BENEDICTO, EM(PAPADO) DE POLÍTICA HASTA EL
TUÉTANO
Miguel Angel Herrera
Zgaib
Profesor Asociado, Ciencia Política, Unal, Bogotá.
Director Grupo Presidencialismo y Participación, Unijus/Colciencias
presid.y.partic@gmail.com
“La Iglesia no es una
organización, ni jurídica ni institucional, sino una organización vital que
está en el alma…somos todos un cuerpo vivo, todos juntos, los creyentes”.
Benedicto XVI. Despedida de párrocos y seminaristas, en el San Pablo VI, El Vaticano, 14 febrero
2013.
“¿Cuál es el
fundamento terrenal del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta.
¿Cuál es el culto terrenal practicado por el judío? El comercio. ¿Cuál su dios
terrenal? El dinero. Pues bien, la emancipación del comercio y el dinero, es
decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época.”
Carlos Marx, La Cuestión Judía (1844).
Ya está anunciado que Benedicto XVI se va para quedarse,
como guardián de la fe cristiana, en la sombra. Y su nombre rima bien con el
del politólogo Samuel P. Huntington, autor del "Choque de las Ciivlizaciones",
y Francis Fukuyama, su discípulo más adelantado en la defensa del
cristianismo secular.
Quien fuera
forjado en los papados reformadores de Juan XXIII y Paulo VI, se convirtió con
el correr de los años en el administrador de la contra-reforma intelectual y moral de la
cristiandad, y la curia romana que gobierna buena parte de ésta con mano férrea y
laxitud financiera y moral.
A la
Iglesia, de hecho, Benedicto no pudo sacarla a flote todavía, de las travesuras del neoliberalismo financiero a comando del capitalismo global, aunque
ordenara introducir, por ejemplo, el
euro como medida de los intercambios en el pequeño Estado de los papas y
su feligresía, con disgusto inocultable de los guardianes de las arcas de la
Iglesia católica .
Las huellas de un contra-reformador
“Tenemos que
trabajar para que se realice verdaderamente el Concilio Vaticano II y se
renueve la Iglesia”. Benedicto XVI.
“Me parece
que la ciencia como tal no puede generar una ética.” Joseph Ratzinger, diálogo
con Habermas en la Academia Católica de Münich, 2004.
A
dúo con el papa mediático, Juan Pablo II, quien le dio el puntillazo moral al
socialismo realmente "inexistente", derritieron el eslabón más débil de
la cadena, la irredenta Polonia, la patria de Rosa Luxemburgo.
El Cardenal
dedicado a censurar en detalle los desafueros de la teología de la liberación
en el mundo, y en su reservorio más preciado, América Latina y Africa, se dio
la maña para dejar atrás los estallidos rebeldes de Hans Küng, acompañado al
predicador mediático en tiempos de globalización.
Ratzinger se
había preparado en diálogo con los teólogos Congar, y Karl Rahner, comenta el
bien documentado analista Verginio Romano. Ellos fueron los últimos guardianes
del reducto abierto de la Inquisición renacentista, el temido Santo Oficio,
encargado de excluir y excomulgar.
Ratzinger, a
quien mucho admiraba Guillermo Hoyos, en lo intelectual, era un profesor a
carta cabal, saboreando y procesando las exquisiteces del pensamiento moderno,
y posmoderno, en menor medida, en los asuntos del gobierno político de la
sociedad civil global en los tiempos del imperio, y la sociedad de control.
En
particular, Ratzinger desarrolló un diálogo memorable con Jürgen Habermas,
defensor laico de las bondades de la modernidad y la ilustración, desde otra
orilla, aunque cercana, ideológicamente. Ellos se reunieron en la Academia
Católica de Münich, el 19 de enero de 2004, para discurrir sobre el Estado liberal y sus fundamentos, en una
aproximación entre razón y fe.
Al concluir
su intervención, el profesor Habermas dijo, “Una cultura política liberal puede
esperar incluso de los ciudadanos secularizados que tomen parte en los
esfuerzos por traducir los aportes del lenguaje religioso…” Pero, no todo fue
acuerdo entre los dos alemanes, detrás de cuyos pensamientos flotaba aún “el fantasma del comunismo”, y el derrumbe de
los dos socialismos, el reformista de cuño socialdemócrata, y el revolucionario
de la III Internacional. Pero, este diálogo merece un tratamiento en detalle que haremos en otra oportunidad.
La fascinación católica por el
nazismo.
En la universidad alemana, hecha
a la manera como la reformó Humboldt y sus continuadores, calcándola, en
parte de los cánones medioevales,
Ratzinger, el brillante profesor de Colonia, paraíso de la
fenomenología, hizo gala y deslumbró en
el oficio del magister dixit, al modo, como por ejemplo, seducía otro católico
memorable, Martin Heidegger,
Con su
figura diminuta y su poderosa inteligencia al servicio de la conservación del
orden, Martín, a riesgo incluso de no ocultar su entusiasmo rectoral en
Friburgo, desplegó su simpatía intelectual
por el nazismo, y se refugio los encantos de la "selva negra",
como el celoso habitante de la montaña mágica.
A este
"embrujo" tampoco escapó el juvenil Ratzinger, quien fuera reclutado
en los pioneritos del nuevo orden, dispuesto a conjurar la anticrisis
propulsada por los resultados desastrosos en lo económico y social por el
tratado de Versalles que cerró la I Guerra Mundial, y cuyo desastre diagnosticó
J.M. Keynes en un ensayo muy celebrado, y poco leído en este tiempo de crisis
permanente.
Conviene no
pasar por alto lo que pasó con el Papa Pío XII in illo tempore, y cómo resolvió
su diplomacia la supervivencia como
estado peculiar al Vaticano, en Letrán, en los tiempos de gloria de Benito
Mussolini. Y ¿qué hizo la curia católica internacional, y su liderazgo romano con
las acciones del nazismo en la España republicana y "comecuras"? La elocuencia de aquel desastre moral y ético
está inmortalizada en el "Guernika" de Picasso.
Una renovación
y la renuncia
“La Iglesia…los obispos unidos son, la continuación de los 12
apóstoles y no se trata sustancialmente de poder”. Benedicto XVI, en la despedida de la
oficialidad de la Iglesia Católica.
Después de 600 años se produce de nuevo la renuncia de un purpurado,
Benedicto, el ilustrado Cardenal Ratzinger, en el seno de la Iglesia católica,
apostólica y romana, una institución que existe como tal desde el
reconocimiento institucional que le hiciera el Emperador romano Constatino,
cuando triunfó sobre Majencio en la batalla
del puente Milvio (312).
Es una victoria rodeada de la leyenda de los escudos de la
infantería adornados con la cruz, ambigua simbología sincrética, unida a los
cultos solares indo-europeos y reforzada por la sentencia que la acompaña, In hoc signo vinces (con este signo
vencerás).
La conversión cristiana de Constantino la perfeccionó con el
Edicto de Milán (313), nueva forma de
intolerancia que suprimió la pluralidad
de creencias en el imperio, englobadas pago la fórmula estatal del “paganismo”;
al tiempo que incorpora la ascendente religión de los pobres y excluidos, que
clandestinamente conquistaba los escenarios de un vasto imperio, anima la
persecución a los judíos de diversa adscripción.
En suma se perfecciona la tendencia autoritaria que comenzó
con Diocleciano y se atiza el proceso de decadencia de la Roma republicana, eso
sí, en medio de un notable esplendor que el emperador triunfante corona erigiendo la
ciudad de Constantinopla a orilla del Bósforo, haciéndola capital en el 330. Entronizado en esta tradición autoritaria está el papa dimitente, y su sucesor.
Ahora bien, es esta Iglesia la que en la década de los 60,
cuando el capitalismo moderno se transformaba, poniendo en crisis la forma de
acumulación fordista, y la tiranía sobre el taller de la fábrica, la que es
tocada también en su corazón
jerárquico-burocrático, por los vientos renovadores que sacuden por una década
a la Italia de los llamados “años del plomo”, por los detractores, y de la
primavera de la autonomía, de la autovalorización del trabajo, de la
autogestión expresada en una pluralidad de voces y compromisos.
Esta
creación varias veces milenaria, iniciada con la prédica de Cristo en el
cercano “oriente”, se dispuso por fin a
aceptar el reto de la renovación que resistió con tanto ahínco León XIII, y
trató de amolar en lo filosófico-social y en lo científico, la intelectualidad
eclesiástica que representaron los
sacerdotes Ives Calvez, comentarista de Marx, y Theilard de Chardin, asimilador fallido del creacionismo y la
evolución.
Fundamentalistas y relativistas
Con
estos antecedentes, el papa dimitente cosechó su gloria y prestigio
intelectuales de modo parsimonioso, cuidando del Index en medio de la
intelectualidad tradicional de la
Iglesia. Primero, él fue consultor aconductado y paciente de los espíritus
reformistas en aparente favorecimiento
de la modernidad.
Así conoció Joseph
Ratzinger a los cardenales Suenens y Lercaro, sin ser “perito conciliar”; y se empapó del quehacer del cristianismo de
base que se extendió con rapidez en las apetecidas colonias de América Latina y
Africa, y en menor medida, en Asia, donde el catolicismo disminuido mantiene la mayoría de su
feligresía.
Las figuras
de Helder Cámara en Brasil y Camilo
Torres en Colombia, fijan los dos
extremos de aquel aggiornamento del
catolicismo, y su producto más celebrado a la vez que combatido: la teología de
la liberación, que sintetizó en libro el padre Gustavo Gutiérrez, en Perú, y divulgó como militante laico, el filósofo
argentino Enrique Dussel. La selección no
demerita, para nada, otras
mentalidades relevantes, sus aportes y compromisos prácticos.
Animados, a
manera de ejemplo, en la práctica fueron
visibles, el compromiso del padre Pedro Arrupe,
líder de la orden jesuita, calificado
como “papa negro,” por legitimar
procesos de transformación social en Centroamérica, y en cualquier lugar. Igual
lo son los sacrificios del padre
Ellacuría y sus colaboradores en la Universidad Centroamericana de El Salvador;
unido al asesinato del obispo católico Arnulfo Romero, al reclamarse con sus matices defensores de la iglesia de
los pobres en el tercer mundo.
Sin embargo,
el espíritu de reforma del futuro parte no recorrió esa senda, necesariamente. La
oportunidad de “poner en su lugar” a la izquierda posconciliar tomó todo el
tiempo del papado de Juan Pablo II. Y a la vista del discurso de Benedicto este
grupo, sancionado y orillado es calificado por él como relativista, del mismo
modo que englobaría los ejercicios participativos que pusieron en jaque a las
jerarquías políticas y religiosas a lo largo y ancho del planeta.
No sólo fue embestido por Karol Wojtyla como
prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, sino que en esa función
presidió la nueva versión del catecismo católico, el equivalente al revés del libro rojo, y en particular, el
contrafuerte al conocido como catecismo holandés, arma de lucha intelectual y
prédica militante del reformismo progresista de la Iglesia Católica. Luego, y
para que no quedara duda, el papa polaco
que duró más de 25 años en la silla de Pedro, lo nombró decano del colegio
cardenalicio, con el apoyo de 50
cardenales que él mismo designó durante su reinado en la tierra, y el Estado
vaticano.
Del otro lado
de la prédica, tuvo la honrosa compañía contra-reformista en la figura del
cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, dedicado a sostener la causa de la familia
tradicional, la lucha contra el aborto y la anticoncepción. Pero, luego la
muerte del ultraconservador López Trujillo, que en Colombia tiene continuidad
en la figura de nuestro reelecto procurador dejó ese flanco doctrinal y político al descubierto.
Pero, ya en
funciones papales, y dispuesto a limpiar “el establo de augías”, Benedicto,
quien escogió su nombre para honrar a
Benedicto XV, quien le tocó librar la lucha y vicisitudes de la I Guerra
Mundial, cambió al secretario de Estado
vaticano al célebre Cardenal Sodano, pasándolo a presidir el Colegio
cardenalicio, y dejando en la secretaría a su rival, Bertone, quien la ejerce hasta hoy. Pero le tocó a
Benedicto el magnífico bajarse de la silla pontificia para blandir su retórica
y báculo en la tarea que dejó vacante la muerte del cardenal colombiano.
Un símil entre católicos y comunistas
No hay duda
que el capitalismo bajo la fórmula del posfordismo derrotó al socialismo
fordista y autoritario en casi toda la
línea, dejando libres del desastre unas pocas líneas de resistencia, con
escenarios emblemáticos en China, Corea del Norte, y Cuba.
En el marco de las superestructuras,
la contrareforma llevada a cabo por la intelectualidad tradicional, el
papel equivalente lo cumplió la seguidilla de papas, Juan Pablo y Benedicto,
quienes también resultaron vencedores en el plano de la sociedad civil de los
países pos-industrializados.
Aquí, para
aclarar las cosas, conviene, sin embargo, recordar el siguiente símil, que
provino de un italiano, luchador antifascista y observador encarcelado y lúcido
de su tiempo, durante la primera mitad del siglo XX. Me quiero referir a Antonio Gramsci, quien siguió con la debida atención y claridad
notable, no solo al fascismo, sino la cuestión vaticana. Y a esta última quiero
apuntar con el siguiente símil, tomado de su cosecha reflexiva.
Antonio
Gramsci comparó comunismo y cristianismo del siguiente modo. Y concluyó lo siguiente, que
Marx tenía su equivalente en Cristo,
y Lenin en Paulo de Tarso, esto
claro está durante el tiempo revolucionario de las comunidades de base que se
hicieron manifiesta en la decadencia del
Imperio romano. Ahora, en otro
tiempo, la era de otro imperio, el que corresponde al despliegue del
capitalismo global, esta función la han cumplido con creces, Karol Woytila,
el (contra) “Lenin” polaco, y
Joseph Ratzinger, el (contra)
Marx alemán. Ellos han sido los “héroes”
de la contra-reforma moral e intelectual
padecido en los tiempos del neo-liberalismo.
Eso sí,
Ratzinger no ha podido resolver la crisis que
azota a la dirección jerárquica de la Iglesia católica, y se ha hecho a
un costado, derrotado y vencedor al
mismo tiempo, para que más jóvenes
consuman la energía en implementar la
contra-reforma de la curia romana, porque Bertone y Sodano siguen vivos.
Conviene disponer ahora de un fiel de la balanza, que los tenga a
raya, sin suprimirlos para caminar con el signo de los tiempos, vivir con la
crisis, que en este “bendito” caso, no está simbolizada por la cruz de Constantino, y que se extendió con sus
poderes taumatúrgicos hasta 1453,
extendiendo el cosmopolitismo tardo-cristiano.
En lugar de
la cruz, hoy tenemos la universalidad del dinero, y el dominio del capital financiero y la
financiarización, cuyo primer embate tocó a la Iglesia de Roma con los escándalos de Calvi, Marcinkus y la
Logia P2, y que ahora está tocada por la llamada SPA
Vaticana, la sociedad por acciones, filtrada por la editorial Caos con
el concurso de Gabriele, quien hurgó en los papeles de Benedicto. De ese escándalo, y del reinado del
dinero, apenas tenemos a la vista la
punta del iceberg, el llamado Instituto para las Obras Religiosas, IOR.
Un posible desenlace sin nombre
conocido
“En la posmodernidad, volvemos a
encontrarnos nuevamente en la situación
de San Francisco de Asís y proponemos contra la miseria del poder, el gozo del
ser. Ésta es una revolución que ningún poder podrá controlar, porque el
biopoder y el comunismo, la cooperación
y la revolución continúan unidos, en el amor, la simplicidad y también la
inocencia. Ésta es la irrefrenable
levedad y dicha de ser comunista.” Hardt
& Negri. Imperio, Paidós, p. 357.
“Tan pronto
logre la sociedad acabar con la esencia empírica del judaísmo, con el comercio
y con sus premisas, será imposible el judío, porque su conciencia carecerá ya
de objeto, porque la base subjetiva del judaísmo, la necesidad práctica se
habrá humanizado, porque se habrá superado el conflicto entre la existencia
individual sensible y la existencia genérica del hombre. La emancipación social
del judío es la emancipación de la sociedad del judaísmo. Carlos Marx, La
cuestión judía. Ver “Los anales
franco-alemanes”. Ediciones Martínez Roca, S.A,
Barcelona, 1973, p. 257.
Cuando esté en funciones el nuevo sucesor de Benedicto XVI será posible que el hermetismo de los arcana pontificios dejen conocer nuevas
realidades sobre el drama financiero. Para entonces, resguardado, en secreto, Benedicto pondrá a
prueba su estrategia práctica, para la cual dispuso durante su gobierno el nombramiento de 67 cardenales, que sumados a
los 50 de Juan Pablo II. Tales indicios
nos hacen pensar que la contra-reforma sigue, posiblemente, con “rostro
humano,” pero atornillada a los
designios de la Suma Teológica reescrita
por este (anti)Marx católico em(papado) de política hasta los tuétanos.
Tarea dura
para las comunidades de base, para la iglesia de los pobres y los indignados,
que atraviesa con sus multitudes el planeta tierra en su acción irredenta, en
su reclamo de democracia absoluta. El
nuevo poder, enfrente, y el que está
detrás del trono tendrá que inclinarse a
repensar la ruta de Francisco de Asís.
Revisar de
parte y parte a uno de los personajes más estudiados por Joseph Ratzinger,
ilustrado consejero del príncipe polaco
de la iglesia que asistió a la caída de la Polonia sujeta al poder
soviético, y la de la RDA en 1989, que
llevó luego al poder de la Alemania unificada a Angela Merkel, contertulia del
actual papa.
Retomando a Gramsci para cerrar este ejercicio
preliminar, tenemos aquí al intelectual
orgánico de la contra-reforma, porque conviene recordar que Benedicto, el papa blanco, ha tenido entre sus lecturas preferidas a dos notables figuras
de la Iglesia de Pedro; por un lado,
Agustín de Hipona; y por el otro, a san Buenaventura, un notable discípulo de la orden franciscana, auxiliares
ambos del poder pastoral de la Iglesia romana en tiempos de decadencia
como lo son también los actuales.
Para los cuales Benedicto XVI, antes de dimitir preparó el discurso renovado de la Suma Teológica, para los católicos de
arriba, los intelectuales de la fe, y el Nuevo Catecismo, para los de abajo, la masa de los simples, que se han venido transformando delante de sus ojos en las multitudes dispuestas a transitar los fueros de la democracia, de la libertad sin prescripciones.