miércoles, 17 de febrero de 2016

LA LECCIÓN DE CAMILO. LAS PARADOJAS DE LO SUBALTERNO.  
             
Miguel Ángel  Herrera Zgaib
Proyecto Historia de los Subalternos.
Director Grupo Presidencialismo y participación. Unal, Bogotá

Más que un Obituario    
      
                                                            El 15 de febrero se cumplirá otro año más, de la muerte de Camilo Torres Restrepo, el cura armado, quien murió en un absurdo combate en Patio Cemento. Allí, él probó vida y suerte bajo las banderas guerrilleras del Eln, luego de recibir de universitarios enmontados y campesinos una instrucción de tres meses, en una profesión en la que era un perfecto novicio.
Su bautizo fue la muerte. Desde entonces, el paradero de su cadáver es un misterio, guardado entre el general Valencia Tovar y su hermano Fernando, fallecido también. A este último, Joe Broderick, el biógrafo irlandés de Camilo, lo califica de reaccionario, interesado en preservar los restos del hermano en el anonimato.

Con todo, la periodista conservadora, María Isabel Rueda, “reveló”, un secreto al respecto, que le confió el general Valencia en una de sus postreras entrevistas, acerca de dónde está depositado el cadáver. Un asunto que casi tiene el carácter de un secreto de Estado, por el riesgo que tendría el “establecimiento” sí se le ubica en un lugar para culto de sus seguidores, después de la muerte trágica.

Se convertiría en un héroe, en un mito subversivo que adquiriría la dimensión de un Cid Campeador “redivivo” presidiendo las huestes populares que logró interpelar y movilizar en vida a través del truncado proyecto del Frente Unido. En todo caso, el Eln reclama como propios sus restos, mientras guarda silencio, que se sepa, de las razones de la muerte de jóvenes figuras sacrificadas en el monte o en la ciudad, como Víctor Medina Morón, César Julio Cortés, Jaime Arenas, autor de La guerrilla por dentro, o Ricardo Lara Parada, quien luego de “desertar” de la guerrilla hizo política en Barranca y alrededores con los inicios del FILA, donde creció electoralmente el liberal Horacio Serpa Uribe. 

La opción por los pobres

Era una prédica que cuestionaba el ultra conservadurismo de la Iglesia Católica y Cesárea romana, como la pintó el poeta de las églogas grandilocuentes de El sueño de las escalinatas, Jorge Zalamea Borda, que era sacudida por la modernidad en todos los frentes. Europa de la posguerra, en particular, en Francia y España, se conmovía con el ejemplo de los curas obreros; y el progresismo de la iglesia belga, convertía a Lovaina la nueva, en sede ecuménica universitaria de un evangelio dirigido a las bases católicas, y acorde con los tiempos del desafío socialista, y sede por ende de la pastoral militante.

Esta fue la ciudad y los claustros donde Camilo escanció la sed de justicia y la caridad sin medida. En Lovaina, el joven sacerdote Camilo Torres Restrepo aprendió la disciplina sociológica, el funcionalismo, dispuesto a aprehender los conflictos que impedían el desarrollo de su país; y a fortalecer la convicción que lo hizo moverse de las aulas de derecho de la Universidad Nacional en Bogotá.

 Aquí tuvo como discípulos a otros rebeldes particulares, como Gabo, quien desertó por las letras, y Luis Villar Borda, quien ensayó la doble militancia, comunista y en el MRL, en sus años mozos. Este procedía también de la la oligarquía bogotana. Fue por ratos confidente del joven Camilo, antes que se dispusiera a vestir los hábitos negros, o el traje de calle, una vez que le fuera conculcado el derecho eclesiástico a decir misa, dar comunión y otras funciones como sacerdote de la Iglesia Católica. Por lo que el arzobispo Monsalve, de la diócesis de Cali, ha solicitado que se le restablezcan post mortem, después de trascurrida la bicoca de medio siglo de indiferencia de la jerarquía eclesiástica nacional, y planetaria.

Este muchachón de sobresaliente estatura y porte bondadoso, de pelo ensortijado cualquier día, sinceró con su primera confesora, la madre, Isabelita, esposa del médico Calixto Torres Umaña, quien hizo estudios en Alemania, y también conoció el quehacer del nazismo. Isabelita era y fue hasta el fin de sus días, una mujer de avanzada; y compañera de las luchas emancipatorias de la mujer, y por la liberación de los subalternos en Colombia y América Latina.

Ella tuvo que pasar una buena parte de su vida fuera del país, en la Cuba socialista, luego de que los avatares de la insurgencia guerrillera en América Latina, y en Colombia, pusieron a combatientes, simpatizantes y rebeldes intelectuales a buscar asilo allende de las fronteras, en el proclamado primer territorio libre de América, cuando empezó el bloqueo por parte del gobierno de los Estados Unidos que perdura hasta nuestros días, pese a que Obama y Raúl Castro hayan restablecido relaciones en el pasado año.

Precursores y Recuerdos  de Camilo

Siendo yo estudiante del colegio Departamental Atanasio Girardot, creo que corría el año de 1965, una tarde, cuando como a eso de las 4 pm., la rectoría al frente de la institución, que ya vivía la rebeldía estudiantil contra un rector mandón e inflexible, dio la orden que alrededor de 700 estudiantes regresáramos a nuestras casas. Ya se preveía que habría disturbios en la ciudad que, por supuesto, estaban preparados por la represión que contendría a aquel caudillo religioso, henchido de carisma y generosidad por los pobres.

 Ni más ni menos que estaba anunciada la visita del padre Camilo Torres, en campaña anti-electoral, contra las elecciones excluyentes y viciadas del Frente Nacional. Era el turno pactado del partido liberal. El presidente era Guillermo León Valencia, entusiasta de la caza y las casas de citas no literarias. El liberalismo tenía a Carlos Lleras Restrepo como su adalid, y su primo, Alberto, había sido el primer presidente después del Plebiscito de 1957, luego de los acuerdos de los balnearios españoles de Sitges y Benidorm, celebrados con Laureano Gómez.

La ciudad roja, donde Jorge Eliécer Gaitán había tenido arraigo popular se preparaba a recibir la comitiva. En el pasado había sido sede y albergue de los primeros arrestos socialistas, y había tenido dos concejos de mayoría socialista. Los braseros y obreros del ferrocarril había escuchado también, por los siguientes años la prédica de Luis Tejada, un escritor de entusiasmo comunista que organizó las primera células, en las que fueron partícipes, dicen, Gabriel Turbay, los hermanos Lleras Camargo. 

Pasaron también por aquí los agitadores y organizadores del Partido revolucionario socialista, Raúl Eduardo Mahecha, María Cano, familiar de Tejada, la flor del trabajo, y el autor de la serie autobiográfica “Los Inconformes”, Ignacio Torres Giraldo.

Los restos de Tejada fueron “rescatados” del cementerio Universal, convertido casi en un bien mostrenco. Había sido cuidado por la masonería porteña, para darle albergue a los suicidads y a muertos que no eran de recibo en el catolicismo. Después, un alcalde de estos últimos años dispuso del camposanto.

Hoy se levantan edificaciones profanas dedicadas al cotidiano trajín comercial. Todavía no quedó claro para la opinión pública qué transacciones y barullos notariales lo hicieron posible. Mucho menos cuál fue el paradero definitivo del importe de aquella transacción, como tantas otras, resultado de la venta de bienes comunes, alegando los burgomaestres de turno todo tipo de razones de bien y criterios técnicos, que la práctica desmintió luego en forma rotunda.

Volviendo con la visita de Camilo aquella tarde, sitúo mi recuerdo en el Colegio, ubicado en las afueras de Girardot, en el kilómetro 3, de la vía a Tocaima. Allí llegábamos por una vía no pavimentada. Ese día me subí en uno de los últimos buses coloridos,  cuyo recorrido regular terminaba en el parque Sucre/Bolívar. Iban conmigo, si la memoria no me falla, unos veinte estudiantes, entre nosotros varios “grandes”. 

Yo cursaba segundo de bachillerato. Llevábamos menos de dos años de instalados en un paraje desértico recién construido, donde sobresalían los frutos de los cardonales, y los jirigüelos que se posaban con su nerviosa negritud entre ramas espinosas y hojas escarraladas que matizaban la inclemencia del sol impenitente.

Empezamos el recorrido de vuelta a la casa. Ya en el casco urbano de la ciudad, uno de los grandes nos advirtió que el bus seguiría para las Quintas Ferroviarias, rumbo al estadio municipal, donde a partir de las 5 pm., había la concentración política presidida por Camilo Torres.

Entonces teníamos la opción de bajarnos en la próxima parada o seguir con ellos hasta el penúltimo destino. Creo que en ese recorrido reconocí a algunos jóvenes de último año, entusiastas repentinos de la causa de Camilo, o dispuestos por la intrépida curiosidad de los años adolescentes.

Los distinguía porque eran deportistas, o arengaba en los mítines contra el rector Romero, caído en desgracia por su autoritarismo. Estaban el pato Sánchez, luego abogado de la Nacional, el “pichi” Ramírez, matemático y acompañante mucho después del proyecto Visionario, después. Un largilucho joven Lara que era uno de los agitadores en una inolvidable la manifestación que partió de la Plaza de Bolívar, junto con una nueva camada de profesores traídos de Tunja, Tatis, Almanza, entre otros, quienes tiempo atrás, antes de la visita de Camilo, nos había conducido entre arengas hasta la casa del rector, hacia donde caminé junto a un condiscípulo, Luis Eduardo Santos ya ido.

La residencia quedaba diagonal al Hotel piscina Girardot, y muy cerca de donde yo vivía, y jugábamos fútbol hasta altas horas de la noche. Hasta que la “Bola”, el carro de la policía nos disuadía de seguir gritando, y pateando el cuero en aquella juerga nocturna regular, donde todos los jóvenes nos confudíamos entre el frenesí y el sudor del esfuerzo.

Así que no llegué a aquella concentración que terminó a golpes de bolillo y sable, porque no permitieron la concentración acordada para el Estadio. Ignoro también quién habría conseguido el permiso para reunir allí a los cientos de admiradores y curiosos que estaban dispuestos a concurrir para escuchar al padre Camilo Torres Restrepo.

El venía en campaña anti electoral, y haciendo la famosa denuncia contra el sistema electoral oligárquico, que sigue tan campante. Su grito de denuncia era famoso: “El que escruta elige,” y repicaba por la unidad de los de abajo y de los honestos, verdaderos cristianos. Y Girardot fue, sin duda, en aquel entonces, una de las estaciones de su despedida que al poco tiempo lo condujo a la muerte inexorable.

El Padre Camilo y la Ciudad Roja

El padre Camilo, sin sotana, me dicen, que estuvo en Girardot acompañado por una pléyade de universitarios, la mayoría venidos de las universidades públicas, beneficiarias de la Alianza para el Progreso. Estos apoyos se habían invertido en profesores e infraestructura en la UIS, y las universidades del Valle, Antioquia y Nacional, donde entonces había creciente descontento estudiantil, porque el Plan Atcon, concebido en la Universidad de Berkeley, se implementaba  como receta imperialista y parte de las reformas para detener la revolución que se veía a la vuelta de la esquina.

Aquel paquete publicitado, impuesto desde la visita de John F. Kennedy, para conquistar un verdadero desarrollo económico y social. Siguiendo los dictados de W.W. Rostow, autor de cabecera, escritor de un Manifiesto Anticomunista, para librar la guerra ideológica contra el socialismo que tenía en Cuba al vecino disruptor, y un mal ejemplo, porque estaba aliado con la URSS, avanzada del proyecto anticapitalista durante la Guerra Fría.

En fin, yo no supe, en forma directa qué pasó aquella tarde trágica y premonitoria, de una parte; pero termómetro a la vez, de una revolución democrática que se desparramaba espontánea y fervorosa en calles y plazas, al escuchar al cura rebelde, y a los líderes que lo secundaba. No se, si esa tarde, estaban presentes los comunistas y sus sindicatos, la democracia cristiana, los anapistas, llamados a ser parte del Frente Unido, que se despedazaban entre sí, por los puestos de comando, haciendo uso de sus consabidas y mezquinas prácticas. Era evidente la espontaneidad de la audiencia.

Se por otro compañero de estudios del Departamental, el abogado Vicente Antonio Alonso que presenció el inicio y desenlace de aquella tarde inolvidable, que la multitud que se resistía a partir se concentró en el parque Saavedra Galindo, de las Quintas, donde habló Camilo, hasta que la arremetido de la Policía, y creo, del Ejército, ordenó disolver la manifestación a riesgo de ser golpeado y arrestado. No recuerdo bien, pero entre los heridos y golpeados estuvo Rafael Arteaga, quien acompañaba esta última gira de Camilo.

Un doble recuerdo de niñez

Rafael había estudiado su bachillerato en el Colegio Santander, y se había ido a estudiar ingeniería en la U. de Antioquia, una carrera que no terminó. Cualquier día conversando, me recordó, que no olvidaba las clases de filosofía que les impartía mi padre, en la biblioteca del colegio del profesor Páramo, a algunas de las cuales yo asistía de “pato”, sentado con todos en los taburetes de cuero, alrededor de una mesa rústica.

Rafael, como su cuñado, hermano de Esther Morón, eran estudiantes de aquel colegio, y después entusiastas seguidores del Frente Unido del padre Camilo Torres. Muchos años después supimos que Rafael había desaparecido, y sus restos siguen perdidos en algún lugar de la manigua, en uno cualquiera de los combates que el M19 libró, en los tiempos cercanos a la primera paz. Aquella se tradujo en la que hoy es la Constitución de 1991, la que pronto cumplirá un cuarto de siglo, flanqueada por una guerra de medio siglo y más de duración.

En mi recuerdo, ese centro de reunión académica parecía un comedor popular, modesto y rodeado de imágenes de animales que testimoniaban la historia natural. En verdad era la biblioteca de un colegio de provincia, de paredes de bahareque, y con vista abierta al patio, donde temprano, entre 7 y 8 am., yo escuchaba distraído, mientras mi piernas colgaban de un asiento al que literalmente me encaramaba aquellas mañanas inolvidables.

Luego veía a aquellos adolescentes divertirse y reír. Eran los alumnos que escuchaban a mi padre, quien cautivaba su atención, llenando de anécdotas jocosas el ambiente para motivar a aquella juventud díscola, atraída por los placeres de la vida porteña más inmediata. Navegaban sus inteligencias en compañía de los pensadores clásicos, y chapoteaban en los meandros un poco oscuros del existencialismo. Cosas que supe luego, cuando “curioseaba” solo en los anaqueles que constituía la biblioteca de mi padre, después de su muerte, un legado del que aún queda huellas.

Un tiempo de paz, sin Camilo

Ahora estamos en un nuevo tiempo de paz. El Eln aún no acepta los términos de la negociación, que el gobierno Santos le propone, y que en detalle no conocemos, para darle curso a una paz definitiva. La que ellos quieren también, pero, no a cualquier precio. Suponemos que exigen dignidad, y efectos tangibles sobre los subalternos de toda condición.

Ellos, los veteranos, los jóvenes universitarios, los que eran campesinos golpeados, directa o indirectamente por la Violencia bipartidista, y eclesiásticos que combatieron teniendo a Camilo como emblema, como aquel puñado de prelados aragoneses que murieron también en otros combates .

Ofrendaron con mayor o menor heroísmo sus vidas, en el altar de una lucha social, mezclando su cristianismo con los horrores de la guerra, y la caridad. Fascinados, quizá, por el mártir del calvario, y las cruzadas de otro tiempo, pero dispuestos todos, jugados a la transformación de una Colombia, que sigue contrahecha, profundamente desigual. Necesitada eso sí, de una revolución democrática, sin más sangre, que cambie en lo político la insultante y cancerosa fórmula del “El que escruta elige,” que hiciera famosa como denuncia los discursos del cura guerrillero que hoy tenemos que recordar.

Veremos qué nos depara el 15 de febrero, y los días que siguen. Días que, en particular, espero, sean de Constituyente Social, y de reforma intelectual y moral para contrastar con una Colombia robada, estafada y mancillada hasta el absurdo por un país político que no merecemos, y que no resiste más alzamientos armados, ni la contabilidad de más muertos.



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