianes
ideológicos y políticos. El primero de todos era Palmiro Togliatti, primero
secretario privado de Stalin, y luego con la muerte de Gramsci el secretario
del Partido Comunista. El partido, su mayoría, en la nueva época de posguerra,
perdida la elección presidencial enfrentando a la Democracia cristiana, tornó a
Togliatti en entusiasta cultor del compromiso histórico entre proletariado y
burguesía en la reconstrucción italiana.
La dirigencia intelectual y sindical comunista, burocratizada
justificaba tales alianzas. Confluía en la estrategia eurocomunista que hermanó
procesos parecidos en Italia, Francia y
España. Esta estrategia impulso serias escisiones como contrapartida en los
años 60, separando a intelectuales
primero[9], quienes se juntaron después
como intérpretes de las juventudes obreras venidas del sur de la península.
Este bloque disidente
ensayó el rumbo de la autonomía extraparlamentaria hasta impulsar el inicio de
la corriente obrerista; empleó también cuando fue atacado y reprimido el
terrorismo o la resistencia armada anticapitalista, durante los “años del
plomo” que cerraron los arrestos intempestivos contra la izquierda
radical, Negri y treinta o más militantes de la Autonomía en Milán ordenados
por el juez Pietro Calogero el 7 de abril de 1979, acusándolos de ser el ala
política de las Brigadas Rojas.
Pero su más importante aporte fue el estudio crítico del
supuesto desarrollo tecnológico interno y el crecimiento que conllevó como
“propulsor de una autónoma e innata fuerza progresiva”[10]. Todo lo cual condujo a la
crítica abierta al quehacer de la Confederación General del Trabajo italiana
(CGIL), por aceptar la subordinación obrera al renovado desarrollo capitalista. Luego de la muerte intempestiva de Panzieri en 1964, Tronti continuó
explorando la categoría de capital social, para concluir que “Cuando la fábrica
se apodera de toda la sociedad –toda la producción social se convierte en
producción industrial-, entonces los rasgos específicos de la fábrica se
pierden dentro de los rasgos genéricos de la sociedad”[11].
Cuando ello ocurre se ha producido lo anunciado por Carlos
Marx, la subsunción real del proceso de trabajo por el capital, es decir, la
incorporación simultánea de la reproducción de las clases subalternas, en
particular, y las clases sociales de modo general.
En suma, se trata de que el capital incorpora en sí mismo a
la clase obrera.[12]Nace
de ese modo la llamada fábrica social, y de ese modo el obrero
masa se transforma en una nueva figura proletaria, el obrero social, que es lo
propio del Americanismo complemento del fordismo, avizorado en los trabajos
pioneros de Antonio Gramsci en sus notas carcelarias de 1934. Pero, con lo
escrito por Tronti, quedó claro que las relaciones de producción eran ante todo
relaciones de poder, recuperando el espíritu crítico puesto por Marx en la Crítica de la economía política.
[1] LISS, Sheldon B (1991). Radical
Thought in Central America. Westview Press. Boulder, pp. 30 y ss.
[2] CRUZ RODRIGUEZ, Edwin
(2012). Diversidad, alteridad e identidad
en el pensamiento político latinoamericano, en: Revista Surmanía 5, Facultad de Derecho y Ciencia Política, Unal,
Bogotá, pp: 120-154.
[3] LISS, Sheldon B (1991). Op. cit, pp. 75 y ss.
[4]GARCÍA NOSSA, Antonio(1955).
Gaitán y el problema de la revolución
colombiana. Cooperativa colombiana de editores. Bogotá; MOLINA, Gerardo
(1987). Las ideas socialistas en Colombia.
Tercer Mundo. Bogotá; FALS BORDA,
Orlando (1967). La subversión en Colombia.
Visión del cambio social en la historia. Unal/Tercer Mundo. Bogotá, para citar
algunos pensadores de trayectoria socialista; JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Colombia: la modernidad postergada
(1994). 2a. edición. Argumentos.
Selene impresores. Bogotá.
[5]
JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Op. cit., , p. V.
[6] Negri &Hardt,
titularon el segundo volumen de su escritura común, Multitud. Guerra y
democracia en la era del Imperio, para definir la crisis del espacio político
actual, y el escenario en el que resurgen las multitudes como antagonista del
orden capitalista global.
[7] Agosti fue el autor del
prólogo a la publicación de las obras de Antonio Gramsci en castellano, que comenzó en Italia con la publicación de
sus cartas, y continuó con el volumen temático, l materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. El
prólogo aparece incluido en la edición mexicana de esta obra en 1975.
[8] Traductor luego de El
Capital, con la editorial Siglo XXI, durante el exilio mexicano .
[9] Bajo el principio de la
autonomía, Renato Panzier renuncia al
comité central del PSI, dirige la revista Mondo Operaio, y propone la liga de
los intelectuales con la clase obrera, y anima una nueva publicación Quaderni Rossi (1960-1966), que
impulsará la encuesta obrera para estudiar la nueva composición de clase, en lo
cual trabajó Romano Alquati. Se unieron también Mario Tronti, de Roma,
Luciano Dela Mea en Milán, y Antonio
Negri en el Véneto. Ver Altamira, César, Op. cit., pp: 107-108.
[10] Altamira, César, p. 109.
[11] TRONTI, Mario (2001). Obreros y capital (1971). Akal. Madrid, p. 57.
[12] ALTAMIRA, César (2006),
p. 110.
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