viernes, 6 de marzo de 2015

CAMILO TORRES RESTREPO (PARTE II)

Construir los cambios con todos, desde  el amor eficaz 

Carlos Medina Gallego

                                            Si se logran sustraer de los radicalismos de la época sus mensajes y proclamas,  y se centra su lectura en los argumentos con que se construyen sus llamados, se logrará el acercamiento a un Camilo preocupado por darle a los sectores populares un papel determinante en el cambio de su actitud frente a la vida, en los procesos de dignificación de la misma. Fals Borda (2002) plantea que sacar a Camilo de los radicalismos de la época  es conservar el discurso en sus raíces, en su esencia más pertinente e histórica, en su validez trascendente, y esa es una tarea que debe fijarse todo camilista auténtico.

Es muy útil en la Colombia de hoy, que construye un camino con esfuerzo para pasar de la guerra a la paz, de la violencia a la convivencia democrática, de la exclusión al pluralismo utópico, llamar la atención, como lo hizo Camilo en su momento, sobre la violencia institucional, los partidos políticos Liberal y Conservador, las izquierdas, los comunistas, los militares y las fuerza pública en general, las élites políticas y económicas…, sobre el desempleo, las mujeres, los campesinos, los pobres de las ciudades, los cristianos, los sindicalistas, y en fin sobre las necesidades y urgencias de hoy, en la perspectiva de lo que ayer Camilo llamó las clases populares.

No es fácil para el país, después de sesenta o más años de conflicto, apostarle con credibilidad a un horizonte de futuro que ofrezca una paz estable y duradera para unos, y con justicia social y democracia para otros. No resulta fácil porque existe viva una memoria de engaños e incumplimientos, de inútiles sacrificios, de muerte y desconocimiento de responsabilidades, una memoria de injusticia y de impunidad. No obstante, esa desafortunada realidad no se puede perder la esperanza de poder vivir en un país distinto construido por todos. Desde luego que la confianza, credibilidad y seguridad en los procesos se construye día a día, con auténticos hechos de paz, desescalando los espíritus y las malas intenciones, los rencores, los odios y las trágicas cadenas de venganza. 

Camilo nos ha heredado una radiografía de la violencia y un pronóstico de su escalamiento hasta la deshumanización. Apenas, este 10 de febrero del 2015, la Comisión Histórica del Conflicto y las Víctimas (CHDV), ha entregado su informe y en no pocos párrafos se repite lo que Camilo en su momento había señalado sobre los orígenes del conflicto en el Mensaje a la oligarquía (Frente Unido No. 1, 9 de diciembre de 1965):

Durante más de 150 años la casta económica, las pocas familias que tienen casi toda la riqueza colombiana, ha usurpado el poder político en su propio provecho. Ha usado todas las artimañas y trampas para conservar ese poder engañando al pueblo.


Inventaron la división entre liberales y conservadores. Esta división, que no comprendía el pueblo, sirvió para sembrar el odio entre los mismos elementos de la clase popular. Esos odios ancestrales transmitidos de padres a hijos han servido únicamente a la oligarquía. Mientras los pobres pelean, los ricos gobiernan en su propio provecho. 

El pueblo no entendía la política de los ricos, pero toda la rabia que sentía por no poder comer ni poder estudiar, por sentirse enfermo, sin casa, sin tierra y sin trabajo, todo ese rencor lo descargaban los liberales pobres contra los conservadores pobres y los conservadores pobres contra los liberales pobres. 



Los oligarcas, los culpables de la mala situación de los pobres, miraban felices los toros desde la barrera, ganando dinero y dirigiendo el país. Lo único que dividía a los oligarcas liberales de los oligarcas conservadores era el problema de la repartición del presupuesto y de los puestos públicos. El presupuesto nacional, las rentas públicas, no alcanzaban para dejar satisfechos a los oligarcas conservadores y liberales reunidos. Por eso peleaban para llegar al poder; para saldar las cuentas electorales dándole puestos públicos a los gamonales adictos y repartirse el presupuesto excluyendo totalmente a los del otro bando político.



Durante cuarenta años los liberales no tuvieron puestos y después les sucedió otro tanto a los conservadores durante 16 años. Las diferencias políticas y religiosas ya habían cesado. Ya no se peleaba entre los oligarcas sino por la plata del gobierno y por los puestos públicos. Mientras tanto, el pueblo se daba cuenta de que su lucha por el partido liberal o por el partido conservador lo hundía cada vez más en la miseria. 

Los ricos no se daban cuenta de que el pueblo estaba harto de ellos. Cuando apareció Jorge Eliécer Gaitán enarbolando la bandera de la restauración moral de la República, lo hizo tanto en contra de la oligarquía liberal como de la conservadora. Por eso las dos oligarquías fueron anti gaitanistas. La oligarquía liberal se volvió gaitanista después que la oligarquía conservadora mató a Gaitán en las calles de Bogotá.



Ya iniciada en el camino de la violencia para conservar el poder, la oligarquía no parará en el uso de esa violencia. Puso a los campesinos liberales a que se mataran con los conservadores. Cuando la agresividad, el odio y el rencor de los pobres se desbordaron en una lucha entre los necesitados de Colombia, la oligarquía se asustó y propició el golpe militar. El gobierno militar tampoco sirvió en forma suficientemente eficaz a los intereses de la oligarquía. 

Entonces el jefe de la oligarquía liberal, doctor Alberto Lleras Camargo, y el jefe de la oligarquía conservadora, doctor Laureano Gómez, se reunieron para hacer un examen de conciencia y se dijeron:


 "Por estar peleando por el reparto del presupuesto y del botín burocrático, casi perdemos el poder para la oligarquía. Dejémonos de pelear por eso haciendo un contrato, dividiéndonos el país como quien se divide una hacienda, por mitad, entre las dos oligarquías. La paridad y la alternación nos permiten un reparto equitativo y así podemos formar un partido nuevo, el partido de la oligarquía". Así nació el Frente Nacional como el primer partido de clase, como el partido de la oligarquía colombiana.

Camilo no deja de cuestionar esas lógicas de paz que restituyen los derechos de los ricos y dejan en iguales o peores condiciones a los desposeídos, una paz de ajustes, sin cambios sustanciales que favorezcan a los marginados, a los excluidos, a los más desprotegidos, por eso no duda en manifestarse contra el nuevo pacto en el mismo Mensaje a la oligarquía:   

El Frente Nacional ofreció paz y los campesinos siguen siendo asesinados; se realizaron matanzas obreras de los azucareros y de Santa Bárbara, se invadieron las universidades y se aumentó el presupuesto de guerra.

El Frente Nacional dijo que remediaría la situación financiera, y duplicó la deuda externa produciendo tres devaluaciones (hasta ahora) y con ellas la miseria del pueblo colombiano por varias generaciones. El Frente Nacional dijo que haría la reforma agraria, y no hizo sino dictar una ley que garantiza los intereses de los ricos en contra de los derechos de los pobres”.

Este proceso de conversaciones y de acuerdos políticos, que avanza entre el Gobierno Nacional y la insurgencia, no puede repetir esta historia de tragedias e incumplimientos. La clase política tienen una responsabilidad con el país de refundar la política para ponerla al servicio de la construcción del interés público y del interés común, de la protección y defensa de los patrimonios estratégicos de la nación. 

Pero las bases sociales de los partidos políticos y de los movimientos sociales tienen que aprender a distinguir entre los líderes que se comportan como auténticos servidores públicos y los que como servidores se comportan como auténticos delincuentes. Ampliar y profundizar la democracia es parte de los elementos centrales del pensamiento de Camilo, que se sintetizan en la necesidad de que el pueblo a través de sus mejores y más nobles representantes sea quien esté llamado al ejercicio del poder político.

También es una responsabilidad de las élites económicas comprometerse en la generación de una mejor y más justa sociedad, contribuyendo significativamente a generar mayor equidad y mayor bienestar. Estas deben entender lo que significa el valor agregado que le da a la actividad económica una sociedad en paz. La finalización del conflicto no puede mantenerse en una sociedad en la que crece la pobreza y en donde la realidad no deja de burlarse de los estándares de medición de los tecnócratas y burócratas del Estado. Las élites económicas que participaron en la financiación de la guerra tienen una obligación moral con la financiación de la paz. 

Pero, sobre todo, tienen que domesticar y someter al justo límite del reconocimiento legítimo social sus procesos de beneficio económico. No se trata,  como ya lo señaló Gaitán, de combatir la riqueza que genera bienestar y progreso, se trata de combatir y acabar la riqueza que genera pobreza y violencia.   

Hoy se convoca un proceso de reflexión sobre el papel de la fuerza pública en el postconflicto, que no puede dejar de lado una reflexión sobre sus dignidades y valores brutalmente desfigurados en su privatización, y la desfiguración de su función constitucional. Es difícil no dejarse llevar por la provocativa y válida reflexión de Camilo sobre la composición de la fuerza pública, de sus valores y de su papel en un momento tan importante para la institución como el que atraviesa en este instante por el proceso de paz. 

Desde luego, que en estos sesenta años de guerra los miembros de la institución se han transformado, se han formado profesionalmente y han fortalecido y consolidado su espíritu de cuerpo. Pero eso, no le resta validez a la reflexión que Camilo (Frente Unido No. 3, 9 de septiembre de 1965) hace en el Mensaje a los  militares:

En varias ocasiones he visto a campesinos y obreros uniformados, dentro de los cuales nunca he encontrado elementos de la clase dirigente, golpear y perseguir a campesinos, obreros y estudiantes que representan a la mayoría de los colombianos. Ni dentro de los suboficiales, ni dentro de los oficiales, con raras excepciones, he encontrado a miembros de la oligarquía…



Puede ser que el motivo para que los militares obren así sea la entrega a las leyes, a la Constitución y a la Patria. Pero la Patria colombiana consiste principalmente en sus hombres y la mayoría de estos sufre y no disfruta del poder. La Constitución es violada constantemente al no dar trabajo, propiedad, ni libertad, ni participación en el poder a un pueblo que debe ser, de acuerdo con la Constitución, el que decida de los asuntos políticos en el país. 

La Constitución es violada cuando se mantiene un estado de excepción después de haber cesado las causas que fueron el pretexto para su declaración. Las leyes son violadas cuando se detiene a los ciudadanos sin orden de captura, cuando se retiene la correspondencia, cuando se impide transitar por las calles a los ciudadanos, cuando se controlan los teléfonos y se miente y se engaña (...).



Quizás es necesario informar más a los militares sobre el lugar en donde está la patria, la Constitución y las leyes, para que no crean que la patria está formada por las 24 familias que actualmente protegen, por quienes dan su sangre y de quienes reciben tan mala remuneración.

Para Camilo Torres Restrepo, siguiendo con el Mensaje a los Militares, cuando la fuerza pública retome el papel que les ha sido asignado constitucionalmente, en materia de seguridad y defensa, y se fijen como propósito la defensa de la nación, el territorio, la institucionalidad democrática y las leyes:

El honor de las fuerzas armadas no será entonces mancillado por el capricho de la oligarquía y de los lacayos que tengan a su servicio las fuerzas armadas. No veremos más a generales de tres soles ser destituidos por haber hablado de reformas de estructura y de grupos de presión. No veremos más a generales que tienen un origen en la clase media echados por (corruptos) con escándalos públicos mientras que los superiores de la clase alta o relacionados con la oligarquía colombiana hacen (de la corrupción un negocio) que logran mantener oculto, corrupción que va directamente contra los intereses del país y contra la soberanía nacional”.

Son distintos los llamados que entraña el mensaje de Camilo en estos tiempos presentes a los militares: la necesidad de superar las diferencias sociales, étnicas y culturales al interior de la institución para que esta se construya en un orden de seres iguales, independiente de su raza, su condición social o cultural. Una institución donde sus miembros cuentan con un universo de oportunidades para formarse, no solo en la carrera militar, sino como seres humanos y profesionales al servicio de su país. 

Una fuerza pública al servicio de la nación y no de los intereses de las élites económicas y del capital, cumplidora de las funciones naturales de su condición de fuerzas armadas y militares, que no es otra que la defensa de la nación, el territorio, la institucionalidad y la ley: el ofrecimiento y garantía plena de la seguridad ciudadana y la lucha eficaz contra el crimen organizado, nacional y trasnacional. Una fuerza pública que tenga lo justamente necesario para desempeñarse con eficiencia y sea tan grande como humana y técnicamente se requiera.

Camilo nos convoca a superar la estigmatización y el señalamiento que se hace al pensamiento crítico, a los líderes sociales, políticos y populares de enemigos de la institucionalidad, de la nación y de la democracia. Ampliar y profundizar la democracia requiere del reconocimiento de la diversidad, de la posibilidad del disenso, de la existencia de una oposición fuerte, de la desestigmatización de las prácticas de oposición y de su legitimación.   Esto demanda que sectores de la fuerza pública, de las élites económicas, sociales y políticas superen la concepción anticomunista, antisubversiva y el señalamiento a sus contradictores. 

 A este respecto Camilo es claro en su Mensaje a los comunistas (Frente Unido No. 2, 2 de septiembre de 1965): 

(…) Por lo tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.

No soy anticomunista como colombiano, porque el anticomunismo se orienta para perseguir a compatriotas inconformes, comunistas o no, de los cuales la mayoría es gente pobre.

No soy anticomunista como sociólogo, porque en los planteamientos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, se encuentran soluciones eficaces y científicas.

No soy anticomunista como cristiano, porque creo que el anticomunismo acarrea una condenación en bloque de todo lo que defienden los comunistas y, entre lo que ellos defienden, hay cosas justas e injustas. Al condenarlos en conjunto, nos exponen a condenar igualmente lo justo y lo injusto, y eso es anticristiano.

No soy anticomunista como sacerdote, porque aunque los mismos comunistas no lo sepan, entre ellos puede haber muchos que son auténticos cristianos. Si están de buena fe, pueden tener la gracia santificante y si tienen la gracia santificante y aman al prójimo se salvarán. Mi papel como sacerdote, aunque no esté en el ejercicio del culto externo, es lograr que los hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que los hombres sirvan al prójimo de acuerdo a su conciencia.

Yo no pienso hacer proselitismo respecto de mis hermanos los comunistas, tratando de llevarlos a que acepten el dogma y a que practiquen el culto de la Iglesia. Pretendo, eso sí, que todos los hombres obren de acuerdo con su conciencia, busquen sinceramente la verdad y amen a su prójimo de forma eficaz.

(…) Los comunistas deben saber muy bien que yo tampoco ingresaré a sus filas, que no soy ni seré comunista, ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote”.

Hay en este planteamiento de Camilo una percepción profundamente democrática y creativa de los comunistas, más allá del sentido de sus estructuras partidarias o de sus imaginarios totalitarios. Expresa la validez de la agenda comunista en lo que se refiere a su preocupación altruista por el bienestar de lo humano: “combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, encontrar soluciones eficaces y científicas…” a sus problemas. 

Pero, él  se preocupa, igual por llamar la atención y  establecer la diferencia entre lo que es social, política y económicamente justo e injusto. Y lo justo en Camilo es la construcción permanente de la dignidad humana a través de la práctica del amor eficaz. Por eso Camilo le da un lugar a las creencias y a la fe de los militantes de izquierda y no concibe para ellos, ni para los cristianos y su compromiso con los cambios estructurales de la sociedad y el Estado, que allí haya contradicción alguna.   

Es indiscutible el papel jugado por los medios de comunicación, por lo general en manos de los grupos económicos, en la construcción de una cultura del señalamiento, la estigmatización y el escalamiento del conflicto. No existe una responsabilidad social e institucional de esos medios en la construcción de una cultura de convivencia democrática. Camilo ya lo había señalado en su momento y lo grave es que en cincuenta años no ha cambiado la actitud de los medios en el incremento de la polarización, tal como lo reitera en el Mensaje a los comunistas:    
     
No importa que la gran prensa se obstine en presentarme como comunista. Prefiero seguir mi conciencia a plegarme a la presión de la oligarquía. Prefiero seguir las normas de los Pontífices de la Iglesia antes que las de los pontífices de nuestras clases dirigentes. Juan XXIII me autoriza para marchar en unidad de acción con los comunistas, cuando dice en su encíclica Pacem in terris:  "Se ha de distinguir también cuidadosamente entre las teorías filosóficas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de orden económico, social, cultural o político, por más que tales iniciativas hayan sido originadas e inspiradas en tales teorías filosóficas; porque las doctrinas, una vez elaboradas y definidas, ya no cambian, mientras que tales iniciativas encontrándose en situaciones históricas continuamente variables, están forzosamente sujetas a los mismos cambios. Además, ¿quién puede negar que, en dictados de la recta razón e intérpretes de las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?

Nutrido por el contenido de las encíclicas papales, Camilo señala algo que en muchas ocasiones sus seguidores más ciegos no alcanzan percibir porque se nutren de sus ideas de manera ortodoxa y sectaria, sin comprender que en Camilo la dialéctica de las trasformaciones hacía parte esencial de su percepción del mundo, tal como lo manifiesta en el Mensaje a los comunistas:

Teniendo presente esto, puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico, que hasta aquí se consideraban como inútiles en absoluto, hoy por el contrario sean provechosos, o puedan llegar a serlo. Determinar si tal momento ha llegado o no, como también establecer las formas y el grado en que hayan de realizarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo económico o social, ya también en el campo cultural o político, son puntos que sólo puede enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que es de todas las virtudes que rigen la vida moral tanto individual como social.

Un papel especial tienen que jugar los cristianos y los católicos en el proceso de las transformaciones del orden social y político. Su compromiso con sus creencias tiene que revestirse de una práctica eficaz que los conduzca a la realización plena del ser humano. Por esto Camilo, no deja de lado la responsabilidad que en general tienen los católicos con la construcción del bienestar y de la paz, tal como lo manifiesta en el Mensaje a los cristianos (Frente Unido No. 1, 26 de agosto de 1965):

Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. "El que ama a su prójimo cumple con su ley." (S. Pablo, Rom. XIII, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado "la caridad", no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.

Camilo sabe que la “revolución”, que tanto espanta a las clases dominantes, no es otra cosa que la materialización de una agenda mínima de derechos, en un proceso de construcciones democráticas en que el pueblo, los sectores marginados,  puedan acceder al ejercicio del poder para impulsar desde allí los cambios que se requieran. La “revolución” para él, citada en el Mensaje a los cristianos, es la manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos:

(…) Por eso la Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que "no haya autoridad sino de parte de Dios" (S. Pablo, Rom. XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.

Una principal preocupación siente Camilo por las comunidades y problemas de la vida urbana, tema que hasta ahora poco ha sido trabajado en las mesas de conversación con la insurgencia. Hoy las ciudades requieren de especial atención, de juiciosos estudios e investigaciones que definan rutas de futuro y bienestar para sus pobladores porque lo que se visualiza, dadas las particulares condiciones de la vida urbana, es la intensificación de los conflictos urbanos girando desde la miseria y la exclusión hacia los problemas de la inseguridad y la violencia urbana. 

Pero sin duda el mayor problema de las ciudades, sin que deje de existir en las zonas rurales, es el desempleo. Camilo no dejó de tomar en consideración la crítica situación de los desempleados y la necesidad de que se organicen y movilicen en torno a sus derechos, así lo manifiesta en su Mensaje a los desempleados (Frente Unido No. 10, 28 de octubre de 1965):

 (…) Los desempleados son los que más duramente soportan las consecuencias de nuestro subdesarrollo. La miseria de sus hogares, la angustia de no poder llevar al hogar el mercado necesario, de no poder pagar el arrendamiento, de no poder educar a los hijos, les está demostrando a todos los desempleados la necesidad de emprender la lucha (...).  Ellos saben más que nadie que no son pobres porque no quieren trabajar sino porque no hay donde trabajar. 

Ellos saben que no es que el pueblo sea perezoso sino que la oligarquía que ahora es dueña de las fuentes de trabajo y es “dueña” del Estado no hace nada eficaz para solucionar verdaderamente sus problemas (…). Pero lo más grave está en que esa situación de desempleo crónico no tiende a solucionarse sino que por el contrario cada día el problema se hace más agudo (…)”.

Más allá de las trasformaciones políticas, de la solución de los problemas tradicionales, unidos al mapa de propiedad, tenencia y usos de la tierra y al reconocimiento de los derechos de los campesino, Camilo llama la atención sobre la necesidad de luchar porque la sociedad y el Estado garanticen el ejercicio pleno y de calidad de uno de los derechos fundamentales de la condición humana porque a través de él se garantiza la construcción de la vida digna: el derecho al trabajo.

Más allá de las ridículas estadísticas oficiales sobre el desempleo, lo que animar hoy a amplios sectores de la población es el reclamo sobre cuáles son las rutas que ha de seguir la economía y la política pública para garantizarles a los colombianos en condiciones de trabajar un empleo digno y de calidad. El ejercicio del derecho al trabajo, sin lugar a dudas, es uno de los cimientos más fuertes que puede tener una paz estable y duradera.

Las universidades y los jóvenes universitarios tienen una responsabilidad mayor con la consolidación de un proceso de paz y la construcción de una sociedad más democrática y justa.

Una amplia reflexión ha hecho Camilo Torres Restrepo sobre el papel de las universidades en la construcción del desarrollo del país y en la formación de los profesionales más idóneos para desempeñarse en los distintos frentes de trabajo. No solo hizo referencia a la pertinencia de los programas, sino al compromiso efectivo de los mismos con las comunidades. Él fue, sin la menor duda, el primero en llevarse los estudiantes a servir a las comunidades barriales a través del Movimiento Universitario de Promoción Comunal (MUNIPROC). 

Para Camilo, unir la universidad a las comunidades a través de los jóvenes en un contacto cargado de aprendizajes y compromisos  fue siempre esencial. Su condición de capellán de la Universidad Nacional de Colombia, lo colocó frente a la realidad del mundo juvenil, de sus inquietudes, niveles de compromiso y, desde luego, con sus carencias y limitaciones. No deja de ser válida hoy la radiografía que con crudeza y realismo hace del papel de los estudiantes en la vida social y política del país, en su propia condición social, y sobre todo en las dificultades que tienen para organizarse y comprometerse con los cambios del país, como lo explicita en el Mensaje a los estudiantes (Frente Unido No. 9, 21 de octubre de 1965):         

El estudiante universitario –el de las universidades donde no hay delito de opinión y el de los colegios donde hay libertad de expresión- tiene simultáneamente dos privilegiados: el de poder ascender en la escala social mediante el ascenso en los grados académicos, y el de poder ser inconformes y manifestar su rebeldía sin que esto impida este ascenso. En la fase agitacional (…), la labor estudiantil ha sido de gran eficacia. En la fase organizativa su labor ha sido secundaria en Colombia. En la lucha directa, no obstante las honrosas excepciones que se han presentado en nuestra historia (…), el papel tampoco ha sido determinante.

Una de las causas principales para que la contribución del estudiante a (los cambios estructurales del país) sea transitoria y superficial es la falta de compromiso del estudiante en la lucha económica, familiar y personal. Su inconformismo tiende a ser emocional (por sentimentalismos o por frustración) o puramente intelectual. Esto explica también el hecho de que al término de la carrera universitaria el inconformismo desaparezca o por lo menos se oculte y el estudiante rebelde deje de serlo para convertirse en un profesional burgués que para comprar los símbolos de prestigio de la burguesía tiene que vender su conciencia a cambio de (hoy, cualquier) remuneración.

Estas circunstancias pueden ocasionar graves peligros a una respuesta madura y responsable de los estudiantes al momento histórico que está viviendo Colombia. La crisis económica y política se está haciendo sentir con todo el rigor sobre los obreros y los campesinos. El estudiante, generalmente aislado de estos, puede creer que basta una actividad (política) superficial o puramente especulativa. Esa misma falta de contacto puede hacer que el estudiante traicione su vocación histórica; que cuando el país le exige una entrega total, el estudiante continúe con palabrería y buenas intenciones, nada más.

Cuando el movimiento de masas le exige un trabajo cotidiano y continuo, el estudiante se conforme con gritos, pedreas y manifestaciones esporádicas. Que cuando la clase popular les exige una presencia efectiva, disciplinada y responsable en sus filas, las estudiantes contesten con promesas vanas o con disculpas.

Quiero solamente exhortar a los estudiantes a que ellos tomen contacto con las auténticas fuentes de información para determinar cuál es el momento, cual su responsabilidad y cual tendrá que ser en consecuencia la respuesta necesaria. Esperamos que los estudiantes respondan a la llamada que les hace su patria en este momento trascendental de su historia y que para eso dispongan su ánimo para oírla y seguirla con una generosidad sin límite”.

Desde muy temprano, Camilo, al abordar la relación entre la universidad y los problemas sociales, advertía que para preocuparse por ellos se requería de una dosis mínima de altruismo, porque no de otra manera se sale del espacio del egoísmo para colocarse en dirección de la conquista y la salvaguarda del interés colectivo. Para Camilo, en Los problemas sociales en la universidad actual (1960) plantea que:

La universidad ha tenido siempre el papel de formar los dirigentes de un país, tanto desde el punto de vista científico como desde el punto de vista ético. Desde el punto de vista científico dotando a los futuros profesionales de aquellos conocimientos indispensables para investigar y resolver los problemas de su país, de su sociedad. Desde el punto de vista ético (…) dirigiendo sus inquietudes científicas más  hacia el servicio (…) del prójimo, que al servicio de sí mismo”.

Esta que fue una preocupación de su tiempo sigue siendo vigente, contiene en su esencia el concepto de pertinencia: una universidad que se construye alrededor de los problemas de la nación y la sociedad, pero que adicionalmente a su desarrollo académico y científico se erige como un proyecto político y ético en el servicio de los intereses comunes. Camilo tuvo como preocupación central, no solo la formación de nuevos liderazgos comprometidos con las urgencias y necesidades de las poblaciones y territorios, sino de los nuevos dirigentes del país comprometidos con la solución de los problemas estructurales de la nación.  Es por esto que no dudo en hacer afirmaciones sobre la función de la universidad en La universidad y el cambio social en los países en desarrollo:

La universidad debe estructurar un anticonformismo científico dentro de los estudiantes (…). Toda la orientación universitaria colombiana (…), debería estar impregnada de la realidad nacional. Se habla ya, como un lugar común, de que la Universidad está de espaldas al país. Creemos que está de espaldas al país en primer lugar académicamente; es lógico que un país en desarrollo muchísimos elementos sean foráneos (…); con eso se corre el riesgo de estar formando profesionales que no sean para Colombia. 

Con un correctivo como la investigación, podríamos realmente lograr la adaptación de todas las cátedras a la realidad nacional. Si lográramos que todos los profesores de la Universidad Nacional investigaran y sus cátedras no fueran solamente reproducción de manuales o de teorías ajenas, sino la colaboración de nueva ciencia basada en la investigación de los problemas y necesidades del país tendríamos un nivel y orientación académicos fundamentalmente adaptados a las realidades nacionales”.

Esta preocupación de Camilo vuelve a tener vigencia en los ajustes que deben tener las universidades para responder a las urgencias presentes y futuras del país en materia de solución de sus más sentidos y estructurales problemas. Una universidad para la paz solo puede pensarse en relación con carreras pertinentes, nuevas lógicas para relacionar la investigación con los problemas del país. Una muy decidida y consistente política de extensión solidaria en la que participen de manera decidida los estudiantes y se relaciona desde la especificidad de sus saberes con las realidades sociales de su ejercicio profesional. Cada unidad académica debe convertirse en una escuela de pensamiento, investigación y compromiso con las realidades del país.


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