martes, 3 de julio de 2012


SUBALTERNIDAD Y MULTITUDES COMO ACTOR POLÍTICO

SEGUNDA PARTE

Miguel Angel Herrera Zgaib
miguel.herrera@transpolitica.org

LA SUBALTERNIDAD COMO CATEGORÍA PRÁCTICO-TEÓRICA

“Lo fundamental del pensamiento de Antonio Gramsci consiste, como puede advertirlo cualquier lector cuidadoso de sus Cuadernos, en el examen de las relaciones recíprocas entre la estructura y la superestructura…Pero, además, hay en él una constante reacción contra la interpretación mecanicista de los acontecimientos sociales…reivindica en buena medida , el sentido creador del marxismo y testimonia la resistencia  de Gramsci a entenderlo como un recetario de soluciones dadas de una vez para siempre”. Héctor P. Agosti (1986), Prólogo, en: El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce. Juan Pablo Editor. México, p. 8. 

Todo bloque histórico, todo orden constituido…tiene sus puntos de fuerza no solo en la violencia de la clase dominante, en la capacidad coercitiva del aparato estatal, sino también en la adhesión de los gobernados a la concepción del mundo propia de la clase dominante. La filosofía de la clase dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido en sentido común, es decir, se ha convertido en una filosofía de masas, las cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta institucionalizadas en la sociedad en que viven”. Giuseppe Fiori, capítulo 25,  en: Vida de Antonio Gramsci.
                                                                  El combustible social de la escalada democrática como conjunto era el trabajador/obrero social, durante el pasado cuarto de siglo. Enfrentado con la espacio-temporalidad capitalista del régimen de acumulación posfordista, contra el orden político imperial ya no imperialista como en el inmediato pasado, que implementa su gobernabilidad global. Se conforma la multitud, otra subjetividad emergente, en gestación dinámica, plural, que se deslinda críticamente del sujeto popular de las luchas anteriores. 

Revivido hoy, el sujeto popular resulta ser una promesa anacrónica de lo que fue el experimento del bloque histórico contra-hegemónico, cuyo laboratorio fallido fue el Chile de la Unidad Popular, que eligió presidente al socialista Salvador Allende con el apoyo del partido comunista y otras fuerzas de izquierda aliadas.

 Ahora son las multitudes, el monstruo político, según decir de Negri y Hardt. Ellas son lo nuevo porque desarticulan con su actuar autónomo el leviathán hobbesiano que organizó antes al cuerpo popular, aherrojándolo a la soberanía como poder absoluto ejercido sobre los muchos.  

Una y otra situaciones, la vieja y la nueva,  son aún pensables bajo la lógica del discurso gramsciano de la autonomía de los grupos y clases subalternas, que son explotadas y controladas por el capital internacional y global. Más aún, en el presente, los procesos contra-hegemónicos amplían la base social subalterna activa con obreros, campesinos, pequeña burguesía, intelectuales, minorías y pobres. Ellos son la multitud plural, quienes  constituyen el nuevo monstruo político que se opone a la relación capitalista que explota y controla el trabajo humano material e inmaterial global y localmente. 

Antes todos estos agentes intelectuales y pueblo, bajo la articulación de una voluntad nacional-popular permanecían galvanizados por la fe común en la nación y en la unidad del pueblo. Era el pueblo, sujeto de la revolución bajo la dirección proletaria real; o  representado por un partido de inspiración obrera, que lo constituían profesionales de la revolución dedicados a la política cotidiana, bien preparando la insurrección, o dirigiendo la guerra popular prolongada, perfilados, claro está, según la familia ideológica de pertenencia a lo hecho por determinada revolución triunfante en algún lugar de la tierra. 

Antonio Gramsci fue quien elaboró la propuesta del bloque histórico  nacional-popular durante su encierro carcelario.  Era una clara estrategia democrática y revolucionaria, dispuesta a la construcción de un bloque  contra-hegemónico, una respuesta al triunfo de la revolución pasiva,  la reacción fascista en Italia. Era la suya una estrategia       que seguía nutriéndose de las deliberaciones del IV Congreso de la tercera internacional, que ya no contaba más con Lenin, mientras Trotsky permanecía en el exilio aún con vida. 

Tales postulados y orientaciones prácticas, vuelven a  adquirir en los años 80 una redefinición y una nueva carta de ciudadanía teórica con los trabajos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes  se proclaman posmarxistas. Ellos expurgan el marxismo de Gramsci de su anclaje de clase, y acto seguido le hacen una revisión y adecuación a la teoría de la hegemonía, partiendo y yendo más allá de su maestro. Tornan la hegemonía en un asunto puramente discursivo, a la vez que naturalizan la categoría de lo popular nacional. 

Este giro discursivo queda consignado y explicado en el libro La razón populista escrito por Laclau, y la político como quehacer adversarial y no antagónico, en el trabajo de Chantal Mouffe, El retorno de lo político, en el que ella revisa la concepción schmittiana de lo político, esto es, la lógica amigo-enemigo, para postular en cambio una relación adversarial, para desprenderse de la violencia y la muerte como componentes de la política democrática radical de la nueva izquierda.

LA ENCRUCIJADA DE MITAD DE SIGLO

Sin embargo, durante los años 50, era otro el cantar político de la subalternidad en América Latina. L@s subaltern@s resistían, se rebelaban contra el orden oligárquico y sus aliados imperialistas, o   ensayaban enseguida la revolución, que arrancó con el fracaso guatemalteco del gobierno radical del coronel Jacobo Arbenz[1]. Siguieron fugaces gobiernos de corte “populista”, y, por supuesto, el inusitado triunfo cubano de la revolución en las barbas del Tío Sam, que al poco tiempo se proclamó socialista, saldando a su manera la cuenta con la Enmienda Platt, que impedía la plena independencia de la colonia española,  pero conservando  el estigma del enclave de Guantánamo hasta el presente. 

Aquella intelectualidad orgánica revolucionaria nueva, dirigente de los grupos subalternos, en procura de su autonomía, también ensayó una interpelación central y reconstruyó, revisó, reorientó el discurso de las identidades nacionales de cuño oligárquico. Ella cuestionó el criollismo decimonónico, elevando en cambio el  mestizaje en la forma de la “raza de bronce” a lo Vasconcelos, la identidad plebeya o indígena, en una transformación del sujeto popular desde México hasta la Patagonia. 

Hubo teóricos que hablaron de la “sociedad abigarrada” con René Zabaleta, o del indio como actor fundamental, como aparece escrito en Los 7 ensayos sobre la realidad peruana, distinguiéndose del legado populista, o mestizo a lo Vasconcelos, que en las postrimerías del ascenso de la revolución mexicana consiguió su definitiva cristalización en el PRI, alrededor de una fórmula corporativa, donde lo popular se identificaba con uno de los sectores que componían el precipitado histórico al lado de obreros, y campesinos, por separado [2].

La intelectualidad orgánica que construía un contra bloque histórico movilizó en su discurso y los proyectos políticos que animaba el rescate necesario de figuras antiimperialistas y socialistas. Por ejemplo,  recuperó la memoria política y revisó las ejecutorias de José Carlos Mariátegui, Augusto César Sandino, José Antonio Mella, Agustín Farabundo Martí,[3] Carlos Prestes, en América Latina. A su turno, los de Jorge Eliécer Gaitán, María Cano, Manuel Quintín Lame, o Guadalupe Salcedo, para el caso colombiano[4].
 
Tal intelectualidad, intentando construir bloques contra-hegemónicos nacional populares, exploró también una identidad continental, un mito político internacional capaz de impulsar una nueva reforma intelectual y moral, que tenía al Grito de Córdoba de 1918 como un notable antecedente. Así que recuperó también, en clave subalterna, el legado de la lucha revolucionaria independentista, que dirigieron Simón Bolívar y los patriotas de cinco colonias, José de San Martín, José Gervasio Artigas, Tupac Katari y Tupac Amaru en los Andes suramericanos. Al respecto dice Ruben Jaramillo, filósofo y ensayista colombiano que la modernidad en el subcontinente hispano-indoamericano  vive su postergación como peculiaridad idiosincrática[5].

Pero, dicha intelectualidad, expresión orgánica de los grupos y clases subalternas reconoció, al mismo tiempo, que con la excepción de la revolución cubana, el intento de reforma intelectual y moral inconcluso  se marchitó en el curso seguido por las independencias nacionales, y tal situación irresuelta dura hasta nuestros días.

Aquel discurso, potenciado por la revolución socialista de Cuba, obtuvo un inusitado despliegue político militar después de 1959. Alcanzó a proponer una coordinadora guerrillera continental orientada a la liberación nacional, replicando la lucha en Asia y Africa. Dicha acción articularía los ímpetus  organizativos del Ché Guevara con centro en los Andes suramericanos. Era, en buena parte, el desarrollo internacionalista del programa anti-imperialista de  la Tricontinental, una vez que que Cuba fuera expulsada de la OEA por su abierto impulso a la rebeldía armada a la ruptura con el gobierno estadounidense y la nacionalización de sus propiedades e intereses económicos en la isla.

 El Ché fracasó en el intento de construir con internacionalistas de varios países un foco guerrillero expansivo. Encontró la muerte en Bolivia, pero a cambio cosechó la leyenda póstuma de su ejemplo que aún gravita en las luchas presentes con diferente registro y traducción. Hoy, se junta con la resignificación  del bolivarismo  recuperado del control y administración por el pensamiento conservador y el establecimiento militar de los países andinos.

Así las cosas,  renace en la publicidad revolucionaria  plurinacional con la instauración de la nueva República bolivariana de Venezuela. Ha sido divulgado y loado  durante las sucesivas presidencias del comandante Hugo Chávez Frías. Más aún, el pensamiento de Simón Bolívar resulta ser el soporte ideológico y político del proyecto del socialismo del siglo XXI, que tiene además a las presidencias de Bolivia y Ecuador como coequiperos en esta causa. Y hasta encontró brío estético en la novela El general en su laberinto, escrita por Gabriel García Márquez. 

El comandante Chávez cita a Bolívar siempre que puede para fustigar a lo que  llama el Imperio, reclamando la segunda independencia del subcontinente americano, pero  en verdad corresponde su prédica a una lectura anti-imperialista contraria a la intervención y el dominio estadounidense que lo denuncia como una amenaza a la peculiar construcción socialista que impulsan las multitudes y el PSUV. 

Eso sí, Venezuela no puede prescindir de la venta de su petróleo a los Estados Unidos, aunque este gobierno sea identificado como el  enemigo principal, en tanto es el antagonista del nacionalismo revolucionario que construye con sus socios del Alba enfrentando todo tipo de obstáculos. 

A pocos meses del certamen electoral, en este año 2012, el proyecto bolivariano y socialista de los grupos y clases subalternas  vivirá la máxima prueba, con la menguada salud de su principal campeón, el comandante Hugo Chávez Frías, en una dura campaña con la oposición venezolana unificada, que obtuvo una primera victoria cuando derrotó el referendo convocado por el presidente.

PRAXIS SUBALTERNA  Y LIBERACIÓN

La unidad histórica de las clases dirigentes se produce en el estado  y la historia de esas clases es esencialmente la historia de los estados y de los grupos de estados. Pero no hay que creer que esa unidad sea puramente jurídica  y política, aunque también esta forma de unidad tiene su importancia y no es solamente formal: la unidad histórica fundamenta por su concreción es el resultado  de las relaciones orgánicas entre el estado o sociedad política y la “sociedad civil”.  Antonio Gramsci, Apuntes para una historia de las clases subalternas (1934).

                                                          Muy pronto, en la encrucijada de la revolución mundial socialista, luego del triunfo bolchevique, Antonio Gramsci como dirigente  presenció y sufrió en Italia la derrota, y una seguidilla ininterrumpida de fracasos en Occidente en la implementación de la estrategia de la guerra de movimientos, que era finalmente detenida por una robusta sociedad civil hegemonizada por el capitalismo. 

Rectificar el rumbo, hacer las cosas bien, exigía una revisión teórica. Gramsci empezó con  la vulgata marxista del estalinismo, el ABC del comunismo de Mijail Bujarin, siendo ya prisionero del fascismo. Ideologismo y economicismo fueron criticados por él, y  otros revolucionarios de diferentes perspectivas. Inconformes todos con la construcción del socialismo en un solo país, y sobre todo contrarios al nuevo rumbo impuesto por las purgas de Moscú a los bolcheviques, y a los dirigentes internacionalistas que no aceptaban los dictados de José Stalin. 

Después, durante los años 50, a la luz del deshielo soviético, y la emergencia de China como potencia en el campo socialista, ha habido otros críticos que continuaron esa labor crítico teórica. Han constituido el campo del llamado marxismo occidental, según la clasificación del historiador británico Perry Anderson. Estas tendencias son el resultado contradictorio del avance de la paz mundial, al fin de la II guerra. Ellas abren un periodo de guerra de posiciones en el campo de la democracia global, conocida como guerra fría, que cierra el triunfo del liberalismo democrático cuando se derrumba la hegemonía soviética y sus inviables democracias populares en Europa oriental[6].
 
En la mitad del pasado siglo, con intención de equivocarse lo menos, la nueva militancia de izquierda en América Latina compartió  el conocimiento fragmentario de la obra de Antonio Gramsci. Primero  circulaba en pequeños círculos en la Argentina, en particular a través de intelectuales comunistas, agrupados en el proyecto editorial  “Pasado y presente”orientado por José Aricó y Oscar del Barco en Córdoba,  tolerado al interior del partido  con el apoyo Héctor P.  Agosti, uno de sus jerarcas[7].

Este aggiornamento coincidía con el ascenso peronista, que le disputaba las masas a la izquierda argentina, y provocaba la discusión como fenómeno político de otros pensadores y militantes marxistas. Dar respuesta a la nueva realidad política argentina que ponía a la cola los proyectos tanto radicales como comunistas como socialistas. Era una situación  de heterodoxia política que  descentraba el pensamiento de izquierda, que ensayó con éxito marginal un marxismo con acentos nacionales para enfrentar la bonanza económica y el ascenso irresistible del populismo justicialista que tenía a Evita Perón como la vocera de los subalternos movilizados en el proyectos desarrollista de posguerra, que solo detuvo el golpe militar de 1955. 

Al poco tiempo, los gramscianos  de Córdoba José Aricó,  Oscar del Barco, y Pedro Scaron fueron expulsados[8]. Los animadores de esta rebelión político-cultural al interior del comunismo criollo con Juan Carlos Portantiero, quien vivía en Buenos Aires, compitieron en forma desigual con la revisión nacional trotskista que lideró Abelardo Villegas,  con jóvenes intelectuales como Ernesto Laclau y Adolfo Gilly, y por la dirección renovadora de la izquierda, pero sucumbieron enfrentados con el populismo peronista.

Con todo, la versión del primer Gramsci les llegó a estos núcleos intelectuales de la izquierda argentina mediada por el punto de vista oficial italiano, por sus guardianes ideológicos y políticos. El primero de todos era Palmiro Togliatti, primero secretario privado de Stalin, y luego con la muerte de Gramsci el secretario del Partido Comunista. El partido, su mayoría, en la nueva época de posguerra, perdida la elección presidencial enfrentando a la Democracia cristiana, tornó a Togliatti en entusiasta cultor del compromiso histórico entre proletariado y burguesía en la reconstrucción italiana. 

La dirigencia intelectual y sindical comunista, burocratizada justificaba tales alianzas. Confluía en la estrategia eurocomunista que hermanó procesos  parecidos en Italia, Francia y España. Esta estrategia impulso serias escisiones como contrapartida en los años 60, separando  a intelectuales primero[9], quienes se juntaron después como intérpretes de las juventudes obreras venidas del sur de la península.  

 Este bloque disidente ensayó el rumbo de la autonomía extraparlamentaria hasta impulsar el inicio de la corriente obrerista; empleó también cuando fue atacado y reprimido el terrorismo o la resistencia armada anticapitalista, durante los “años del plomo” que  cerraron  los arrestos intempestivos contra la izquierda radical, Negri y treinta o más militantes de la Autonomía en Milán ordenados por el juez Pietro Calogero el 7 de abril de 1979, acusándolos de ser el ala política de las Brigadas Rojas. 

Pero su más importante aporte fue el estudio crítico del supuesto desarrollo tecnológico interno y el crecimiento que conllevó como “propulsor de una autónoma e innata fuerza progresiva”[10]. Todo lo cual condujo a la crítica abierta al quehacer de la Confederación General del Trabajo italiana (CGIL), por aceptar la subordinación obrera al renovado desarrollo capitalista. Luego de la muerte intempestiva de Panzieri en 1964, Tronti continuó explorando la categoría de capital social, para concluir que “Cuando la fábrica se apodera de toda la sociedad –toda la producción social se convierte en producción industrial-, entonces los rasgos específicos de la fábrica se pierden dentro de los rasgos genéricos de la sociedad”[11].
Cuando ello ocurre se ha producido lo anunciado por Carlos Marx, la subsunción real del proceso de trabajo por el capital, es decir, la incorporación simultánea de la reproducción de las clases subalternas, en particular, y las clases sociales de modo general. 
 
En suma, se trata de que el capital incorpora en sí mismo a la clase obrera.[12]Nace de ese modo la  llamada fábrica social, y de ese modo el obrero masa se transforma en una nueva figura proletaria, el obrero social, que es lo propio del Americanismo complemento del fordismo, avizorado en los trabajos pioneros de Antonio Gramsci en sus notas carcelarias de 1934. Pero, con lo escrito por Tronti, quedó claro que las relaciones de producción eran ante todo relaciones de poder, recuperando el espíritu crítico puesto por Marx en la Crítica de la economía política.


[1] LISS, Sheldon B (1991).  Radical Thought in Central America. Westview Press. Boulder, pp. 30 y ss.
[2] CRUZ RODRIGUEZ, Edwin (2012). Diversidad, alteridad e identidad en el pensamiento político latinoamericano, en: Revista Surmanía 5,  Facultad de Derecho y Ciencia Política, Unal, Bogotá, pp: 120-154.
[3] LISS, Sheldon B (1991).  Op. cit, pp. 75 y ss.
[4]GARCÍA NOSSA, Antonio(1955). Gaitán y el problema de la revolución colombiana. Cooperativa colombiana de editores. Bogotá; MOLINA, Gerardo (1987). Las ideas socialistas en Colombia. Tercer Mundo. Bogotá; FALS BORDA, Orlando (1967). La subversión en Colombia. Visión del cambio social en la historia. Unal/Tercer Mundo. Bogotá, para citar algunos pensadores de trayectoria socialista; JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Colombia: la modernidad postergada (1994).  2a. edición. Argumentos. Selene  impresores. Bogotá.
[5] JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Op. cit., , p. V.
[6] Negri &Hardt, titularon el segundo volumen de su escritura común, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio, para definir la crisis del espacio político actual, y el escenario en el que resurgen las multitudes como antagonista del orden capitalista global.
[7] Agosti fue el autor del prólogo a la publicación de las obras de Antonio Gramsci  en castellano,  que comenzó en Italia con la publicación de sus cartas, y continuó con el volumen temático, l materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. El prólogo aparece incluido en la edición mexicana de esta obra en 1975.
[8] Traductor luego de El Capital, con la editorial Siglo XXI, durante el exilio mexicano .
[9] Bajo el principio de la autonomía, Renato Panzier renuncia  al comité central del PSI, dirige la revista Mondo Operaio, y propone la liga de los intelectuales con la clase obrera, y anima una nueva publicación Quaderni Rossi (1960-1966), que impulsará la encuesta obrera para estudiar la nueva composición de clase, en lo cual trabajó Romano Alquati. Se unieron también Mario Tronti, de Roma, Luciano  Dela Mea en Milán, y Antonio Negri en el Véneto. Ver Altamira, César, Op. cit., pp: 107-108.
[10] Altamira, César, p. 109.
[11] TRONTI, Mario (2001). Obreros y capital (1971). Akal. Madrid, p. 57.
[12] ALTAMIRA, César (2006), p. 110.

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