sábado, 2 de marzo de 2013


Apuntes para una historia política y social de la Subalternidad.

¿CADÁVERES INSEPULTOS?

Cuando se toca el violín en lo alto del estado, ¿ qué más se puede esperar sino que aquellos que están debajo bailen?                                    
                            Carlos Marx. Epígrafe tomado del libro "Campesino y Nación, de Florencia E. Mallon.

Miguel Ángel Herrera Zgaib.
Profesor Asociado, UNal, Bogotá.


                                              El historiador Arturo Alape escribió una novela homónima sobre los acontecimientos del 9 abril, destacando la figura de Gaitán, y de las multitudes anónimas, que en ese rosario de días aprendieron y aprehendieron la condición de la autonomía, de no comportarse como masa de maniobra de caudillos, y líderes de pacotilla.

El antes

Después de J. E. Gaitán, hubo y ha habido cadáveres ilustres que han sido alejados de la vista pública, para contener, se asume la ira y la indignación que produce su muerte, su asesinato. Y no voy a hacer aquí un conteo exhaustivo. La historia política y social de las clases y grupos subalternos es un programa y un compromiso político y ético en cabeza y cuerpo de much@s.

Esta reivindicación viva de la memoria se remonta, que sepamos, a la indignada y airada protesta de Antígona ante la prohibición de darle sepultura digna a su hermano, impedida por un rey despiadado y déspota que quería castigar la rebeldía del difunto.

Es célebre también en la historia de la crisis de la república romana lo que ocurrió con el cuerpo exánime de Julio César, cuando Marco Antonio, inmediatamente después de los Idus de Marzo, intentó reivindicar su nombre, ante un senado confabulado que eliminó a un dictador en ciernes, a quien después "honraron" bajo la fórmula de César Augusto, primer emperador de Roma.

El después

                                                       En la historia colombiana del siglo pasado es notorio en términos de recuperación de la memoria, un asunto no resuelto, que de oficio ha hecho prosperar a su modo la Comisión que preside el historiador Gonzalo Sánchez.

Me quiero referir, en términos simbólicos, al caso de Camilo Torres Restrepo, primero, un cadáver insepulto, luego que muriera en la acción de Patio  Cemento, cuando al comando de la patrulla del ejército estaba el hoy general retirado Álvaro Valencia Tovar.

Él contó ya cómo mantuvo los restos del cura guerrillero lejos de la vista del público, y sus compañeros de lucha, hasta que hizo entrega al hermano de Camilo los "restos", y éste dispuso depositarlos en un lugar desconocido hasta hoy en día.

Convendría hoy, cuando la animosidad es menor, y la comprensión mayor, hacer una exhumación simbólica y ejemplar del Cura Camilo. Puesto que de por medio, por ejemplo, está el trabajo de recuperación de la memoria histórica de l@s sacrificad@s en el último cuarto de siglo. Lo cual se traduce hasta hoy en la publicación de 18 libros, donde se registran las bestialidades cometidas contra los grupos y clases subalternas, y en el monumento que se levanta a las víctimas en el cementerio central de Bogotá.

Quizás el mejor lugar para depositar las cenizas de Camilo sea, la que hoy y por muchos años se llama la plaza Che, y que antes había sido nombrada Francisco de Paula Santander. Hacerlo sería signar la memoria histórica de Colombia con un gesto de paz que honra la vida de un colombiano que reunió en su corta e intensa existencia el compromiso con la causa de la igualdad y la libertad para tod@s los colombian@s.

Pero, mientras esto ocurre también sigue sin justificación alguna "retenido, secuestrado", en nuestros términos insepulto el cadáver de Raúl Reyes, el maestro de primaria convertido en guerrillero, Luis Édgar Devia, bombardeado en la operación Fénix, que ofendió a una nación hermana, en una acción inconsulta, en los tiempos de las guerras preventivas, y supuestamente "justas", que libran los poderosos del Imperio contra los subalternos insurrectos y rebeldes en el mundo globalizado.

Para el caso de Luis Edgar Devia, luego de 14 días,  "guardiado" por tanquetas alrededor de Medicina Legal, después del 1. de marzo de 2008, no ha sido posible que tenga un entierro digno por parte de su familia, y de quienes se dispusieron a la lucha armada contra un orden que juzgan injusto. En su sepultura provisional concurrieron su primera esposa, María Collazos y el general de la policía Rodolfo Palomino.

Quienes ahora están sentados en La Habana, en conversación de paz con el gobierno, reclaman la devolución de su cuerpo, y el de los restantes guerrilleros muertos en Angostura (Sucumbíos); y piden la mediación de la Cruz Roja Internacional para realizar este gesto humanitario.

En la lista de la ignominia,  sin que esto disminuya para nada las bestialidades de la guerra, que responsabilizan a los combatientes y sus dirigencias hay  otro caso pendiente. que recuerda lo que hemos visto recreado hace poco en pantalla sobre la operación que acabó con la vida de Osama Bin Laden, en Pakistán.

Ahora refiero el caso de otro colombiano, guerrillero de las Farc-ep, el Mono Jojoy, el ciudadano en rebeldía Víctor Julio Suárez, a quien hoy la versión oficial identifica como un gran terrateniente, y se le "resucita" después de muerto como autor del despojo y desplazamiento de propietarios de tierras en la zona del Caguán y sus alrededores.

Suárez murió aplastado por una lluvia de bombas en la operación Sodoma, en septiembre de 2010, en la que los especialistas de estos temas, se resisten a creer que haya sido posible cumplirla sin el concurso técnico de un gobierno extranjero. Y ya serían dos los casos pendientes de documentarse por la Comisión de Memoria Histórica, en lo que va corrido del también sangriento tercer milenio colombiano.

En este caso, el cuerpo destrozado de Suárez/Jojoy le fue entregado a su medio hermano Aníbal Peralta Rojas, y custodiado por las autoridades  fue sepultado, se afirma, en una bóveda del Cementerio del Sur, en la capital de la república, sin que nadie más lo sepa.

Otro caso pendiente

Por último está el caso más sonado, y menos claro, el paradero y las causas efectivas de la muerte de Alfonso Cano, un ex estudiante de antropología de la Universidad Nacional de Colombia, dirigente máximo de las farc-ep, la guerrilla en conversaciones de paz.

Guillermo León Sáenz,  según hasta lo hoy  publicado en la prensa nacional, murió en combate en la zona del Cauca y colindantes, principal teatro de la guerra actual, donde se enfrentan la guerrilla y fuerzas estatales, en la región suroccidental de Colombia en que confluyen cuatro departamentos, y donde se concentra el más elevado número de combatientes por km cuadrado de América Latina, y quizás del planeta.

La versión de cómo murió Sáenz/Cano ha sido, en parte, cuestionada por un alto prelado de Cali, lo cual aparece registrado en uno de los últimos libros del historiador Marco Palacios. Allí se consigna el aserto que fue asesinado, y no muerto en combate. Se sabe que su hermano, un concejal de Bogotá, y partícipe del movimiento Progresistas participó de su inhumación, sin que se sepa donde se encuentra sepultado.

Que una sociedad de cabal sepultura a sus muertos en la guerra fratricida que se ha librado por más de 50 años, no excusa la faltas de unos y de otros, y mucho menos el juicio histórico de quienes lo sobreviven.

Pero, nada amerita que ello quede oculto, o se aduzca como motivo baladí que hacerlo añadirá leña a la hoguera de la confrontación irresuelta. Por el contrario, hacerlo, poner los asuntos en orden, sin temor a la verdad, dará cuenta de verdadera madurez a una sociedad joven, pujante y dispuesta a corregir el errático rumbo de quienes la han gobernado a sangre y fuego, la mayoría del tiempo, si damos crédito a la historia escrita por los amanuenses de los vencedores, y las constancias que han dejado los que no convalidan dichas pautas.

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