viernes, 14 de marzo de 2014

¿CUÁL ES LA CULTURA POLÍTICA DOMINANTE?

NADIE PERDIÓ LA ELECCIÓN  (II PARTE)


Miguel Angel Herrera Zgaib


                                                                 La cultura dominante, que no hegemónica, “fundamenta su legitimación  en una dominación legal-racional, donde el derecho  es estatuido de un modo racional, con arreglo a fines y no a valores, respondiendo a un universo de reglas abstractas y no personalizadas…”[3] A las dos se suma, “el efecto globalizador de la sociedad posmoderna, de parte del mundo postindustrial, y por las políticas neoliberales de apertura económica…bosquejando un choque tectónico de placas legitimatorias en tensión.”[4]

Así las cosas, la fuerza política plural que protagoniza la paz democrática, enfrentada a la tensión manifiesta con el partido de la guerra, y la acción conformista del partido de la U, y su proyecto de una paz próspera en clave neo-liberal, tiene que desplegar una estrategia que recupera y repotencia lo acordado y “sepultado” en San Francisco de la Sombra del 5 de octubre de 2001,[5] para darle cabida efectiva al mundo urbano y rural, cada uno con sus diversas expresiones políticas y sociales, tal y como las conocemos hoy en día.

Pero hacer lo anterior una realidad requierem ni más ni menos, traducir en términos nacional populares, para empezar, la interrumpida interlocución entre la ciudad y el campo, asumiendo la presencia activa de una pluralidad de actores organizados en torno a sus intereses manifiestos, explícitos por la lucha que adelantan. Y en este caso, el movimiento estudiantil, y profesoral en mucho menor medida, que desde el año 2011 viene recuperando terreno y capacidad de convocatoria, son catalizadores y animadores de singular importancia en este año que comienza. 

Todo lo cual supone un replanteamiento del quehacer y la conducción de la Mane, que tiene que oxigenar su dirigencia, y derivar lecciones de la participación desorganizada y por separado en la pasada elección para Congreso, donde pudo haberse ganado varios escaños, en Bogotá y otras ciudades, aprendiendo de las lecciones ensayadas en Chile.

Con todo, bajo estas condiciones, el fenómeno de la abstención, sumada a la doble realidad de los votos nulos y blancos, junto con la categoría de los no marcados, es sintomático de la presencia potencial de una transición. Los tres hechos que  tipifican la verdad de la cultura “cívica” de la representación política entre los colombianos, en el marco pre-establecido de la negociación de paz con las Farc-ep, le fijan el rumbo a la disputa por la hegemonía entre dos proyectos alternativos.

En la acción electoral hay dos bloques de poder y contra-poder disputándose la orientación de la sociedad civil, donde la clase media es la primera interpelada por tres proyectos políticos. Uno es (neo) conservador reaccionario, el cual alimenta y configura el partido de la guerra bajo el nombre de Centro Democrático, CD. El otro es reformista y burgués (neo)liberal, que configura y pretende liderar el partido de la paz sin reformas socio-económicas radicales, se identifica con el nombre de Partido de la U, PU, y sus aliados para-políticos, quienes le dieron el triunfo en la Costa Atlántica con centro en la Córdoba de Musa Besaile y Bernardo Miguel Elías Vidal, que es parte del PU. 

En Sucre,  es el antiguo PIN/ Opción Ciudadana el que está en comando con 527.124 votos, y es la franja conectora y el separador con el resto de departamentos, Bolívar, Magdalena, Cesar y la Guajira. Por último,  Atlántico, donde el triunfo fue del  Conservatismo de los grandes caciques, que está en franca rivalidad con la candidata Martha Lucía Ramírez, espera el pronunciamiento del Consejo Nacional electoral, y ha prometido y jurado de antes que apoyan la reelección de Santos. Para ambos también hubo "mermelada" en cantidades y nutrió "eficazmente" al clientelismo. Lo cual es relativo según las cuentas de "La silla vacía" que tasa cada voto en una suma superior a los $2 millones..

El tercero de los proyectos es animado por un partido en ciernes, proclive a la reforma radical, que, sin embargo, tiene también dos alas, “la progresista” que se expresó electoralmente en la Alianza Verde, donde predomina el centro de tendencia social-demócrata; y la de izquierda que lidera con manifiesta dificultad el PDA, porque tiene la problemática no resuelta, de una alianza estratégica con la “resucitada” UP, que pasa, primero, por un acuerdo electoral con miras  a la participación en la elección presidencial de 25 de mayo, y en la disputa por la alcaldía de Bogotá, donde se ventila la suerte de la Alcaldía de Bogotá, el núcleo de la insurgencia, de resistencia de autonomía de los grupos y clases subalternas urbanos. 

Esta primera parte está casi cumplida, y este lunes pasa la prueba de fuego con los resultados de la Cumbre Agraria, étnica y popular, cuando manifieste su apoyo al alcalde Petro,  y decida si llama o no al segundo paro agrario, con el apoyo de la candidatura presidencial de la izquierda.

Los subalternos: “¿en pañales”?

                                                                La fuerza potencial de un proyecto nacional popular, incialmente, está en el devenir de la UP como animador plural de la Marcha Patriótica, de una parte; y de otra, la necesaria interlocución con el Congreso de los Pueblos, que requiere la concreción de un verdadero partido social Agrario, capaz de quebrarle el espinazo al bloque agrario reaccionario.  

Una vez que se zanjen las diferencias en la cópula y en la base con las dos principales expresiones de la insurgencia armada, las que fortalezcan la unidad de las simpatías políticas y sociales en el campo, dinamicen los consensos básicos, traduzcan bien el sentido común y el buen sentido acumulado en la abigarrada experiencia de sus luchas, el proyecto de un bloque histórico alternativo será posible.

Para lo cual se requerirá la articulación del partido de la reforma radical, y la organización de un partido agrario como tendencia plural de necesaria base campesina y población pobre desplazada del campo y proletariado agrícola, donde los raspachines y  los obreros enganchados en los mega-proyecto agro-mineros son fuerzas fundamentales.
Tal es el escenario fijado, las condiciones para la disputa de la hegemonía sobre, o con los grupos y clases subalternas, después del fracaso de la iniciativa de la paz en San Vicente del Caguán, que obró como cabeza de puente de la zona de distensión, antes y después del recrudecimiento de la guerra contra la insurgencia subalterna. Después se desplegó la estrategia contrainsurgente de copamiento de la sociedad civil en sus expresiones regionales, semi-rurales y rurales.

Tal fue el propósito ensayado por el presidente Álvaro Uribe Vélez, líder visible de la alianza terrateniente-capitalista financiera. Bajo su patrocinio económico y político se buscó imponer la legitimidad de su comando en el bloque dominante a través de los ejercicios proto-fascistas de tierra arrasada y desplazamiento en cabeza de las organizaciones para-militares, que se buscaron legalizar, una vez confederadas precariamente en las Auc, se implementaron las dos caras del Pacto de Santa fé de Ralito, una encubierta, y otra al descubierto que fue sancionada y constitucionalizada en la Ley de Justicia y Paz.

Tal es el contenido de clase, social y político, de la “justicia y paz” impuesta por la primera administración de Álvaro Uribe, en si misma, que se trasuntó en el intento parcialmente exitoso de institucionalizar, juridicizar si no la hegemonía, cuando menos, la legitimidad de un orden marcial bajo el imaginario de la seguridad pseudo-democrática y el proyecto político reaccionario llamado Estado comunitario.

Esta fue la traducción casi inmediata de la derrota política infringida a las Farc-ep, toda vez que su dirección había equivocado el momento de la lucha estratégica, en concreto, el modo de conducir, traduciéndola en sus exactos términos una acción político-militar contra-hegemónica.

Entonces se trataba de orientar e incorporar activamente a la sociedad civil de abajo que se había dado cita,[6] molecularmente, en la “peregrinación” de San Vicente del Caguán, en una suerte de precipitado “caosmótico”,[7] que requería una perspectiva y un hacer incluyente sin renunciar a la pluralidad de singularidades.[8]

Ver primera parte del escrito en la publicación anterior de Praxisur.

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