martes, 4 de septiembre de 2012


LA CRISIS 
DEL POSFORDISMO Y LA PAZ EN COLOMBIA, 2009-2012. Segunda parte.

 Un remedio y una mutación polémica

Vida en común. La posibilidad de la democracia a escala global emerge hoy por primera vez. Este libro trata de esa posibilidad, de lo que vamos a llamar el “proceso de la multitud”. Un proyecto que no solo expresa el deseo de un mundo de igualdad y libertad, no solo exige una sociedad global democrática abierta e inclusiva, sino que proporciona los medios para conseguirla. Esa es la conclusión de nuestro libro, pero no es así como hay que empezar. Michael Hardt, Antonio Negri. Prefacio, en: Multitud, p. 13.

                                                       La crisis del capitalismo global bajo el régimen posfordista es atendida, asistida con la estructuración de un orden político imperial que esgrime la guerra para suturar en parte la crisis del espacio político mundial, según lo plantea la reflexión inicial de Toni Negri. 

Él  prosigue esta indagación en tres volúmenes comenzando con Imperio vinieron luego Multitud y Commonwealth. A dúo con Michael Hardt responden en ello, ponderan las diversas críticas que se hacen a esta reflexión que cuestiona tanto la doble hegemonía de la clásica lógica imperialista como  la teoría latinoamericana de la dependencia para dar cuenta del presente. 

Para ellos, estos paradigmas perdieron su poder explicativo más general. Al concluir que vivimos un nuevo tiempo del capitalismo, la era del imperio, un nuevo tipo de soberanía  "llamado" por la acción directa de las multitudes, y las tensiones fundamentales actuales se expresan en la ecuación guerra y democracia, que es el baremo transversal del espacio tiempo en que vivimos. [1]

Una de los más conocidos críticos a este planteamiento es Atilio Borón con su ensayo Imperio & Imperialismo,[2] publicado en Clacso y premiado luego por el concurso Casa de las Américas de Cuba. En el epílogo  de su ensayo Borón concluye:

 “…el argumento central del libro evidenciaba una sorprendente y bienvenida similitud con las principales tesis que los ideólogos de la globalización habían venido propagando por todo el mundo desde los años ochenta, a saber: que el estado-nación se encuentra prácticamente extinto, que una lógica global gobierna el mundo, y que para desafiar esa ominosa estructura –cuyos concretos beneficiarios así como sus víctimas y oprimidos se pierden en las sombras- existe una nueva y amorfa entidad, la “multitud”, y ya no más el pueblo y mucho menos los trabajadores o el proletariado”.[3]

Eso sí, Atilio abre también un compás de espera para redimir en vida a uno de los autores de Imperio, el primer libro de la trilogía que sustenta el nuevo orden imperial que no imperialista, diciendo: “Esperamos de todo corazón poder tener en fechas próximas la satisfacción de comentar, en términos completamente diferentes, un nuevo libro en donde el extraordinario talento de Negri se reencuentre con su propia historia”.[4]

La situación de Colombia durante la crisis

                                                         Esta disputa mundial y las tensiones teóricas y prácticas que le son inherentes  tienen su expresión en Colombia, aquí se tradujeron en una contravía de la transición democrática, en su retroceso autoritario de una décad, que arrancó con importantes reformas que se probaron entre 1991 y 1999. La siguiente década fue la de la destorcida de la guerra declarada contra los de abajo, en dos escenarios, la sociedad política,  con teatro en los campos de modo directo, expresada en desplazamientos y masacres ininterrumpidas; y en la sociedad civil, con lo que otros denominan la guerra social, que se resume en que el país ocupa el tercer lugar en desigualdad en el planeta.

Ahora bien , el proceso de la transición se degenera dramáticamente producto de la quiebra de la política pública de paz, con la que el presidente Andrés Pastrana obtuvo su elección, pactando con las Farc y su líder histórico, el guerrillero Manuel Marulanda, y con un centinela imperial, el gobierno estadounidense de Bill Clinton, con el Plan Colombia como espada de Damocles, de doble filo, pendiendo amenazadora sobre sus cabezas. 

A esta cita, al inicio formal de las negociaciones en San Vicente del Caguán, no concurre Tirofijo, el  sobreviviente de mil combates de resistencia, y la silla vacía se vuelve premonitoria de lo que vendrá, el in crescendo de la guerra interna, entre gobierno y guerrillas durante la última década, cuando el paquete de reformas  quede servida en la mesa, después que se sentaron a manteles varios candidatos presidenciales, para exigirles cuentas a esta insurgencia armada.

El periodo de la de-democratización, es el nombre que tiene la destorcida antidemocrática. Tiene un interregno de casi dos años, vivido en la zona de distensión, San Vicente del Caguán, “el paraíso perdido” de la paz; y luego viene la degeneración democrática abierta con el triunfo del presidente guerrero, Álvaro Uribe Velez, el portador de la seguridad “democrática”.

La operación de-democratizadora, noción que utilizó Charles Tilly al estudiar la democratización durante la globalización capitalista, en Europa del Este, en Colombia abarca los años   2002-2010, y luego parece cambiar su curso que coincide con el cambio de gobierno al ser derrotada la segunda reelección del “pacificador” en la Corte Constitucional.

La resistencia de los grupos y clases subalternas forzó  un cambio de rumbo. De una parte, la gran ofensiva militar contra la guerrilla de las Farc-ep, a través del plan consolidación no logró liquidarla. Esta guerrilla cambió su estrategia, se replegó, y volvió a actuar como guerrilla con micro-operaciones de castigo, y daño a la infraestructura económica y social en las zonas de su influencia.  Eso sí, perdió en combate, en operaciones de inteligencia y ataques aéreos, dentro y fuera de la frontera nacional, a figuras políticas y militares de incuestionable relevancia como Alfonso Cano, el Mono Jojoy, y Raúl Reyes, forjadas al lado de los liderazgos de Jacobo Arenas y Manuel Marulanda.

De otra parte, los movimientos sociales se fortalecieron y multiplicaron en resistencia contra el autoritarismo y la parapolítica juntas. Las comunidades indígenas y campesinas se conformaron en espacios colectivos de composición plural como la Minga Social, y el Congreso de los Pueblos, primero, y luego vino el despliegue del Movice,  la Mane y el Movimiento estudiantil, y la Marcha Patriótica.

En la escena electoral, aunque el nuevo presidente obtuvo algo más de 9 millones de votos, como cabeza de un nuevo frente, la Unidad Nacional, las fuerzas derrotadas principales, el PDA y el Partido Verde, aunque diferentes en programa, sumadas obtuvieron casi 5 millones de votos, en medio de una considerable abstención en la elección presidencial. Y aunque el principal partido de oposición, el PDA, pasara en votos a un tercer lugar, después de los verdes, uno de sus desprendimientos, el movimiento Progresistas, después de la debacle política y la corrupción rampante en la Alcaldía de Samuel Moreno del PDA en la capital, Bogotá, garantizó por tercera vez el triunfo electoral de izquierda con Gustavo Petro como alcalde.

La alianza progresista, que incluye como compañeros de viaje a liberales y conservadores en la administración de la segunda más importante posición política del país, no tiene la participación del PDA. En el 2012, este partido realizó la Conferencia ideológica, transida de maniobras autoritarias y censuras temáticas, realizará el III Congreso, para el cual se han postulado más de 3600 aspirantes a ser delegados. En el ínterin, el Comité ejecutivo nacional expulsó al Partido Comunista, socio histórico del PDA, por ejercer la doble militancia, como animador de primera línea de la Marcha Patriótica; y otro tanto ha hecho con congresistas ligados al Movimiento Progresistas, quienes han resistido la exclusión de que son objeto. 

El clima político del régimen para-presidencial se deterioró más a partir de 2006, cuando se cambió la constitución de 1991 para permitir la reelección del comandante supremo de las F.A., en campaña “pacificadora”. El resultado fue el degeneramiento democrático de las libertades públicas, el asesinato en masa, la vigilancia ilegal de opositores, cortes y copamiento de los organismos de control. 

Este degeneramiento fue agenciado en las dos presidencias de Álvaro Uribe, a sus espaldas, como en los tiempos de su primer mentor, el expresidente Ernesto Samper, a quien él tuvo candidatizado para hacerlo embajador de Colombia en París. Un recuerdo agradecido de los tiempos del Poder popular, cuando la presidencia de Samper se ganó en la segunda vuelta con la provisión de fondos del triunfante cartel de los Hermanos Rodríguez Orejuela, extraditados después  por el presidente electo a los Estados Unidos.



[1] El segundo libro de la trilogía se titula Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio, publicado en 2004 por Penguin Press en la edición inglesa, y en el mismo año en la edición argentina, en la colección Debate de Random House Mondadori Press.
[2] BORÓN, Atilio (2002). Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. Clacso, Buenos Aires
[3] BORÓN, Atilio, op. cit., p. 151.
[4] Ibídem, p. 153.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario